Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 33
Prev
Next

alta. Él era de su mismo pueblo y ella le llevaba los años suficientes como para haberlo atendido en un par de ocasiones cuando era un niño, pero no podía pensar en lo que se había convertido sin sentir una opresión en el estómago.

—La Amyrlin verá a los tres, Nynaeve. Los ta’veren no son tan comunes como para que pierda la ocasión de ver a tres de ellos en un mismo lugar. Tal vez les dirá algunas palabras de aliento, ya que van a cabalgar con Ingtar en persecución de quienes robaron el Cuerno. Se irán aproximadamente cuando lo hagamos nosotros, de modo que será mejor que os apresuréis con las despedidas.

Nynaeve se acercó a la aspillera más cercana y se asomó al patio. Había caballerías por doquier, animales de carga y caballos ensillados, y hombres que circulaban entre ellos, hablando entre sí. El único espacio libre que quedaba era el que circundaba el palanquín de la Amyrlin, con su par de caballos aguardando pacientemente sin la presencia de ningún criado. Algunos de los Guardianes se encontraban allí, atendiendo sus monturas, y al otro lado de la explanada se hallaba Ingtar, rodeado de un grupo de shienarianos vestidos con armadura. De tanto en tanto, un Guardián o uno de los hombres de Ingtar cruzaban las losas del pavimento para intercambiar algún comentario.

—Debí apartar a los muchachos de vos —afirmó, todavía mirando por la ventana. «A Egwene también, si pudiera hacerlo sin matarla. Luz, ¿por qué tuvo que nacer con esa maldita capacidad?»—. Debí llevarlos de regreso al pueblo.

—Ya son bastante mayores para estar alejados de las faldas —replicó con sequedad Moraine—. Y sabéis perfectamente por qué os hubiera sido imposible hacerlo. Por lo que respecta a uno de ellos al menos. Además, ello representaría dejar que Egwene vaya sola a Tar Valon. ¿O acaso habéis decidido no ir a Tar Valon? Si no perfeccionáis el uso del Poder, nunca estaréis en condiciones de utilizarlo contra mí.

Nynaeve se volvió para encararse con la Aes Sedai, con la mandíbula desencajada. No pudo evitarlo.

—No sé de qué me estáis hablando.

—¿Pensabais que no lo sabía, muchacha? Bien, como queráis. ¿Deduzco entonces que vais a ir a Tar Valon? Sí, tal como creía.

Nynaeve sintió deseos de golpearla, de aplastar la tenue sonrisa que iluminó por un instante el rostro de la Aes Sedai. Las Aes Sedai no habían podido ejercer abiertamente una autoridad desde el Desmembramiento, y mucho menos el Poder Único, pero intrigaban y manipulaban, tiraban de las cuerdas cual hábiles marionetistas, utilizaban tronos y naciones como piezas de un tablero. «Quiere servirse de mí también, de algún modo. Si lo hacen con los reyes y reinas, ¿por qué no con una Zahorí? De igual manera que está utilizando a Rand. Yo no soy una muchacha, Aes Sedai.»

—¿Qué estáis haciéndole ahora a Rand? ¿No os habéis servido de él el tiempo suficiente? No sé por qué no lo habéis amansado todavía, ahora que la Amyrlin está aquí con todas esas Aes Sedai, pero debe existir un motivo. Debe de estar comprendido en alguna estratagema que estáis tramando. Si la Amyrlin supiera cuáles son vuestros planes, apuesto a que…

—¿Qué interés iba a tener la Amyrlin en un pastor? —la interrumpió Moraine—. Claro está que, si llamaran su atención sobre él de una manera inadecuada, podría ser amansado o acabar muerto incluso. Él es lo que es, después de todo. Y los ánimos están considerablemente exaltados después de lo de anoche. Todos están buscando a alguien sobre quien depositar las culpas. —La Aes Sedai calló, dejando prolongar el silencio. Nynaeve la miró, haciendo rechinar los dientes—. Sí —prosiguió al fin Moraine—, es preferible dejar que continúe durmiendo el león dormido. Será mejor que os ocupéis de vuestro equipaje ahora. —Se alejó en la misma dirección que había tomado Lan, pareciendo deslizarse por el suelo.

