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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 77
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y el dolor la atormentaban; sentía como si le ardieran los huesos; su cerebro parecía un horno llameante.

—… con todo mi corazón.

Corrió hacia la curva plateada, sin permitirse mirar atrás. Había tenido la certeza de que lo más amargo que oiría en toda su vida era la llamada de socorro de Marin al’Vere cuando ella la había abandonado, pero eso fue una pequeñez en comparación con el sonido de la angustiada voz de Lan que la perseguía.

—Nynaeve, no me dejes, por favor.

El resplandor blanco la consumía.

Desnuda, Nynaeve salió tambaleándose del arco y cayó de hinojos, sollozante, con la mandíbula desencajada y las mejillas surcadas de lágrimas. Sheriam se arrodilló a su lado. Miró con furia a la Aes Sedai de cabello rojizo.

—¡Os odio! —logró articular airadamente, con un nudo en la garganta—. ¡Odio a todas las Aes Sedai!

Sheriam emitió un breve suspiro y la ayudó a levantarse.

—Hija, casi todas las mujeres que pasan por este trance dicen lo mismo. No es una nimiedad tener que afrontar los propios temores. ¿Qué es esto? —preguntó vivamente, poniéndole las palmas boca arriba.

Las manos de Nynaeve temblaron con un súbito dolor que no había notado antes. Atravesando la palma de cada una de ellas, justo en el centro, había una larga espina negra. Sheriam las extrajo con cuidado; Nynaeve sintió el frescor curativo del contacto de la Aes Sedai. Las púas sólo dejaron al salir una pequeña cicatriz en el dorso y la parte delantera de la mano.

—No debieras presentar heridas —observó, ceñuda, Sheriam—. ¿Y cómo has recibido solamente dos y ambas situadas en lugares tan precisos? Si te has enganchado en una mata de espino negro, deberías estar cubierta de arañazos y espinas.

—Debería —repuso con amargura Nynaeve—. Tal vez pensé que ya había pagado un precio suficiente.

—Siempre existe un precio —convino la Aes Sedai—. Vamos. Ya has pagado el primero. Toma ahora la recompensa. —Dio un leve empujón a Nynaeve.

Ésta advirtió entonces que había más Aes Sedai en la habitación. La Amyrlin se encontraba allí con su estola rayada, acompañada de una hilera de hermanas, cuyos chales representaban con el color de sus flecos cada uno de los Ajahs. Todas la miraban. Recordando las instrucciones de Sheriam, Nynaeve avanzó tambaleante y se postró de rodillas ante la Amyrlin. Era ella quien sostenía el último cáliz, el cual inclinó lentamente sobre la cabeza de Nynaeve.

—Quedas limpia de Nynaeve al’Meara del Campo de Emond. Quedas limpia de todo lazo que te vincula al mundo. Acudes a nosotras pura, en cuerpo y alma. Eres Nynaeve al’Meara. Aceptada de la Torre Blanca. —Después de tender el cáliz a una de las hermanas, la Amyrlin la ayudó a ponerse en pie—. Ahora ya has sellado una unión con nosotras.

Los ojos de la Amyrlin parecían emitir un siniestro brillo. El estremecimiento de Nynaeve no guardó ninguna relación con el hecho de hallarse desnuda y mojada.

CAPÍTULO 24

Nuevos amigos y viejos enemigos

Egwene caminaba en pos de la Aceptada por los corredores de la Torre Blanca, entre tapices y pinturas que pendían de paredes tan blancas como la fachada de la torre, hollando suelos cubiertos de ornadas baldosas. El blanco vestido de la Aceptada era exactamente igual que el suyo, exceptuando las siete estrechas cintas de color en el borde de la falda y en los puños. Egwene frunció el entrecejo al mirar aquella prenda. Desde el día anterior Nynaeve llevaba también el vestido de Aceptada y no parecía sentir alegría por ello, ni por lucir el anillo de oro con la forma de una serpiente que se mordía la cola, símbolo de su nuevo rango. En las pocas ocasiones en que le había sido dado ver a la Zahorí, sus ojos parecían velados, como si hubieran visto cosas que deseaba fervientemente no haber presenciado.

