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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 16
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y el frescor shienariano no llegaría hasta bien entrado el atardecer.

Menos de media docena de las Aes Sedai que habían acompañado a la Amyrlin se encontraban allí. Verin Mathwin y Serafelle, del Ajah Marrón, no levantaron la vista al entrar ella. Serafelle estaba concentrada leyendo un antiguo libro de gastadas y descoloridas tapas de cuero, sosteniendo amorosamente sus estropeadas páginas, mientras la regordeta Verin, sentada con las piernas cruzadas bajo una aspillera, mantenía levantado en dirección a la luz un pequeño capullo y efectuaba anotaciones y bocetos con pulso firme en un libro apoyado sobre su rodilla. Tenía un tintero abierto en el suelo junto a ella y un montoncillo de flores en el regazo. Las hermanas Marrones apenas se preocupaban de asuntos ajenos a la búsqueda del conocimiento. Moraine ponía en duda en ocasiones su percepción de los acontecimientos presentes del mundo o incluso los que acaecían a su alrededor.

Las otras tres mujeres que ya se hallaban en la estancia se volvieron, pero ninguna hizo ademán de acercarse a Moraine, sino que se limitaron a mirarla. Había una, una esbelta mujer del Ajah Amarillo, a quien no conocía; pasaba demasiado tiempo fuera de Tar Valon para conocer a todas las Aes Sedai, a pesar de que su número hubiera ido reduciéndose. No obstante, había mantenido trato con las dos restantes. Carlinya era de tez tan pálida y de modales tan fríos como el fleco blanco de su chal, todo lo contrario de la morena y apasionada Alanna Mosvani, del Verde, pero ambas permanecían de pie, observándola sin pronunciar palabra alguna, con expresión inalterable. Alanna se ajustó bruscamente el chal en torno al cuerpo, pero Carlinya no se movió en absoluto. La delgada hermana Amarilla se giró con aire pesaroso.

—Que la Luz os ilumine a todas, hermanas —saludó Moraine. Nadie respondió. No estaba segura de si Serafelle o Verin la habían oído. «¿Dónde están las otras?» No había ninguna necesidad de que todas estuvieran allí; la mayor parte de ellas estarían descansando en sus habitaciones. Sin embargo, se hallaba crispada, asaltada por un tumulto de interrogantes que bullían en su cabeza. Nada de ello se reflejó en su cara.

Se abrió la puerta interior, dando paso a Leane, que no llevaba ahora su bastón coronado con la llama dorada. La Guardiana de las Crónicas era de estatura tan elevada como la mayoría de los hombres, flexible y grácil, aún hermosa, con piel cobriza y cortos cabellos oscuros. Llevaba una estola azul, de la anchura de una mano, en lugar de un chal, dado que ocupaba un puesto en la Antecámara de la Torre, si bien como Guardiana y no como representante de su Ajah.

—¡Aquí estás! —exclamó, y señaló a Moraine la puerta situada a su espalda—. Ven, hermana. La Sede Amyrlin está aguardando. —Hablaba naturalmente de forma rápida y entrecortada, con un tono que no modificaban el enojo, la alegría o la excitación.

Mientras caminaba en pos de ella, Moraine se preguntó qué emoción estaría experimentando la Guardiana. Leane presionó la puerta tras ellas y ésta obstruyó de golpe la entrada, produciendo un sonido similar al de una celda que se cerrara.

La Sede Amyrlin estaba sentada detrás de una amplia mesa ubicada en el centro de la alfombra, sobre la cual reposaba un cubo achatado de oro, del tamaño de un baúl de viaje, profusamente engastado de plata. A pesar de su solidez y de la firmeza de sus patas, la mesa parecía hundirse bajo un peso que tendrían dificultades en sostener dos fornidos hombres.

Al advertir el arcón de oro, Moraine hubo de esforzarse para mantener la serenidad de su semblante. La última vez que lo había visto, se encontraba bajo llave en la cámara acorazada de lord Agelmar. Al enterarse de la llegada de la Sede Amyrlin, se había formulado el propósito de decírselo ella misma. El hecho de que se hallara en poder de la Amyrlin era una nadería, pero una nadería preocupante. Tal vez los acontecimientos estaban desbordándola.

