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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 111
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Hurin parecía confiado, mientras que Loial tenía visos de estar más preocupado por la posibilidad de que Alar cambiase de opinión acerca de su partida que por otra cosa. Rand no apresuró el paso mientras tiraba de las riendas de Rojo, pues abrigaba la sospecha de que Verin no se proponía hacer uso de la Piedra por ella misma.

La gris columna de piedra se erguía cerca de un haya de treinta metros de altura y tres de diámetro, que Rand habría considerado como un ejemplar de excepcional tamaño de no haber visto antes los Grandes Árboles. No había ninguna valla de aviso allí; únicamente algunas florecillas silvestres que asomaban entre el espeso mantillo de hojas del bosque. El Portal de Piedra estaba roído por la intemperie, pero los símbolos que lo cubrían eran todavía descifrables.

Los soldados shienarianos se dispersaron formando un holgado círculo en torno a la Piedra y a los que iban a pie.

—Lo pusimos en pie —explicó Alar— cuando lo encontramos hace muchos años, pero no lo movimos. Parecía… que se resistiera a cambiar de lugar. —Se encaminó directamente a él y apoyó su gran mano en la piedra—. Siempre lo he considerado un símbolo de lo que se ha perdido, de lo que ha caído en el olvido. En la Era de Leyenda habrían podido estudiarlo y comprender su funcionamiento. Para nosotros, en cambio, no es más que una piedra.

—Más que eso, confío. —La voz de Verin era cada vez más animada—. Mayor, os agradezco vuestra ayuda. Excusad la falta de formalidad de nuestra despedida, pero la Rueda no detiene su curso por ninguna mujer. Al menos no perturbaremos más la paz de vuestro stedding.

—Hicimos regresar a los albañiles de Cairhien —replicó Alar—, pero aun así nos mantenemos al corriente de lo que sucede en el mundo. Falsos Dragones, la Gran Cacería del Cuerno… Lo oímos y seguimos con nuestras plácidas vidas. No creo que el Tarmon Gai’don nos permita seguir haciéndolo. Adiós, Aes Sedai. Adiós a todos y que la mano del Creador os dé cobijo. —Se detuvo para dedicar una breve ojeada a Loial y una última mirada admonitoria a Rand antes de desaparecer entre los árboles, seguida por Juin.

Se oyeron crujir las sillas con los nerviosos movimientos de los soldados. Ingtar recorrió con la mirada el círculo que componían.

—¿Es esto necesario, Verin Sedai? Aun cuando sea factible… Ni siquiera sabemos si los Amigos Siniestros se han llevado realmente el Cuerno a la Punta de Toman. Sigo pensando que puedo conseguir que Barthanes…

—Aun cuando no tengamos la certeza —lo atajó suavemente Verin—, la Punta de Toman es un lugar tan adecuado como cualquier otro para proseguir nuestra búsqueda. En más de una ocasión os he oído afirmar que cabalgaríais hasta Shayol Ghul para recobrar el Cuerno. ¿Acaso os echáis atrás ahora? —Señaló la Piedra situada bajo la lisa corteza del árbol.

—Yo no me arredro ante nada —contestó Ingtar, irguiendo la espalda—. Llevadnos a la Punta de Toman o a Shayol Ghul y, si allí está el Cuerno, os seguiré.

—Eso está muy bien, Ingtar. Ahora, Rand, tú has sido transportado por un Portal de Piedra más recientemente que yo. Ven. —Le hizo señal de acercarse y él condujo a Rojo hacia la Piedra.

—¿Habéis utilizado un Portal de Piedra? —preguntó Rand, mirando por encima del hombro para cerciorarse de que nadie estuviera suficientemente cerca para oírlos—. Entonces no me necesitáis —concluyó con un suspiro de alivio.

—Jamás he usado una Piedra —aclaró con voz calma Verin—. Por eso dije que tú lo has hecho más recientemente que yo. Soy perfectamente consciente de mis limitaciones. Sería destruida antes de haber encauzado el Poder suficiente para activar un Portal de Piedra. Pero dispongo de algunos conocimientos al respecto que te servirán de ayuda.

