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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 141
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rubor de sus mejillas y sintió deseos de desviar la mirada, pero no pudo apartarla.

—Llamaré a Nynaeve —anunció al fin Egwene antes de alejarse con la espalda erguida y la cabeza alta.

Min quiso llamarla, salir tras ella, pero siguió tendida allí como aquejada de parálisis. Las lágrimas afluyeron a sus ojos. «Es lo que ha de ser. Lo sé. Lo leí en todos ellos. Luz, yo no quiero participar en esto.»

—Todo por tu culpa —reprochó a la forma aún inmóvil de Rand—. No, no lo es. Pero tú pagarás por ello, creo. Todos estamos atrapados como moscas en una telaraña. ¿Qué pensaría Egwene si le dijera que hay otra mujer que aún no ha aparecido, una que ni siquiera conoce? A propósito, ¿qué pensarías tú, mi hermoso lord pastor? Eres bien parecido, pero… Luz, ni siquiera sé si seré yo la que elijas, ni si deseo serlo. ¿O acaso tratarás de hacernos saltar a las tres sobre tus rodillas? Puede que no seas tú el responsable, Rand al’Thor, pero no es justo.

—No Rand al’Thor —dijo una cantarina voz desde el umbral—. Lews Therin Telamon, el Dragón Renacido.

Min contempló entonces a la mujer más hermosa que jamás había visto, una dama de pálida y tersa piel con largos cabellos negros y ojos tan oscuros como la noche. La nieve habría parecido sucia al lado de la blancura de su vestido, ceñido con un cinturón de plata. Todas las joyas que lucía eran del mismo material. Min sintió un arrebato de rabia.

—¿Qué significa eso? ¿Quién sois?

La mujer se acercó a la cama con movimientos tan gráciles que Min sintió un acceso de celos, a pesar de no haber envidiado nunca a una mujer, y acarició el pelo de Rand como si Min no estuviera allí.

—Él no lo cree aún, me parece. Lo sabe, pero no lo cree. Siempre fue obstinado, pero esta vez lo pondré en vereda. Ishamael piensa que controla los acontecimientos, pero soy yo quien establece su curso.

Rozó con el dedo la frente de Rand como si dibujara una marca, que Min relacionó con inquietud con la forma del Colmillo del Dragón. Rand se agitó, murmurando; ésos fueron los primeros movimientos o sonidos que percibía en él desde que lo había encontrado.

—¿Quién sois? —volvió a preguntar Min.

Aunque la mujer se limitó a mirarla, Min hundió la cabeza en la almohada y abrazó con furia a Rand.

—Me llaman Lanfear, muchacha.

Min notó de pronto la boca tan seca que no habría podido hablar aun cuando su vida dependiera de ello. «¡Una de las Renegadas! ¡No! ¡Luz, no.» Únicamente acertó a sacudir la cabeza, expresando una negativa que puso una sonrisa en los labios de Lanfear.

—Lews Therin fue y sigue siendo mío, chiquilla. Cuídamelo bien hasta que yo vuelva para reunirme con él. —Entonces desapareció.

Min quedó boquiabierta. Se había esfumado sin mediar transformación alguna en su imagen. Min descubrió que abrazaba estrechamente el cuerpo de Rand, en una demanda de protección que se reprochó a sí misma.

Con una inflexible determinación pintada en su enjuto semblante, Byar galopaba con el sol poniente a las espaldas sin mirar atrás. Había visto cuanto era preciso, todo cuanto le había permitido distinguir aquella condenada niebla. La legión entera había sucumbido, Bornhald había muerto, y sólo podía haber una explicación para ello: los Amigos Siniestros los habían traicionado, Amigos Siniestros como ese Perrin de Dos Ríos. Eso era lo que había de comunicar a Dain Bornhald, el hijo del capitán, que se encontraba con los Hijos de la Luz estacionados en las proximidades de Tar Valon. Pero también tenía noticias más terribles que anunciar, destinadas a alguien de posición no inferior a Pedron Niall. Debía contarle lo que había visto en el cielo encima de Falme. Azotó el caballo con las riendas y no volvió la vista atrás.