—Aquí adentro —le informó escuetamente la Aceptada, señalando una puerta. Se llamaba Pedra y era una mujer bajita y enjuta, algo mayor que Nynaeve, con un invariable y enérgico tono de voz—. Se te otorga este tiempo porque es tu primer día, pero espero que estés en la cocina cuando el gong dé la hora Alta, ni un minuto más tarde.

Egwene hizo una reverencia y luego sacó la lengua a la espalda de la Aceptada, que ya se retiraba. A pesar de que hasta la víspera Sheriam no había anotado su nombre en el libro de las novicias, ya sabía que le desagradaba Pedra. Empujó la puerta y entró.

En la sencilla y reducida habitación de blancas paredes había una joven sentada en uno de los dos duros bancos, con una pelirroja melena desparramada sobre los hombros. El suelo carecía de alfombras, como era usual en las estancias que ocupaban las novicias. Egwene calculó que la muchacha tendría más o menos su misma edad, pero la dignidad y firmeza de su porte la hacían aparentar más años. De algún modo, el vestido de novicia, de tosco corte, lucía de otra manera en ella. Con más elegancia. Eso era.

—Me llamo Elayne —dijo—, y tú eres Egwene. —Ladeó la cabeza, observándola—. Del Campo de Emond, en Dos Ríos. —Lo pronunció como si tuviera algún significado especial, pero prosiguió de corrido—. A las nuevas novicias se les asigna siempre durante unos días alguien que ya ha permanecido aquí una temporada, para ayudarlas a adaptarse. Siéntate, por favor.

Egwene tomó asiento en el otro banco, frente a Elayne.

—Pensaba que las Aes Sedai se ocuparían de mi aprendizaje ahora que ya soy una novicia, pero todo cuanto ha ocurrido hasta el momento es que Pedra me ha despertado dos horas antes del amanecer y me ha puesto a barrer los pasillos. Dice que también tendré que ayudar a fregar los platos después de la cena.

—Odio fregar platos —confesó Elayne, con una mueca de desagrado—. Nunca tuve que hacerlo… Bueno, eso no importa. De ahora en adelante recibirás instrucción a esta hora. Desde el desayuno hasta la hora Alta y luego de nuevo de la comida a la hora Trina. Si vas especialmente rápida o lenta, puede que también te tomen desde la cena a la hora Baja, pero ese rato está reservado por lo general a otras tareas. —Los azules ojos de Elayne adoptaron un aire pensativo—. Naciste con ello, ¿verdad? —Egwene asintió—. Sí, me pareció percibirlo. Lo mío también es innato. No te decepciones por no haberlo adivinado. Aprenderás a captar la habilidad en otra mujer. Yo tuve la ventaja de criarme cerca de una Aes Sedai.

Egwene sintió deseos de preguntar acerca de ello, «¿Quién crece junto a una Aes Sedai?», pero Elayne continuó hablando.

—Y tampoco te desilusiones si transcurre un tiempo hasta que seas capaz de conseguir algún logro. Con el Poder Único, me refiero. Incluso lo más simple lleva cierto tiempo. La paciencia es una virtud que debes incorporar. —Arrugó la nariz—. Sheriam Sedai siempre dice eso y no escatima esfuerzos para hacérnoslo aprender. Si intentas correr cuando ella te indica que camines, te hará presentarte en su estudio en un abrir y cerrar de ojos.

—Ya he recibido unas cuantas lecciones —señaló Egwene, tratando de adoptar un tono de modestia.

Se abrió al flujo del Saidar, lo cual conseguía ahora con relativa facilidad, y sintió cómo su calidez le bañaba el cuerpo. Decidió intentar realizar lo más espectacular que podía lograr. Alargó la mano, y sobre ella se formó una reluciente esfera de pura luz. Ésta vacilaba, pues aún no conseguía mantenerla quieta, pero estaba allí.

Elayne extendió la mano, y otra bola de luz apareció encima de su palma. Aquélla también temblaba.

Elayne soltó de improviso una risita, y la esfera y la luz que la rodeaban se apagaron de inmediato.

