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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 73
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No era más que huesos y tendones, a pesar de lo cual parecía tan resistente como una vieja raíz.

—¿Cómo —se preguntó Adeleas— ha podido acercarse tanto una criatura de la Sombra sin que nosotras la hayamos detectado?

—Tenía salvaguardas —explicó Moraine.

—¡Imposible! —exclamó Adeleas—. Únicamente una hermana podría… —Calló y Vandene desplazó su atención de Jaem a Moraine.

Ésta pronunció entonces las palabras que ninguno de ellos deseaba oír.

—El Ajah Negro. —Llegaron gritos del pueblo—. Será mejor que escondáis esto. —Señaló el Draghkar, tendido sobre un macizo de flores—. Deprisa. Vendrán a preguntar si precisáis ayuda, pero si ven esto se iniciarían rumores que no os convienen.

—Sí, desde luego —convino Adeleas—. Jaem, ve a su encuentro. Diles que no sabes qué fue ese ruido, pero que todo está en orden aquí. Distráelos. —El Guardián de cabello gris se precipitó en la noche en dirección a las voces que se aproximaban del pueblo. Adeleas se volvió para examinar al Draghkar como si se tratara de un pasaje indescifrable de uno de sus libros—. Tanto si hay Aes Sedai involucradas como si no, ¿qué puede haberlo traído aquí? —Vandene miró a Moraine en silencio.

—Me temo que debo marcharme —dijo Moraine—. Lan, ¿ensillarás los caballos? —Al alejarse agregó—: Os dejaré unas cartas para que las enviéis a la Torre Blanca, si es posible. —Adeleas asintió distraídamente, con la atención todavía fija en el ser postrado en el suelo.

—¿Y allí adonde vas encontrarás las respuestas que necesitas? —inquirió Vandene.

—Puede que haya encontrado una que buscaba sin saberlo. Mi única esperanza es que no sea demasiado tarde. Necesitaré una pluma y pergamino. —Se dirigió a la casa con Vandene, dejando que Adeleas se ocupara del Draghkar.

CAPÍTULO 23

La prueba

Nynaeve observó con recelo la amplia habitación, emplazada en lo más profundo de la Torre Blanca, y a Sheriam, que se hallaba a su lado, con igual aprensión. La Maestra de las Novicias parecía expectante, tal vez un poco impaciente. Durante sus pocos días de estancia en Tar Valon, Nynaeve había percibido sólo serenidad en las Aes Sedai y una sonriente aceptación de los acontecimientos que se sucedían a su debido tiempo.

La abovedada estancia había sido excavada en la roca sobre la que se asentaba la isla; la luz de las lámparas de altos pedestales se reflejaba en pálidas y lisas paredes de piedra. Bajo el centro de la cúpula había una estructura compuesta de tres arcos de plata redondeados, con la altura justa para que una persona pudiera pasar por ellos, asentados en un grueso anillo de plata y unidos en sus extremos. Arcos y anillo formaban una sola pieza. No veía lo que albergaban; allí la luz temblaba de un modo extraño que le alborotaba las entrañas si lo contemplaba demasiado tiempo. En el punto donde las arcadas se unían al aro, una Aes Sedai permanecía sentada sobre la piedra desnuda del suelo, contemplando la argentina construcción. No lejos, había otra de pie, junto a una sencilla mesa en la que reposaban tres grandes cálices de plata. Cada uno de ellos, Nynaeve lo sabía o al menos así le habían informado, estaba lleno de agua. Las cuatro Aes Sedai llevaban puestos sus chales, al igual que Sheriam; con flecos azules para Sheriam, rojos para la mujer de tez morena situada cerca de la mesa, verde, blanco y gris para las tres que rodeaban los arcos. Nynaeve todavía llevaba uno de los vestidos que le habían regalado en Fal Dara, de color verde pálido con florecillas blancas bordadas.

—Primero me dejáis mirando las musarañas de la mañana a la noche —murmuró Nynaeve— y ahora todo son prisas.

—Las horas no se detienen para ninguna mujer —replicó de inmediato Sheriam—. La Rueda teje según sus designios y en su momento. La paciencia es una virtud que debe aprenderse, pero todos debemos estar dispuestos a aceptar el cambio en un instante.

