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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 58
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suave?»

—Hurin, ¿dónde está el rastro? ¿Hurin? ¡Hurin!

El husmeador se sobresaltó, dejando de contemplar a Selene.

—Sí, lord Rand. Eh… el rastro. Hacia el sur, mi señor. Todavía va hacia el sur.

—Entonces en marcha. —Rand dirigió una inquieta mirada a la masa verde grisáceo del grolm tendido en el arroyo. Había sido preferible creer que eran los únicos seres vivos en aquel mundo—. Sigue el rastro, Hurin.

Selene cabalgó un rato junto a Rand, hablando de temas diversos, haciéndole preguntas y llamándolo señor. Media docena de veces él estuvo dispuesto a decirle que él no era un noble, sino sólo un pastor, y en cada una de ellas, al mirarla, fue incapaz de hallar las palabras. Estaba seguro de que una dama como ella no conversaría del mismo modo con un pastor, aun cuando éste le hubiera salvado la vida.

—Seréis un gran hombre cuando encontréis el Cuerno de Valere. Un hombre destinado a pasar a la leyenda —pronosticó—. El hombre que sople el Cuerno forjará su propia leyenda.

—No quiero hacerlo sonar ni formar parte de ninguna leyenda. —No sabía si ella llevaba algún perfume, pero parecía exudar un olor propio, un aroma que le asaltaba la mente; un olor a especias, dulce y penetrante, que le hacía cosquillas en la nariz y lo obligaba a tragar saliva.

—Todos lo hombres desean ser importantes. Podríais ser el hombre más prominente de todas las eras.

Aquello se asemejaba demasiado a lo que había dicho Moraine. El Dragón Renacido sería recordado sin duda con el transcurso de las eras.

—Yo no —disintió fervientemente—. Yo sólo… —Imaginó su desdén si le confesaba que no era más que un pastor después de haber permitido que lo creyera un señor, y modificó el curso de su frase—. …Sólo trato de encontrarlo. Y de ayudar a un amigo.

—Os habéis lastimado la mano —señaló Selene, tras un momento de silencio.

—No es nada. —Se dispuso a introducir la mano herida, dolorida de tanto sostener las riendas, en la chaqueta, pero ella alargó la suya y lo retuvo.

Fue tanta su sorpresa que la dejó hacer, y luego no le quedó más alternativa que apartarla rudamente o dejar que desenvolviera el pañuelo. El contacto de su mano era fresco y firme. Su palma estaba roja e hinchada, pero la garza aún destacaba claramente en ella. Selene tocó la marca con un dedo, pero no realizó ningún comentario, ni siquiera para preguntar cómo se había impreso tal forma.

—Esto podría agarrotaros la mano si no se cura. Tengo un bálsamo que os vendrá bien. —Sacó un pequeño frasco de piedra de un bolsillo de su capa, lo destapó y comenzó a aplicar suavemente una pomada en la herida.

El ungüento le refrescó momentáneamente, para penetrar enseguida en su piel. Tenía unos efectos tan benéficos como la mayoría de preparados de Nynaeve. Observó con sorpresa cómo cedía el enrojecimiento y la hinchazón a medida que ella frotaba la herida.

—Algunos hombres —comentó, sin apartar la mirada de su mano— deciden ir en pos de la grandeza, mientras que otros se ven forzados a aceptarla. Siempre es mejor elegir que cumplir una obligación. El hombre que actúa bajo presión nunca llega a dominar la situación. Debe danzar al compás de las cuerdas que accionan quienes lo han inducido.

Rand retiró la mano. La marca aparecía casi curada, como si hubiera transcurrido una semana desde que había sufrido la quemadura.

—¿A qué os referís? —preguntó con brusquedad.

La mujer le sonrió y él se sintió avergonzado por la violencia de su reacción.

—Al Cuerno, claro está —respondió con calma, guardando el bálsamo. Su yegua, que caminaba junto a Rojo, era lo bastante alta como para que sus ojos quedaran tan solo un poco más abajo que los de Rand—. Si encontráis el Cuerno de Valere, no habrá medio de evitar una posición prominente. Pero ¿será ésta impuesta o vais a asumirla por propia voluntad? Ésa es la cuestión.

