Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 107
Prev
Next

volver a localizar ninguno de los steddings. Todo se había modificado, todo había mudado de lugar: las montañas, los ríos e incluso los mares.

—Todos sabemos lo que sucedió en el Desmembramiento —señaló con impaciencia Mat—. ¿Qué tiene que ver con esa…, esa añoranza?

—Fue durante el exilio, mientras vagábamos perdidos, cuando nos asaltó la añoranza por vez primera. El deseo de sentir el stedding una vez más, de volver a sentirnos en casa. Muchos murieron a causa de ello. Cuando al fin comenzamos a hallar los steddings, uno tras otro, en los años del Pacto de las diez naciones, pareció que por fin habíamos superado la añoranza, pero ésta nos había transformado, había echado raíces en nosotros. Ahora, si un Ogier permanece mucho tiempo fuera del stedding, la añoranza lo asalta de nuevo; comienza a debilitarse y acaba pereciendo si no regresa.

—¿Necesitas quedarte aquí un tiempo? —preguntó ansiosamente Rand—. No es preciso arriesgar la vida para venir con nosotros.

—Lo sabré cuando se manifiesten los primeros síntomas —respondió, riendo, Loial—. Se producirán mucho antes de que pongan en peligro mi vida. Mira, Dalar pasó diez años entre los Marinos sin ver un stedding y regresó sana y salva a casa. —Entre los árboles apareció una mujer Ogier, la cual se detuvo a hablar un momento con Verin. Miró a Ingtar de arriba abajo con aire aparentemente desdeñoso, que hizo pestañear al señor shienariano. Paseó los ojos por Loial, Hurin y los muchachos del Campo de Emond, antes de volver a introducirse en la espesura; Loial parecía intentar esconderse detrás de su caballo—. Además —prosiguió, mirando cautelosamente por encima de la silla el lugar por donde se había marchado—, la vida en un stedding es aburrida comparada con viajar con tres ta’veren.

—Si vas a empezar otra vez con eso… —murmuró Mat.

—Con tres amigos entonces —rectificó Loial—. Sois mis amigos; al menos, eso espero.

—Yo sí —dijo Rand con sencillez.

Perrin asintió con la cabeza y Mat soltó una carcajada.

—¿Cómo no iba a ser amigo de alguien que juega tan mal a los dados? —. Levantó las manos en actitud defensiva cuando Rand y Loial lo miraron con expresión severa—. Oh, está bien. Me gustas, Loial. Eres mi amigo. Pero no sigas sacando a colación… ¡Aaah! En ocasiones tu compañía es tan insoportable como la de Rand. —Su voz se convirtió en un murmullo—. Al menos aquí en el stedding estamos a salvo.

Rand esbozó una mueca. Sabía a qué se refería Mat. «Aquí en un stedding, donde no puedo encauzar el Poder.»

Perrin le propinó a Mat un puñetazo en el hombro, pero pareció arrepentirse de haberlo hecho cuando éste lo miró con su escuálida cara.

Lo primero que percibió Rand fue la música, una alegre melodía que flotaba entre los árboles, en la que participaban invisibles flautas y violines y profundas voces que cantaban y reían.

Limpiad el campo, alisadlo.

Que no quede semilla ni rastrojo en pie.

Aquí labramos, aquí nos esforzamos,

aquí crecerán los espigados árboles.

Casi al mismo tiempo advirtió que la enorme forma que veía entre los árboles era también un árbol, con un asurcado tronco apuntalado que debía de tener un diámetro de quince metros. Boquiabierto, alzó la mirada entre las copas, hacia el ramaje que se extendía como el gigantesco casquete de una seta a unos ochenta metros del suelo. Y más allá se avistaban ramas aún más altas.

—¡Caramba! —exclamó Mat—. Con uno de éstos podrían construirse diez casas. ¡Cincuenta casas!

—¿Cortar un Gran Árbol? —Loial parecía escandalizado y enojado. Tenía las orejas rígidas y las cejas abatidas—. Jamás cortamos uno de los Grandes Árboles, a menos que muera, y no suelen hacerlo. Son pocos lo que sobrevivieron al Desmembramiento, pero algunos de los mayores eran plantas de semillero durante la Era de Leyenda.

