o cual dama o señor. No obstante, por temor a que cualquiera de los países vecinos lo tomaran como excusa para invadirlos, los murandianos se abalanzaron sobre su falso Dragón casi tan pronto como éste abrió la boca para autoproclamarse.
—De todos modos —replicó Moraine—, no es de despreciar la presencia de tres a la vez. ¿Ha conseguido alguna de nuestras hermanas efectuar una predicción? —Era una posibilidad asaz remota, pues eran muy pocas las Aes Sedai que habían manifestado la más mínima habilidad para ello durante siglos, por lo cual no le sorprendió ver cómo Anaiya sacudía la cabeza. No le sorprendió, pero sí le aportó ciertas dosis de alivio.
Llegaron a una encrucijada de corredores al mismo tiempo que lady Amalisa, la cual realizó una profunda reverencia, extendiendo sus amplias faldas verdes.
—Honor a Tar Valon —murmuró—. Honor a las Aes Sedai.
La hermana del señor de Fal Dara requería más que un simple asentimiento con la cabeza. Moraine tomó las manos de Amalisa, para que se incorporara.
—Vos nos honráis a nosotras, Amalisa. Levantaos, hermana.
Amalisa se enderezó grácilmente, con el rostro ruborizado. Nunca había estado en Tar Valon, y el hecho de recibir el tratamiento de hermana por parte de una Aes Sedai era una distinción suma incluso para alguien de su rango. Bajita y de mediana edad, poseía una belleza madura, que resaltó el arrebol de sus mejillas.
—Es un honor excesivo para mí, Moraine Sedai.
—¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, Amalisa? —preguntó, sonriendo, Moraine—. ¿Debo llamaros mi señora Amalisa como si nunca hubiéramos tomado el té juntas?
—Desde luego que no —respondió Amalisa con una sonrisa. La fortaleza que evidenciaban las facciones de su hermano eran visibles en las suyas también, lo cual no iba en detrimento de la suavidad del contorno de sus mejillas y mandíbula. Había personas que opinaban que por más aguerrido y afamado guerrero que fuera Agelmar, apenas si se hallaba a la altura de su hermana—. Pero estando la Sede Amyrlin aquí… Cuando el rey Easar visita Fal Dara, en privado lo llamo magami, tiíto, al igual que lo hacía de pequeña, cuando me llevaba sobre sus hombros, pero en público debe ser distinto.
—En ocasiones la formalidad es necesaria, pero los hombres suelen otorgarle excesiva importancia —terció Anaiya—. Por favor, llamadme Anaiya y yo os llamaré Amalisa, si ello no os molesta.
Por el rabillo del ojo, Moraine vio cómo Egwene desaparecía velozmente por uno de los pasillos laterales. Una silueta encorvada y cabizbaja, vestida con un jubón de cuero y cargada de fardos, caminaba pesadamente tras ella. Moraine se permitió esbozar una pequeña sonrisa, que se apresuró a borrar. «Si esa muchacha muestra la misma capacidad de iniciativa en Tar Valon —se dijo—, llegará a ocupar la Sede Amyrlin un día. Si aprende a controlar dicha iniciativa. Y si queda una Sede Amyrlin que ocupar.»
Cuando devolvió la atención a las demás, Liandrin estaba hablando.
—… y me encantaría tener ocasión de aprender más cosas sobre vuestra tierra. —Lucía una sonrisa, franca y casi parecida a la de una chiquilla, y su tono era amistoso.
Moraine reforzó la impasibilidad de su rostro mientras Amalisa las invitaba a reunirse con ella y sus damas en su jardín privado y Liandrin aceptaba con afabilidad. Liandrin apenas hacía amigas y jamás fuera del Ajah Rojo. «Sin duda, nunca con personas que no sean Aes Sedai. Antes entablaría relaciones con un hombre o con un trolloc.» Moraine no estaba segura de si Liandrin establecía alguna distinción entre los varones y los trollocs y aquella incertidumbre era extensible a todos los miembros del Ajah Rojo.
Anaiya explicó que en aquellos instantes habían de comparecer ante la Sede Amyrlin.
