sí.
—Ha sido un tiro magnífico —elogió Selene.
—No, yo no soy… —comenzó a decir Rand y luego parpadeó—. ¿El tiro?
—Sí. Era un blanco muy pequeño, ese ojo, moviéndose y a un centenar de pasos. Tenéis un gran tino con ese arco.
—Ah… gracias —tartamudeó Rand—. Es un truco que me enseñó mi padre. —Le explicó cómo Tam lo había adiestrado en el tiro con arco con la ayuda del vacío e incluso llegó a referirle las lecciones de espada que le había impartido Lan.
—La Unidad —dedujo, con tono satisfecho. Al percibir una muda pregunta en los ojos de Rand, agregó—: Así es como lo denominan… en algunos sitios: la Unidad. Para aprender a hacer uso de ello, lo mejor es envolverse continuamente con ella, morar en ella en todo momento; al menos, eso es lo que me han dicho.
Ni siquiera necesitaba reflexionar acerca de lo que le aguardaba en el vacío para conocer su respuesta, pero manifestó algo bien distinto.
—Lo pensaré.
—Llevad ese vacío siempre, Rand al’Thor, y le descubriréis aplicaciones insospechadas.
—He dicho que lo pensaré. —La mujer se dispuso a hablar, pero él la atajó—. Sabéis muchas cosas: sobre el vacío, o la Unidad como vos lo llamáis, sobre este mundo… Loial lee continuamente, es la persona que más libros ha leído de las que yo conozco, y sólo había visto un fragmento que hablara de las Piedras.
Selene se irguió sobre la silla. De improviso le recordó a Moraine, y a la reina Morgase, cuando estaban enojadas.
—Se escribió un libro acerca de estos mundos —dijo con voz tensa—: Los espejos de la Rueda. Como veis, el alantin no conoce todos los libros que existen.
—¿Por qué lo llamáis alantin? Nunca he oído…
—El Portal de Piedra junto al que desperté está allí —lo interrumpió Selene, señalando las montañas de la derecha. Rand deseó de pronto sentir su calidez, sus sonrisas—. Si me lleváis hasta él, podréis devolverme a casa, tal como me habéis prometido. Podemos llegar dentro de una hora.
Rand apenas miró el lugar al que apuntaba. Si utilizaba la Piedra —el Portal de Piedra, como ella lo llamaba— para devolverla al mundo real, debería esgrimir el Poder.
—Hurin, ¿cómo está el rastro?
—Más difuso que nunca, lord Rand, pero sigue ahí. —El husmeador agasajó a Selene con una rápida sonrisa y una inclinación de cabeza—. Creo que está comenzando a desviarse hacia el oeste. Allí, hacia la punta de la Daga, hay unos puertos más franqueables, según recuerdo de la vez que fui a Cairhien.
Rand exhaló un suspiro. «Fain o uno de sus Amigos Siniestros ha de conocer otra manera de usar las Piedras. Un Amigo Siniestro es incapaz de utilizar el Poder.»
—Debo ir en pos del Cuerno, Selene.
—¿Cómo sabéis que vuestro precioso Cuerno se halla siquiera en este mundo? Venid conmigo, Rand. Hallaréis vuestra leyenda, os lo prometo. Venid conmigo.
—Podéis franquear la Piedra, ese Portal de Piedra, por vuestros propios medios —replicó con furia, sin poder contener las palabras que ya hubiera deseado retirar antes de pronunciar. «¿Por qué tiene que seguir hablándome de leyendas?» Obstinadamente, se obligó a continuar—. El Portal de Piedra no os trajo aquí sin más: vos lo hicisteis, Selene. Si hicisteis que la Piedra os transportara hasta aquí, también podéis hacer que os traslade de regreso. Os llevaré hasta ella, pero después debo seguir la búsqueda del Cuerno.
—Yo no sé nada acerca del uso de los Portales de Piedra, Rand. Si hice algo, ignoro qué fue.
Rand la observó. Estaba sentada en la silla, alta y con la espalda erguida, con un aire tan majestuoso como antes, pero algo más sumisa. Orgullosa y a un tiempo vulnerable, dependiente de él. Le había calculado la edad de Nynaeve, varios años mayor que él, pero advirtió que se había equivocado. Tendría más bien la misma edad que él, y era hermosa, y lo necesitaba. La noción, la simple noción del vacío se agitó en su mente, acompañada de la luz. El Saidin. Para utilizar el Portal de Piedra, debía sumergirse de nuevo en su infección.
