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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 142
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Quemadlo.

La Aes Sedai dejó que el pergamino volviera a enrollarse por sí solo.

—No serviría de nada, Rand. Lo compré hace dos días, en un pueblo por el que pasamos. Hay cientos de ellos, miles tal vez, y en todas partes se relata la escena del combate entre el Dragón y el Oscuro en los cielos que dominan Falme.

Rand miró a Min. Ésta asintió de mala gana y le apretó la mano. Aun cuando parecía asustada, no pestañeó siquiera. «Me pregunto si será por eso que se marchó Egwene. Estaba en su derecho al hacerlo.»

—El Entramado tiende sus hilos a tu alrededor, estrechando cada vez más el cerco —afirmó Moraine—. Me necesitas más que nunca.

—No os necesito —protestó con voz ronca— ni quiero teneros a mi lado. No pienso implicarme en todo esto. —Recordó que no sólo Ba’alzemon lo había llamado Lews Therin; también Artur Hawkwing le había dado ese nombre—. No pienso hacerlo. Luz, se supone que el Dragón desmembrará de nuevo el mundo, lo desgajará todo. Yo no seré el Dragón.

—Tú eres lo que eres —aseguró Moraine—. Ya estás haciendo sentir tu presencia en el mundo. El Ajah Negro se ha dado a conocer por primera vez en dos mil años. Arad Doman y Tarabon estaban al borde de la guerra, y la situación se recrudecerá cuando lleguen allí las noticias de lo acaecido en Falme. Cairhien está en guerra civil.

—Yo no hice nada en Cairhien —protestó—. No podéis achacarme eso.

—El no hacer nada ha sido siempre una táctica en el Gran Juego —suspiró la mujer— y sobre todo de la manera como juegan ahora. Tú fuiste la chispa a cuyo contacto Cairhien explotó como el cohete de un Iluminador. ¿Qué crees que ocurrirá cuando lleguen a Arad Doman y Tarabon las noticias de los sucesos de Falme? Siempre ha habido hombres dispuestos a seguir al hombre que se autodenominara el Dragón, pero nunca hasta ahora habían tenido señales tan claras como ésta. Aún hay más. Mira. —Le arrojó una bolsa al pecho.

Titubeó un instante antes de abrirla. Dentro había fragmentos de lo que parecía cerámica blanca y negra vidriada. Había visto anteriormente un material similar.

—Otro sello de la prisión del Oscuro —murmuró.

Min emitió una exclamación; la mano que apretaba la de Rand solicitaba ahora ánimo en lugar de ofrecerlo.

—Dos —precisó Moraine—. Tres de los siete sellos están rotos. El que ya tenía y dos que encontré en la morada del Augusto Señor en Falme. Cuando los siete queden reducidos a fragmentos, tal vez antes incluso, se hará pedazos el parche que los hombres pusieron sobre el agujero que perforaron en la prisión forjada por el Creador, y el Oscuro podrá de nuevo sacar la mano por ese orificio y tocar el mundo. Y la única esperanza del mundo es que el Dragón Renacido esté aquí para hacerle frente.

Min intentó impedir que Rand se quitara las mantas de encima, pero él la empujó suavemente a un lado.

—Necesito caminar.

La muchacha lo ayudó a levantarse, suspirando y gruñendo acerca del peligro de que se le abriera la herida. Descubrió que tenía el pecho vendado. Min le cubrió los hombros con una manta que hizo las veces de capa.

Por un momento permaneció de pie mirando la espada con la marca de la garza, o lo que de ella quedaba, tendida en el suelo. «La espada de Tam. La espada de mi padre.» De mala gana, con la mayor reticencia que había experimentado en toda su vida, desechó la esperanza de confirmar que Tam era realmente su padre. Sintió como si le desgarraran el corazón, pero ello no modificó para nada el afecto que había depositado en Tam ni en el Campo de Emond, el único hogar que él había conocido. «Fain es lo importante. Me queda una tarea que cumplir: detenerlo.»

