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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 36
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a cinco pasos de distancia de mí. Un Capa Blanca, sin duda, aun cuando no disponga de pruebas. Por favor, incorporaos o seré yo quien se avergüence. —Cuando Agelmar se enderezaba, señaló su manga desgarrada—. Un arquero Capa Blanca, o incluso un Amigo Siniestro. —Sus ojos se alzaron para rozar unos segundos a Rand—. Si era a mí a quien iba destinado el proyectil. —Su mirada se había desplazado ya antes de que pudiera escrutar algo en su semblante, pero de improviso sintió deseos de desmontar y esconderse.

«No iba destinado a ella y ella lo sabe.»

Leane, que había estado arrodillada, se incorporó. Alguien había cubierto con una capa el rostro del hombre en cuyo cuerpo se había prendido la flecha.

—Está muerto, madre —anunció con voz cansada—. Ya lo estaba cuando se desplomó en el suelo. Aun cuando me hubiera encontrado a su lado…

—Has hecho cuanto estaba en tu mano, hija. Nuestros métodos curativos no son efectivos contra la muerte.

—Madre —arguyó Agelmar, aproximándose a ella—, si hay asesinos Capas Blancas en los alrededores, o Amigos Siniestros, debéis permitirme que envíe hombres para que os escolten, hasta el río, al menos. No podría seguir viviendo si os ocurriese algo en Shienar. Por favor, regresad a los aposentos de las mujeres. Os garantizo, por mi vida, que permanecerán custodiados hasta que estéis lista para partir.

—No os alarméis —replicó la Amyrlin—. Este rasguño no va a demorarme ni un momento. Sí, sí, acepto gustosamente vuestra escolta hasta el río, si insistís. Pero no dejaré que este incidente retrase en lo más mínimo a lord Ingtar. Todos los instantes son vitales hasta no haber hallado el Cuerno. ¿Vais a dar la orden de partida a vuestros vasallos, lord Agelmar?

Éste inclinó la cabeza a modo de asentimiento. En aquel momento le habría dado Fal Dara si ella se lo hubiera pedido.

La Amyrlin se giró nuevamente hacia Ingtar y los soldados reunidos tras él. No volvió a dirigir la mirada a Rand, el cual se sorprendió al verla sonreír de súbito.

—Apuesto a que Illian no concede a su Gran Cacería una despedida tan estimulante —aventuró—. Pero la vuestra es la auténtica Cacería del Cuerno. En grupo reducido podréis viajar con rapidez y, sin embargo, sois lo bastante numerosos para cumplir vuestra misión. Os exhorto, lord Ingtar de la casa Shinowa, os exhorto a todos, a buscar el Cuerno de Valere, sin ceder a nada que se interponga en vuestro camino.

Ingtar desenvainó la espada y besó la hoja.

—Por mi vida y alma, por mi casa y honor, lo juro, madre.

—Entonces cabalgad.

Ingtar encaró el caballo en dirección a la puerta.

Rand hincó los talones en los flancos de Rojo y galopó tras la columna que ya flanqueaba la salida de la fortaleza.

Ignorantes de lo acaecido en el interior, los piqueros y arqueros de la Amyrlin permanecían de pie con la Llama de Tar Valon en el pecho, componiendo un pasillo desde las puertas a la ciudad propiamente dicha. Los tambores y heraldos aguardaban junto al umbral, dispuestos a sumarse a su comitiva. Detrás de las hileras de hombres armados, las gentes abarrotaban la plaza a la que desembocaba la ciudadela. Algunos gritaron vítores ante el estandarte de Ingtar y otros creyeron sin duda que aquél era el inicio de la partida de la Sede Amyrlin. Un poderoso clamor acompañó a Rand al cruzar la explanada.

Se reunió con Ingtar cuando recorrían ya las calles pavimentadas de piedra, flanqueadas por tupidas masas de ciudadanos. Algunos también los aclamaron al pasar. Mat y Perrin habían ido cabalgando en cabeza de la expedición, con Ingtar y Loial, pero ambos se rezagaron al llegar Rand. «¿Cómo demonios voy a disculparme si no permanecen cerca de mí el tiempo necesario para decir algo? Diantre, no parece un moribundo precisamente.»