—¿Sois una Aes Sedai? —inquirió, relacionando su manera de argumentar con la de Moraine.

—¿Una Aes Sedai? —Selene enarcó las cejas y sus ojos rutilaron, pero su voz sonó imperturbable—. ¿Yo? No.

—No era mi intención ofenderos. Lo siento.

—¿Ofenderme? No lo habéis hecho, pero yo no soy Aes Sedai. —Frunció lo labios, mostrando una hermosura intacta, a pesar del desdén de su gesto—. Se refugian en lo que creen les aporta seguridad cuando podrían hacer tanto. Se someten cuando podrían dominar, permiten que los hombres libren guerras cuando podrían imponer el orden en el mundo. No, nunca me llaméis Aes Sedai. —Sonrió y dejó reposar la mano en su brazo para demostrarle que no estaba enojada. Su contacto, sin embargo, le hizo tragar saliva y fue un alivio para él que poco después se rezagara para cabalgar al lado de Loial. Hurin inclinó la cabeza ante ella como si fuera un viejo criado de la familia.

Con todo, Rand no pudo disfrutar de la tranquilidad, pues echaba de menos su presencia. Selene se encontraba dos palmos más atrás, al lado de Loial, el cual se inclinaba profundamente sobre la silla para poder hablar con ella, pero no era comparable a cuando se hallaba junto a él, tan cerca que podía percibir su aroma o alargar la mano y tocarla. Volvió la vista al frente después de girar la cabeza. No era que quisiera tocarla exactamente —se recordaba a sí mismo que amaba a Egwene y se sentía culpable por tener que hacerlo— pero era tan hermosa… Además, lo había tomado por un señor, y afirmaba que se convertiría en un gran hombre. Sostuvo una agria discusión consigo mismo. «Moraine también prevé que serás un gran hombre: el Dragón Renacido. Selene no es una Aes Sedai. Lo cierto es que ella es una aristócrata de Cairhien y tú un pastor. Eso no lo sabe ella. ¿Durante cuánto tiempo vas a permitir que siga en el error? Sólo hasta que salgamos de este lugar. Si es que salimos.» Llegados a ese punto, sus pensamientos cedieron paso a un lúgubre silencio.

Trató de observar con atención las tierras que cruzaban. Si Selene decía que había más criaturas de aquéllas…, esos grolm…, debía de estar en lo cierto. Hurin se hallaba demasiado concentrado en oler el rastro para reparar en algo ajeno a él, y Loial estaba tan absorto en su conversación con Selene que no habría advertido nada hasta que no le hubiera mordido el talón. Era difícil mantener la vigilancia, pues los movimientos bruscos de cabeza le nublaban la visión y la percepción de las distancias variaba enormemente según el ángulo desde el que miraba.

Las montañas se encontraban cada vez más cerca, de eso no le cabía duda. La Daga del Verdugo de la Humanidad se recortaba ahora en el cielo con sus aserrados picos de nevadas cumbres. El terreno que pisaban iba ascendiendo ya en faldas de colinas que anunciaban la proximidad de las montañas. Llegarían al pie de la cadena antes del anochecer, tal vez incluso en una hora o dos. «Más de quinientos kilómetros en menos de tres días. Y, lo que es peor, uno de ellos lo dedicamos a cabalgar al sur del Erinin en el mundo real, con lo cual son más de quinientos kilómetros en menos de dos días aquí.»

—Dice que tenías razón respecto a este lugar, Rand.

Rand tuvo un sobresalto antes de advertir que Loial se había situado a su lado. Se volvió para mirar dónde estaba Selene y vio que ésta cabalgaba ahora junto a Hurin, el cual sonreía, hundía la cabeza y hacía toda clase de aspavientos, celebrando cada una de las palabras de la mujer. Rand miró de soslayo al Ogier.

—Me sorprende que la hayas dejado apartarse, a juzgar por la manera como teníais pegadas las cabezas. ¿A qué te refieres con que tenía razón?

