molestia alguna. Este cofre es antiguo, Augusto Señor, tan antiguo como la propia Era de Leyenda, y en su interior alberga un tesoro como pocos ojos humanos han tenido ocasión de ver. Pronto, muy pronto, Augusto Señor, me hallaré en condiciones de abrirlo y de entregaros algo que os permitirá conquistar estas tierras hasta los confines que deseéis, hasta la Columna Vertebral del Mundo, el Yermo de Aiel o los parajes que se extienden más allá. Nada podrá haceros frente, Augusto Señor, una vez que… —Paró de hablar cuando Turak comenzó a recorrer con sus dedos de afiladas uñas la superficie del arcón.
—He visto cofres parecidos a éste, objetos de la Era de Leyenda —comentó el Augusto Señor—, aunque ninguno tan valioso. Sólo pueden abrirlo quienes conocen su diseño, pero yo… ¡ah! —Se oyó un chasquido cuando apretó entre las espirales repujadas, y Turak levantó la tapa. Su rostro reveló una leve decepción.
Fain se mordió la cara interior de las mejillas hasta hacerse sangre para contener un gruñido. El hecho de que no fuera él el que abriera el arcón lo colocaba en una posición menos ventajosa para llegar a un trato. Aun así, el resto podía desarrollarse según lo había planeado con tal que no perdiera la paciencia. El problema era que se había mostrado paciente durante mucho tiempo.
—¿Éstos son tesoros de la Era de Leyenda? —se extrañó Turak, levantando el Cuerno en una mano y la curvada daga con el rubí engastado en la empuñadura de oro en la otra. Fain apretó los puños en los costados para no arrebatarle la daga de la mano—. La Era de Leyenda —repitió quedamente Turak, recorriendo la inscripción de plata imbricada en la boca dorada del Cuerno con la punta de la hoja de la daga. Enarcó las cejas con estupefacción en la primera muestra realmente expresiva que Fain veía en el rostro, para recobrar casi al instante su expresión imperturbable—. ¿Tenéis idea de lo que es esto?
—El Cuerno de Valere, Augusto Señor —respondió Fain con humildad, advirtiendo con placer cómo, al oírlo, el hombre de la trenza abría la boca. Turak se limitó a hacer un gesto de asentimiento.
El Augusto Señor se volvió y se alejó. Fain pestañeó y abrió la boca y luego, ante una brusca señal del individuo de rubios cabellos, lo siguió sin decir nada.
Penetraron en otra estancia de la que habían retirado todo el mobiliario original, el cual habían sustituido por biombos plegables y una única silla encarada a un alto armario redondeado. Todavía con el Cuerno y la daga en las manos, Turak miró el mueble y después desvió la mirada. Si bien no pronunció palabra alguna, el otro seanchan gritó unas órdenes conminatorias y al cabo de un momento, por una puerta situada detrás de los biombos, aparecieron unos hombres vestidos con toscas túnicas de lana transportando otra mesa pequeña. Tras ellos llegó una joven de cabello tan claro que casi parecía blanco, con los brazos cargados de pequeños pedestales de madera pulida de diferentes tamaños y formas. Llevaba un vestido de seda blanca tan traslúcida que Fain podía ver perfectamente su cuerpo a través de ella, pero él sólo tenía ojos para la daga. El Cuerno era un medio para lograr un objetivo, pero la daga formaba parte de sí.
Turak tocó brevemente uno de los pies de madera que sostenía la muchacha y ésta lo colocó en el centro de la mesa. Los criados, que lucían melenas largas hasta los hombros, encararon la silla frente a ella, siguiendo las órdenes del individuo de la trenza, y luego se retiraron ofreciendo reverencias con las que casi pegaban la cabeza a las rodillas.
Tras apoyar verticalmente el cuerno en el pedestal, Turak dejó la daga sobre la mesa delante de él y se dispuso a tomar asiento en la silla.
Fain no pudo resistir más y alargó la mano hacia la daga.
El hombre de pelo dorado le agarró con violencia la muñeca.