—Desde luego —repuso Amalisa—. Que la Luz la ilumine y el Creador la proteja. Pero más tarde, entonces. —Se irguió e inclinó la cabeza al tiempo que se alejaban las tres mujeres.
Moraine estudió el semblante de Liandrin mientras caminaban, sin mirarla directamente. La Aes Sedai de cabellos dorados tenía la vista fija y los rosados labios fruncidos en ademán pensativo. Al parecer, había olvidado la presencia de Moraine y Anaiya. «¿Qué estará tramando?»
Anaiya no dio muestras de haber advertido nada fuera de lo ordinario, pero había que tener en cuenta que ella siempre aceptaba a las personas tal como eran y como deseaban ser. Moraine no salía de su estupor al comprobar lo airosa que salía siempre Anaiya en la Torre Blanca, lo cual se debía a que las Aes Sedai de modales sinuosos siempre interpretaban su franqueza y honestidad, su tolerancia para con todos, como argucias. Invariablemente sus planes se desmoronaban cuando resultaba que sus palabras y sus intenciones eran del todo genuinas. Además, tenía la capacidad de vislumbrar lo esencial de las cosas, y de aceptar lo que percibía. Ahora prosiguió alegremente la exposición de las novedades.
—Las noticias de Andor son buenas y malas a un tiempo. Los alborotos callejeros de Caemlyn se apagaron con la llegada de la primavera, pero todavía se habla mucho, demasiado, acusando a la reina, así como a Tar Valon, por el largo invierno que han padecido. Morgase se mantiene en el tronco con menor firmeza que el año pasado, pero lo mantiene y así lo hará mientras Gareth Bryne sea el capitán general de la guardia de la reina. Y lady Elayne, la heredera de la corona, y su hermano, lord Gawyn, han acudido sanos y salvos a Tar Valon para iniciar su aprendizaje. En la Torre Blanca había cierto temor de que fuera a interrumpirse dicha tradición.
—No será así mientras Morgase no haya exhalado el último aliento —afirmó Moraine.
Liandrin tuvo un ligero sobresalto, como si acabara de despertar de un sueño.
—Quiera la Luz que continúe respirando. La comitiva de la heredera del trono fue seguida por los Hijos de la Luz hasta el río Erinin, hasta los mismos puentes de Tar Valon. Otros todavía se mantienen acampados junto a las murallas de Caemlyn, buscando la oportunidad de causar problemas, y dentro de Caemlyn hay quienes les prestan crédito.
—Tal vez es hora de que Morgase aprenda a demostrar un poco más de prudencia —suspiró Anaiya—. El mundo está volviéndose más peligroso con cada día que transcurre, incluso para una reina. Quizás en especial para una reina. Siempre ha sido muy obstinada. Recuerdo cuando vino a Tar Valon de muchacha. Carecía del talento para convertirse en una hermana de plenos derechos y ello le escocía. A veces creo que por ello presiona a su hija, sin dejar que ella decida.
—Elayne nació con la chispa en su interior —disintió Moraine—; no es ésa una cuestión que pueda decidirse. Morgase no se arriesgaría a permitir que su hija muriera por falta de formación aunque todos los Capas Blancas de Amadicia estuvieran acampados fuera de Caemlyn. Ordenaría a Gareth Bryne y a la guardia real abrir un paso entre ellos hasta Tar Valon y Gareth Bryne lo haría aun cuando tuviera que forcejear solo. —«Pero todavía debe mantener en secreto el alcance del potencial de la muchacha. ¿Aceptaría el pueblo de Andor que Elayne sucediera a Morgase en el trono si lo supieran? ¿No a una reina formada en Tar Valon de acuerdo a la traición, sino a una Aes Sedai de derecho?» En toda la historia conocida únicamente había habido unas cuantas soberanas que pudieran recibir el título de Aes Sedai y las pocas que habían permitido que ello se hiciera público lo habían lamentado hasta su muerte. Sintió un acceso de tristeza. Sin embargo, todavía quedaban muchas cosas pendientes para permitirse concentrar la ayuda, o la preocupación, en una sola tierra y un trono—. ¿Qué más ha sucedido, Anaiya?