—Changu y Nidao han desaparecido —anunció de improviso Ingtar, con tono frío que expresaba enojo y a un tiempo consternación—. Hemos contado a todas las personas de la fortaleza, vivas o muertas, anoche y esta mañana nuevamente. Son los únicos que no se han encontrado.

—Changu estaba de guardia en las mazmorras ayer —comentó Rand.

—Y Nidao. Cumplieron el segundo turno de vigilancia. Siempre permanecían juntos, aun cuando hubieran de pactar con otros o realizar un trabajo suplementario por ello. No estaban de guardia cuando ocurrió, pero… Ellos pelearon en el desfiladero de Tarwin, hace un mes, y salvaron a lord Agelmar cuando su caballo cayó abatido con trollocs a su alrededor. Y ahora esto: Amigos Siniestros. —Inspiró profundamente—. Todo está desmoronándose.

Un hombre a caballo se abrió paso entre el gentío alineado junto a las casas y se situó detrás de Ingtar. Era un habitante de la ciudad, a juzgar por su atuendo, delgado, con un rostro arrugado y el cabello gris. Llevaba atados en la silla un hatillo y cantimploras y de su cinto pendían una espada de hoja corta, una mellada maza guarnecida de hierro, ¡y un garrote!

Ingtar, advirtió las miradas de Rand.

—Éste es Hurin, nuestro husmeador. No era preciso que las Aes Sedai supieran de su existencia. No es que lo que hace sea reprochable, por supuesto. El rey mantiene un husmeador en Fal Moran, y hay otro en Ankor Dail. Es sólo que a las Aes Sedai no suele gustarles lo que no comprenden, y tratándose de un hombre… No tiene nada que ver con el Poder, desde luego. ¡Aaaah! Explícaselo tú, Hurin.

—Sí, mi señor Ingtar —accedió el hombre. Se inclinó profundamente ante Rand desde la silla de su caballo—. Es un honor serviros, mi señor.

—Llamadme Rand. —Rand le tendió la mano, la cual estrechó sonriendo Hurin un momento después.

—Como deseéis, mi señor Rand. Lord Ingtar y lord Kajin no prestan gran importancia a los modales de un hombre, como tampoco lo hace lord Agelmar, pero dicen en la ciudad que sois un príncipe del sur y algunos señores extranjeros son muy estrictos respecto a la posición que ocupa cada cual.

—Yo no soy un señor—. «Al menos de esto voy a librarme ahora»—. Simplemente soy Rand.

—Como deseéis —respondió pestañeando Hurin—, mi señ… ah… Rand. Yo soy un husmeador, ya veis. Este Día Solar hará tres años que lo soy. Nunca había oído hablar de tal fenómeno hasta entonces, pero tengo entendido que hay unos cuantos como yo. Se inició lentamente, captando malos olores donde nadie olía nada, y fue aumentando. Tardé todo un año en darme cuenta de lo que era. Percibía con el olfato la violencia, los asesinatos y las agresiones, el olor del lugar donde se habían producido, el rastro dejado por sus autores. Cada rastro es diferente, de manera que no hay peligro de confundirlos. Lord Ingtar oyó hablar de ello y me tomó a su servicio, para colaborar con la justicia real.

—¿Podéis oler la violencia? —inquirió Rand. No podía evitar mirarle la nariz. Ésta, sin embargo, era normal, ni larga ni pequeña—. ¿Queréis decir que sois capaz de seguir a alguien que, pongamos por caso, ha matado a otro hombre? ¿Por el olor?

—Lo soy, mi señ… ah… Rand. Se difumina con el tiempo, pero cuanto más terrible sea la violencia, más dura. Ay, puedo oler un campo donde se libró una batalla diez años antes, aunque las trazas de los hombres que estuvieron allí han desaparecido. Allá arriba en las proximidades de la Llaga, las huellas de los trollocs no se desvanecen casi nunca. Los trollocs no sirven para gran cosa más que matar y herir. Una pelea en una taberna, empero, en la que, por ejemplo, se haya roto un brazo…, ese olor sólo persiste unas horas.

—Comprendo por qué no queríais que las Aes Sedai lo supieran.

