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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 31
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una gema azul. Aquello no le afectó en lo más mínimo bajo la protección del vacío.

—¿Dónde has escuchado esos nombres? —preguntó la Amyrlin—. ¿Quién te ha dicho que Tar Valon utiliza a algún falso Dragón?

—Un amigo, madre —respondió—. Un juglar. Se llamaba Thom Merrilin. Ahora está muerto. —Moraine se agitó, atrayendo su mirada. Ella aseguraba que Thom estaba vivo, pero nunca había ofrecido ninguna prueba de ello y él no veía cómo algún hombre podía sobrevivir a un encuentro cuerpo a cuerpo con un Fado. Aquella reflexión le resultaba ajena y se esfumó casi al instante. Únicamente existían el vacío y la unidad ahora.

—Tú no eres un falso Dragón —afirmó contundentemente la Amyrlin— eres el verdadero Dragón Renacido.

—Yo soy un pastor de Dos Ríos, madre.

—Hija, cuéntale la historia. Es una historia verídica, muchacho. Escucha con atención.

Moraine comenzó a hablar. Rand escuchó sin desviar la mirada del rostro de la Amyrlin.

—Hará casi veinte años los Aiel cruzaron la Columna Vertebral del Mundo, la pared del Dragón, lo cual no habían hecho nunca. Arrasaron Cairhien, destruyeron todos los ejércitos que se enviaron para hacerles frente, quemaron la propia ciudad de Cairhien y se abrieron paso hasta Tar Valon. Era invierno y estaba nevando, pero el calor o el frío apenas afectan a un Aiel. La batalla final, la última de importancia, se libró fuera de las Murallas Resplandecientes, bajo la sombra del Monte del Dragón. Después de tres días y tres noches de contienda, los Aiel emprendieron la retirada. Puede decirse que su retroceso fue voluntario, puesto que ya habían cumplido el propósito que los había llevado allí, el cual consistía en dar muerte al rey Laman de Cairhien, por el pecado cometido contra el Árbol. Es en esas circunstancias donde se inicia mi historia. Y la tuya.

«Saltaron la Pared del Dragón como una avalancha. Todo el trecho hasta las Murallas Resplandecientes.» Rand esperó a que los recuerdos se amortiguaran, pero era la voz de Tam lo que escuchaba, un Tam enfermo y enfebrecido, descubriendo secretos de su pasado. La voz se aferró en la aureola del vacío, tratando de abrirse paso cual un clamor.

—Yo era una de las Aceptadas entonces —continuó Moraine—, al igual que nuestra madre, la Sede Amyrlin. Faltaba poco tiempo para que nos elevaran a la condición de hermanas y esa noche hacíamos las veces de asistentes en la habitaciones de la por entonces Sede Amyrlin. Su Guardiana de las Crónicas, Gitara Moroso, se encontraba allí. Todas las otras hermanas de Tar Valon estaban afuera, curando a los heridos, incluso las Rojas. Era el alba. El fuego del hogar no lograba mantener el frío a raya. Había parado de nevar finalmente y en los aposentos de la Amyrlin de la Torre Blanca percibíamos el olor de los pueblos de los alrededores, quemados durante los combates.

«Las batallas son siempre calurosas, incluso con la nieve. Tenía que alejarme del hedor a muerte.» La voz delirante de Tam desgarraba la calma interior de Rand. El vacío tembló y cedió terreno, lo recobró y volvió a vacilar. Los ojos de la Amyrlin le preocupaban. Notaba nuevamente el rostro bañado en sudor.

—Todo fue un desvarío producido por la fiebre —adujo—. Estaba enfermo. —Elevó la voz—. Mi nombre es Rand al’Thor. Soy un pastor de ovejas. Mi padre es Tam al’Thor y mi madre era…

Moraine había hecho una pausa, pero ahora lo interrumpió con su tono impasible y a un tiempo implacable.

