la puerta exterior.
—¿Sois tan amables de venir todos conmigo? Los Mayores querrían veros. —No miró a Loial, pero a éste casi se le cayó el libro de las manos.
—Si los mayores tratan de hacerte quedar —dijo Rand—, les diremos que necesitamos que vengas con nosotros.
—Apuesto a que no tiene nada que ver contigo —aseveró Mat—. Apuesto a que sólo van a decirnos que podemos utilizar la puerta del Atajo. —Se estremeció y bajó la voz—. Realmente debemos hacerlo, ¿verdad? —No era una pregunta.
—Quedarme y casarme o viajar por los Atajos. —Loial esbozó una triste sonrisa—. La vida es muy desasosegada teniendo ta’veren por amigos.
CAPÍTULO 36
Entre los Mayores
Mientras Juin los guiaba por entre la ciudad Ogier, Rand veía cómo crecía la ansiedad de Loial. Éste tenía las orejas tan rígidas como la espalda, y abría desmesuradamente los ojos cada vez que veía que otro Ogier lo observaba, sobre todo si eran mujeres o chicas, y lo cierto era que había muchos que se fijaban en él. Tenía el mismo aspecto lamentable de alguien que se encaminara al patíbulo.
El Ogier barbudo apuntó a unos amplios escalones que descendían hacia un herboso terraplén de dimensiones muy superiores a las de los demás; de hecho era una colina, ubicada casi en la base de uno de los Grandes Árboles.
—¿Por qué no esperas aquí afuera, Loial? —propuso Rand.
—Los Mayores… —comenzó a objetar Juin.
—Probablemente sólo quieren vernos a los demás —concluyó por él la frase Rand.
—¿Por qué no lo dejan en paz? —intervino Mat.
—Sí. —Loial asintió vigorosamente—. Sí, creo… —Un buen número de mujeres Ogier, desde abuelas de pelo blanco a muchachas de la edad de Erith, formaban un grupo compacto y hablaban entre sí sin apartar los ojos de él. Agitó las orejas, pero, al mirar la gran puerta a la que conducía la escalera, asintió de nuevo—. Sí, me sentaré ahí afuera y leeré. Eso es. Voy a leer un rato. —Tanteando en el bolsillo de la chaqueta, extrajo un libro para luego instalarse en el montículo junto a los escalones y fijar la mirada en las páginas del volumen, que parecía extraordinariamente pequeño en sus manos—. Me quedaré aquí leyendo hasta que salgáis. —Movió las orejas como si notara los ojos de las mujeres.
Juin se encogió de hombros y volvió a señalar la escalera.
—Por favor. Los Mayores están esperando.
La enorme estancia sin ventanas que albergaba el terraplén estaba proporcionada a las dimensiones de los Ogier, con un techo de gruesas vigas de más de ochenta centímetros de grosor; hubiera podido formar parte de un palacio, al menos por lo que concernía a su tamaño. Los siete Ogier sentados en el estrado frente a la puerta reducían con su tamaño la sensación de vastedad, pero aun así Rand sentía como si estuviera en una caverna. Las sombrías losas del suelo eran lisas, aunque anchas y de formas irregulares, pero las paredes grises habrían podido ser, por su tosquedad, las de un acantilado. Las vigas del techo, rudamente cortadas, semejaban descomunales raíces.
Exceptuando una silla de alto respaldo donde se sentó Verin de cara a la tarima, los únicos muebles eran las macizas sillas de contornos labrados de los Mayores. La mujer Ogier situada en el centro del estrado ocupaba una silla algo más elevada que la de los demás: tres hombres barbudos a su izquierda, con largas y holgadas chaquetas, y tres mujeres a la derecha, con vestidos —al igual que el suyo— bordados con sarmientos y flores de pies a cabeza. Todos tenían rostros envejecidos y cabellos enteramente blancos, incluso en las orejas, y un aire de imponente dignidad.
Hurin los miró boquiabierto y Rand sintió que él también los observaba con asombro. Ni la propia Verin ofrecía la apariencia de sabiduría que evidenciaban los grandes ojos de los Mayores, ni Morgase con su corona tenía tal autoridad, ni Moraine tal imperturbable serenidad. Ingtar fue el primero que efectuó una reverencia, de la manera más ceremoniosa que Rand había observado en él, mientras los demás permanecían con los pies clavados en el suelo.