Con una mueca de furor, Nynaeve alzó un puño amenazador hacia la pared; el anillo se clavó en su palma. Abrió la mano para mirarlo. La joya parecía alimentar su furia, centrar su odio. «Aprenderé. Pensáis que, gracias a vuestros conocimientos, podéis zafaros de mí. Pero aprenderé más de lo que creéis, y os abatiré por lo que habéis hecho. Por el daño que habéis causado a Mat y a Perrin. A Rand, que la Luz lo ayude y el Creador lo proteja. Especialmente por Rand.» Su mano se cerró en torno al pesado aro de oro. «Y por mí.»

Egwene observaba cómo la sirvienta doblaba sus vestidos y los introducía en un baúl de viaje forrado de cuero, todavía algo incómoda, aun después de un mes de práctica, por el hecho de que alguien se encargara de lo que ella misma hubiera podido hacer. Había unos vestidos muy hermosos, todos presentes de lady Amalisa, al igual que el traje de seda gris de montar que llevaba puesto, a pesar de ser éste sencillo, con sólo unas florecillas blancas bordadas en el pecho. La mayoría de los vestidos eran mucho más elaborados. Cualquiera de ellos resplandecería en el Día Solar o en Bel Tine. Suspiró recordando que se hallaría en Tar Valon durante la próxima festividad del sol y no el Campo de Emond. Por lo poco que Moraine le había explicado acerca del aprendizaje del noviciado —casi nada, en realidad— no creía poder encontrarse en casa en Bel Tine, en primavera, ni siquiera en el Día Solar del año próximo. Nynaeve asomó la cabeza en la habitación.

—¿Estás lista? —Entró y se acercó a ella—. Debemos estar dentro de un rato en el patio. —También llevaba un vestido de montar, de seda azul con flores rojas. Otro presente de Amalisa.

—Falta poco, Nynaeve. Casi siento tener que irme de aquí. No creo que en Tar Valon tengamos muchas ocasiones de lucir estos preciosos vestidos que nos ha regalado Amalisa. —Dejó escapar una brusca carcajada—. De todas maneras, Zahorí, no echaré de menos bañarme sin mirar constantemente por encima del hombro.

—Mucho mejor bañarse sola —convino distraídamente Nynaeve. Su expresión permaneció inalterada, pero sus mejillas se arrebolaron tras un momento.

Egwene sonrió. «Está pensando en Lan.» Aún le resultaba extraña la idea de que Nynaeve, la Zahorí, estuviera embobada por un hombre. No creía que fuera sensato expresarlo de aquel modo a Nynaeve, pero últimamente ésta se comportaba de manera tan particular como cualquier muchacha que hubiera depositado su corazón en un hombre concreto. «Y uno que no tiene bastante juicio para ser digno de ella, a decir verdad. Ella lo quiere y yo veo que él la corresponde, ¿entonces por qué no se declara?»

—Me parece que no deberías llamarme ya Zahorí —dijo de repente Nynaeve.

Egwene pestañeó. En realidad, no era un requisito obligatorio, y Nynaeve nunca insistía en el apelativo a menos que estuviera enfadada, o que la situación requiriera un trato ceremonioso, pero aquello…

—¿Por qué no?

—Ya eres una mujer ahora. —Nynaeve lanzó una ojeada a su melena sin trenzar y Egwene resistió el impulso de disponerla apresuradamente en una semblanza de trenza. Las Aes Sedai llevaban el cabello según su antojo, pero para ella el hecho de llevarlo suelto había marcado el inicio de una nueva vida—. Eres una mujer —repitió con firmeza Nynaeve—. Somos dos mujeres, a muchos kilómetros de distancia del Campo de Emond, y pasará mucho tiempo antes de que volvamos a casa. Será preferible que me llames simplemente Nynaeve.

—Volveremos a casa, Nynaeve, ya lo verás.

—No intentes consolar a la Zahorí, muchacha —contestó ásperamente Nynaeve, pero sonriendo.

Sonó un golpe en la puerta, pero, antes de que Egwene llegara a abrirla, Nisura entró con el rostro agitado.

—Egwene, ese joven amigo vuestro pretende penetrar en los aposentos de las mujeres. —Su voz sonaba escandalizada—. Y llevando una espada. Sólo porque la Amyrlin le ha permitido entrar de ese modo… Lord Rand debería saber comportarse mejor. Está provocando un alboroto. Egwene, debéis hablar con él.