Las dos mujeres hubieron de sostenerlo, una por cada brazo, para bajar hasta las fogatas ya encendidas a corta distancia de un camino. Loial estaba allí, leyendo un libro, Navegar más allá del sol poniente, y Perrin contemplaba uno de los fuegos. Los shienarianos estaban realizando los preparativos para la cena. Lan, que estaba sentado bajo un árbol afilando la espada, dedicó una discreta mirada a Rand y luego un cabeceo a modo de saludo.

Había otro detalle. El estandarte del Dragón ondeaba en el viento en medio del campamento. Habían encontrado en algún sitio un asta apropiada con la que habían sustituido la improvisada por Perrin.

—¿Qué hace eso en un lugar visible para todo aquel que pase? —preguntó Rand.

—Es demasiado tarde para esconderse, Rand —respondió Moraine—. Siempre es demasiado tarde para que tú te escondas.

—Tampoco tenéis la obligación de poner un cartel indicando dónde estoy. Nunca localizaré a Fain si alguien me da muerte a causa de este pendón. —Se volvió hacia Loial y Perrin—. Me alegro de que os hayáis quedado. Si os hubierais ido, lo habría comprendido.

—¿Por qué no iba a quedarme? —replicó Loial—. Eres más ta’veren de lo que yo imaginaba, es cierto, pero sigues siendo mi amigo. Eso espero al menos. —Agitó las orejas, con incertidumbre.

—Lo soy —le aseguró Rand—. Mientras que no entrañe peligro para ti mi proximidad, e incluso después de ello. —La amplia sonrisa del Ogier casi le dividió la cara en dos.

—Yo también me quedo —anunció Perrin, con una nota de resignación, tal vez de aceptación, en la voz—. La Rueda teje una tupida tela con nosotros en el Entramado, Rand. ¿Quién lo hubiera imaginado allá en el Campo de Emond?

Los shienarianos estaban reuniéndose a su alrededor. Ante el asombro de Rand, todos se postraron de rodillas, centrando las miradas en él.

—Quisiéramos juraros vasallaje —pidió Ino. Los demás, de rodillas, asintieron, corroborando sus palabras.

—Habéis jurado fidelidad a Ingtar y a lord Agelmar —los disuadió Rand—. Ingtar murió honorablemente, Ino. Pereció para que el resto de nosotros pudiéramos escapar con el Cuerno. —No era preciso explicarles el resto. Confiaba en que Ingtar hubiera hallado de nuevo la Luz—. Comunicádselo a lord Agelmar cuando regreséis a Fal Dara.

—Se dice —expuso con cautela el soldado tuerto— que cuando el Dragón haya renacido, romperá todos los juramentos, deshará todos los vínculos. Nada nos retiene ahora. Deseamos juraros fidelidad a vos. —Desenvainó la espada y la dejó frente a él, encarando la empuñadura hacia Rand, y el resto de los shienarianos siguieron su ejemplo.

—Habéis combatido al Oscuro —recordó Masema. Masema, que lo odiaba. Masema, que ahora lo miraba como si él fuera una visión de la Luz—. Yo os vi lord Rand. Lo vi. Seré vuestro vasallo, hasta la muerte. —Sus oscuros ojos brillaban fervorosamente.

—Debes elegir, Rand —opinó Moraine—. El mundo se desgarrará tanto si tú lo desmiembras como si no. El Tarmon Gai’don se librará, y bastará para destrozar el mundo. ¿Todavía vas a tratar de ocultar tu identidad y dejar que el mundo se enfrente indefenso a la Última Batalla? Elige.

Todos estaban observándolo, expectantes. «La muerte es más liviana que una pluma, el deber más pesado que una montaña.» Entonces tomó la decisión.

DESPUÉS

Por mar y tierra viajaron los relatos, en barcos, caballos, carromatos y a pie, contados una y otra vez, hasta Arad Doman y Tarabon y aún más allá, modificándose y conservando a un tiempo su esencia, las señales y portentos acaecidos en el cielo de Falme. Y los hombres se proclamaron a favor del Dragón, y otros hombres los derribaron y a su vez fueron derribados.

