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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 49
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hubieran visto obligados a entrar en la Llaga en pos del Cuerno de Valere. Los sueños habían sido siempre angustiantes, pero en un principio eran pesadillas normales. Cuando arribaron a Medo, no obstante, su naturaleza había cambiado.

—Dispensad, Aes Sedai —se disculpó educadamente Egwene—, pero ¿no habréis visto a Moraine Sedai?

La esbelta Aes Sedai le hizo señas para que se apartase y se apresuró a adentrarse en la atestada calle iluminada con antorchas, gritando a alguien que tuviera cuidado con el caballo. La mujer era del Ajah Amarillo, aun cuando no llevara el chal entonces. Egwene no disponía de más datos acerca de ella, ni siquiera su nombre.

Medo era un pueblo pequeño; así lo consideró Egwene, sorprendida al caer en la cuenta de que lo que le parecía ahora un «pueblecito», a la sazón abarrotado de forasteros que superaban en número a sus habitantes habituales, era tan grande como el Campo de Emond. Las caballerías y personas llenaban las angostas calles, avanzando a empellones hacia los muelles entre lugareños que se hincaban de rodillas al paso de las Aes Sedai. Una violenta luz de antorchas iluminaba toda la escena. Los dos muelles sobresalían por encima del río Mora cual dedos de piedra y en cada uno de ellos había amarrados un par de barcos de dos mástiles. Las monturas estaban siendo izadas a bordo por medio de palos de carga, sogas y piezas de lona bajo el vientre. En el río, alumbrado por la luna, aguardaban más embarcaciones, altas y resistentes, con linternas en lo alto de los mástiles, ya dispuestas o en espera de recibir su carga. Los barcos de remo transportaban a los arqueros y piqueros, cuyas lanzas en ristre conferían a las embarcaciones el aspecto de gigantescos seres de espaldas erizadas de púas que nadaran en la superficie.

En el muelle, Egwene encontró a Anaiya, supervisando las operaciones de carga y azuzando a quienes no circulaban con suficiente diligencia. A pesar de que ésta apenas le había dirigido la palabra, a Egwene le parecía distinta de las demás, más semejante a las mujeres de su pueblo. Egwene podía imaginarla horneando un pastel en la cocina, lo cual no conseguía hacer con ninguna de las otras.

—Anaiya Sedai, ¿habéis visto a Moraine Sedai? Necesito hablar con ella.

La Aes Sedai miró en torno a sí con ademán ausente.

—¿Cómo? Oh, eres tú, hija. Moraine se ha ido. Y tu amiga, Nynaeve, ya ha embarcado en el Reina fluvial. Yo misma he tenido que cargarla en el bote, gritándole que no partiría sin ti. ¡Luz, qué alboroto! Tú deberías estar a bordo también. Busca un bote que salga hacia el Reina fluvial. Las dos viajaréis con la Sede Amyrlin, de modo que deberéis comportaros allí. Nada de escenas ni berrinches.

—¿En qué barco va Moraine Sedai?

—Moraine Sedai no está en ningún barco, muchacha. Se fue hace dos días y la Amyrlin está furiosa a causa de ello. —Anaiya sonrió, sacudiendo la cabeza, si bien la mayor parte de su atención permanecía aún fija en los trabajadores—. Primero Moraine desaparece con Lan, luego Liandrin, pisándole los talones a Moraine, y después Verin, las tres sin decir una palabra a nadie. Verin ni siquiera se llevó a su Guardián; Tomás está comiéndose las uñas de preocupación por ella. —La Aes Sedai lanzó una ojeada al cielo. La luna creciente brillaba sin el obstáculo de las nubes—. Habremos de invocar de nuevo al viento, y a la Amyrlin tampoco le complacerá esto. Pretende que estemos en camino hacia Tar Valon dentro de una hora y no aceptará demora alguna. No me gustaría estar en la piel de Moraine, Liandrin o Verin cuando comparezcan de nuevo ante ella. Seguro que preferirían regresar al noviciado. Vaya, hija, ¿qué te ocurre?