CAPÍTULO 49

Ineludible acontecer

Rand abrió los ojos y contempló la luz del sol que filtraban las ramas de un olmo, con sus anchas y ásperas hojas aún verdes a pesar de lo avanzado de la estación. El viento que agitaba el follaje presagiaba una tormenta de nieve y la proximidad de la noche. Yacía de espaldas, arropado con mantas y, al parecer, sin chaqueta ni camisa, pero con algo enrollado en el pecho. Le dolía el costado izquierdo. Volvió la cabeza y allí estaba Min sentada en el suelo, mirándolo. Casi no la reconoció con faldas. La muchacha sonrió con timidez.

—Min, eres tú. ¿De dónde has salido? ¿Dónde estamos?

Los recuerdos surgían de manera inconexa, entremezclando sucesos acaecidos tiempo atrás con insignificantes fragmentos conectados a los días anteriores, girando en su mente sin proporcionarle más que atisbos que perdían forma antes de que pudiera verlos con claridad.

—Vengo de Falme —respondió Min—. Ahora estamos a cinco días de camino de allí hacia oriente, durante los cuales has dormido sin parar.

—Falme. —Más recuerdos. Mat había hecho sonar el Cuerno de Valere—. ¡Egwene! ¿Está…? ¿La liberaron? —Contuvo el aliento.

—No sé quién esperabas que lo hiciera, pero está libre. Nosotras mismas la ayudamos a escapar.

—¿Nosotras? No comprendo. —«Está libre. Al menos está…»

—Nynaeve, Elayne y yo.

—¿Nynaeve? ¿Elayne? ¿Cómo? ¿Estabais todas en Falme? —Intentó incorporarse, pero ella lo obligó a tumbarse y permaneció allí, con las manos sobre sus hombros, mirándolo fijamente—. ¿Dónde está?

—Se ha ido. —Min se ruborizó—. Todos se han ido. Egwene, Nynaeve, Mat, Hurin y Verin. Hurin no quería separarse de ti. Se dirigen a Tar Valon. Egwene y Nynaeve habían de retomar sus estudios en la Torre y Mat debía ir allí por lo que quiera que vayan a hacer las Aes Sedai con relación a esa daga. Se llevaron el Cuerno de Valere con ellos. No puedo creer que lo vi con mis propios ojos.

—Se ha ido —murmuró—. Ni siquiera esperó a que despertara.

El rubor de las mejillas de Min subió de tono y ella volvió a sentarse, bajando la vista hacia el regazo.

Rand alzó las manos para recorrerse el rostro con ellas y se detuvo, mirándose las palmas con estupor. Ahora también había una garza impresa en la palma izquierda, igual que la que tenía en la derecha, con las líneas perfectamente definidas. «Una vez la garza para señalar su camino. Dos veces la garza para darle su verdadero nombre.»

—¡No!

—Se han ido —repitió la muchacha—. No conseguirás cambiarlo por más que digas «no».

Sacudió la cabeza. Algo le decía que el dolor que sentía en el costado era de importancia. No recordaba haber sido herido, pero era importante. Se dispuso a levantar las mantas para mirar, pero ella le apartó las manos.

—No puedes conseguir nada bueno tocándola. Todavía no está totalmente curada. Verin intentó tratarla con los métodos de Tar Valon, pero dijo que no surtía el efecto esperado. —Titubeó, mordisqueándose el labio—. Moraine opina que Nynaeve debió de hacer algo o de lo contrario ya habrías muerto cuando te llevamos hasta Verin, pero Nynaeve afirma que estaba demasiado asustada para encender una vela. Hay… algo raro en tu herida. Deberás esperar a que se cure por sí sola. —Parecía turbada.

—¿Moraine está aquí? —Soltó una amarga carcajada—. Cuando has dicho que Verin se había marchado, pensaba que me había librado nuevamente de las Aes Sedai.

—Aquí estoy —confirmó Moraine.

Apareció, toda vestida de azul y tan serena como si se hallara en la Torre Blanca, caminando para pararse delante de él. Min la miraba con el entrecejo fruncido. Rand tuvo la extraña sensación de que quería protegerlo de la Aes Sedai.

