Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 34
Prev
Next

Cuerno de Valere y la daga y ahí acabará todo. Todo. Pero quiero verla antes de marcharme. —Egwene frunció el entrecejo; hablaba de un modo extraño.

—No es preciso mostrar tanta vehemencia —arguyó Kajin—. Tal vez vos e Ingtar halléis el Cuerno, o tal vez no. Si no lo halláis, otro lo recuperará. La Rueda teje según sus designios y nosotros sólo somos hilos del Entramado.

—No dejéis que el Cuerno se apodere de vuestro entendimiento, Rand —aconsejó Agelmar—. Es capaz de apropiarse de la voluntad de un hombre, yo sé bien hasta que punto, y no debe ser así. Un hombre debe cumplir con su obligación, sin afán de gloria. Lo que ha de ser, será. Si, por la Luz, ha de soplarse en él, él sonará.

—Aquí está Egwene —anunció Kajin al verla.

Agelmar miró en derredor y asintió al advertirla junto a Nisura.

—Os dejaré en sus manos, Rand al’Thor. Recordad, aquí sus palabras son ley. Lady Nisura, no seáis demasiado dura con él. Solamente quería ver a su chica y no conoce nuestras costumbres.

Egwene siguió a Nisura cuando ésta se abrió paso entre las expectantes mujeres. La shienariana inclinó brevemente la cabeza ante Agelmar y Kajin, sin incluir, expresamente, a Rand. Su voz no tenía ningún matiz de condescendencia.

—Lord Agelmar, lord Kajin: él debería conocer nuestras costumbres a estas alturas, pero es demasiado grande para recibir una azotaina, de manera que dejaré que Egwene se encargue de él.

Agelmar dio una palmada de aliento en el hombro a Rand.

—Ya veis. Hablaréis con ella, aunque no sea exactamente como lo deseabais. Vamos, Kajin. Tenemos aún muchos asuntos que atender. La Amyrlin insiste en… —Su voz se difuminó al alejarse. Rand permaneció allí de pie, mirando a Egwene.

Ésta advirtió que las mujeres todavía los observaban, tanto a ella como a Rand, esperando a ver lo que haría. «De modo que se supone que he de encargarme de él, ¿no es así?» No obstante, sentía como su corazón cedía ante él. Estaba despeinado, y su semblante mostraba furia, osadía y fatiga.

—Camina conmigo —le dijo. Un murmullo brotó tras ellos mientras él andaba por el corredor a su lado, alejándose de los aposentos de las mujeres. Rand parecía luchar consigo mismo, tratando de hallar las palabras apropiadas.

—He oído hablar de tus… hazañas —manifestó Egwene al fin—. Corriendo por los aposentos de las mujeres anoche con una espada, llevando una espada para asistir a una audiencia con la Sede Amyrlin. —Él continuaba callado, limitándose a mirar, ceñudo, el suelo—. No te… hizo ningún daño, ¿verdad? —No podía preguntarle si lo habían amansado; por su aspecto, podían haberle hecho cualquier cosa menos amansarlo, pero ella no tenía ni idea de la apariencia de un hombre después de sufrir aquella operación.

—No —repuso Rand, dando un respingo—. No me… Egwene, la Amyrlin… —Sacudió la cabeza—. No me causó ningún daño.

Tenía la impresión de que había estado a punto de decir algo distinto. Por lo general era capaz de sonsacarle lo que él le quería ocultar, pero, cuando realmente se atrincheraba en su obstinación, era como si quisiera excavar una pared con las uñas. A juzgar por la posición de sus mandíbulas, se encontraba en un momento culminante de terquedad.

—¿Para qué quería verte, Rand?

—Para nada de importancia. Ta’veren. Quería ver a un ta’veren. —Su expresión se suavizó al mirarla—. ¿Y qué hay de ti, Egwene? ¿Te encuentras bien? Moraine dijo que te recuperarías, pero estabas demasiado quieta. Pensé que estabas muerta, al principio.

—Bien, no lo estoy. —Lanzó una carcajada. No recordaba nada de lo sucedido después de haberle pedido a Mat que la acompañara a las mazmorras hasta que había despertado en su cama por la mañana. Por lo que había oído contar de lo acontecido la noche anterior, casi prefería haberlo borrado de la memoria—. Moraine ha dicho que me habría dejado un dolor de cabeza por comportarme de modo alocado si hubiera podido curar el resto sin afectar la totalidad, pero no podía.