—Pero yo no sé nada. —Rodeó la columna, mirándola de arriba abajo—. Lo único que recuerdo es el símbolo que representa nuestro mundo. Selene me lo enseñó, pero no lo veo aquí.

—Desde luego que no, porque ésta es una piedra ubicada en nuestro mundo, y los símbolos sirven para viajar a otro mundo. —Sacudió la cabeza—. ¿Qué no daría yo por hablar con esa chica? O mejor dicho, por poner las manos en ese libro suyo. Existe la creencia generalizada de que del Desmembramiento no se salvó ninguna copia íntegra de Los espejos de la Rueda. Serafelle siempre me dice que hay más libros perdidos de los que imagino, esperando a que alguien los localice. Bien, es inútil preocuparse ahora por eso. Sé algunas cosas. Los Símbolos de la mitad superior de la Piedra representan los mundos. No todos los mundos posibles, claro está. Al parecer, no todas las Piedras conectan a la totalidad de los mundos, y los Aes Sedai de la Era de Leyenda creían que había más mundos inaccesibles por medio de las Piedras. ¿No ves nada que te despierte un recuerdo?

—Nada. —Si encontrara el símbolo correcto, podría utilizarlo para localizar a Fain y el Cuerno, para salvar a Mat, para impedir que Fain causara daño a las gentes del Campo de Emond. Asimismo, de encontrarlo, habría de entrar en contacto con el Saidin. Quería salvar a Mat y detener a Fain, pero no deseaba tocar el Saidin. Temía encauzar el Poder y, a un tiempo, lo ansiaba como ansía comer un muerto de hambre—. No recuerdo nada.

Verin exhaló un suspiro.

—Los símbolos de la parte inferior indican Piedras de otros parajes. Si conocieras el funcionamiento, podrías trasladarnos, no a esta misma Piedra en otro mundo, sino a una de esas otras de ahí, o incluso a una de este mundo. Era algo similar a Viajar, pero de la misma manera que nadie recuerda cómo Viajar, nadie recuerda tampoco el funcionamiento de esto. Sin dicho conocimiento, el hecho de intentarlo podría acarrear nuestra destrucción. —Apuntó a dos sinuosas líneas paralelas cruzadas por un curioso trazo, grabadas en la base de la columna—. Eso indica una Piedra de la Punta de Toman. Es una de las Piedras cuyos símbolos conozco, la única de las cuales he visitado. Y lo que aprendí… después de soportar las nieves en las Montañas de la Niebla y atravesar medio congelada el llano de Almoth…, puede resumirse en nada. ¿Juegas a dados o cartas, Rand al’Thor?

—Mat es el jugador. ¿Por qué?

—Sí. Bueno, creo que vamos a dejarlo al margen de esto. Hay otros signos que reconozco.

Con un dedo recorrió el contorno de un rectángulo que contenía ocho dibujos muy parecidos, un círculo y una flecha, en la mitad de los cuales la flecha se hallaba en el interior del círculo mientras que en los otros su punta atravesaba la circunferencia. Las flechas apuntaban a izquierda, derecha, arriba y abajo, y alrededor de cada una de las circunferencias había una línea, distinta en cada caso, que Rand tomó por una inscripción, a pesar de estar trazada en un alfabeto desconocido para él, formado por líneas curvadas que repentinamente se convertían en angulosos ganchos para adoptar nuevamente su tendencia sinuosa.

—Al menos —prosiguió Verin—, sé algo sobre ellos. Cada uno simboliza un mundo, cuyo estudio permitió finalmente la creación de los Atajos. Éstos no son todos los mundos estudiados, pero sí los únicos cuyos símbolos conozco. Y aquí es donde comienza el juego. Ignoro cómo es cualquiera de esos mundos. Se cree que hay unos en los que un año dura sólo un día y otros en los que un día dura un año. Se supone que existen algunos donde pereceríamos solamente con respirar su aire y otros donde el sentido de lo real es tan intangible que uno puede perder la cabeza. No quiero imaginar lo que pasaría si nos encontráramos en uno ellos. Debes escoger. Como diría mi padre, ha llegado el momento de lanzar el dado.