—Quedaos conmigo, Selene —propuso—. Encontraremos el Cuerno y la daga de Mat y hallaremos la manera de regresar. Os lo prometo. Sólo tenéis que quedaros conmigo.
—Sois… —Selene respiró hondo, como si quisiera calmarse—, sois muy testarudo. Bien, admiro la tenacidad en un hombre. El hombre que es demasiado dócil tiene escaso valor.
Rand se ruborizó. Aquello se parecía demasiado a lo que le reprochaba en ocasiones Egwene, con la diferencia de que ella era prácticamente su prometida desde que eran niños. En boca de Selene, y acompañadas de la mirada directa que le asestó, las mismas palabras le produjeron una conmoción. Se volvió para indicar a Hurin que siguiera concentrado en el rastro.
Tras ellos sonó un distante gruñido gutural. Aún no había tenido Rand tiempo de volverse para mirar cuando se oyó otro gruñido, seguido de tres más. En un principio no logró distinguir nada, pues el paisaje parecía agitarse ante sus ojos, pero luego, entre los abundantes bosquecillos de árboles, justo encima de la colina, vio cinco formas, al parecer a tan sólo medio kilómetro de distancia, a unos cien pasos a lo sumo, y aproximándose a enorme velocidad.
—Grolm —constató tranquilamente Selene—. Una manada reducida, pero parece que han percibido nuestro olor.
CAPÍTULO 17
Elecciones
—No nos alcanzarán —dijo Rand—. Hurin, ¿puedes galopar sin perder el rastro?
—Sí, lord Rand.
—Entonces síguelo. Vamos a…
—No servirá de nada —objetó Selene. Su blanca yegua era la única montura que no se había inmutado con los roncos gruñidos de los grolms—. Jamás cejan en su persecución. Una vez que han captado el olor, los grolm continúan acercándose, día y noche, hasta abatir a su presa. Hay que matarlos o encontrar la manera de ir a otro lugar. Rand, el Portal de Piedra puede transportarnos a otro lugar.
—¡No! Podemos matarlos. Yo puedo hacerlo. Ya he acabado con uno. Sólo son cinco. Si pudiera encontrar… —Buscó en los alrededores el emplazamiento adecuado y lo halló—. ¡Seguidme! —Hincando los talones en sus flancos, puso a Rojo al galope, con la seguridad de que los demás lo secundarían.
El lugar elegido era una redondeada colina baja carente de árboles, a la que nada podía acercarse sin ser advertido. Desmontó y desató su largo arco. Loial y Hurin se reunieron con él en el suelo, el Ogier con su enorme barra en mano y el husmeador blandiendo su espada corta. Ninguna de aquellas armas sería de gran eficacia si los grolm se aproximaban. «No dejaré que se acerquen.»
—Éste es un riesgo innecesario —insistió Selene que, inclinada en la silla, observaba a Rand sin apenas dedicar una mirada a los grolm—. Podemos llegar fácilmente al Portal de Piedra.
—Los contendré. —Rand se apresuró a contar las flechas que le quedaban en la aljaba: dieciocho, cada una de ellas tan larga como su brazo, y diez de ellas con puntas como cinceles, destinadas a penetrar las armaduras de los trollocs. Serían tan útiles para los grolm como para los trollocs. Clavó cuatro en el suelo frente a él y colocó una quinta en el arco—. Loial, Hurin, aquí no cumplís ningún cometido. Montad y preparaos a llevar a Selene a la Piedra si alguno se acerca. —Se preguntó si sería capaz de matar a una de las criaturas con la espada, llegado el caso. «¡Estás loco! Incluso el Poder no es tan temible como eso.»
Loial dijo algo que él, invocando ya el vacío, tanto para soslayar sus pensamientos como por necesidad, no escuchó. «Sabes muy bien lo que te aguarda. Pero así no debo tener contacto con él.» El resplandor estaba allí, aquella luz apenas perceptible. Parecía fluir hacia él, pero el vacío era completo. Los pensamientos giraban sobre la superficie de la calma, visibles en aquella luz contaminada. «El Saidin. El Poder. La Locura. La Muerte.» Eran pensamientos foráneos, pues ya había alcanzado la unidad con el arco, con la flecha, con los animales situados en el siguiente altozano.
