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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 25
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cepillar la paja prendida en su camisa y pantalones. Cuando volvió a erguir la cabeza, no obstante, ella seguía examinándolo, con el rostro tan duro como el hielo. Sin decir nada, ella se giró para estudiar pensativamente a los otros hombres. Uno de ellos sostenía el cuerpo del ahorcado mientras que otro intentaba desatar la correa. Ingtar y los demás aguardaban respetuosamente. Tras lanzar una última ojeada a Rand, la Aes Sedai se marchó, con la cabeza tan enhiesta como una reina.

—Una mujer de carácter —murmuró Ingtar, que a continuación mostró sorpresa por haber expresado su apreciación—. ¿Qué ha ocurrido aquí, Rand al’Thor?

—No lo sé, salvo que Fain ha escapado por algún medio. Y que ha herido a Egwene y a Mat al hacerlo. He visto al guarda —se estremeció— pero aquí adentro… Sea lo que fuere, Ingtar, ha asustado lo bastante a ese individuo como para que se colgara a causa del terror. Creo que el otro prisionero ha perdido el juicio por lo que ha visto.

—Todos vamos a perder el juicio esta noche.

—El Fado…, ¿lo habéis matado?

—¡No! —Ingtar envainó con fuerza la espada; la empuñadura sobresalía por encima de su hombro derecho. Parecía enfadado y avergonzado a un tiempo—. En estos momentos está fuera de la fortaleza, junto con el resto de los que no hemos podido matar.

—Al menos habéis salido con vida, Ingtar. ¡Ese Fado acabó con siete hombres!

—¿Con vida? ¿Acaso es eso tan importante? —De pronto Ingtar ya no evidenciaba enfado, sino cansancio y dolor—. Lo hemos tenido en nuestras manos. ¡En nuestras manos! Y lo hemos perdido, Rand. ¡Perdido! —A juzgar por su voz, no podía dar crédito a sus palabras.

—¿Qué es lo que hemos perdido? —inquirió Rand.

—¡El Cuerno! El Cuerno de Valere. Ha desaparecido, con el arcón.

—Pero estaba en la cámara acorazada…

—La cámara acorazada ha sido saqueada —explicó Ingtar, desfalleciente—. Apenas se han llevado nada, a excepción del Cuerno. Lo que han podido meterse en los bolsillos. Ojalá se lo hubieran llevado todo y hubieran dejado el Cuerno. Ronan ha muerto, al igual que los guardianes a los que había encargado la custodia de la cámara acorazada. —Su voz se apaciguó un tanto—. Cuando yo era un niño, Ronan protegió la Torre Jahaan con veinte hombres contra el ataque de mil trollocs. Al menos, no lo abatieron fácilmente: el anciano tenía sangre en su daga. Nadie podía pedirle más. —Guardó silencio durante un momento—. Han entrado por la Puerta de los Perros y han salido por allí también. Hemos dado muerte a unos cincuenta o más, pero han huido demasiados. ¡Trollocs! Nunca hasta ahora habíamos tenido trollocs en el interior de la fortaleza. ¡Nunca!

—¿Cómo es posible que hayan traspasado la Puerta de los Perros, Ingtar? Un solo hombre puede contener a cien allí. Y todas las puertas estaban atrancadas. —Se revolvió incómodo, rememorando el motivo—. Los centinelas no la habrían abierto para dejar entrar a nadie.

—Los degollaron —repuso Ingtar—. Eran dos buenos soldados y los sacrificaron como a cerdos. Lo hicieron desde dentro. Alguien los mató y después abrió la puerta. Alguien que podía acercarse a ellos sin despertar sospechas. Alguien a quien conocían.

Rand miró la celda vacía que había ocupado Padan Fain.

—Pero eso significa…

—Sí. Hay Amigos Siniestros en Fal Dara. O había. Pronto sabremos cuál es el caso. Kajin está comprobando ahora si falta alguien. ¡Paz! ¡Traidores en Fal Dara! —Se volvió ceñudo hacia los hombres que lo esperaban, todos con espadas, prendidas sobre elegantes atuendos festivos, y algunos con yelmos—. No estamos haciendo nada útil aquí. ¡Afuera! ¡Todos! —Rand se retiró con ellos. Ingtar dio una palmada a su jubón—. ¿Qué es esto? ¿Has decidido convertirte en un mozo de caballeriza?