—Ah, lord Ingtar tenía razón respecto a las Aes Sedai, la Luz las ilumine… ah… Rand. Hubo una en un tiempo en Cairhien, del Ajah Marrón, pero juro que pensé que era del Rojo hasta que me dejó ir, que me tuvo retenido un mes intentando descubrir cómo lo hacía. No le gustaba no saberlo. No paraba de murmurar «¿Es algo antiguo que ha vuelto a manifestarse, o es un fenómeno nuevo?» y de observarme hasta el punto de que cualquiera hubiera pensado que yo estaba usando el Poder Único. Hasta casi me hizo dudar a mí mismo. Pero no me he vuelto loco y no hago nada. Solamente lo huelo.

Rand se acordó de Moraine a su pesar. «Las viejas barreras se debilitan. Nuestro tiempo está impregnado de disolución y cambio. Las cosas antiguas vuelven a manifestarse y otras nuevas tienen nacimiento. Tal vez vivamos lo bastante para ver el fin de una era.» Se estremeció.

—De modo que seguiremos a quienes robaron el Cuerno por medio de vuestra nariz.

Ingtar asintió y Hurin sonrió con orgullo.

—Lo haremos… ah… Rand. Una vez seguí el rastro de un asesino hasta Cairhien y otras, hasta Maradon, para traerlos de vuelta y entregarlos a la justicia real. —Su sonrisa se desvaneció y su semblante reflejó desasosiego—. Éste, sin embargo, es el peor de todos. El asesinato huele mal y las huellas de un asesino apestan, pero éstas… —Arrugó la nariz—. Había hombres en ellas anoche; Amigos Siniestros, seguramente, pero no se puede distinguir a los Amigos Siniestros por el olfato. Lo que seguiré son los trollocs, y el Semihombre. Y algo aún más detestable. —Bajó la voz, frunciendo el entrecejo y murmurando para sí, pero Rand alcanzó a escucharlo—. Algo aún peor, la Luz me asista.

Llegaron a las puertas de la ciudad y, justo al otro lado de las murallas, Hurin elevó el rostro hacia la brisa. Las aletas de su nariz se agitaron y luego exhaló un bufido de desagrado.

—Por ese lado, mi señor Ingtar. —Señaló en dirección sur.

—¿No es hacia la Llaga? —preguntó, sorprendido, Ingtar.

—No, mi señor Ingtar. ¡Puaf! —Hurin se tapó la boca con la manga—. Casi puedo notar su sabor. Fueron hacia el sur.

—Entonces estaba en lo cierto la Sede Amyrlin —confirmó lentamente Ingtar—. Una grande y sabia mujer, que se merece alguien mejor que yo para servirla. Sigue el rastro, Hurin.

Rand se volvió y lanzó una ojeada a través de las puertas, hacia la fortaleza. Confiaba en que a Egwene le fuera bien. «Nynaeve la cuidará. Quizá sea mejor así: como un corte limpio, demasiado rápido para doler hasta después de haberlo recibido.»

Cabalgó detrás de Ingtar y el estandarte con la Lechuza Gris, en dirección sur. Notaba en la espalda el frescor del viento que se levantaba a pesar del sol. Creyó escuchar una carcajada, tenue y sarcástica, transportada en él.

La luna creciente iluminaba las húmedas y oscuras calles de Illian, donde todavía sonaba el clamor de los festejos celebrados durante el día. Dentro de pocos días, la Gran Cacería del Cuerno se emprendería con la pompa y ceremonia que, según la tradición, venía acompañándola desde la Era de Leyenda. Las celebraciones dedicadas a los cazadores se habían engrosado en la Fiesta de Teven, con sus famosos concursos y premios para los juglares. El premio más valioso de todos lo recibiría, como siempre, quien realizase la mejor recitación de La Gran Cacería del Cuerno.

Aquella noche los juglares daban representaciones en los palacios y mansiones de la ciudad, donde los grandes y los poderosos se entretenían, al igual que los cazadores llegados de todas las naciones para cabalgar en pos, si no del propio Cuerno de Valere, al menos de la inmortalidad registrada en canciones y relatos. Disfrutarían de música y danzas, de abanicos y hielo para combatir los primeros calores del año, pero las verbenas llenaban las calles también, bajo la bochornosa noche de brillante

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