Los grolm, cinco grandes bultos de tres ojos con picudas fauces abiertas, se acercaban, adelantándose unos a otros con sus saltos. Sus guturales chillidos rebotaban en el vacío, apenas percibidos.
Rand no tuvo conciencia de alzar el arco ni de pegarlo a su mejilla. Estaba compenetrado con las bestias, con el ojo central de la primera. Entonces el proyectil se alejó. El primer grolm cayó; uno de sus compañeros saltó sobre él y desgarró bocados de carne con el pico. Gruñó a los otros, pero éstos se abrieron en círculo para sortear al caído y continuaron avanzando. Como si algo lo compeliera, el grolm abandonó la comida y saltó tras ellos, con su picuda fauce ya sangrienta…
Rand se movió suave e inconscientemente, apuntando y disparando. Apuntando y disparando.
Cuando la quinta flecha abandonó el arco, bajó éste, aún sumido en el vacío, mientras el cuarto grolm se desplomaba como una descomunal marioneta a la que le hubieran cortado las cuerdas. Aun cuando el postrer proyectil todavía estuviera surcando el aire, de algún modo tenía la certeza de que no era necesario realizar otro tiro. La última bestia se desmoronó como si sus huesos hubieran perdido consistencia, con una saeta emplumada clavada en el ojo del medio. En todos los casos había acertado al ojo central.
—Magnífico, lord Rand —alabó Hurin—. Nunca…, nunca había visto a nadie disparar así.
El vacío retenía a Rand. La luz lo llamaba y él… anhelaba… tocarla. La luz lo rodeaba, lo henchía.
—¿Lord Rand? —Hurin le tocó el brazo y Rand se sobresaltó, sustituyendo el vacío por lo que había en torno a sí—. ¿Estáis bien, mi señor?
Rand se frotó la frente con la punta de los dedos. Estaba seca, aunque se sentía como si debiera estar cubierta de sudor.
—Estoy…, estoy bien, Hurin.
—Se vuelve más sencillo a medida que se practica, eso me han dicho —afirmó Selene—. Cuanto más tiempo se vive en la Unidad, más fácil es.
Rand lanzó una ojeada hacia ella.
—Bien, no voy a necesitarlo de nuevo, al menos por un tiempo.
«¿Qué ha sucedido? Quería…» Todavía sentía deseos de hacerlo, advirtió horrorizado. Quería regresar al vacío, sentirse nuevamente henchido por aquella luz. Había tenido la impresión de estar realmente vivo entonces, con la sensación de vértigo incluida, y lo que experimentaba ahora no era más que una imitación. No, peor aún. Había estado casi vivo, había conocido cómo sería estar «vivo». Todo cuanto tenía que hacer era tender la mano hacia el Saidin…
—No otra vez —murmuró. Posó la mirada sobre los grolm muertos, cinco monstruosas formas tendidas en el suelo. Ya no entrañaban peligro—. Ahora podemos reemprender…
Un gruñido gutural, excesivamente familiar, sonó más allá de los cadáveres de los grolm, al otro lado de la siguiente colina, y fue respondido por otros similares. Por el este y el oeste, se oyeron otros.
Rand se dispuso a levantar el arco.
—¿Cuántas flechas os quedan? —preguntó Selene—. ¿Podéis matar veinte grolm? ¿Un centenar? Debemos ir al Portal de Piedra.
—Tiene razón, Rand —convino Loial—. Ahora ya no tienes otra alternativa. —Hurin miraba ansiosamente a Rand. Los grolm chillaban sin cesar.
—La Piedra —acordó, remiso, Rand antes de volver a montar y colgarse el arco a la espalda—. Llevadnos a esa Piedra, Selene.
Asintiendo con la cabeza, la mujer volvió grupas y espoleó la yegua. Rand y los demás partieron tras ella, Loial y Hurin con impaciencia y él a desgana. Los aullidos de los grolm los perseguían, emitidos, al parecer, por cientos de gargantas. A juzgar por su sonido, los grolm estaban apostados en torno a ellos en un semicírculo que iba estrechándose por todos lados salvo enfrente.
Selene los guió veloz