y diestramente por entre las colinas. El terreno comenzaba a ascender en la base de las montañas en empinadas laderas que los caballos remontaban con esfuerzo, hollando los rocosos afloramientos de aspecto descolorido y la escasa y desvaída maleza que se aferraba a ellos. La marcha se tornaba más difícil a medida que subían.
«No vamos a conseguirlo», pensó Rand la quinta vez que Rojo resbaló, provocando un reguero de piedras. Loial dejó a un lado la barra, que entorpecía su paso y que de poca utilidad le sería en un enfrentamiento con los grolm. El Ogier, que había desistido de ir a caballo, utilizaba una mano para agarrarse a los salientes y con la otra tiraba de su montura. Los grolm gruñían tras ellos, cada vez más cercanos.
Entonces Selene refrenó la yegua y señaló una hondonada al fondo. Todo estaba allí, las siete amplias escaleras de colores alrededor de un pavimento pálido y la esbelta columna de piedra en el centro.
La muchacha desmontó y condujo su montura a la oquedad, bajó los escalones y se dirigió a la columna. Ésta proyectaba su sombra sobre ella. Se volvió para mirar a Rand y los demás. Los grolm seguían aullando, centenares de ellos, pisándoles los talones.
—Pronto caerán sobre nosotros —advirtió Selene—. Debéis serviros de la Piedra, Rand. O hallar la manera de acabar con todos los grolm.
Con un suspiro, Rand bajó del caballo y se encaminó a la hondonada. Loial y Hurin lo siguieron con premura. Contempló angustiosamente la columna cubierta de símbolos, el Portal de Piedra. «Ella debe ser capaz de encauzar el Poder, aunque no lo sepa; de lo contrario no habría llegado hasta aquí. El Poder no ocasiona ningún daño a las mujeres.»
—Si esto os trajo aquí —comenzó a argüir, pero ella lo interrumpió.
—Sé qué es esto —afirmó con decisión—, pero desconozco la manera de usarlo. Vos debéis hacer lo que ha de hacerse. —Con un dedo recorrió uno de los símbolos, algo mayor que el resto. Un triángulo apoyado en un vértice rodeado de un círculo—. Esto representa el mundo real, nuestro mundo. Creo que será de ayuda que lo retengáis en la mente mientras… —Extendió las manos como si no supiera exactamente qué era lo que él había de hacer.
—Eh…, mi señor… —advirtió tímidamente Hurin—. Nos queda poco tiempo. —Observó por encima del hombro el borde de la hondonada. Los ladridos sonaban con más fuerza—. Esas cosas estarán aquí dentro de unos minutos. —Loial asintió.
Aspirando hondo, Rand posó la mano en el símbolo que había indicado Selene. La miró para ver si lo hacía correctamente, pero ella se limitó a observar, sin que su pálida frente se viera perturbada por la más mínima arruga de preocupación. «Ella tiene confianza en que puedes salvarla. Debes hacerlo.» El aroma de Selene le impregnó las aletas de la nariz.
—Eh…, mi señor…
Rand tragó saliva y apeló al vacío. Éste llegó fácilmente, y se prodigó en torno a él sin esfuerzo. El vacío. La nada, habitada sólo por la luz, agitándose de un modo que le revolvía el estómago. No había nada más que el Saidin. Aun así las náuseas eran distantes. Formaba una unidad con el Portal de Piedra. La columna tenía un tacto suave y algo untuoso bajo su mano, pero su palma notaba la calidez del triángulo. «Tengo que devolverles la seguridad. Tengo que devolverlos al hogar.» La luz fluyó hacia él, lo rodeó y él… la abrazó.
La luz lo llenaba. Estaba henchido de calor. Veía la Piedra, veía a los demás observándolo —Loial y Hurin con ansiedad, Selene sin mostrar la menor duda respecto a él— pero era como si no estuvieran allí. No había más que la luz. El calor y la luz, que penetraban su cuerpo cual agua vertida en arena reseca, llenándolo. El símbolo le quemaba la carne. Trató de absorberlo todo, todo el calor, toda la luz. Todo. El símbolo…
De súbito, como si el sol se hubiera puesto en un abrir y cerrar de ojos, el mundo tembló. El símbolo era un carbón ardiente bajo su mano; bebió la luz. El mundo parpadeó. Le producía náuseas, esa luz; era como el agua para un hombre muerto de sed. Las imágenes destellaban. Bebió de ella. Le daba ganas de vomitar; quería engullirla toda. Otro parpadeo. El triángulo y el círculo lo abrasaban; notaba cómo le quemaban la mano. Un nuevo temblor. ¡Quería aspirarlo! Gritó, aullando de dolor, aullando de anhelo.
