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  3. Capítulo 61
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de la búsqueda sólo porque nosotros… nos marcháramos.

—Una sabia decisión —aprobó Selene— y bien meditada. —Le tocó el brazo y sonrió, y él volvió a hallarse invadido por las ganas de besarla.

—Eh…, debemos estar más cerca del lugar por donde vendrán. Si es que van a venir. Hurin, ¿puedes ubicar un campamento antes de que anochezca, en algún sitio desde donde sea posible vigilar el lugar donde perdiste el rastro? —Lanzó una ojeada al Portal de Piedra y consideró la posibilidad de dormir cerca de él, a pesar de que el vacío se hubiera adueñado de él en sueños la última vez, y de la luz que lo acompañaba—. En algún sitio bien apartado de éste.

—Dejadlo en mis manos, lord Rand. —El husmeador saltó a caballo—. Juro que no volveré a acostarme sin antes mirar qué clase de piedras hay por los alrededores.

Mientras abandonaba la hondonada, Rand cayó en la cuenta de que observaba mucho más a Selene que a Hurin. Parecía fría y serena, tan joven como él y majestuosa a un tiempo, pero cuando le sonreía como lo hacía entonces… «Egwene no diría que estoy actuando sabiamente. Egwene me habría llamado cabeza de chorlito.» Irritado, hincó los talones en los flancos de Rojo.

CAPÍTULO 18

De camino a la Torre Blanca

Egwene se mecía en cubierta mientras el Reina fluvial surcaba velozmente el amplio cauce del Erinin bajo un cielo preñado de nubes, con las velas hinchadas y el mástil principal furiosamente azotado por el estandarte con la Llama Blanca. El viento se había alzado tan pronto como el último pasajero se halló a bordo, allá en Medo, y no había amainado ni decaído un instante desde entonces, ni de día ni de noche. El río había comenzado a incrementar la turbulencia de su corriente, con un poderoso caudal que aún corría ahora, rompiendo contra las embarcaciones que impulsaba. Ni el viento ni el río habían perdido vigor, como tampoco habían aminorado la marcha los bajeles, arracimados detrás del Reina fluvial, el único que ostentaba el privilegio de ir en cabeza, ya que en él viajaba la Sede Amyrlin.

El timonel controlaba el rumbo con hosco semblante, con los pies separados y afianzados en el suelo, y los marineros atendían sus obligaciones con pies descalzos, absortos en el trabajo; cuando dirigían la vista al cielo o al cauce, la apartaban enseguida, murmurando en voz baja. Estaban perdiendo de vista un pueblo, y un chiquillo corría bordeando la orilla; se había mantenido a la altura de los barcos durante un trecho, pero ahora éstos lo dejaban atrás. Cuando hubo desaparecido su silueta, Egwene bajó a los camarotes.

En la pequeña cabina que compartían, Nynaeve levantó la mirada hacia ella desde su estrecha cama.

—Dicen que llegaremos hoy a Tar Valon. La Luz me asista, pero me alegrará volver a poner pie en tierra aunque esto sea en Tar Valon. —La embarcación dio un bandazo y Nynaeve tragó saliva—. No pienso a volver a subir a un barco —afirmó sin resuello.

Egwene sacudió el agua que había rociado el río en su capa y la colgó de una percha situada junto a la puerta. No era una gran habitación; al parecer, no había cabinas espaciosas en el barco, ni siquiera la que el capitán había cedido a la Amyrlin, a pesar de ser ésta más amplia que el resto. Con las dos camas empotradas en las paredes, estantes bajo ellos y los armarios de encima, todo quedaba a mano.

Exceptuando el cuidado en mantener el equilibrio, el bamboleo del barco no le producía igual efecto que a Nynaeve. Había renunciado a ofrecer comida a la Zahorí en la tercera ocasión en que ésta le había arrojado la escudilla a la cara.

—Estoy preocupada por Rand —confesó.