—Debes de estar al corriente ya de que se ha convocado la Gran Cacería del Cuerno en Illian, por primera vez en cuatrocientos años. Los illianos dicen que la Última Batalla se halla próxima… —Anaiya se estremeció levemente, pero continuó con su exposición— …y que el Cuerno de Valere debe encontrarse antes de la confrontación final con la Sombra. Hombres de toda procedencia están reuniéndose, unánimemente ansiosos por pasar a formar parte de la leyenda, deseosos de encontrar el Cuerno. Murandy y Altara abrigan sus recelos, claro está, pues piensan que no es más que un pretexto para atacarlos. Ése es probablemente el motivo por el que los murandianos apresaron con tanta rapidez a su falso Dragón. En todo caso, habrá una nueva serie de historias para que los bardos y los juglares las añadan al ciclo. Quiera la Luz que sólo sean nuevas historias.
—Tal vez no serán el tipo de relatos que esperan —aventuró Moraine. Liandrin la miró vivamente y ella mantuvo el semblante inalterado.
—Supongo que no —admitió plácidamente Anaiya—. Las historias que menos esperan serán las que precisamente agregarán al ciclo. Aparte de eso, sólo dispongo de rumores para ofrecerte. Los Marinos están agitados, corriendo con sus barcos de un puerto a otro sin apenas pausa. Las hermanas de las islas dicen que el Coramoor, su Elegido, va a llegar pronto, pero no explican nada más. Ya sabes cuán poco locuaces son los Atha’an Miere al hablar con los forasteros respecto al Coramoor y en eso nuestras hermanas se acogen más a la mentalidad de los Marinos que a la de las Aes Sedai. Los Aiel también están desasosegados, al parecer, pero nadie sabe por qué. Nadie sabe nunca nada a ciencia cierta acerca de los Aiel. Al menos no hay evidencia de que vayan a cruzar de nuevo la Columna Vertebral del Mundo, gracias a la Luz. —Suspiró, sacudiendo la cabeza—. Qué no daría por tener tan sólo una hermana de la sangre Aiel. Sólo una. Sabemos tan poco de ellos…
—A veces me induces a pensar que perteneces al Ajah Rojo —señaló, riendo, Moraine.
—El llano de Almoth —dijo Liandrin, en apariencia sorprendida de haber hablado.
—Eso sí que es en verdad un rumor, hermana —replicó Anaiya—. Algunos susurros escuchados a partir de Tar Valon. Es posible que se libren batallas en el llano de Almoth y tal vez en la Punta de Toman. Digo que es posible. Los rumores eran discretos, rumores de rumores. Nos fuimos antes de tener ocasión de enterarnos mejor.
—Debe de ser en Tarabon y Arad Doman —apuntó Moraine—. Se han venido disputando el llano de Almoth durante casi tres siglos, pero nunca habían llegado a enfrentamientos directos. —Miró a Liandrin; se suponía que las Aes Sedai renunciaban a sus antiguas lealtades a países y gobernantes, pero eran pocas las que lo hacían por completo. Era duro no preocuparse por la tierra que las había visto nacer—. ¿Por qué iban a hacerlo ahora… ?
—Ya basta de parloteo ocioso —espetó la mujer de pelo dorado—. Te está aguardando la Amyrlin, Moraine. —Dio tres rápidos pasos, adelantándose a las demás, y abrió una de las hojas de la gran puerta—. La Amyrlin no te reserva un parloteo ocioso.
Tocándose inconscientemente la bolsa que pendía de su cintura, Moraine pasó bajo el dintel, dedicando una breve inclinación de cabeza a Liandrin, como si ésta estuviera manteniendo abierta la puerta para ella. Ni siquiera sonrió al percibir la palidez que imprimió la rabia en el rostro de Liandrin. «¿Qué está tramando esta maldita muchacha?»
El suelo de la antecámara estaba cubierto de abigarradas alfombras y la habitación se hallaba confortablemente amueblada con sillas, bancos con cojines y pequeñas mesas, todos de madera austeramente labrada o simplemente pulida. Unas cortinas de brocado flanqueaban las altas aspilleras para conferirles un aspecto más similar al de las verdaderas ventanas. En las chimeneas no ardía fuego; el día era cálido