Egwene respiró hondo. «¿Que Moraine se ha ido? ¡No es posible! Tengo que decírselo a alguien, alguien que no se burle de mí.» Imaginó a Anaiya en el Campo de Emond, escuchando los problemas expuestos por su hija; aquella mujer encajaba en el papel.

—Anaiya Sedai, Rand está en apuros.

Anaiya la miró con aire pensativo.

—¿Aquel chico tan alto de tu pueblo? Ya lo estás echando de menos, ¿no es cierto? Bueno, no me sorprendería que estuviera en apuros. Los jóvenes de su edad suelen estarlo. Aunque era el otro… ¿Mat?… el que parecía en dificultades. Muy bien, hija. No es mi intención mofarme de ti ni sonsacarte nada. ¿Qué clase de apuros y cómo tienes noticia de ello? A estas alturas seguramente él y lord Ingtar habrán recuperado el Cuerno y habrán regresado a Fal Dara. De lo contrario, habrán tenido que ir tras él hasta la Llaga y no hay nada que podamos hacer al respecto.

—Yo… no creo que estén en la Llaga ni de regreso a Fal Dara. Tuve un sueño. —Lo dijo con cierto tono de desafío. Se le antojó algo estúpido al explicarlo, pero le había parecido terriblemente real; una auténtica pesadilla, pero real. Primero había aparecido un hombre con una máscara sobre el rostro y fuego en lugar de ojos. A pesar de la máscara, había tenido la impresión de que le había sorprendido verla. Su mirada la había empavorecido tanto que creyó que sus huesos iban a quebrarse de tanto temblar, pero de improviso se había esfumado y entonces vio a Rand dormido en el suelo, envuelto en su capa. Una mujer estaba de pie a su lado, mirándolo. Tenía la cara en sombras, pero sus ojos parecían brillar como la luna, y Egwene había tenido la certeza inmediata de que era malvada. Después hubo una fulguración y ambos desaparecieron. Y planeando sobre todo ello, casi como una cosa independiente, estaba la sensación de peligro, como si una trampa estuviera empezando a cerrarse sobre un cordero desprevenido, una trampa con múltiples mandíbulas; como si el tiempo transcurriera más lentamente y ella pudiera observar cómo las aceradas mandíbulas iban acercándose entre sí. El sueño no se había desvanecido al despertar, no del modo en que lo hacían los sueños, y notaba con tanta fuerza el peligro que deseaba mirar a sus espaldas, pero de algún modo sabía que la presa codiciada era Rand y no ella.

Se preguntó si la mujer era Moraine y luego se reprendió por pensarlo. Liandrin encajaba mejor en ese papel. O tal vez Alanna; ella también había mostrado interés por Rand.

No lograba comenzar a explicárselo a Anaiya.

—Anaiya Sedai —dijo al fin—, sé que parece estúpido, pero está en peligro, un gran peligro. Lo sé. Lo percibí. Aún lo noto.

—Bien —replicó quedamente Anaiya con ademán reflexivo—, es una posibilidad que apuesto no ha considerado nadie. Tal vez seas una Soñadora. Existe una posibilidad mínima, hija, pero… No hemos tenido ninguna durante… oh… cuatrocientos o quinientos años. Y los sueños están estrechamente relacionados con la predicción. Si de veras puedes soñar, es posible que también puedas realizar augurios. Eso sería un dedo que clavar en los ojos de las Rojas. Desde luego, podría tratarse de una pesadilla ordinaria, ocasionada por la noche, la comida fría y las duras jornadas de viaje soportadas desde que salimos de Fal Dara. Y que añores a tu joven amigo. Es lo más probable. Sí, sí, hija lo sé. Estás preocupada por él. ¿Precisaba tu sueño qué tipo de peligro?

—Se esfumó simplemente —respondió Egwene, sacudiendo la cabeza—, y sólo sentí el peligro. Y la maldad. Lo percibía aún después de que todo se hubiera desvanecido. —Se estremeció y se restregó las manos—. Todavía lo noto.