—Es una larga historia —respondió Rand—, demasiado larga para contarla. Tal vez en otra ocasión. —«Tal vez nunca. Quizá pueda escapar aprovechando la confusión. No, no puedo. No hasta saber que Egwene está bien. Y Mat. Luz, ¿qué le pasará sin la daga?»—. Supongo que lord Agelmar ha multiplicado la guardia en todas las puertas.

—Triplicado —repuso Ingtar con tono satisfecho—. Nadie las transpondrá, ni para entrar ni para salir. Tan pronto como se ha enterado de lo ocurrido, ha ordenado que nadie abandone la fortaleza sin su autorización personal.

«¿Tan pronto como se ha enterado…?»

—Ingtar, ¿y qué hay de antes? ¿Qué hay de la orden dada anteriormente según la cual nadie podía salir?

—¿Una orden anterior? ¿Qué orden? Rand, la fortaleza no se ha cerrado hasta que lord Agelmar ha tenido noticia de lo sucedido. Alguien ha debido de informarte mal.

Rand sacudió lentamente la cabeza. Ni Ragan ni Tema hubieran inventado algo así. E, incluso si la Sede Amyrlin hubiera dado la orden, Ingtar habría tenido conocimiento de ello. «¿Quién ha sido entonces? ¿Y cómo la ha transmitido?» Miró de soslayo a Ingtar, considerando la posibilidad de que éste mintiera. «Realmente estás volviéndote loco si sospechas de Ingtar.»

Ahora se encontraban en la estancia que ocupaban los guardias. Las cabezas sesgadas y los pedazos de sus cuerpos habían sido retirados, si bien todavía quedaban manchas rojas en la mesa y retazos húmedos en la paja que indicaban los lugares donde se habían hallado. Había dos Aes Sedai allí, mujeres de plácido semblante con chales de flecos marrones que examinaban las palabras garabateadas en las paredes sin importarles que el borde de sus faldas se arrastrara por la paja. Cada una de ellas llevaba un estuche de madera prendido al cinturón con un tintero en su interior y efectuaba anotaciones en un pequeño cuaderno con una pluma. En ningún momento desviaron la vista hacia los hombres que avanzaban en tropel.

—Mira esto, Verin —dijo una, señalando un retazo de piedra cubierto con líneas de inscripciones trolloc—. Parece interesante.

La otra se apresuró a inspeccionarlo, manchándose de rojo la falda.

—Sí, ya lo veo. Un trazo más claro que el del resto. No es de trolloc. Muy interesante. —Comenzó a escribir en su cuaderno, levantando a menudo la mirada para leer las angulosas letras del muro.

Rand salió precipitadamente. Aun cuando no hubieran sido Aes Sedai, no habría sentido deseos de permanecer en la misma estancia con alguien que encontraba «interesante» escrituras trolloc realizadas con sangre humana.

Ingtar y sus soldados caminaban con premura, ocupados en sus obligaciones. Rand vacilaba, sin saber adónde encaminarse. Sin disponer de la ayuda de Egwene, no sería fácil regresar a los aposentos de las mujeres. «Luz, haz que Egwene se recupere. Moraine ha dicho que se pondría bien.»

Lan lo encontró antes de que llegara a las primeras escaleras que conducían al piso superior.

—Puedes volver a tu habitación, si quieres, pastor. Moraine ha mandado que recogieran tus cosas de la de Egwene y las llevaran allí.

—¿Cómo ha sabido que…?

—Moraine sabe muchas cosas, pastor. Ya tendrías que comprenderlo a estas alturas. Será mejor que vigiles tu comportamiento. Las mujeres están propagando la noticia de que ibas corriendo por los pasillos, esgrimiendo una espada. Y mirando por encima del hombro a la Amyrlin, según cuentan.

—¡Luz! Siento haberlas molestado, Lan, pero tenía una invitación para entrar. Y cuando he oído la alarma…, ¡demonios, Egwene estaba allá abajo!

Lan frunció los labios en actitud pensativa; aquélla era la única expresión que mostraba su rostro.