—Ya te advertí que Fain era peligroso —murmuró Rand—. Te lo dije, pero no me escuchaste.

—Si ése es el tono que vas a adoptar —avisó—, voy a devolverte al cuidado de Nisura. Ella no te hablará como yo estoy haciéndolo. El último hombre que trató de irrumpir en los aposentos de las mujeres pasó un mes con los brazos sumergidos hasta los codos en agua, ayudando a realizar la colada, y él sólo pretendía ver a su prometida y reconciliarse con ella. Él al menos tuvo el suficiente juicio como para no llevar puesta la espada. La Luz sabe qué castigo te aplicarían a ti.

—Todo el mundo quiere hacerme algo —gruñó él—. Todos quieren utilizarme para algo. Pues no me van a utilizar. Una vez que hayamos encontrado el Cuerno y la daga de Mat, no se servirán nunca más de mí.

Con un bufido de exasperación, la muchacha lo tomó por los hombros, forzándolo a encararse a ella, y le asestó una mirada enfurecida.

—Si no empiezas a atender a razones, Rand al’Thor, juro que voy a abofetearte.

—Ahora hablas como Nynaeve —rió. Al mirarla, sin embargo, su risa se desvaneció—. Supongo…, supongo que no volveré a verte nunca más. Sé que debes ir a Tar Valon. Lo sé. Y te convertirás en una Aes Sedai. No quiero tener más tratos con Aes Sedai, Egwene. No voy a ser una marioneta en sus manos, ni para Moraine ni para ninguna otra.

Parecía tan desamparado que sintió deseos de apoyar la cabeza en su hombro, y tan terco que realmente quería propinarle una bofetada.

—Escúchame, buey enorme. Voy a ser una Aes Sedai y encontraré la manera de ayudarte. Lo haré.

—La próxima vez que me veas, es probable que quieras amansarme.

Egwene miró rápidamente a su alrededor; no había nadie en aquel tramo del pasillo.

—Si no vigilas lo que dices, no podré prestarte ninguna ayuda. ¿Quieres que todos se enteren?

—Ya hay demasiados que lo saben —replicó—. Egwene, me gustaría que las cosas fueran diferentes, pero no lo son. Ojalá… Cuídate mucho. Y prométeme que no elegirás el Ajah Rojo.

Las lágrimas le nublaban la visión cuando se arrojó entre sus brazos.

—Tú debes cuidarte —dijo con furia sobre su pecho—. Si no lo haces, te…, te…

—Te quiero —creyó oírlo murmurar. Después ya estaba deshaciéndose con firmeza de su abrazo, apartándola suavemente de él. Luego se volvió y se alejó de ella, casi corriendo.

Se sobresaltó cuando Nisura le tocó el brazo.

—Parece como si le hubierais encomendado una tarea que no es de su agrado. Pero no debéis permitir que os vea llorar por ello. Eso inutilizaría el cometido. Venid. Nynaeve quiere veros.

Enjugándose las mejillas, Egwene siguió a la mujer. «Cuídate, tozudo idiota. Luz, protégelo.»

CAPÍTULO 9

La partida

El patio exterior se hallaba animado por un ordenado frenesí cuando Rand llegó a él con sus alforjas y el hatillo que contenía el arpa y la flauta. El sol se elevaba hacia mediodía. Los hombres se afanaban en torno a los caballos, ajustando las cinchas de las sillas y el arnés de la carga, y las voces sonaban por doquier. Otros correteaban en busca de aditamentos de última hora al equipaje o de agua para los obreros o de algo que habían recordado en aquel preciso instante. Sin embargo, todos parecían saber exactamente lo que hacían y adónde se dirigían. Los parapetos y los balcones de los arqueros se hallaban repletos nuevamente y la excitación restallaba en el aire matinal. Las herraduras repicaban en las piedras del pavimento. Uno de los caballos de carga comenzó a cocear y los mozos corrieron a calmarlo. El olor a caballerías era intenso. La capa de Rand trataba de aletear con la brisa que hacía ondear los estandartes con el halcón inclinado en las torres, pero el arco cruzado en su espalda lo impedía. Desde el exterior de las puertas llegaban los sonidos de los piqueros y arqueros de la Amyrlin formados en la plaza. Uno de los heraldos ensayó su cuerno.