Un destello…, un destello…, un destello…
Apenas era consciente de que unas manos tiraban de él. Retrocedió a trompicones; el vacío se desprendía de él, la luz, y la náusea que lo atormentaba. La luz. Observó pesaroso cómo ésta se retiraba. «Luz, es una locura desearlo. ¡Pero estaba tan repleto de ella! Estaba tan…» Aturdido, miró a Selene. Era ella quien lo sostenía por los hombros, mirándolo con incertidumbre. Alzó la mano hasta los ojos. La marca de la garza estaba allí, pero nada más. Ningún triángulo ni círculo había quedado impreso en su carne.
—Impresionante —dijo lentamente Selene. Lanzó una mirada a Loial y Hurin. El Ogier parecía estupefacto, con los ojos abiertos como platos; el husmeador estaba agazapado con una mano en el suelo, como si temiera no poder sostenerse de otro modo—. Todos estamos aquí y nuestros caballos también. Y ni siquiera sabéis cómo lo habéis logrado. Extraordinario.
—¿Estamos…? —comenzó a inquirir Rand, que hubo de detenerse para tragar saliva.
—Mirad a vuestro alrededor —apuntó Selene—. Nos habéis traído a casa. —Emitió una súbita carcajada—. Nos habéis traído a casa.
Por vez primera Rand cobró conciencia del entorno. La hondonada los rodeaba sin escalones, si bien de trecho en trecho yacía alguna piedra sospechosamente lisa, de color rojo o azul. La columna estaba postrada sobre el flanco de la montaña, medio enterrada en las piedras caídas en un desprendimiento. Los símbolos aparecían borrosos allí, como si el viento y el agua los hubieran corroído. Y el resto parecía real. Los colores eran sólidos, el granito de un gris metálico y la maleza verde y marrón. Después de haber estado en aquel otro lugar, casi parecían demasiado intensos.
—En casa —musitó Rand antes de prorrumpir en carcajadas—. Estamos en casa.
Las risas de Loial sonaron como el mugido de un toro. Hurin se puso a hacer cabriolas.
—Lo conseguisteis —dijo Selene, inclinándose hacia él hasta que su rostro fue lo único que vio Rand—. Sabía que podíais hacerlo.
Rand dejó de reír.
—Eh…, supongo que sí. —Miró el Portal de Piedra y logró emitir una débil carcajada—. Sin embargo, me gustaría saber qué es lo que he hecho.
—Tal vez lo sabréis algún día —apuntó en voz baja Selene, mirándolo fijamente a los ojos—. No hay duda de que estáis predestinado a conseguir grandes logros.
Sus ojos parecían tan oscuros y profundos como la noche, tan suaves como el terciopelo. Su boca… «Si la besara…» Pestañeó y se apresuró a retroceder, aclarándose la garganta.
—Selene, no habléis a nadie de esto, por favor. Sobre el Portal de Piedra y yo. Yo no lo comprendo y tampoco lo harán los demás. Ya sabéis cómo suele reaccionar la gente respecto a las cosas que no entienden.
La cara de Selene no mostraba expresión alguna. De improviso, Rand deseó intensamente que Mat y Perrin estuvieran allí. Perrin sabía cómo había que hablar a las chicas y Mat era capaz de mentir con semblante imperturbable, pero él no era ducho en ninguno de esos dos campos.
De pronto Selene sonrió, esbozando una reverencia medio burlona.
—Mantendré vuestro secreto, mi señor Rand al’Thor.
Rand le lanzó una ojeada y volvió a aclararse la garganta. «¿Está enfadada conmigo? Seguro que lo estaría si hubiera intentado besarla. Creo que sí.» Deseaba que no lo mirase del modo como lo hacía, como si supiera qué estaba pensando.