—¡Perro de cabeza peluda! Has de saber que la mano que toque sin permiso las pertenencias del Augusto Señor será amputada.
—Es mía —gruñó Fain. «¡Paciencia! Tanto tiempo…»
Turak, repantigado en la silla, alzó un dedo con la uña lacada de azul, y el sirviente apartó a Fain para que el Augusto Señor pudiera contemplar directamente el Cuerno.
—¿Vuestra? —inquirió Turak—. ¿En el interior de un cofre que no sabíais abrir? Si despertáis suficiente interés en mí, tal vez os daré el arma. Aun cuando sea de la Era de Leyenda, no me llaman la atención los objetos como éste. Primero, me vais a contestar una pregunta. ¿Por qué me habéis traído el Cuerno de Valere?
Fain observó anhelante la daga durante un momento y después, zafándose de la mano que le atenazaba la muñeca, efectuó una reverencia.
—Para que podáis hacerlo sonar, Augusto Señor. Entonces podréis conquistar todas estas tierras, si lo deseáis. La totalidad del mundo. Podéis arrasar la Torre Blanca y aplastar a las Aes Sedai, puesto que incluso sus poderes no bastan para detener a los héroes que regresan de la tumba.
—Para que yo pueda hacerlo sonar. —La voz de Turak era imperturbable—. Y arrase la Torre Blanca. Habréis de explicarme de nuevo por qué. Abrigáis la pretensión de obedecer, esperar y servir, pero ésta es una tierra de gentes que faltan a sus promesas. ¿Por qué me entregáis vuestro suelo patrio a mí? ¿Acaso sostenéis alguna querella personal con esas… mujeres?
Fain trató de adoptar un tono convincente. «Paciente, como un gusano perforando túneles. »
—Augusto Señor, mi familia ha venido manteniendo una tradición a lo largo de generaciones. Estuvimos al servicio del Augusto Rey, Artur Paendrag Tanreall, y, cuando éste fue asesinado por las brujas de Tar Valon, no faltamos a nuestros juramentos. Mientras los otros guerreaban y dividían lo que Artur Hawkwing había unido, nosotros seguimos fieles a nuestro vasallaje y sufrimos por ello, pero nos mantuvimos firmes. Ésta es la tradición de nuestra casa, Augusto Señor, transmitida de padres a hijos y de madres a hijas, durante todos los años transcurridos desde el asesinato del Augusto Rey: que aguardemos el retorno de los ejércitos enviados por Artur Hawkwing allende el Océano Aricio, que esperemos el regreso de la estirpe de Artur Hawkwing para destruir la Torre Blanca y recuperar las posesiones del Augusto Rey. Y cuando el linaje de Hawkwing regrese, serviremos y actuaremos de consejero al igual que lo hicimos con el Augusto Rey. Augusto Señor, salvo en el detalle del reborde azul, el estandarte que ondea sobre el tejado de esta casa es igual que el de Luthair, el hijo de Artur Paendrag Tanreall que se hizo a la mar con sus ejércitos. —Fain se postró de rodillas, simulando ser presa de la emoción—. Augusto Señor, sólo deseo servir y aconsejar a los descendientes del Augusto Rey.
Turak guardó silencio durante tanto rato que Fain comenzó a preguntarse si habría de hacer uso de nuevos argumentos para convencerlo; tenía preparados otros, tantos como fueran necesarios. Al fin el Augusto Señor tomó la palabra.
—Según parece conocéis más detalles de los que nadie, ya sea entre los nobles o los plebeyos, nos ha revelado desde que avistamos estas tierras. Las gentes de aquí lo mencionan como un vago rumor, pero vos lo sabéis a ciencia cierta. Lo veo en vuestros ojos, lo percibo en vuestra voz. Casi me había inclinado a pensar que os habían enviado aquí para tenderme una trampa. Pero ¿quién que se halle en posesión del Cuerno de Valere le daría este uso? Ninguno de los miembros de la Sangre que llegó con los Hailene podría poseer el Cuerno, ya que la leyenda afirma que estaba oculto en esta parte del mundo y sin duda cualquier noble de esta tierra lo utilizaría contra mí en lugar de ponerlo en mi poder. ¿Cómo llegó a vuestras manos el Cuerno de Valere? ¿Pretendéis ser un héroe de leyenda? ¿Habéis llevado a cabo valerosas hazañas?