—¿La has visto a mi alrededor? —inquirió con excitación—. Yo sí he visto el halo en torno a ti. Ésta ha sido la primera vez. ¿También lo ha sido para ti?

Egwene asintió, sumándose a las risas de la otra muchacha.

—Me gustas, Elayne. Creo que vamos a ser amigas.

—A mí también me lo parece, Egwene. Eres de Dos Ríos, del Campo de Emond. ¿Conoces a un chico llamado Rand al’Thor?

—Lo conozco. —De pronto Egwene recordó algo que le había contado Rand, una historia que ella no había creído, según la cual había caído de una pared y aterrizado en un jardín, donde había encontrado a…—. Tú eres la heredera del trono de Andor —dedujo con asombro.

—Sí —contestó simplemente Elayne—. Si Sheriam Sedai llegara a oír que lo he mencionado, creo que ya estaría en su estudio antes de terminar de decir esto.

—Todas hacen comentarios acerca de las llamadas al estudio de Sheriam, incluso las Aceptadas. ¿Son tan severas sus reprimendas? A mí me parece una mujer amable.

Elayne titubeó y cuando se decidió a hablar lo hizo lentamente, sin mirarla a los ojos.

—Tiene una vara de sauce en la mesa. Dice que si no somos capaces de aprender las normas de una manera civilizada, nos las enseñará de otra. Existen tantas normas para las novicias que es muy difícil no violar ninguna —concluyó.

—Pero eso es…, es horrible. Yo no soy una niña y tampoco lo eres tú. No pienso dejarme tratar como si lo fuera.

—Pero somos unas chiquillas. Las Aes Sedai, las hermanas de pleno derecho, son mujeres maduras. Las Aceptadas son jóvenes, lo bastante mayores para depositar en ellas un grado de confianza sin que nadie las esté vigilando en todo momento. Y las novicias son las niñas, que hay que proteger y cuidar, conducir al camino que deben seguir y castigar cuando no hacen lo que deben. Sheriam Sedai lo explica de esta forma. Nadie va a castigarte con motivo de las clases, a menos que trates de realizar algo que te han prohibido. Es duro no intentarlo a veces; verás que querrás encauzar el Poder con tanto apremio como pones en el acto de respirar. Pero si rompes demasiados platos porque estás pensando en las musarañas cuando deberías fregar, si le faltas al respeto a una Aceptada, si abandonas la Torre sin permiso, si diriges la palabra a una Aes Sedai antes de que hable ella primero o… Lo único que te resta es hacer cuanto esté en tu mano. No queda más remedio.

—Parece como si trataran de despertar en nosotras el deseo de marcharnos —protestó Egwene.

—Sí y no. Egwene, sólo hay cuarenta novicias en la Torre. Únicamente cuarenta, de las cuales no llegarán a Aceptadas más que siete u ocho. Ésa no es una cantidad suficiente, a decir de Sheriam. Según explica, no hay suficientes Aes Sedai para llevar a cabo los cometidos necesarios. Pero la Torre no puede rebajar sus requisitos, ni lo hará. Las Aes Sedai no pueden admitir como hermana a una mujer si no dispone de la habilidad, de la fuerza y del deseo. No pueden entregar el anillo y el chal a alguien que no sea capaz de encauzar bien el Poder, que se deje intimidar o que se eche atrás cuando las cosas se ponen difíciles. El entrenamiento y las pruebas ponen tanto énfasis en el encauzamiento como en la fortaleza y el deseo… Bueno, si quieres irte, te dejarán marchar. Una vez que tengas suficientes conocimientos como para no morir a causa de la ignorancia.

—Sheriam ya nos ha puesto al corriente de algo de esto —comentó Egwene—, pero nunca había pensado que faltaran Aes Sedai.

—Ella tiene una teoría al respecto. ¿Conoces la costumbre de la tría? ¿Entresacar del rebaño aquellos animales que tienen rasgos que no gustan? —Egwene asintió con impaciencia; nadie podía crecer entre corderos y desconocer la tría—. Sheriam Sedai opina que con

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