—Lo siento —se excusó Mat—. Sólo estaba calculado lo grande que era. No voy a hacer ningún daño a vuestros árboles.

Loial asintió, apaciguado en apariencia.

Entre la foresta aparecieron más Ogier. La mayoría de ellos parecían concentrados en lo que hacían; si bien todos miraban a los recién llegados e incluso realizaban amigables inclinaciones de cabeza, ninguno se detuvo ni habló. Tenían una curiosa manera de moverse, en la que se fundían extrañamente una meticulosa premeditación con una alegría despreocupada y casi infantil. Sabían quiénes eran y qué eran, conocían el lugar que ocupaban y parecían hallarse en paz consigo mismos y con todo lo que los rodeaba. Rand descubrió que le producían envidia.

Eran pocos los varones Ogier que superaran la estatura de Loial, pero era fácil distinguir los de más edad, pues todos llevaban sin excepción bigotes tan largos como sus colgantes cejas y estrechas barbas bajo la barbilla. Los más jóvenes eran barbilampiños, al igual que Loial. Muchos de los hombres iban en mangas de camisa y asían palas y azadones o sierras y cubos de resina; los otros llevaban sencillas chaquetas, semejantes a casacas, abotonadas hasta el cuello, que les llegaban hasta las rodillas. Las mujeres parecían tener gran afición a los bordados con flores y muchas se adornaban también el pelo con ellas. En las más jóvenes, los bordados estaban circunscritos a las capas, pero las de mayor edad también los lucían en los vestidos, y algunas de cabello gris tenían la ropa cubierta de flores y sarmientos de pies a cabeza. Buena parte de los Ogier, mujeres y chicas en su mayoría, parecían reparar especialmente en Loial, el cual caminaba mirando hacia adelante, agitando con mayor violencia las orejas a medida que avanzaban.

Rand se quedó atónito al ver a un Ogier que al parecer salió caminando del suelo, de uno de los herbosos terraplenes cubiertos de flores silvestres que había diseminados entre los árboles. Después percibió ventanas en los montículos, y una mujer Ogier cocinando de pie en el interior de uno de ellos y entonces cayó en la cuenta de que lo que veía eran casas Ogier. Los marcos de las ventanas eran de piedra, que parecían haber esculpido el viento y el agua a lo largo de las generaciones.

Los Grandes Árboles, con sus imponentes troncos y raíces extendidas gruesas como caballos, necesitaban una gran cantidad de terreno entre sí, pero varios de ellos crecían justo en la ciudad. Los senderos, cubiertos de tierra, remontaban los escollos de raíces. De hecho, aparte de los caminos, la única manera de distinguir a primera vista el bosque de la población era un amplio claro situado en el centro, alrededor de lo que no podía ser más que el tocón de uno de los Grandes Árboles. Con un diámetro de casi ochenta metros, tenía la superficie tan lisa como el piso de una vivienda y varios escalones que daban acceso a ella por distintos puntos. Rand trataba de imaginar la altura que habría tenido aquel ejemplar cuando Erith tomó la palabra con un tono de voz destinado a ser escuchado por todos los presentes.

—Aquí llegan nuestros otros huéspedes.

Tres mujeres humanas, una de las cuales llevaba una escudilla de madera, se hicieron entonces visibles junto al descomunal tocón.

—Aiel —las identificó Ingtar—, Doncellas Lanceras. Ha sido buena idea dejar a Masema con los otros. —Él, no obstante, se apartó unos pasos de Verin y Erith y alargó el brazo por encima del hombro para aflojar la espada en la vaina.

Rand observó a las Aiel con inusitada curiosidad. Ellas pertenecían al pueblo con el que últimamente venían relacionándolo a él hasta la saciedad. Dos de ellas eran mujeres maduras y la otra apenas era más que una muchacha, pero las tres eran muy altas para ser mujeres. Su corto pelo abarcaba gamas que variaban del castaño rojizo al rubio casi dorado, con una fina cola larga que partía de la nuca. Llevaban pantalones anchos metidos en botas de cuero flexible y toda su vestimenta era de tonalidades marrones, grises o verdes que, a su juicio, debían de confundirse tan bien con la maleza y las rocas como las capas de los Guardianes. Por encima de sus hombros asomaban unos arcos cortos y de sus cinturas pendían largos cuchillos, y todas asían un pequeño escudo redondo de cuero y un manojo de lanzas de asta corta y largas puntas. Incluso la más joven se movía con una gracia que sugería su destreza en el manejo de las armas que llevaba.