—No soy un héroe, Augusto Señor. —Fain aventuró una tímida sonrisa, Pero la expresión de Turak permaneció inalterable—. El Cuerno fue hallado por un antepasado mío durante los disturbios posteriores a la muerte del Augusto Rey. Él sabía cómo abrir el cofre, pero se llevó el secreto a la tumba cuando murió participando en la Guerra de los Cien Años, que acabó con el imperio de Artur Hawkwing. Todos sus descendientes hemos sabido que el Cuerno se encontraba en su interior y que debíamos protegerlo hasta el regreso del linaje del Augusto Rey.
—Casi estoy por creeros.
—Creedme, Augusto Señor. Cuando hagáis sonar el Cuerno…
—No echéis a perder el crédito que habéis obtenido con vuestras palabras. Yo no tocaré el Cuerno de Valere. Cuando regrese a Seanchan, lo presentaré a la emperatriz como el más valioso de mis trofeos. Tal vez sea la emperatriz quien lo haga sonar.
—Pero, Augusto Señor —protestó Fain—, debéis… —Se encontró de pronto tendido de costado, con la cabeza dolorida. Únicamente comprendió lo ocurrido cuando, al recobrar la claridad de la visión, vio al hombre de la trenza rubia frotándose los nudillos.
—Ciertas palabras —advirtió en voz baja el hombre— no se pronuncian nunca ante el Augusto Señor.
Fain decidió la manera como moriría aquel individuo.
Turak miró alternativamente a Fain y el Cuerno tan plácidamente como si no hubiera visto nada.
—Tal vez os entregaré a la emperatriz junto con el Cuerno de Valere. Puede que encuentre divertido a un hombre que afirma que su familia mantuvo la fidelidad mientras el resto faltaba a sus juramentos y los relegaba al olvido.
Fain ocultó su súbito regocijo poniéndose en pie. Ni siquiera conocía la existencia de una emperatriz hasta que Turak había hecho mención de ella, pero el acceso a la proximidad de un nuevo gobernante… le abría nuevas posibilidades, nuevos planes. Una soberana respaldada por todos los seanchan y con el Cuerno de Valere en sus manos… Era preferible contar con ella que hacer de ese Turak un Augusto Rey. Podía esperar a poner en acción algunas partes de su plan. «Con cautela. No debes traslucir la vehemencia de tu deseo. Después de tanto tiempo, no te vendrá mal un poco de paciencia.»
—Como el Augusto Señor desee —accedió, tratando de dar la imagen de un hombre que sólo quería obedecer.
—Parecéis casi ansioso —observó Turak. Fain a duras penas evitó esbozar una mueca—. Os diré por qué no voy a tocar el Cuerno de Valere ni a quedarme con él siquiera, y tal vez ello cure vuestra ansiedad. No deseo que un presente mío ofenda con sus acciones a la emperatriz; si vuestra ansiedad es incurable, jamás quedará satisfecha, puesto que no abandonaréis esta orilla. ¿Sabéis que quienquiera que haga sonar el Cuerno quedará vinculado a él? ¿Qué mientras dicha persona viva, no será más que un simple cuerno para los restantes? —No parecía que esperara respuestas o, en todo caso, no hizo una pausa para que éstas fueran expresadas—. Soy el duodécimo en la línea de sucesión del trono de cristal. Si me quedara con el Cuerno de Valere, todos los que me preceden en ella pensarían que pretendo convertirme en el primer heredero, y, aunque la emperatriz por una parte desea como es lógico que compitamos entre nosotros para que sean los más valerosos y astutos quienes la sucedan, actualmente otorga sus preferencias a su segunda hija y no vería con buenos ojos cualquier clase de amenaza a los derechos de Tuon. Si yo lo tocara, incluso si pusiera esta tierra a sus pies y a todas las mujeres de la Torre Blanca