—Bien, hablaremos más largamente de ello en el Reina fluvial. Si eres una Soñadora, me ocuparé de que recibas el entrenamiento que Moraine te daría de estar… ¡Eh, tú! —gritó de pronto la Aes Sedai y Egwene tuvo un sobresalto. Un hombre alto, que acababa de sentarse en una barrica de vino, se levantó de un salto. Otros aligeraron el paso—. ¡Eso es para cargarlo a bordo, no para descansar encima! Hablaremos en el barco, hija. ¡No, necio! ¡No puedes trasladarlo solo! ¿Quieres hacerte daño? —Anaiya bajó al muelle, atribulando al infortunado obrero con un lenguaje más descarnado de lo que Egwene la hubiera creído capaz.

Egwene escrutó la oscuridad, hacia el sur. Allí estaba él, en algún lugar. No en Fal Dara ni en la Llaga. Estaba convencida de ello. «Resiste, cabeza de chorlito. Si dejas que te maten antes de que pueda sacarte de esto, te desollaré vivo.» No se le ocurrió preguntarse de qué manera iba a salvarlo ella de algo, yendo como iba a Tar Valon.

Arrebujándose en la capa, se dispuso a buscar un bote que se dirigiera al Reina fluvial.

CAPÍTULO 13

De piedra a piedra

La luz del sol naciente despertó a Rand, el cual dudó si no estaría soñando. Se sentó lentamente, mirando en derredor. Todo había cambiado, o casi todo. El sol y el cielo eran los mismos que esperaba ver, aunque pálidos y excesivamente poblados de nubes. Loial y Hurin aún yacían a ambos lados de él, dormidos bajo sus capas, y sus caballos todavía permanecían trabados a corta distancia, pero el resto había desaparecido. Soldados, monturas y amigos, todo se había esfumado.

La hondonada en sí también se había modificado y ahora se encontraban en su centro, en lugar de en uno de sus extremos. Junto a la cabeza de Rand se alzaba un cilindro de piedra gris, de tres palmos de altura y un grosor de un paso, cubierto con cientos, tal vez miles, de diagramas profundamente labrados y marcas en algún lenguaje que él no reconoció. El suelo, tan liso como el piso de una morada, se hallaba pavimentado con losas blancas, pulidas hasta casi refulgir. Unos amplios y elevados escalones ascendían hacia el borde del hoyo en anillos concéntricos de piedras de distinto color. Y en los alrededores del borde, los árboles aparecían ennegrecidos y desfigurados, como arrasados por rayos. Todo parecía más pálido de lo que debiera ser, al igual que el sol: más impreciso, como percibido entre la niebla. Lo curioso era que no había niebla. Únicamente ellos tres y los caballos ofrecían una imagen realmente compacta. Sin embargo, cuando tocó la piedra que tenía bajo él, notó una solidez normal. Zarandeó a Loial y a Hurin.

—¡Despertad! Despertad y decidme que no estoy soñando. ¡Despertad, os lo ruego!

—¿Ya es de mañana? —comenzó a preguntar Loial, sentándose. Después abrió desmesuradamente la boca y sus grandes ojos.

Hurin se despertó sobresaltado; luego se levantó de un salto, como una pulga que se hubiera posado en una piedra candente, para escudriñar a su alrededor.

—¿Dónde estamos? ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde están todos? ¿Dónde estamos, lord Rand? —Cayó de hinojos, frotándose las manos, Pero sus ojos no paraban de mirar de un lado a otro—. ¿Qué ha pasado?

—No lo sé —repuso Rand—. Confiaba en que fuera un sueño, pero… Tal vez sea un sueño. —Él había padecido sueños que no eran tales y aquélla era ciertamente una experiencia que no deseaba repetir ni rememorar. Se levantó con cautela. Todo seguía igual.

—No creo que lo sea —opinó Loial. Estaba examinando la columna y ello no parecía alegrarlo. Sus largas cejas descendían hasta las mejillas y sus copetudas orejas evidenciaban un patente desánimo—. Al parecer, ésta es la misma piedra junto a la que nos acostamos anoche. Ahora ya creo saber qué es. —Por una vez, no dio la impresión de que tal conocimiento lo entusiasmara.

—Eso es… —«No.» El hecho de que fuera la misma piedra no era más absurdo que lo que percibía a su alrededor: Mat, Perrin y los shienarianos desaparecidos como

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