—El Ciclo Kareathon, las Profecías del Dragón, predicen que el Dragón volverá a nacer en las laderas del Monte del Dragón, donde murió durante el Desmembramiento del Mundo. Gitara Sedai realizaba pronósticos en ocasiones. Era vieja, con el pelo tan blanco como la nieve de la intemperie, pero, cuando actuaba como adivina, sus capacidades permanecían intactas. La luz matinal que se filtraba por las ventanas estaba cobrando intensidad cuando le serví una taza de té. La Sede Amyrlin me preguntó si había noticias procedentes del campo de batalla. Y Gitara Sedai se levantó de su silla, con los brazos y piernas rígidos, temblando, con el rostro desencajado como si viera la Fosa de la Perdición de Shayol Ghul, y gritó: «¡Ha vuelto a nacer! ¡Lo siento! ¡El Dragón está dando las primeras bocanadas en la ladera del Monte del Dragón! ¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí! ¡Que la Luz nos acoja! ¡Que la Luz acoja al mundo! ¡Yace en la nieve y llora como el trueno! ¡Quema como el sol!». Entonces cayó abatida en mis brazos, muerta.

«La ladera de la montaña. Oí llorar a un niño. Dio a luz allí sola, antes de fallecer. El niño estaba amoratado por el frío.» Rand intentó apartar de sí la voz de Tam. El vacío iba menguando.

—Delirios febriles —musitó. «No podía dejar a un niño»—. Yo nací en Dos Ríos. —«Siempre supe que deseabas un hijo, Kari.» Apartó los ojos de la mirada de la Amyrlin y trató de afianzar el vacío. Sabía que no era la manera adecuada de retenerlo, pero éste estaba desmoronándose en su interior. «Sí, muchacha. Rand es un bonito nombre»—. ¡Yo… soy… Rand… al’Thor! —Le temblaban las piernas.

—Y así supimos que el Dragón había renacido —continuó Moraine—. La Amyrlin nos hizo jurar a las dos que guardaríamos el secreto, pues era consciente de que no todas las hermanas considerarían su nacimiento desde la perspectiva correcta, y nos encargó de las indagaciones. Había muchos niños huérfanos después de aquella batalla, demasiados. Sin embargo, nos contaron que un hombre había encontrado un recién nacido en la montaña. Y eso era todo. Un hombre y un recién nacido. De modo que continuamos buscando. Buscamos durante años, hallando nuevas pistas, examinando las profecías. «Será de estirpe antigua y su crianza correrá a cargo de gente de viejo linaje.» Ésa era una; había otras. Pero hay muchos lugares donde los antiguos linajes, descendientes de la Era de Leyenda, perviven con vigor, Entonces, en Dos Ríos, donde la antigua sangre de Manetheren conserva su simiente, como un río en una crecida, hallé a tres muchachos cuyas fechas de nacimiento sólo distaban semanas de los días en que se batalló en el Monte del Dragón. Y uno de ellos puede encauzar el Poder. ¿Pensabas que los trollocs te perseguían porque eres ta’veren? Tú eres el Dragón Renacido.

A Rand ya no lo sostenían las rodillas; el cuerpo se le dobló hacia adelante, y apoyó las manos en la alfombra para no caer de bruces. El vacío lo había abandonado y la calma se había quebrado. Irguió la cabeza y las tres Aes Sedai estaban mirándolo. Sus semblantes eran serenos, cual mansos y lisos estanques, pero sus ojos no pestañeaban.

—Mi padre es Tam al’Thor y yo nací… —Seguían observándolo, inmóviles. «Están mintiendo. Yo no soy… ¡lo que ellas dicen! De algún modo, están mintiendo, tratando de servirse de mí»—. No dejaré que me utilicéis.

—Las anclas no se rebajan por ser utilizadas para amarrar una barca —arguyó la Amyrlin—. Tú fuiste creado para cumplir un propósito, Rand al’Thor. «Cuando los vientos de Tarmon Gai’don recorran la tierra, él se enfrentará a la Sombra y volverá a traer la Luz al mundo.» Las profecías deben cumplirse, de lo contrario el Oscuro quedará libre y transformará el mundo a su imagen. La Última Batalla se acerca y tú naciste para unir a la humanidad y conducirla a pelear contra el Oscuro.

—Ba’alzemon está muerto —afirmó con voz ronca Rand, ante lo cual la Amyrlin resopló con igual tosquedad que un mozo de cuadra.

—Si crees eso, es que eres más insensato que los domani. Muchos de ellos piensan que está muerto, o eso dicen, pero, por lo que observo, ninguno se atreve a nombrarlo. El Oscuro vive y está abriendo los muros de su prisión. Tú te enfrentarás al Oscuro. Es tu destino.