Corrían otras historias, protagonizadas por una columna que cabalgaba hacia oriente atravesando el llano de Almoth. Un centenar de hombres de las Tierras Fronterizas, decían. No, un millar. No, un millar de héroes que se habían levantado de la tumba en respuesta a la llamada del Cuerno de Valere. Diez millares. Habían destruido una legión entera de Hijos de la Luz. Habían hecho retroceder hacia el océano al ejército de descendientes de Artur Hawkwing. Eran las huestes de Artur Hawkwing que habían regresado. Cabalgaban hacia las Montañas, hacia el lugar donde salía el sol.

Había, no obstante, algo que todas las historias referían por igual. A su cabeza cabalgaba un hombre cuyo rostro se había visto en el cielo de Falme, y por enseña llevaban el estandarte del Dragón.

Y los hombres clamaban al Creador: «Oh Luz de los Cielos, Luz del Mundo, haced que el Redentor Prometido nazca del seno de la montaña, tal como afirman las profecías, tal como acaeció en las eras pasadas y sucederá en las venideras. Haced que el Príncipe de la Mañana cante en honor de la tierra para que crezcan las verdes cosechas y los valles produzcan en adelante corderos. Permitid que el brazo del Señor del Alba nos proteja del de la Oscuridad y que la gran espada de la justicia nos defienda. Haced que el Dragón cabalgue de nuevo a lomos de los vendavales del tiempo».

De Charal Drianaan te Calamon,

El Ciclo del Dragón.

Autor anónimo, Cuarta Era

GLOSARIO

Aclaración sobre las fechas de este glosario

Desde el Desmembramiento del Mundo se ha venido recurriendo a tres sistemas generalizados de registro de fechas. El primero asentaba los años transcurridos Después del Desmembramiento (DD). Dado el caos casi completo que reinó durante el Desmembramiento y en los años inmediatamente posteriores, este calendario, que fue adoptado un centenar de años después, tomó como punto de partida un tiempo arbitrariamente asignado. Muchos anales resultaron destruidos durante la Guerra de los Trollocs, de tal modo que, al concluir ésta, se abrió una discusión respecto al año en que se hallaban en el antiguo sistema. Se estableció entonces un nuevo calendario, en conmemoración de la supuesta liberación de la amenaza trolloc, en que los años se señalarían como Año Libre (AL). Tras la destrucción, mortandad y desintegración causadas por la Guerra de los Cien Años, se concibió un tercer calendario, el de la Nueva Era (NE), que todavía sigue vigente.

a’dam: Un objeto, compuesto de un collar y un brazalete unidos mediante una correa de metal plateado, que puede utilizarse para controlar, en contra de su voluntad, a cualquier mujer que posea la habilidad de encauzar la energía. El collar lo lleva la damane, y el brazalete, la sul’dam. (Véase damane y sul’dam.)

Aes Sedai: Poseedoras del Poder Único. Desde la Época de Locura, todos los Aes Sedai supervivientes son mujeres. Con frecuencia inspiradoras de desconfianza, temor e incluso odio entre la gente, muchos les achacan la responsabilidad del Desmembramiento del Mundo y les critican su entrometimiento en los asuntos de las naciones. Aun así, pocos son los gobernantes que no disponen de un consejero Aes Sedai, incluso en las tierras en donde tal relación debe mantenerse en secreto. (Véanse Ajah, Sede Amyrlin y Época de Locura.)

Agelmar; lord Agelmar de la casa de Jagad: señor de Fal Dara. Sus insignias son tres zorros rojos en actitud de correr.

Aiel: El pueblo del Yermo de Aiel. Duros y luchadores, se cubren los rostros antes de matar, lo cual ha dado origen al dicho «actuar como un Aiel de rostro velado» para describir a alguien que se comporta de manera violenta. Terribles guerreros, ya sea armados o con las manos desnudas, nunca tocan una espada. Sus flautistas los acompañan en las batallas con música de danzas y los Aiel llaman a la batalla «la Danza».

Ajah: Sociedades entre las Aes Sedai; cada Aes Sedai pertenece a un Ajah concreto. Éstos se designan por colores: Ajah Azul, Ajah Rojo, Ajah Blanco, Ajah Verde, Ajah Marrón, Ajah Amarillo y Ajah Gris. Cada uno de ellos sigue una filosofía específica respecto a los cometidos de las Aes Sedai. El Ajah Rojo, por

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