—Oh, no están molestas, exactamente. Aunque la mayoría de ellas opinan que hay que aplicarte mano fuerte para calmarte un poco. Fascinadas, diría más bien. Incluso lady Amalisa no para de hacer preguntas sobre ti. Algunas están comenzando a dar crédito a las historias que han inventado los criados. Creen que eres un príncipe disfrazado, pastor. No está mal. Aquí en las Tierras Fronterizas existe un antiguo dicho: «Es mejor contar con el apoyo de una mujer que con el de diez hombres». Por la manera como hablan entre sí, están tratando de decidir cuál de sus hijas tiene suficiente fortaleza para ponerte en vereda. Si no vigilas tus pasos, pastor, te vas a encontrar casado con la heredera de una casa shienariana antes de darte cuenta. —De pronto, prorrumpió en carcajadas; parecía extraño, como una piedra que se hubiera echado a reír—. Corriendo por los pasadizos de los aposentos de las mujeres en plena noche, con un jubón de obrero y blandiendo una espada. Si no te mandan azotar, al menos hablarán de ti durante años. Nunca han visto un varón tan peculiar como tú. Sea cual sea la esposa que te elijan, probablemente te permitirían ser la cabeza de tu propia casa a lo largo de diez años y dejaría que pensaras que lo habías logrado por ti mismo. Es una lástima que tengas que irte.

Rand había estado escuchando boquiabierto al Guardián, pero, ante la mención de la partida, lanzó un gruñido de protesta.

—Ya he estado intentándolo. Las puertas están custodiadas y nadie puede salir. Probé a hacerlo cuando aún era de día. Ni siquiera he podido sacar a Rojo del establo.

—Ahora ya no importa. Moraine me ha enviado para comunicártelo. Puedes partir en cualquier momento que lo desees. Incluso ahora mismo. Moraine y Agelmar te han eximido de la orden general.

—¿Por qué ahora y no antes? ¿Por qué no podía marcharme antes? ¿Ha sido ella quien ha mandado cerrar las puertas? Ingtar ha dicho que no sabía que hubiera orden de impedir la salida de nadie antes de caer la noche.

Rand creyó advertir cierta turbación en el semblante del Guardián, pero éste se limitó a contestar:

—Cuando alguien te dé un caballo, no te quejes de que éste no es tan veloz como quisieras.

—¿Y qué hay de Egwene? ¿Y Mat? ¿Están realmente bien? No puedo irme sin saber que lo están.

—La chica está bien. Se despertará por la mañana y seguramente no recordará lo ocurrido. Los golpes en la cabeza suelen tener ese efecto.

—¿Y Mat?

—La decisión te corresponde a ti. Puedes irte ahora o mañana, o la semana que viene. Tú debes elegir. —Se alejó, dejando a Rand de pie en el corredor subterráneo de la fortaleza de Fal Dara.

CAPÍTULO 7

La sangre llama a la sangre

Cuando la litera que transportaba a Mat abandonó las habitaciones de la Sede Amyrlin, Moraine volvió a envolver con cuidado el angreal, una escultura de una mujer con vaporosas ropas de marfil ennegrecido por el tiempo, con un paño de seda y volvió a introducirlo en su bolsa. Trabajar junto con otras Aes Sedai, combinando sus habilidades, encauzando el flujo del Poder Único en una única tarea, era algo fatigante en las mejores condiciones, aun con la ayuda de un angreal, y al hacerlo de noche, sin haber dormido, se incrementaba el esfuerzo. Además, el remedio aplicado al muchacho no había sido sencillo.

Leane condujo afuera a los camilleros con gestos vivos y algunas palabras bruscas. Los dos hombres estaban cabizbajos, nerviosos por la presencia simultánea de tantas Aes Sedai, una de las cuales era la Sede Amyrlin en persona, sin contar que habían estado utilizando el Poder. Habían permanecido aguardando en el corredor, agazapados junto a la pared mientras ellas trabajaban, y estaban ansiosos por salir de los aposentos de las mujeres. Mat yacía con los ojos cerrados y la tez pálida, pero su pecho se movía con el ritmo de la respiración de un sueño profundo.

«¿Cómo afectará esto a las circunstancias? —se preguntó Moraine—. Ya no es necesario, habiendo desaparecido el Cuerno, y sin embargo…»

La puerta se cerró tras Leane y los camilleros, y la Amyrlin exhaló un aliento entrecortado.

—Un desagradable asunto, éste. Desagradable. —Tenía el semblante plácido, pero se restregaba las manos como si quisiera lavárselas.

—Pero bastante interesante —observó Verin. Ella había sido la cuarta Aes Sedai que la Amyrlin

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