volver a veros, Verin Sedai, y a vos, lord Rand, y a vos, lord Ingtar, por no mencionaros a vos, Loial, hijo de Arent hijo de Halan. —La reverencia que ofreció a la Aes Sedai era algo más profunda que la dedicaba a los demás, pero aun así apenas era más que una ligera inclinación.
Verin asintió, haciéndose eco de su propuesta.
—Tal vez. La Luz os ilumine, lord Barthanes. —Se volvió hacia las puertas.
Cuando Rand se disponía a seguir a los demás, Barthanes le agarró la manga con dos dedos, reteniéndolo. Mat hizo ademán de quedarse, hasta que Hurin tiró de él para reunirse con Verin y el resto.
—Participáis en el Juego a unos niveles más profundos de lo que creía —dijo en voz baja Barthanes—. Cuando he escuchado vuestro nombre, no daba crédito a mis oídos, y sin embargo habéis venido, y os ajustáis a la descripción… Me han dado un mensaje para vos. Me parece que voy a entregároslo después de todo.
Rand sintió un hormigueo en la nuca mientras Barthanes hablaba, pero las últimas palabras lo dejaron estupefacto.
—¿Un mensaje? ¿De quién? ¿De lady Selene?
—De un hombre. No suelo transmitir mensajes de esa clase de personas en condiciones normales, pero tiene ciertos… derechos sobre mí que no puedo pasar por alto. No me dijo su nombre, pero era lugardeño. ¡Aaah! Lo conocéis.
—En efecto. —«¿Fain ha dejado un mensaje?» Rand recorrió la gran antesala con la mirada. Mat, Verin y los demás esperaban junto a las puertas. Los sirvientes con librea permanecían rígidamente de pie a lo largo de las paredes, dispuestos a entrar en acción a una orden y a un tiempo dando la impresión de que no oían ni veían. Los sonidos de la reunión llegaban de las estancias interiores. No parecía un lugar propicio para un ataque de Amigos Siniestros—. ¿Cuál es el mensaje?
—Dice que os esperará en la Punta de Toman. Que tiene lo que buscáis y que, si lo queréis, debéis seguirlo. Si os negáis a hacerlo, asegura que perseguirá a vuestra estirpe, a vuestro pueblo, y a todos a los que amáis hasta que os decidáis a enfrentaros a él. Suena estrafalario, un hombre de esa clase amenazando con perseguir a un señor, y, sin embargo, había algo extraño en él. Creo que está loco; incluso negaba que fuerais un señor, algo que cualquiera puede ver perfectamente, pero existe un misterio. ¿Qué es lo que tiene con él, custodiado por trollocs? ¿Qué es lo que vos buscáis? —Barthanes parecía sorprendido por la franqueza de sus preguntas.
—La Luz os ilumine, lord Barthanes. —Rand logró realizar una reverencia, pero las piernas le temblaban cuando se reunió con Verin y los demás.
«¿Que quiere que lo siga? Y que infligirá daños al Campo de Emond, a Tam, si no lo hago.» No le cabía duda de que Fain era muy capaz de hacerlo. «Al menos Egwene está a salvo, en la Torre Blanca.» Imaginó horrorosas escenas en que hordas enteras de trollocs se abatían sobre el Campo de Emond, en que Fados de cuencas vacías acechaban a Egwene. «Pero ¿cómo puedo seguirlo? ¿Cómo?»
Poco después se hallaba de nuevo bajo el cielo nocturno, montando a Rojo. Verin, Ingtar y el resto ya estaban a caballo, cercados por la escolta de shienarianos.
—¿Qué habéis averiguado? —preguntó Verin—. ¿Dónde lo guarda?
Hurin carraspeó ruidosamente y Loial se arrellanó, inquieto, en su alta silla. La Aes Sedai les lanzó una ojeada.
—Fain se ha llevado el Cuerno a la Punta de Toman a través de un Atajo —respondió lentamente Rand—. A estas alturas, es probable que ya esté esperándome allí.
—Hablaremos de esto más tarde —dispuso Verin, con tanta firmeza que nadie mencionó el tema durante todo el camino de regreso al Gran Árbol.
Ino los abandonó allí, tras hablar en voz baja con Ingtar, y se llevó a los soldados hacia su posada de extramuros. Hurin miró de soslayo el resuelto rostro de Verin, a la luz de la sala principal, murmuró algo sobre cerveza y se escabulló hacia una mesa ubicada en un rincón, solo. La Aes Sedai atajó con un gesto los solícitos comentarios de la posadera de que hubieran disfrutado de la velada y condujo en silencio a Rand y a los demás al comedor privado.