—Yo estoy preocupada por todos —replicó lentamente Nynaeve. Al cabo de un momento, preguntó—: ¿Tuviste otro sueño anoche? A juzgar por la manera como has estado embobada desde que te has levantado…

Egwene asintió. Nunca había sido muy hábil en encubrirle cosas a Nynaeve y tampoco había tratado de ocultarle lo de los sueños. Nynaeve había intentado darle un tratamiento al principio, hasta que se enteró de que una de las Aes Sedai estaba interesada en ellos; entonces comenzó a creer que tal vez fueran importantes.

—Era como los otros. Diferente, pero igual. Rand está amenazado por algún tipo de peligro. Lo sé. Y cada vez es más patente. Ha hecho algo o va a hacer algo que lo pondrá en… —Se dejó caer en el lecho y se inclinó hacia su amiga—. Ojalá pudiera encontrarle algún sentido.

—¿A encauzar el Poder? —inquirió quedamente Nynaeve.

En contra de su voluntad, Egwene miró en torno a sí para comprobar que nadie escuchaba. Estaban solas y con la puerta cerrada, pero a pesar de ello continuó hablando en voz baja.

—No lo sé. Tal vez. —La reacción de las Aes Sedai era imprevisible; por entonces ya había visto suficiente como para dar crédito a las historias que circulaban acerca de sus poderes, y no quería arriesgarse a que alguien las oyera. «No voy a poner en peligro a Rand. Lo correcto sería que se lo contara, pero Moraine lo sabe y no ha dicho nada. ¡Y se trata de Rand! No puedo hacerlo»—. No sé qué hacer.

—¿Te ha dicho algo más Anaiya acerca de esos sueños? —Nynaeve parecía creerse en la obligación de no añadir jamás el tratamiento honorífico Sedai, incluso cuando ambas se hallaban a solas. A la mayoría de las Aes Sedai no les importaba, al parecer, pero tal hábito había provocado algunas extrañas miradas, algunas de ellas de extrema dureza. Después de todo ella iba a recibir entrenamiento en la Torre Blanca.

—«La Rueda gira según sus propios designios» —sentenció Egwene, repitiendo las palabras de Anaiya—. «El muchacho está lejos, hija, y nada podemos hacer hasta que conozcamos con más certeza la situación. Me ocuparé en persona de hacerte pruebas cuando hayamos llegado a Tar Valon, hija.» ¡Aaagh! Ella sabe que hay algo en esos sueños. Estoy segura. Me gusta esa mujer, Nynaeve, de veras. Pero no va a decirme lo que quiero saber. Y yo no puedo contárselo todo. Tal vez si pudiera…

—¿El enmascarado de nuevo?

Egwene asintió. Por alguna razón, tenía la certeza de que no debía hablarle de él a Anaiya. No acertaba a comprender por qué, pero estaba segura de ello. En tres ocasiones el hombre de ojos de fuego había visitado sus sueños, y en cada una de ellas había adquirido la convicción de que Rand se encontraba en peligro. Siempre llevaba el rostro tapado por una máscara; a veces podía verle los ojos y otras sólo percibía fuego en su lugar.

—Se rió de mí. Era tan… desdeñoso. Como si yo fuera un perrillo que se veía obligado a apartar de su camino con una patada. Me asusta, me asusta mucho.

—¿Estás segura de que tiene algo que ver con los otros sueños, con Rand? A veces un sueño es simplemente eso, un sueño.

—¡Y a veces, Nynaeve, hablas igual que Anaiya Sedai! —Puso especial énfasis en el título y fue un placer ver la mueca que esbozó Nynaeve.

—Si me levanto de esta cama, Egwene…

Una llamada en la puerta interrumpió la frase de Nynaeve. Antes de que Egwene pudiera hablar o moverse, la Amyrlin en persona entró y cerró la puerta tras ella. Estaba sola, lo cual era harto inusual. Raras veces abandonaba su cabina y, cuando lo hacía, era siempre en compañía de Leane y quizá de alguna otra Aes Sedai.

Egwene se apresuró a ponerse en pie. La habitación quedaba demasiado llena con tres personas.

—¿Estáis bien las dos? —preguntó animadamente la Amyrlin. Ladeó la cabeza hacia Nynaeve—. Espero que comáis bien. ¿Cómo va ese humor?

Nynaeve intentó sentarse, apoyando la cabeza en la pared.

—Muy bien, gracias.