—Lord Rand —se mofó Nynaeve—. Ese joven está volviéndose demasiado engreído. Cuando le ponga las manos encima, ya le daré yo «lord».

Egwene puso una mano sobre el brazo de Nynaeve.

—Déjame hablar con él, Nynaeve. A solas.

—Oh, muy bien. Los mejores hombres apenas superan el nivel de simples allanadores de morada. —Nynaeve hizo una pausa y agregó, medio para sí—: Pero, claro, los mejores hombres compensan la molestia de una irrupción inconveniente.

Egwene sacudía la cabeza mientras salía al corredor en pos de Nisura. Aun seis meses antes, Nynaeve no hubiera añadido jamás la segunda parte de tal alocución. «Pero ella nunca irrumpirá en la morada de Lan.» Sus pensamientos derivaron hacia Rand. Estaba provocando un alboroto.

—Si todavía no ha aprendido modales —murmuró—, voy a desollarlo vivo.

—En ocasiones eso es lo que se precisa —comentó Nisura, caminando con paso vivo—. Los hombres sólo están civilizados a medias hasta que se casan. —Dirigió una mirada de soslayo a Egwene—. ¿Tenéis intención de esposaros con lord Rand? No pretendo inmiscuirme, pero vos vais a ir a Tar Valon y las Aes Sedai se unen en matrimonio raras veces; únicamente lo hacen algunas del Ajah Verde, según tengo entendido, y no muchas, y…

Egwene podía deducir el resto. Había escuchado las conversaciones de las mujeres respecto a la mujer que le convendría a Rand. En un principio le habían causado accesos de celos y de rabia. Él había estado prácticamente prometido a ella desde que eran unos niños. Pero ella iba a convertirse en una Aes Sedai y él era lo que era: un hombre capaz de encauzar el Poder. Podía casarse con él. Y ver cómo enloquecía y contemplar su muerte paulatina. La única manera de detener el proceso era amansarlo. «No puedo hacerle esto a él. ¡No puedo!»

—No lo sé —respondió en voz alta.

—Nadie se entrometerá en lo que reclaméis, pero vais a ir a la Torre y él será un buen marido. Una vez que haya aprendido maneras. Ahí está.

Las mujeres estaban reunidas en torno a la entrada de los aposentos, tanto afuera como en el interior, contemplando a los tres hombres que se hallaban en el pasillo exterior. Rand, con la espada prendida por encima de su chaqueta roja hablaba con Agelmar y Kajin. Ninguno de ellos iba armado; incluso después de lo acaecido la noche anterior, aquéllos eran todavía los aposentos femeninos. Egwene se detuvo al final del gentío congregado.

—Comprendéis por qué no podéis entrar —decía Agelmar—. Sé que las cosas son distintas en Andor pero ¿lo comprendéis?

—No he intentado entrar. —El tono de voz de Rand indicaba que había dado aquella explicación más de una vez—. Le he dicho a lady Nisura que quería hablar con Egwene y ella ha respondido que estaba ocupada y que había de esperar. Todo cuanto he hecho es llamarla a voces desde la puerta. No he intentado trasponerla. Diríase que había nombrado al Oscuro, a juzgar por la manera como se han abalanzado sobre mí.

—Las mujeres utilizan sus propios métodos —terció Kajin. Era un shienariano de elevada estatura, casi igual a la de Rand, desgarbado y cetrino, con la coleta negra como el azabache—. Ellas establecen las normas que rigen en sus aposentos y nosotros las acatamos incluso cuando son insensatas—. Entre las mujeres se enarcaron múltiples cejas y él se apresuró a aclararse la garganta—. Debéis enviar un mensaje si deseáis hablar con una de ellas, pero lo entregan cuando ellas quieren y, hasta que lo hagan, debéis aguardar. Esa es la costumbre.

—Tengo que verla —insistió tercamente Rand—. Vamos a partir pronto. Por mí ya me habría ido, pero debo ver a Egwene. Recobraremos el

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el destructor
Conan el destructor
August 3, 2020
El camino de dagas
El camino de dagas
August 3, 2020
Conan el invencible
Conan el invencible
August 3, 2020
Conan el victorioso
Conan el victorioso
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.