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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 62
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algo útil. Querías una espada. Supón que un hombre viniera a mí con una espada. ¿Qué haría yo? Algo útil, puedes estar segura. Esto, probablemente.

Por un instante, Egwene creyó percibir un resplandor en torno a la mujer sentada al otro lado de su cama. El aire pareció solidificarse. No se produjo ningún cambio que Egwene pudiera ver, pero lo sentía. Intentó levantar el brazo y éste no se movió más que si todo su cuerpo estuviera sumergido en una espesa gelatina. No podía mover nada excepto la cabeza.

—¡Soltadme! —gruñó Nynaeve. Tenía los ojos desorbitados y agitaba la cabeza de un lado a otro, pero estaba sentada tan rígidamente como una estatua. Egwene cayó en la cuenta de que no era ella la única aquejada de parálisis—. ¡Dejadme!

—Útil, ¿no te parece? Y no es más que aire. —La Amyrlin hablaba con tono despreocupado, como si estuvieran conversando con una taza de té en la mano—. Un hombre fuerte, con potentes músculos y una espada, y ésta no le sirve más que los pelos que tiene en el pecho.

—¡Soltadme os he dicho!

—Y si no me gusta el sitio donde está, pues puedo levantarlo. —Nynaeve chilló con furia mientras se elevaba lentamente, todavía en posición sentada, hasta que su cabeza casi rozó el techo. La Amyrlin sonrió—. A menudo he deseado poder utilizar esto para volar. Los escritos afirman que los Aes Sedai podían volar, en la Era de Leyenda, pero no está muy claro de qué manera exactamente. No de ésta, en todo caso. No funciona así. Alargando las manos podrías levantar un baúl que pese más que tú; pareces fuerte. Pero por más que tengas dominio de tu persona, es imposible que te eleves por tus propios medios.

Nynaeve daba violentos respingos, pero ningún otro músculo de su cuerpo se movía lo más mínimo.

—¡La Luz os fulmine, dejadme ir!

Egwene tragó saliva, confiando en que no la levantara a ella.

—De modo que —prosiguió la Amyrlin— era un fornido y peludo hombre. Él no puede hacerme nada, mientras que a mí tampoco me es posible causarle ningún daño. Hombre, si tuviera intención de… —Se inclinó hacia adelante, con la mirada fija en Nynaeve y de pronto su sonrisa no pareció tan amistosa—. …podría volverlo del revés y azotarle el trasero. Así… —De improviso la Amyrlin fue proyectada con tanta violencia hacia atrás que su cabeza golpeó la pared, a la cual quedó pegada, como si algo la presionara contra ella.

Egwene contempló, incrédula, la escena, con la boca seca. «Esto no está ocurriendo realmente. No es posible.»

—Tenían razón —reconoció la Amyrlin, con voz apagada, como si le costara respirar—. Dicen que aprendes deprisa. Y también que cuando estás furiosa es cuando consigues mejores resultados. —Respiró con esfuerzo—. ¿Vamos a liberarnos mutuamente, hija?

—Vais a soltarme ahora mismo o voy a… —amenazó Nynaeve, flotando en el aire con los ojos inflamados. De repente, su semblante expresó estupor, pérdida. Movió los labios sin pronunciar palabra alguna.

La Amyrlin se levantó, desentumeciendo los hombros.

—Todavía no lo conoces todo, ¿no es cierto, hija? Ni la centésima parte de la totalidad. No sospechabas que pudiera cortarte el acceso a la Fuente Verdadera. Aún la percibes, pero eres tan incapaz de alcanzarla como un pez que quisiera tocar la luna. Cuando hayas aprendido lo suficiente para ser aceptada como hermana de pleno derecho, ninguna mujer podrá hacerte eso. Cuanto más te fortalezcas, más Aes Sedai serán necesarias para anularte en contra de tu voluntad. ¿Crees ahora que sientes deseos de aprender? —Nynaeve cerró la boca de golpe y, le asestó una mirada feroz. La Amyrlin suspiró—. Si tuvieras un ápice menos de potencial, hija, te mandaría a la Maestra de las Novicias y te dejaría a su cuidado para el resto de tu vida. Pero tendrás lo que mereces.