Algunos de los Guardianes dedicaron una ojeada a Rand mientras atravesaba el patio. Entre ellos se advertían cejas enarcadas ante la marca de la garza de la espada de Rand, pero ninguno hizo ningún comentario. La mitad llevaban las capas cuyo color resultaba tan difícil de definir. Mandarb, el semental de Lan, se encontraba allí, alto, negro y de mirada altiva, pero su amo estaba ausente y ninguna de las Aes Sedai, ninguna de las mujeres, se hallaban visibles aún. La blanca yegua de Moraine, Aldieb, caminaba elegantemente junto al semental.

Su caballo alazán estaba en el otro grupo, situado en el extremo opuesto del patio, con Ingtar, un portaestandarte que llevaba en alto la bandera con la Lechuza Gris de Ingtar y otros veinte hombres vestidos con armadura, con lanzas rematadas con dos pies de acero, ya a lomos de sus monturas. Las rejillas de sus yelmos les cubrían la cara y unas sobrevestes doradas, con el Halcón Negro en el pecho, tapaban las cotas de mallas y placas metálicas. Únicamente el yelmo de Ingtar estaba provisto de una cresta, una luna creciente cuyas puntas sobresalían sobre su frente. Rand reconoció a algunos de los hombres. El malcarado Ino, con una larga cicatriz que le recorría el rostro y un solo ojo; Ragan y Masema; otros con quienes había cruzado una palabra o jugado a los dados. Ragan lo saludó con la mano e Ino con la cabeza, pero Masema no fue el único que le dedicó una fría mirada antes de volverse hacia otro lado. Sus caballos de carga aguardaban pacientemente, agitando la cola.

El gran alazán caracoleó cuando Rand ató las alforjas y el hatillo detrás de la silla de elevado arzón trasero. Puso el pie en el estribo y murmuró algunas palabras para apaciguarlo al montar, pero dejó que el semental retozara un poco para liberar la energía contenida en el establo.

Para sorpresa de Rand, Loial apareció, al parecer procedente de las caballerizas, cabalgando para sumarse a ellos. La pelambrosa montura del Ogier era tan voluminosa y pesada como un semental de primera categoría. A su lado, los restantes animales aparentaban la talla de Bela, pero, con Loial sobre su lomo, el caballo semejaba un pony.

Loial no llevaba ninguna arma, por lo que veía Rand; nunca había oído hablar de un Ogier que hubiera hecho uso de alguna. Sus stedding eran una protección suficiente, y Loial tenía sus propias prioridades, sus propias ideas respecto a lo que era necesario llevar en un viaje. Los bolsillos de su larga chaqueta abultaban significativamente y sus alforjas revelaban los ángulos de los libros.

El Ogier detuvo el caballo a poca distancia y miró a Rand, moviendo con incertidumbre sus peludas orejas.

—No sabía que ibas a venir —se extrañó Rand—. Pensaba que ya te habrías cansado de viajar con nosotros. En esta ocasión es imposible prever el tiempo que nos tomará o el lugar adonde iremos a parar.

—También lo era cuando te conocí —observó Loial, agitando levemente las orejas—. Además, lo que me atraía entonces, persiste ahora. No puedo perderme la ocasión de observar realmente cómo se teje la historia alrededor de los ta’veren. Y de contribuir al hallazgo del Cuerno…

Mat y Perrin se aproximaron tras Loial y detuvieron las caballerías. Mat tenía ojeras de cansancio bajo los ojos, pero su cara reflejaba un óptimo estado de salud.

—Mat —trató de reconciliarse Rand—, siento lo que dije. Perrin, no lo decía en serio. Me porté como un estúpido.

Mat se limitó a mirarlo; luego sacudió la cabeza y musitó algo al oído de Perrin que Rand no consiguió

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el destructor
Conan el destructor
August 3, 2020
Conan el invicto
Conan el invicto
August 3, 2020
Conan el invencible
Conan el invencible
August 3, 2020
Encrucijada en el crepúsculo
Encrucijada en el crepúsculo
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.