—Ojalá no fuera así —dijo a la Aes Sedai—. Por lo que a mí respecta, podéis regresar al lugar donde os escondíais y quedaros allí.

—No he estado escondiéndome —arguyó con calma Moraine—. He estado haciendo lo que se encontraba en mis manos, aquí en la Punta de Toman, y en Falme. No han sido grandes hazañas, aunque he aprendido mucho. No conseguí rescatar a dos de mis hermanas antes de que los seanchan las subieran a bordo con las Atadas con la Correa, pero hice lo que pude.

—Lo que pudisteis… Enviasteis a Verin para vigilarme, pero yo no soy un corderito, Moraine. Dijisteis que podía ir a donde quisiera y mi intención es ir a donde no estéis vos.

—Yo no envié a Verin, lo hizo por propia iniciativa. Despiertas el interés de un gran número de gente, Rand. ¿Fue Fain quien te encontró o fuiste tú quien lo localizó a él?

El repentino cambio de tema lo tomó por sorpresa.

—¿Fain? No. Menudo héroe estoy hecho. Intenté rescatar a Egwene y Min se me adelantó. Fain amenazó con abatir la desgracia sobre el Campo de Emond si no me enfrentaba a él y ni siquiera le puse los ojos encima. ¿Se fue también con los seanchan?

—No lo sé —contestó Moraine—. Ojalá lo supiera. Pero es mejor que no lo encontraras, al menos no antes de saber qué es.

—Es un Amigo Siniestro.

—Es más que eso, algo mucho peor. Padan Fain era una criatura corrompida por el Oscuro hasta los más profundos entresijos de su alma, pero creo que en Shadar Logoth cayó en las garras de Mordeth, el cual dio prueba en su combate con la Sombra del mismo grado de abyección de la que ésta es capaz. Mordeth trató de consumir el alma de Fain, de encarnarse de nuevo en un ser humano, pero halló un espíritu que había sufrido la influencia directa del Oscuro y lo que de ello resultó… Lo que de ello resultó no fue Fain ni Mordeth, sino algo mucho más vil, una mezcla de ambos. Fain…, por así llamarlo, es mucho más peligroso de lo que puedas imaginar. Posiblemente no habrías salido con vida de un encuentro con él y, de haberlo hecho, tal vez la Sombra se habría apoderado de ti hasta extremos impensables.

—Si está vivo, si no se fue con los seanchan, he de… —Interrumpió sus palabras cuando la Aes Sedai sacó su espada con la marca de la garza de debajo de la capa. La hoja terminaba bruscamente a veinticinco centímetros de la empuñadura, como si se hubiera fundido. Los recuerdos se agolparon en su conciencia—. Lo maté —dijo quedamente—. Esta vez lo maté.

Moraine puso a un lado la espada estropeada como el objeto inservible que ya era y se frotó las manos.

—El Oscuro no perece con tanta facilidad. El mero hecho de que apareciera en el cielo sobre Falme es más que un simple motivo de preocupación. En principio no debería poder hacerlo, si está cautivo como nosotros creemos. Y, si no lo está, ¿por qué no nos ha destruido a todos? —Min se agitó con nerviosismo.

—¿En el cielo? —inquirió, sorprendido, Rand.

—Los dos flotabais en el aire —precisó Moraine—. Vuestro combate tuvo lugar en el cielo, ante todas las miradas de Falme. Quizá también os vieron en otras ciudades de la Punta de Toman, si hay que dar crédito a la mitad de los rumores que he escuchado.

—Nosotras…, nosotras lo vimos todo —corroboró Min con voz débil, poniendo una mano sobre la de Rand como si quisiera confortarlo.

Moraine introdujo de nuevo la mano bajo los pliegues de la capa y extrajo un pergamino enrollado, una de las grandes hojas como las que utilizaban los artistas callejeros en Falme. A pesar de que la tiza estaba algo emborronada al desplegarlo, el dibujo aún se distinguía con claridad. Un hombre de rostro llameante luchaba con una vara contra otro armado con una espada entre nubes surcadas por relámpagos, y tras ellos ondeaba el estandarte del Dragón. La cara de Rand era fácilmente reconocible.

—¿Cuántas personas han visto esto? —preguntó con impaciencia—. Rasgadlo.

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