—Como me habéis llamado, madre, he venido a vos —dijo, realizando una profunda reverencia. La Amyrlin extendió una mano y Moraine besó su anillo, que representaba la forma de la Gran Serpiente y no difería en nada de los que llevaban las demás Aes Sedai. Tras incorporarse, adoptó un tono más familiar, aun cuando no demasiado. Era consciente de que la Guardiana se encontraba detrás de ella, junto a la puerta—. Confío en que hayáis tenido un buen viaje, madre.

La Amyrlin había nacido en Tear, en el seno de una humilde familia de pescadores, no integrada en una casa noble, y su nombre era Siuan Sanche, si bien eran pocos quienes lo habían utilizado, o habían abrigado siquiera la pretensión de hacerlo, en el transcurso de los diez años posteriores a su elección por parte de la Antecámara de la Torre. Ella era la Sede Amyrlin y no cabía darle otro tratamiento. La ancha estola que le cubría los hombros presentaba rayas en las que se daban cita todos los colores de los siete Ajahs; la Amyrlin participaba de todos los Ajahs y, a un tiempo, no pertenecía a ninguno. Era de estatura media, más atractiva que hermosa, pero su rostro reflejaba una fuerza anterior a la ostentación de aquel cargo, la fortaleza de una muchacha que había sobrevivido en las calles de Maule, el barrio portuario de Tear, y la clara mirada de sus ojos azules había obligado a bajar la vista a reyes y soberanas e incluso al capitán general de los Hijos de la Luz. Sus propios ojos aparecían fatigados ahora y sus labios evidenciaban una nueva tensión.

—Invocamos a los vientos para que impulsaran nuestros bajeles a remontar con mayor velocidad el Erinin, hija, e incluso solicitamos la ayuda de las corrientes. —La voz de la Amyrlin era profunda, y triste—. He visto las inundaciones que provocamos en los pueblos de las riberas y sólo la Luz sabe los estragos que hemos provocado en el tiempo. No habremos contribuido a mejorar la opinión que de nosotras tienen las gentes malogrando cosechas y causando daños. Y todo para llegar aquí lo antes posible. —Sus ojos se desviaron hacia el ornado cubo de oro y a punto estuvo de alzar una mano para tocarlo, pero, cuando volvió a hablar, únicamente dijo—: Elaida está en Tar Valon, hija. Vino con Elayne y Gawyn.

Moraine seguía consciente de la presencia de Leane, que permanecía en silencio como era de rigor en compañía de la Amyrlin, pero observando y escuchando.

—Es una sorpresa escucharlo, madre —repuso con cautela—. No corren tiempos propicios para que Morgase se encuentre sin ninguna consejera Aes Sedai. —Morgase era de los pocos gobernantes que admitían abiertamente disponer de una consejera Aes Sedai; casi todos tenían una, pero eran contados quienes lo reconocían públicamente.

—Elaida insistió, hija, y, a pesar de su condición de reina, dudo que Morgase sea capaz de contrariar la voluntad de Elaida. De todos modos, tal vez en esta ocasión desearía no serlo. Elayne tiene un gran potencial, mayor que el que nunca he visto. Ya está realizando progresos palpables. Las hermanas Rojas se hallan henchidas de orgullo por esta razón. No creo que la chica sienta inclinación por sus tendencias, pero es joven y no hay modo de predecir su reacción futura. Aun cuando no consigan doblegar su enfoque, ello apenas modificará las cosas. Elayne podría convertirse en la más poderosa Aes Sedai que hemos tenido a lo largo de un milenio, y es el Ajah Rojo quien la ha descubierto. Han ganado una influencia superior en la Antecámara como consecuencia de ello.