«Es tu destino.» Eran palabras que ya había oído antes, en un sueño que tal vez no había sido tal. Se preguntó qué opinaría la Amyrlin de saber que Ba’alzemon le había hablado en sueños. «Eso se ha acabado. Ba’alzemon está muerto. Lo vi morir.»

De improviso cayó en la cuenta de que estaba en cuclillas como un sapo, acurrucado ante sus miradas. Trató de volver a formar el vacío, pero las voces giraban en su cabeza, neutralizando todos sus esfuerzos. «Es tu destino. Un niño tendido en la nieve. Tú eres el Dragón Renacido. Ba’alzemon está muerto. Rand es un bonito nombre, Kari. ¡No dejaré que me utilicéis!» Haciendo acopio de su tenacidad nativa, enderezó la espalda. «Afróntalo, con la cabeza bien alta. Puedes mantener tu orgullo al menos.» Las tres Aes Sedai lo miraban con rostro impasible.

—¿Qué…? —Le costó calmar el tono de voz—. ¿Qué vais a hacerme?

—Nada —repuso la Sede Amyrlin. Rand pestañeó. No era la respuesta que esperaba, la que temía—. Dices que deseas acompañar a tu amigo con Ingtar y así puedes hacerlo. No he dejado que se trasluzca en nada tu condición. Tal vez algunas de las hermanas sepan que eres ta’veren, pero nada más. Sólo nosotras tres sabemos quién eres realmente. Tu amigo Perrin vendrá a verme aquí, al igual que tú, e iré a visitar al otro a la enfermería. Puedes ir a donde desees, sin temor a que mandemos tras de ti a las hermanas Rojas.

«¿Quién eres realmente?» La furia lo encendió, pero la obligó a permanecer confinada en su interior, oculta.

—¿Por qué?

—Las profecías deben cumplirse. Te dejaremos vagar libremente, sabiendo quién eres, porque de lo contrario el mundo que conocemos perecerá y el Oscuro cubrirá la tierra de fuego y muerte. Repara bien en esto: no todas las Aes Sedai comparten la misma visión. Hay algunas aquí en Fal Dara que te fulminarían si estuvieran enteradas de la décima parte de lo que tú eres y no tendrían por ello más remordimiento que si hubieran destripado un pescado. Asimismo, hay hombres que han reído contigo que harían lo mismo, si lo supieran. Ten cuidado, Rand al’Thor, Dragón Renacido.

Las miró una a una. «Yo no tengo nada que ver con vuestras profecías.» Le devolvieron la mirada con tal impavidez que era difícil creer que estuvieran intentando convencerlo de que era el hombre más odiado, más temido en la historia del mundo. Había experimentado el miedo y había acabado sintiendo frío. La rabia era lo único que ahora le aportaba calidez. Podían amansarlo o quemarlo hasta convertirlo en un tizón allí mismo, y ya no le importaba en lo más mínimo.

Recordó parte de las instrucciones de Lan. Con la mano izquierda sobre la empuñadura, hizo girar la espada tras él, asiendo la vaina con la derecha; luego se inclinó, con los brazos rectos.

—Con vuestra venia, madre, ¿puedo abandonar este lugar?

—Te concedo mi venia, hijo mío.

Tras incorporarse, permaneció en pie un momento.

—No dejaré que me utilicen —les dijo.

Hubo un largo silencio mientras se volvía y se encaminaba a la salida.

El silencio se prolongó en la habitación después de la partida de Rand hasta que lo interrumpió una larga exhalación de la Amyrlin.

—No consigo considerar con buenos ojos lo que acabamos de hacer —confesó—. Era necesario, pero… ¿ha surtido efecto, hijas?

Moraine sacudió la cabeza con un leve movimiento.

—No lo sé. Pero era necesario, y sigue siéndolo.

—Necesario —convino Verin, que se tocó la frente y luego observó la humedad de sus dedos—. Es fuerte. Y obstinado como habías dicho, Moraine. Tiene más fortaleza de la que esperaba. Después de todo, quizás hayamos de amansarlo antes de que… —Abrió desorbitadamente los ojos—. Pero no podemos, ¿verdad? Las profecías. Que la

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