Rand contemplaba las líneas, sacudiendo la cabeza.

—Podría ocasionar la muerte de todos, si eligiera mal.

—¿No estás dispuesto a correr ese riesgo? ¿Por el Cuerno de Valere? ¿Por Mat?

—¿Por qué anheláis tanto correrlo vos? Ni siquiera sé si soy capaz de hacerlo. No… surte efecto siempre que lo intento. —Sabía que nadie se había acercado, pero de todas maneras miró en derredor. Todos aguardaban en un holgado círculo alrededor de la Piedra, mirando, pero no lo bastante próximos para escucharlos—. A veces el Saidin está simplemente ahí. Lo noto, pero daría igual que estuviera en la luna porque no puedo tocarlo. E incluso si funciona, ¿qué ocurrirá si nos trasladamos a un lugar donde no podemos respirar? ¿De qué le servirá a Mat? ¿O al Cuerno?

—Tú eres el Dragón Renacido —aseveró tranquilamente la mujer—. Oh, cabe la posibilidad de que mueras, pero no creo que el Entramado te deje perecer hasta que haya terminado de tejer sus hilos en torno a ti. Por otra parte, la Sombra acecha ahora en el Entramado y ¿quién puede prever de qué manera afecta su urdimbre? Lo único que puedes hacer es seguir tu destino.

—Yo soy Rand al’Thor —gruñó—. No soy el Dragón Renacido. No pienso ser un falso Dragón.

—Eres lo que eres. ¿Vas a elegir o piensas quedarte aquí plantado hasta que muera tu amigo?

Rand oyó cómo le rechinaban los dientes y disminuyó la presión de la mandíbula. Por lo que a él respectaba, los símbolos hubieran podido ser todos iguales, y la inscripción, el arañazo de una pata de gallina. Al fin escogió uno, con una flecha que apuntaba a la izquierda porque ésa era la dirección en que se hallaba la Punta de Toman, una flecha que atravesaba el círculo porque había abierto un camino en busca de la libertad, tal como él deseaba. Tenía ganas de reír; unos detalles tan insignificantes iban a decidir el destino de sus vidas.

—Aproximaos más —ordenó Verin a los demás—. Será mejor que estéis más cerca. —Obedecieron sin apenas vacilar—. Es hora de comenzar —añadió cuando se reunieron a su alrededor.

Se echó la capa atrás y puso las manos en la columna, pero Rand vio cómo lo miraba por el rabillo del ojo. Era consciente de las toses nerviosas y los carraspeos de los hombres, de la maldición proferida por Ino a alguien que se había quedado rezagado, de un desalentado chiste de Mat, de la manera ruidosa como Loial tragaba saliva. Se envolvió con el vacío.

Esta vez fue muy sencillo. La llama consumió el miedo y las pasiones y desapareció casi antes de que se propusiera invocar su imagen, dejando únicamente la vacuidad y el rutilante Saidin, nauseabundo, atormentador, mareante, seductor. Se abrió a él… y éste lo henchió, lo colmó de vida. No movió ni un músculo, pero sintió como si estuviera temblando a causa del flujo del Poder que lo recorría. El símbolo se formó solo, una flecha atravesando un círculo, flotando más allá del vacío, tan duro como la materia sobre la que estaba labrado. Dejó que el Poder Único manara de él hacia el símbolo.

El símbolo osciló, tembló.

—Algo está ocurriendo —anunció Verin—. Algo…

El mundo tembló.

La cerradura de hierro cayó rodando por el suelo de la granja, y Rand arrojó la ardiente hervidora del té a la cabeza con cuernos de macho cabrío de una enorme figura que se recortó bajo el dintel, sobre el fondo de la oscura Noche de Invierno.

—¡Corre! —gritó Tam. Después arremetió con la espada y alcanzó al trolloc, pero éste consiguió arrastrarlo con él en su caída.

En la puerta se agolpaban otras criaturas con negras mallas y rostros humanos deformados con hocicos, picos y cuernos, que hicieron girar sus puntiagudas hachas manchadas de sangre

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