Nynaeve abrió desmesuradamente los ojos y sólo tuvo tiempo de empezar a chillar antes de caer y golpear con estrépito su cama. Egwene hizo una mueca de dolor; los colchones eran delgados y la madera que había debajo, dura. Nynaeve mantuvo la cara impasible.

—Y ahora —propuso la Amyrlin—, a menos que prefieras recibir una demostración más exhaustiva, comenzaremos con la clase. Continuaremos con la clase, podríamos decir.

—Madre… —dijo quedamente Egwene, que aún no podía moverse por debajo de la barbilla.

La Amyrlin la miró interrogativamente y luego sonrió.

—Oh. Lo siento, hija. Me temo que tu amiga retenía toda mi atención. —De pronto Egwene recuperó la capacidad de movimiento; alzó los brazos, sólo para convencerse de que era capaz de hacerlo—. ¿Estáis ambas dispuestas a aprender?

—Sí, madre —se apresuró a responder Egwene.

La Amyrlin enarcó una ceja, mirando a Nynaeve.

—Sí, madre —repuso ésta con aspereza, un momento después.

Egwene exhaló un suspiro de alivio.

—Bien. Veamos. Libraos de todo pensamiento, a excepción de un capullo de rosa.

Egwene estaba sudando cuando la Amyrlin se marchó. Había considerado como profesoras severas a algunas de las otras Aes Sedai, pero aquella sonriente mujer de rostro vulgar lograba, con paciencia, extraer hasta la última gota de esfuerzo, lo aspiraba y, cuando ya no quedaba nada, parecía introducirse en el interior de uno y arrancarlo. Había obtenido buenos resultados, sin embargo, Cuando la puerta se cerró tras la Amyrlin, Egwene alzó una mano; una diminuta llama cobró vida sobre la punta de su dedo y luego comenzó a danzar de un dedo a otro. En principio no le estaba permitido hacerlo sin una profesora, o una de las Aceptadas, como mínimo, que la supervisara, pero estaba demasiado excitada para preocuparse por ello.

Nynaeve se puso en pie de un salto y arrojó la almohada a la puerta que acababa de cerrarse.

—¡Esa…, esa vil, engreída, miserable… aaag! ¡Así la fulmine la Luz! Me gustaría echarla al agua para que fuera pasto de los peces. ¡Me gustaría administrarle remedios que la volvieran de color verde para el resto de su vida! Me importa un comino que sea lo bastante mayor como para ser mi madre. Si la tuviera en el Campo de Emond, no se sentaría confortablemente para… —Hizo rechinar los dientes con tal fuerza que Egwene se sobresaltó.

Dejando extinguir la llama, Egwene posó la mirada en su regazo. Deseaba encontrar la manera de salir sigilosamente de la habitación sin topar con los ojos de Nynaeve.

La clase no había tenido buenos resultados para Nynaeve, debido a que había tenido que reprimir su genio hasta que se había marchado la Amyrlin. Nunca lograba conseguir gran cosa a menos que estuviera enojada y entonces lo hacía explosivamente. Después de varios fracasos consecutivos, la Amyrlin había hecho cuanto estaba en su mano para irritarla de nuevo. Egwene deseaba que Nynaeve olvidase que ella había presenciado todo aquello.

Nynaeve se encaminó rígidamente a la cama y se paró, mirando la pared que había tras ella, con el puño apretado. Egwene contempló anhelante la puerta.

—No ha sido culpa tuya —dijo Nynaeve.

—Nynaeve, yo…

Nynaeve se volvió para mirarla.

—No ha sido culpa tuya —repitió sin convicción en la voz—. Pero, si se te ocurre mencionar algo, te voy…, te voy a…

—Ni una palabra —se apresuró a tranquilizarla Egwene—. Ni siquiera me acuerdo de nada para contarlo.

Nynaeve la observó durante un largo momento y luego asintió. De pronto, sonrió.

—Luz, no pensaba que hubiera algo que tuviera un sabor más horrible que la lengua de cordero cruda. La próxima vez que te comportes como una estúpida, recurriré a ese tratamiento, de modo que ya puedes ir con cuidado.