—Hurin, ¿existe alguna posibilidad de que los Amigos Siniestros utilizaran esta Piedra antes de nosotros?
El husmeador sacudió la cabeza con aire pesaroso.
—Estaban desviándose hacia el oeste, lord Rand. A menos que esos Portales de Piedra sean más numerosos de lo que a mí me ha parecido, diría que todavía están en el otro mundo. Pero no tardaría ni una hora en comprobarlo. La tierra es la misma aquí que allí. Podría encontrar el lugar donde perdí su rastro allí, ¿comprendéis?, y ver si ya se han ido.
Rand observó el cielo. El sol, un espléndido sol que nada tenía de pálido, descendía hacia poniente, proyectando largas sombras que cruzaban la hondonada. El crepúsculo sería completo al cabo de una hora.
—Por la mañana —decidió—. Pero me temo que los hemos perdido. —«¡No podemos perder esa daga! ¡No podemos!»—. Selene, suponiendo que así sea, mañana os acompañaremos a vuestra casa. ¿Está en la misma ciudad de Cairhien o…?
—Tal vez no hayáis perdido aún el Cuerno de Valere —señaló lentamente Selene—. Como sabéis, conozco algunas cosas sobre estos mundos.
—Los espejos de la Rueda —dijo Loial.
—Sí —asintió la mujer—. Exactamente. Esos mundos son realmente una suerte de espejos, en especial aquellos donde no hay personas. Algunos sólo reflejan los grandes acontecimientos acaecidos en el mundo real, pero otros contienen una sombra de dicho reflejo antes incluso de que se produzca un hecho. El paso del Cuerno de Valere ha de ser sin duda un gran evento. Las proyecciones de algo futuro son más imperceptibles que las del presente o el pasado, lo cual concuerda con la apreciación de Hurin respecto a lo difuso del olor.
—¿Queréis decir, mi señora —preguntó parpadeando Hurin, incrédulo—, que he estado oliendo el lugar por donde van a pasar esos Amigos Siniestros? Que la Luz me ampare, no sería eso de mi agrado. Ya es bastante horrible oler la violencia donde se ha cometido, sin tener que notar la que aún no se ha producido. Seguramente hay pocos lugares en donde no se ha dado algún hecho violento en un momento u otro. Eso me volvería loco, a no dudarlo. Ese sitio del que acabamos de salir a punto estuvo de hacerlo. Lo percibía constantemente: las matanzas, las agresiones y las más abyectas maldades que uno pueda imaginarse. Incluso podía notar el olor que emanábamos nosotros, todos nosotros. Incluso vos, mi señora, si me permitís decirlo. Era sólo ese lugar, que tergiversaba mis sentidos igual que deformaba la visión. —Se estremeció—. Estoy contento de estar aquí. Todavía no he podido librarme del todo de esos olores.
Rand rozó distraídamente la marca impresa en su palma.
—¿Qué opinas, Loial? ¿Podríamos habernos adelantado realmente a los Amigos Siniestros de Fain?
—No lo sé, Rand —repuso, frunciendo el entrecejo, el Ogier—. No sé nada de esto. Creo que hemos regresado a nuestro mundo. Me parece que estamos en la Daga del Verdugo de la Humanidad. Aparte de eso… —Se encogió de hombros.
—Deberíamos acompañaros a casa, Selene —propuso Rand—. Vuestra familia debe de estar preocupada.
—Dentro de pocos días comprobaréis que estoy en lo cierto —replicó con impaciencia ésta—. Hurin puede localizar el punto donde perdió el rastro, según él mismo ha afirmado. Podemos apostarnos allí. El Cuerno de Valere no tardará mucho en llegar. El Cuerno de Valere, Rand. Pensad en ello. El hombre que sople en el Cuerno vivirá eternamente en las leyendas.
—Yo no quiero tener nada que ver con las leyendas —contestó con brusquedad. «Pero si los Amigos Siniestros pasan cerca… ¿Y si Ingtar ha perdido sus huellas? Entonces los Amigos Siniestros se quedarían con el Cuerno de Valere y Mat moriría»—. De acuerdo, esperaremos unos días. En el peor de los casos, encontraríamos probablemente a Ingtar y los demás. No creo que se hayan quedado parados o desistido