Nynaeve reprimió una furibunda mirada. Lo más irritante que había descubierto hasta entonces acerca de la Aes Sedai de cabellos llameantes, era que en ocasiones hablaba como si estuviera citando frases incluso cuando éstas eran de su propia cosecha.

—¿Qué es eso?

—Un ter’angreal.

—Bueno, eso no me dice nada. ¿Para qué sirve?

—Los ter’angreal tienen diferentes aplicaciones, hija. Como los angreal y sa’angreal, son vestigios de la Era de Leyenda que aprovechan el Poder Único, si bien no son piezas tan escasas como los otros dos. Mientras que algunos ter’angreal deben ser utilizados por Aes Sedai, como es el caso de éste, otros surtirán el efecto que les es propio simplemente con la presencia de una mujer capaz de encauzar el Poder. Se cree incluso que existen algunos que funcionan con cualquier persona. A diferencia de los angreal y sa’angreal, fueron creados para cumplir unas funciones específicas. Uno de los que tenemos en la Torre hace vinculantes los juramentos. En el momento en que seas ascendida a la condición de hermana, prestarás tus votos definitivos con ese ter’angreal en la mano, prometiendo no pronunciar palabra alguna que no sea cierta, no forjar ninguna arma destinada a que un hombre dé muerte a otro, no utilizar nunca el Poder como un arma salvo contra los Amigos Siniestros y los engendros de la Sombra, o como recurso último para defender tu propia vida, la de tu Guardián o la de otra hermana.

Nynaeve sacudió la cabeza. Se le antojaban excesivas promesas, y al tiempo, pocas, y así lo expresó.

—Antaño, las Aes Sedai no debían prestar juramentos. De todos era sabida la naturaleza y el cometido de las Aes Sedai, y no se requería nada más. Muchas de nosotras desearían que así fuera todavía. Pero la Rueda gira y el tiempo se transforma. El hecho de que prestemos juramento, de que aceptemos esas limitaciones, permite que las naciones tengan tratos con nosotras sin el temor de que volvamos contra ellos nuestro poder, el Poder Único. Entre la Guerra de los Trollocs y la de los Cien Años nosotras efectuamos esa elección, y debido a ella la Torre Blanca aún se mantiene en pie y nosotras podemos hacer todavía lo que está en nuestras manos para combatir la Sombra. —Sheriam aspiró hondo—. Luz, hija, estoy tratando de enseñarte lo que cualquier otra mujer que se halle donde tú estás habría aprendido con el curso de los años. Es una tarea imposible. Los ter’angreal deben ser ahora tu centro de atención. Desconocemos las razones por las que fueron creados. Sólo nos atrevemos a hacer uso de unos cuantos y es posible que las prudentes aplicaciones que les damos no guarden ninguna relación con el propósito de sus creadores. En la mayoría de los casos, hemos ido averiguando a nuestra costa lo que debe evitarse. A lo largo de los años, no han sido pocas las Aes Sedai que han hallado la muerte o han visto malogrado su talento para aprender eso.

—¿Y queréis que yo entre en ése? —se inquietó Nynaeve, estremeciéndose. La luz que cobijaban las cimbras vacilaba menos ahora, pero le permitía distinguir con mayor claridad lo que había en su interior.

—Sabemos qué efectos produce éste. Te hará enfrentarte cara a cara con tus más profundos temores. —Sheriam sonrió con afabilidad—. Nadie te preguntará qué has afrontado; no deberás revelar más de lo que desees. Los temores de toda mujer son de su propiedad exclusiva.

Vagamente, Nynaeve pensó en la aprensión que le producían las arañas, en especial en la oscuridad, pero no creyó que fuera eso a lo que se refería Sheriam.

—¿Sólo tengo que caminar bajo un arco y salir por otro? ¿Atravesarlos tres veces y ya está?

La Aes Sedai se ajustó el chal con una irritada sacudida de hombros.