—Tengo a dos jóvenes conmigo en Fal Dara, madre —anunció Moraine—. Ambas de Dos Ríos, donde la sangre de Manetheren corre aún con fuerza, a pesar de que ellos ni siquiera recuerden que esa tierra se llamó así en un tiempo. La antigua estirpe se manifiesta como un canto en Dos Ríos. Egwene, una muchacha de pueblo, es como mínimo tan capaz como Elayne. He visto a la heredera del trono y estoy en condiciones de afirmarlo. Respecto a la otra, Nynaeve, era la Zahorí de su pueblo y, sin embargo, apenas es más que una muchacha. Es significativo que las mujeres de su pueblo la eligieran como Zahorí a su edad. Una vez que haya cobrado un control consciente sobre lo que ya realiza ahora sin saberlo, será tan poderosa como cualquiera de las que habitan en Tar Valon. Con entrenamiento, resplandecerá como una hoguera al lado de las velas de Elayne y Egwene. Y no existe ninguna posibilidad de que ninguna de ellas vaya a escoger el Rojo. Los hombres las divierten, las exasperan incluso, pero les inspiran simpatía. Sin duda contrarrestarán la influencia que consiga el Ajah Rojo en la Torre Blanca con motivo de haber encontrado a Elayne.

La Amyrlin asintió como si aquello no tuviera mayor importancia. Moraine enarcó las cejas a causa de la sorpresa antes de recobrar el aplomo y suavizar sus rasgos. Ésas eran las dos mayores preocupaciones de la Antecámara de la Torre: que cada año se encontraran menos muchachas susceptibles de aprender a encauzar el Poder Único, o así parecía, y que entre las que localizaban apenas hubiera alguna que dispusiera de un poder considerable. Más angustiante que el temor hacia quienes las hacían responsables del Desmembramiento del Mundo, más terrible que el odio que les profesaban los Hijos de la Luz, más amenazador que las tretas de los Amigos Siniestros, era la descarnada reducción de sus miembros y la disminución de sus habilidades. Los corredores de la Torre Blanca, antaño abarrotados de Aes Sedai, estaban ahora medio despoblados y lo que en otro tiempo podía realizarse sin dificultad por medio del Poder Único se conseguía ahora con mucho esfuerzo, o simplemente no se lograba.

—Elaida tenía otro motivo para acudir a Tar Valon, hija. Mandó el mismo mensaje con seis palomas distintas para asegurarse de que yo lo recibiera, y únicamente alcanzo a suponer a quién más de Tar Valon envió palomas, y luego vino en persona. Explicó a la Antecámara de la Torre que estás inmiscuyéndote con un joven que es ta’veren y, además, peligroso. Estuvo en Caemlyn, según dijo, pero, cuando averiguó en qué posada se alojaba, descubrió que tú lo habías ayudado a partir apresuradamente.

—La gente de esa posada nos sirvió correcta y fielmente, madre. Si ha ocasionado algún daño a alguna de esas personas… —Moraine no logró contener la dureza de su voz y oyó cómo Leane se agitaba, inquieta. Nadie hablaba a la Sede Amyrlin con ese tono, ni siquiera un rey.

—Deberías saber, hija —replicó secamente la Amyrlin— que Elaida no causa daño más que a quienes considera peligrosos: Amigos Siniestros o esos pobres e insensatos hombres que intentan encauzar el Poder Único. O a alguien que amenace a Tar Valon. Cualquier persona que no sea Aes Sedai podría ser una pieza de un tablero por lo que a ella respecta. Por fortuna para él, el posadero, un tal maese Gill según recuerdo, parece tener un elevado concepto de las Aes Sedai y por ello respondió a sus preguntas de manera que consideró satisfactoria. Elaida habló en buenos términos de él. Sin embargo, habló más de un joven con el que emprendiste viaje. Más peligroso que cualquier hombre nacido después de Artur Hawkwing, lo calificó. En ocasiones ella realiza predicciones, lo sabes bien, y sus palabras tuvieron efecto en la Antecámara.

Habida cuenta de la escucha de Leane, Moraine imprimió la mayor suavidad

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