—Yo soy Alar —les comunicó la mujer sentada en la silla más alta cuando al fin se hubieron situado junto a Verin—, la más anciana de los Mayores del stedding Tsofu. Verin nos ha informado de que necesitáis hacer uso de la entrada de Atajo que hay aquí. Recuperar el Cuerno de Valere de manos de Amigos Siniestros es una necesidad perentoria, en efecto, pero hace más de cien años que no hemos autorizado a nadie a transitar los Atajos, ni nosotros ni los Mayores de cualquier otro de los steddings.
—Encontraré el Cuerno —declaró con furia Ingtar—. Debo encontrarlo. Si no nos permitís utilizar el Atajo… —Guardó silencio ante la mirada que le asestó Verin, pero conservó la misma expresión torva.
—No seáis tan precipitado, shienariano —aconsejó Alar con una sonrisa—. Los humanos nunca os detenéis a reflexionar. Las únicas decisiones acertadas son las que se toman con calma. —Su rostro adoptó seriedad, pero su voz conservó el mismo sosiego—. Las asechanzas de los Atajos no son del tipo de las que pueden afrontarse con una espada en la mano, como una carga de Aiel o unos salvajes trollocs. Debo advertiros que al entrar en los Atajos no sólo arriesgáis vuestras vidas y vuestra salud mental, sino tal vez la salvación de vuestras propias almas.
—Hemos visto al Machin Shin —señaló Rand. Mat y Perrin asintieron con la cabeza, incapaces de mostrar entusiasmo por volver a vivir tal experiencia.
—Seguiré el Cuerno hasta el mismo Shayol Ghul si es necesario —afirmó, tajante, Ingtar. Hurin se limitó a realizar un ademán afirmativo como si se incluyera en las palabras de Ingtar.
—Traed a Trayal —ordenó Alar, y Juin, que había permanecido junto a la puerta, se inclinó y salió—. No basta —dijo a Verin— escuchar lo que puede ocurrir. Debéis verlo por vosotros mismos.
Se hizo un incómodo silencio que aún se tornó más embarazoso cuando Juin regresó seguido de dos mujeres Ogier que guiaban a un Ogier de oscura barba y de mediana edad; éste avanzaba a trompicones entre ellas como si desconociera el funcionamiento de sus piernas. Su rostro hundido carecía por completo de expresión y sus grandes ojos erraban sin centrarse, sin mirar, sin dar siquiera la impresión de percibir algo. Una de las mujeres le enjugó suavemente la baba de las comisuras de los labios. Lo tomaron por los brazos para pararlo; movió el pie hacia adelante, vaciló y luego volvió a ponerlo hacia atrás, golpeando el suelo. Parecía tan satisfecho de quedarse de pie como de caminar, o al menos daba la sensación de que le era tan indiferente lo uno como lo otro.
—Trayal fue uno de los últimos Ogier que atravesaron los Atajos —informó Alar en voz baja—. Salió en el estado en que lo veis. ¿Queréis tocarlo, Verin?
Verin la miró largamente antes de levantarse y caminar hacia Trayal. Éste permaneció inmóvil, sin siquiera pestañear, cuando ella le puso las manos en el ancho pecho. Con una exclamación, la Aes Sedai retrocedió de un salto, lo miró a la cara y luego se volvió para encararse a los Mayores.
—Está… vacío. Este cuerpo vive, pero no hay nada en su interior. Nada.
Los semblantes de todos los mayores expresaban una inmensa tristeza.
—Nada —repitió en voz queda una de las Mayores situadas a la derecha de Alar, cuyos ojos parecían contener todo el dolor que Trayal era ya incapaz de sentir—. Ni pensamiento ni alma. Lo único que resta de Trayal es su cuerpo.
—Era un destacado Cantador de Árboles —se lamentó uno de los hombres.
A una señal de Alar, las dos mujeres volvieron a Trayal para llevarlo afuera; tuvieron que moverlo antes de que él comenzara a andar.