—Si quieres simplificarlo de esa manera, sí —contestó secamente—. Te he advertido mientras veníamos que debes estar al corriente de todos y cada uno de los detalles de la ceremonia que a cualquiera le es permitido conocer de antemano. Si fueras una novicia, a estas alturas lo sabrías de memoria, pero no te preocupes. Yo te refrescaré la memoria para que no cometas ningún error, llegado el caso. ¿Estás segura de estar preparada para afrontarlo? Si quieres echarte atrás, todavía puedo anotar tu nombre en el registro de novicias.

—¡No!

—Muy bien entonces. Ahora voy a decirte dos cosas que ninguna mujer oye hasta no hallarse en esta habitación. La primera es ésta: una vez que hayas comenzado, debes seguir hasta el final. De negarte a ello, por más potencial que tengas, se te solicitará amablemente que abandones la Torre con el dinero suficiente para sustentarte durante un año, y nunca se te permitirá regresar. —Nynaeve abrió la boca para decir que ella no cedería, pero Sheriam la atajó con un vivo gesto—. Escucha, y habla cuando sepas lo que has de decir. La segunda: la búsqueda, el esfuerzo, entrañan peligro. Conocerás el peligro aquí. Algunas mujeres han entrado y no han salido jamás. Cuando se aquietó el funcionamiento del ter’angreal, no estaban allí. Y nunca han vuelto a verlas. Si quieres sobrevivir, debes ser inquebrantable. Si titubeas o desfalleces… —Su silencio fue más elocuente que cualquier palabra—. Ésta es tu última ocasión, hija. Puedes volverte ahora, en este instante, y pondré tu nombre en el libro de novicias, y sólo tendrás una marca en tu contra. Se te permitirá volver aquí dos veces más y únicamente al tercer retroceso se te expulsará de la Torre. No es vergonzoso negarse. Muchas lo hacen. Yo misma fui incapaz de decidirme, la primera vez. Ahora puedes hablar.

Nynaeve miró de soslayo los plateados arcos. La luz que contenían ya no parpadeaba; estaban henchidos de un suave resplandor blanco. Para aprender lo que quería, necesitaba la libertad de las Aceptadas para cuestionar, para estudiar por su cuenta, sin más guía que la que ella solicitara. «Debo hacer que Moraine pague por lo que nos ha hecho. Debo hacerlo.»

—Estoy dispuesta.

Sheriam se encaminó lentamente a la cámara. Nynaeve la secundó. Cómo si ello fuera una señal, la hermana Roja empezó a hablar con voz alta y ceremoniosa.

—¿A quién traes contigo, hermana? —Las tres Aes Sedai que circundaban el ter’angreal mantuvieron fija la atención en él.

—Una que acude como candidata a la Aceptación, hermana —repuso Sheriam con igual formalidad.

—¿Está preparada?

—Está preparada para dejar atrás lo que era y, ahondando en sus temores, ganar la Aceptación.

—¿Conoce sus temores?

—Nunca los ha afrontado, pero ahora es su voluntad hacerlo.

—Entonces deja que los afronte.

Sheriam se paró a dos palmos de las arcadas y Nynaeve se detuvo con ella.

—Tu vestido —susurró Sheriam, sin mirarla.

Nynaeve se sonrojó por haber olvidado lo que le había indicado Sheriam de camino desde su habitación. Se desprendió apresuradamente de su vestido, zapatos y medias. Por un momento casi perdió conciencia de los arcos mientras plegaba meticulosamente su ropa y la ponía a un lado. Ocultó con cuidado el anillo de Lan bajo el vestido; no quería que nadie lo viera. Después estuvo lista, y el ter’angreal continuaba allí, aguardando.

Notó la frialdad de la piedra en contacto con sus pies descalzos, lo cual le puso carne de gallina, pero se mantuvo erguida, respirando despacio. No estaba dispuesta a permitir que advirtieran su temor.

—La primera vez —explicó Sheriam— es por lo pasado. El camino de retorno sólo aparecerá una vez. Ten firmeza.

Tras un momento de vacilación, Nynaeve traspuso el arco y se adentró en el resplandor. Éste la rodeó, como si el propio aire reluciera, como si estuviera sumergida en luz. Había luz por doquier. La luz lo era todo.

Nynaeve se sobresaltó al advertir que estaba desnuda y luego miró asombrada en torno a

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