—Es una mujer fascinante, ¿verdad? Algunos de los mayores no tienen tantos conocimientos como ella sobre la historia, en especial sobre la Era de Leyenda y acerca de… Oh, sí. Dice que tenías razón respecto a lo de los Atajos, Rand. Algunos Aes Sedai estudiaron los mundos como éste y construyeron los Atajos basándose en esas averiguaciones. Según cuenta, hay mundos en los que no es la distancia lo que cambia sino el tiempo. Uno podría pasar un día en uno de esos sitios y al regresar encontrarse con que en el mundo real había transcurrido un año, o veinte. También podría darse el caso contrario. Esos mundos, entre los que se incluye éste, son reflejos del mundo real, a decir de Selene. Éste nos parece desvaído porque es una proyección débil, un mundo que tenía pocas posibilidades de existir. Otros son casi tan palpables como nuestro propio mundo y hay gente en ellos. Las mismas personas, dice, Rand. ¡Imagínatelo! Podrías ir a uno de ellos y encontrarte contigo mismo. El Entramado tiene infinitas variaciones, me ha explicado, y cada una de las que entran dentro de lo probable, se materializan.

Rand sacudió la cabeza pero se arrepintió de ello al notar cómo el paisaje se desplazaba vertiginosamente adelante y atrás y el estómago le daba un vuelco.

—¿Cómo sabe todo eso? Tú sabes más cosas que ninguna de las personas que conozco, Loial, y sólo tenías unas ligeras nociones sobre este mundo, apenas rumores.

—Es cairhienina, Rand. La Biblioteca Real de Cairhien es una de las mayores del mundo, tal vez la más importante después de la de Tar Valon. Los Aiel la respetaron deliberadamente, como ya sabes, cuando quemaron Cairhien. Nunca destruyen un libro. ¿Sabías que…?

—Me tienen sin cuidado los Aiel —lo atajó Rand con rudeza—. Si Selene sabe tanto, tal vez haya leído la manera de poder regresar a casa. Ojalá Selene…

—¿Qué es lo que deseáis de Selene? —inquirió, riendo, la mujer al unirse a ellos.

Rand la miró como si hubiera estado ausente durante meses, tal era su sentimiento.

—Ojalá Selene cabalgara conmigo un trecho más —Improvisó. Loial rió entre dientes y Rand sintió que le ardía la cara.

—¿Seréis tan amable de excusarnos, alantin? —se disculpó Selene, dedicando una sonrisa a Loial.

El Ogier esbozó una reverencia y dejó, remiso, que su caballo permaneciera atrás.

Rand cabalgó en silencio un tiempo, disfrutando de la presencia de Selene. De vez en cuando la miraba por el rabillo del ojo. Hubiera deseado no abrigar dudas acerca de ella. ¿Sería una Aes Sedai, a pesar de haberlo desmentido? ¿Alguien enviado por Moraine para inducirlo a tomar la vía que había de seguir en consonancia con los planes de las Aes Sedai? Moraine no podía haber previsto que serían transportados a ese extraño mundo y ninguna Aes Sedai habría intentado defenderse de esa bestia con un palo cuando le habría sido posible fulminarla o ahuyentarla mediante el Poder. Bien, dado que lo tomaba por un señor y que nadie de Cairhien estaba al corriente de lo contrario, podía continuar dejando que lo considerara como tal. Era sin duda la mujer más bella que había visto nunca, inteligente y cultivada, y pensaba que él era valiente, ¿qué más podía pedir un hombre de una esposa? «Eso es otra locura. Si pudiera casarme con alguien, me casaría con Egwene, pero no puedo pedirle a nadie que una su vida a la de un hombre que va a enloquecer y tal vez a hacerle daño.» Pero Selene era tan hermosa…

Advirtió que ella estaba examinando su espada y preparó mentalmente una explicación: no, él no era un maestro espadachín, sino que su padre le había entregado el arma. «Tam. Luz, ¿por qué no puedes ser realmente mi padre?» Apartó con brusquedad el pensamiento de

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