—Es un honor para nosotras, madre… —comenzó a decir Egwene, pero la Amyrlin la acalló con un gesto.

—Me encanta volver a navegar, pero al final se vuelve tan aburrido como un estanque sin tener nada que hacer. —El barco se inclinó y ella equilibró el cuerpo sin esfuerzo aparente—. Hoy os impartiré yo la clase. —Se sentó con las piernas cruzadas en la punta de la cama de Egwene—. Siéntate, hija.

Egwene se sentó, pero Nynaeve empezó a tratar de ponerse en pie.

—Creo que iré a cubierta.

—¡He dicho que os sentéis! —La voz de la Amyrlin restalló como un látigo, pero Nynaeve continuó levantándose, vacilante. Todavía tenía las manos sobre el lecho, pero casi se había incorporado. Egwene estaba preparada para recogerla cuando cayera.

Cerrando los ojos, Nynaeve volvió a apoyarse lentamente en la cama.

—Quizá me quede. Sin duda hará viento allá arriba.

La Amyrlin soltó una carcajada.

—Me han dicho que tienes tan mal genio como un pájaro pescador cuando tiene clavada una espina en la garganta. Algunas de ellas, hija, opinan que no te vendría mal un tiempo de noviciado, a pesar de tu edad. Por mi parte creo que, si tienes la habilidad que pretenden, mereces ser una de las Aceptadas. —Lanzó otra carcajada—. Siempre he creído en la necesidad de dar a cada uno lo que merece. Sí. Sospecho que aprenderás muchas cosas cuando estés en La Torre Blanca.

—Preferiría que uno de los Guardianes me enseñara a usar una espada —gruñó Nynaeve. Tragó saliva convulsivamente y abrió los ojos—. Hay alguien con quien querría ejercitar. —Egwene la miró con dureza. ¿Se refería a la Amyrlin, lo cual era estúpido, aparte de imprudente, o a Lan? Siempre atajaba a Egwene en toda ocasión en que mencionaba a Lan.

—¿Una espada? —preguntó la Amyrlin—. Nunca me han parecido de gran utilidad las espadas. Aunque sepas utilizarla, hija, siempre hay hombres más diestros en su manejo y mucho más fuertes. Pero si quieres una espada… —Levantó la mano; Egwene abrió la boca, e incluso a Nynaeve se le desencajaron los ojos, cuando al instante apareció una espada. Con la hoja y la empuñadura de un curioso color blanco azulado, tenía un aspecto extrañamente frío—. Hecha a partir del aire, hija, con aire. Es tan buena como la mayoría de las hojas de acero, mejor que muchas, pero aun así de escasa utilidad. —En un abrir y cerrar de ojos la espada se convirtió en un cuchillo de cocina—. Esto, en cambio, es útil. —El cuchillo se convirtió en vapor, el cual se disipó con rapidez. La Amyrlin volvió a poner su mano vacía sobre el regazo—. Sin embargo, ambos requieren más esfuerzo de lo que valen. Lo mejor, lo más fácil, es llevar simplemente un buen cuchillo consigo. Debes aprender a determinar cuándo has de usar tu habilidad, así como de qué manera, y a identificar el momento en que es preferible hacer las cosas del mismo modo como lo haría otra mujer. Deja que los herreros hagan cuchillos para destripar el pescado. Si utilizas el Poder Único con demasiada frecuencia o excesiva ligereza, puede suceder que te aficiones demasiado a él. Ahí radica el peligro. Se comienza por desear cada vez más y tarde o temprano se corre el riesgo de absorber una cantidad mayor que la que se ha aprendido a manejar. Y eso puede quemarte como a una vela derretida o…

—Si he de aprender todo eso —espetó con rudeza Nynaeve—, mejor sería que me enseñaran algo útil. Todo eso…, eso de… agita el aire, Nynaeve. Enciende la vela, Nynaeve. Ahora apágala. Vuelve a encenderla. ¡Puaaaf!

Egwene cerró los ojos. «Por favor, Nynaeve. Controla tu genio.» Se mordió el labio para no decirlo en voz alta.

—Útil —repitió la Amyrlin después de un momento de silencio—,

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