Egwene hizo una mueca de asco. Aquello había sido lo primero que había hecho la Amyrlin para enfurecer a Nynaeve. Una oscura gota de una desconocida sustancia que brillaba como la grasa y despedía un horrible olor se había materializado de pronto y, mientras la Amyrlin retenía a Nynaeve con el Poder, había penetrado a la fuerza en la boca de la Zahorí. La Amyrlin había llegado incluso a asirle la nariz para obligarla a engullir. Y Nynaeve recordaba las cosas, aun cuando sólo las hubiera presenciado una vez. Egwene no creía que hubiera algún modo de contenerla cuando se había propuesto hacer algo; a pesar de su propio triunfo en lograr que danzase una llama, ella no habría sido capaz de acorralar a la Amyrlin contra una pared.

—Al menos ya no te marea estar en el barco.

Nynaeve soltó un gruñido y luego una breve y aguda carcajada.

—Estoy demasiado furiosa para sentirme mal. —Sacudió la cabeza y lanzó otra lúgubre carcajada—. Soy demasiado desgraciada para estar mareada. Luz, me siento como si me hubieran arrastrado de espaldas sobre un zarzal. Si eso es el entrenamiento que reciben las novicias, será un incentivo para que aprendas con rapidez.

Egwene bajó la mirada. En comparación con Nynaeve, la Amyrlin sólo la había persuadido con halagos, sonreído ante sus logros, condescendido con sus errores, e inducido a volver a esforzarse con nuevos halagos. Todas las Aes Sedai les habían advertido, empero, que las cosas serían distintas en la Torre Blanca; más rigurosas, aunque no habían especificado cómo. No pensaba que pudiera resistir, día tras día, lo que Nynaeve había soportado.

El barco modificó su movimiento. El balanceo disminuyó y en la cubierta resonaron pasos. Un hombre gritó algo que Egwene no alcanzó a discernir.

—¿Crees que… es Tar Valon?

—Sólo hay una manera de averiguarlo —replicó Nynaeve, descolgando resueltamente su capa.

Cuando llegaron a cubierta, los marineros corrían en todas direcciones, halando cuerdas, plegando velas, preparando largos remos. El viento había cedido paso a una ligera brisa y las nubes estaban esparciéndose.

—¡Es Tar Valon! ¡Es Tar Valon! —exclamó Egwene, corriendo hacia la barandilla. Nynaeve se reunió con ella con rostro inexpresivo.

La isla era tan grande que más bien daba la impresión de que el río se dividiera en dos ramales. Unos puentes que parecían hechos con encaje se arqueaban a ambos lados de la isla, cruzando el cauce y los terrenos pantanosos que lo flanqueaban. Los blancos muros de la ciudad, las Murallas Resplandecientes, brillaban al asomarse el sol entre las nubes. Y en la ribera de poniente, con su cúspide quebrada lamiendo una etérea voluta de humo, el Monte del Dragón, una montaña que se elevaba entre llanuras y suaves colinas, recortaba su negra silueta sobre el cielo. El Monte del Dragón, el lugar donde había perecido el Dragón. El Monte del Dragón, formado a raíz de la muerte del Dragón.

Egwene hubiera deseado no pensar en Rand al mirar la montaña. «Un hombre que encauza el Poder. Luz, ayúdalo.»

El Reina fluvial atravesó una amplia abertura en un alto muro circular que sobresalía sobre el río. En su interior, un largo muelle circundaba un puerto redondeado. Los marineros aferraron las últimas velas y se sirvieron de los remos para encarar la popa a la escollera. En torno al largo muelle, los otros barcos que habían descendido por el río estaban atracando en sus amarraderos entre las embarcaciones ya ancladas. El estandarte de la Llama Blanca había provocado una actividad febril en el embarcadero.

La Amyrlin subió a cubierta antes de que se hubiera amarrado la embarcación, pero los trabajadores portuarios tendieron una plancha a bordo tan pronto como hizo aparición. Leane caminó a su lado, con su bastón rematado por la llama en la mano, y las demás Aes Sedai desembarcaron tras ellas. Ninguna dirigió siquiera una mirada a Egwene y Nynaeve. Una delegación, compuesta de Aes Sedai ataviadas con chales que besaron ceremoniosamente el anillo de su dirigente, salió a recibir a la Amyrlin. El puerto rebullía con la descarga de los barcos y la llegada de la Sede Amyrlin; los soldados formaron al llegar a tierra y dispusieron troncos

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