—Conocemos los riesgos —dijo Verin—. Pero, a pesar de ellos, debemos seguir el Cuerno de Valere.
—El Cuerno de Valere —asintió la más anciana—. No sé si es peor la noticia de que está en manos de Amigos Siniestros que la de que ha sido hallado. —Recorrió con la mirada la hilera de Mayores, cada uno de los cuales asintió por turno, incluso el hombre que se mesó dubitativamente la barba antes de hacerlo—. Muy bien. Verin me dice que es urgente. Os acompañaré a la puerta del Atajo. —Rand sintió una mezcolanza de alivio y temor; entonces la mujer agregó—: Tenéis con vosotros a un joven Ogier. Loial, hijo de Arent, nieto de Halan, del stedding Shangtai. Se encuentra muy lejos del hogar.
—Lo necesitamos —se apresuró a replicar Rand. Disminuyó el ritmo de sus palabras cuando advirtió las sorprendidas miradas de los Mayores y de Verin, pero continuó con obstinación—. Necesitamos que venga con nosotros, y él quiere acompañarnos.
—Loial es un amigo —observó Perrin, al tiempo que Mat exclamaba:
—No interfiere en nada y sabe cuidar de sí mismo.
Ninguno de ellos parecía alegrarse de haber atraído la atención de los Mayores, pero no retrocedieron ni un paso.
—¿Existe algún motivo por el que no pueda venir con nosotros? —inquirió Ingtar—. Como ha señalado Mat, se ha ocupado correctamente de sí mismo. No sé si lo necesitamos, pero, si quiere venir, ¿por qué… ?
—Sí lo necesitamos —intervino con tono apacible Verin—. Son muy pocos los que conocen actualmente los Atajos, y Loial los ha estudiado. Él puede descifrar las Guías.
Alar los miró uno a uno y luego observó a Rand con mayor detenimiento. Daba la impresión de poseer profundos conocimientos; todos los Mayores producían esa sensación, que en ella estaba aún más acentuada.
—Verin afirma que eres ta’veren —comentó por fin— y yo lo siento emanar de ti. El hecho de que yo lo perciba significa que lo eres en poderosas dosis, pues dicho talento está debilitándose en nosotros y ya casi es inexistente. ¿Has atraído a Loial, hijo de Arent hijo de Halan, al ta’maral’ailen, la urdimbre que el Entramado teje a tu alrededor?
—Yo…, yo sólo quiero encontrar el Cuerno y… —Calló, al caer en la cuenta de que Alar no había mencionado la daga de Mat. Ignoraba si Verin les había hablado de ella o la había omitido por alguna razón—. Es mi amigo, Mayor.
—Tu amigo —repitió Alar—. A nuestro entender, es joven. Tú también, pero eres ta’veren. Cuidarás de él y, cuando concluya el tejido, te encargarás de que regrese sano y salvo al stedding Shangtai.
—Lo haré —le aseguró, con la sensación de contraer un compromiso, de prestar un juramento.
—Entonces iremos a la puerta del Atajo.
Afuera, Loial se puso precipitadamente en pie cuando aparecieron, con Verin y Alar a la cabeza. Ingtar envió a Hurin a buscar a Ino y el resto de los soldados. Loial miró con recelo a los Mayores y luego se situó al lado de Rand al final de la procesión. Las mujeres Ogier que habían estado observándolo se habían ido todas.
—¿Han dicho algo acerca de mí los Mayores? ¿Ha…? —Lanzó una ojeada a la ancha espalda de Alar cuando ésta indicaba a Juin que trajera los caballos. Juin se despidió con una reverencia, y la anciana continuó caminando, inclinando la cabeza para conversar en voz baja con Verin.
—Ha encargado a Rand que cuide de ti —le comunicó Mat con tono solemne— y que se ocupe de que vuelvas a casa a salvo, como una criatura. No entiendo por qué no puedes quedarte aquí y casarte.
—Dijo que puedes venir con nosotros. —Rand asestó una mirada a Mat que le provocó una risa ahogada. Ésta sonó extraña, proviniendo de su rostro escuálido. Loial estaba haciendo girar entre los dedos el tallo de una flor de amor—. ¿Has