De improviso las mujeres repararon en los otros humanos; parecieron estupefactas ante la presencia de Rand y los demás, pero reaccionaron con la velocidad del rayo. La más joven gritó: «¡Shienarianos!», y se volvió para depositar con cuidado la escudilla tras ella. Las otras levantaron rápidamente las telas marrones que les rodeaban los hombros y se las liaron a la cabeza. Ambas se habían ocultado ya la cara con velos blancos que sólo dejaban los ojos al descubierto cuando la muchacha se irguió para imitarlas. Encorvadas, avanzaron con paso resuelto, con los escudos hacia adelante aferrados junto con el manojo de lanzas, a excepción de una que cada una de las mujeres sostenía en ristre con la otra mano.

Ingtar desenvainó la espada.

—Manteneos apartada, Aes Sedai. Erith, alejaos.

Hurin descolgó la maza y tanteó el garrote y la espada con la otra mano; después de lanzar una nueva ojeada a las lanzas de las Aiel, se decidió por la espada.

—No debéis hacer eso —protestó la muchacha Ogier. Frotándose las manos, se encaró a Ingtar, luego a las Aiel y de nuevo al shienariano—. No debéis hacerlo.

Rand advirtió que empuñaba el arma con la marca de la garza. Perrin tenía el hacha medio desprendida del bucle que la sostenía en la correa y titubeaba, sacudiendo la cabeza.

—¿Os habéis vuelto locos los dos? —preguntó Mat, con el arco todavía cruzado en la espalda—. Me da igual si son Aiel, son mujeres.

—¡Deteneos! —exigió Verin—. ¡Parad de inmediato! —Las Aiel prosiguieron sin vacilar y la Aes Sedai apretó los puños con frustración.

Mat retrocedió y puso un pie en el estribo.

—Me marcho —anunció—. ¿Me oís? ¡No voy a quedarme para que me claven una de esas lanzas y no pienso disparar a una mujer!

—¡El Pacto! —gritó Loial—. ¡Recordad el Pacto! —No obtuvo más éxito que las reiteradas peticiones de Verin y Erith.

Rand advirtió que tanto la Aes Sedai como la muchacha Ogier se mantenían apartadas del paso de las Aiel, y se preguntó si Mat no habría adoptado la decisión más sensata. No estaba seguro de si sería capaz de herir a una mujer aun cuando ésta intentara matarlo. Lo que decidió su actitud fue el hecho de que aunque lograra montar a lomos de Rojo, las Aiel se encontraban ahora a menos de veinte metros de distancia. Sospechaba que esas lanzas cortas podían cubrir fácilmente ese trecho. Mientras las mujeres se aproximaban, todavía encorvadas, con las lanzas prestas para la lucha, dejó de preocuparse por no hacerles daño y comenzó a plantearse cómo contenerlas para no salir malparado él.

Invocó con nerviosismo el vacío y, cuando éste lo envolvió, pensó vagamente que el brillo del Saidin no lo acompañaba esa vez. El vacío era más hueco de que lo que recordaba, más vasto, como una garganta capaz de devorarlo. Ansiaba algo más; se suponía que debía hacer algo más.

De repente un Ogier se interpuso entre los dos grupos.

—¿Qué significa esto? Deponed las armas. —Parecía escandalizado—. Para vosotros —su airada mirada abarcaba a Ingtar, Hurin, Rand, Perrin e incluso a Mat, a pesar de tener éste las manos vacías— hay alguna excusa, pero para vosotras… —Se encaró con las mujeres Aiel, que habían detenido su avance—. ¿Habéis olvidado el Pacto?

Las mujeres se descubrieron la cabeza

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el triunfador
Conan el triunfador
August 3, 2020
Conan el invicto
Conan el invicto
August 3, 2020
Encrucijada en el crepúsculo
Encrucijada en el crepúsculo
August 3, 2020
El corazón del invierno
El corazón del invierno
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.