Perrin alzó la mirada de Los viajes de Jain el Galopador y frunció el entrecejo al observarles las caras.
—No ha ido bien, ¿verdad? —infirió, cerrando el libro encuadernado con cuero. Las lámparas y velas de cera de abeja dispuestas alrededor de la estancia proyectaban una generosa luz; la señora Tiedra cobraba cara la estancia, pero no escatimaba nada.
Verin plegó con cuidado el chal y lo colocó en el respaldo de una silla.
—Contádmelo de nuevo. ¿Los Amigos Siniestros se llevaron el Cuerno por un Atajo? ¿En la finca de Barthanes?
—El terreno donde se asienta la mansión era una arboleda Ogier —explicó Loial—. Cuando construimos… —Dejó que las palabras quedaran en suspenso y abatió las orejas ante la mirada que le asestó la mujer.
—Hurin los siguió directamente hasta la entrada. —Rand se dejó caer con fatiga en una silla. «Ahora debo ir en pos de ellos, con más motivo aún. ¿Pero cómo?»—. Yo la abrí para demostrarle que era factible seguir su rastro donde quiera que fuesen, y el Viento Negro acechaba allí. Trató de alcanzarnos, pero Loial consiguió cerrar las puertas antes de que saliera del todo. —Se ruborizó ligeramente al referir esa parte, pero era cierto que Loial había cerrado las puertas, sin lo cual el Machin Shin habría logrado salir—. El Viento Negro estaba montando guardia.
—El Viento Negro —musitó Mat, petrificado, cuando se disponía a sentarse. Perrin también miraba fijamente a Rand, al igual que lo hacían Verin e Ingtar. Mat se desplomó en la silla con gran estrépito.
—Debes de estar en un error —objetó Verin al fin—. El Machin Shin no puede utilizarse como un guardián. Nadie puede obligar a hacer algo al Viento Negro.
—Es una criatura del Oscuro —señaló, aturdido, Mat—. Ellos son Amigos Siniestros. Quizá sabían cómo se ha de solicitar su ayuda.
—Nadie sabe a ciencia cierta qué es el Machin Shin —aseguró Verin—, salvo, tal vez, que es la esencia de la locura y la crueldad. No hay modo de razonar con él, Mat, ni de proponerle tratos o conversar. Ni siquiera las Aes Sedai de nuestro tiempo tienen posibilidad de presionarlo, y tal vez tampoco estuvo ello en las manos de quienes las precedieron. ¿De veras crees que Padan Fain pudo conseguir algo que está fuera del alcance de diez Aes Sedai juntas? —Mat sacudió la cabeza.
Flotaba un ambiente de desaliento en la estancia, de pérdida de esperanzas y objetivos. La meta que perseguían se había borrado, e incluso la cara de Verin presentaba una expresión de desconcierto.
—Nunca hubiera pensado que Fain tuviera coraje para aventurarse en los Atajos. —La voz de Ingtar sonaba casi suave, pero de improviso golpeó la pared con el puño—. No me importa cómo, ni siquiera si el Machin Shin actúa cumpliendo órdenes de Fain. Se han llevado el Cuerno de Valere a los Atajos, Aes Sedai. A estas horas podrían estar en la Llaga o a mitad de camino de Tear o Tanchico, o al otro lado del Yermo de Aiel. Hemos perdido el Cuerno. Estoy perdido. —Dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo y hundió los hombros—. Estoy perdido.
—Fain va a llevarlo a la Punta de Toman —anunció Rand, ante lo cual volvió a convertirse en el centro de todas las miradas.
Verin lo observó minuciosamente.
—Ya has dicho eso antes. ¿Cómo lo sabes?
—Barthanes me ha transmitido un mensaje suyo —repuso Rand.
—Una trampa —opinó Ingtar con desdén—. No nos indicaría por dónde hemos de seguirlo.
—Ignoro adónde vais a ir los demás —afirmó Rand—, pero yo iré a la Punta de Toman. Debo hacerlo. Partiré con las primeras luces del alba.
—Pero, Rand —apuntó Loial—, nos llevaría varios meses llegar a la Punta de Toman. ¿Qué te hace pensar que Fain estará esperándonos allí?
—Nos esperará. —«Pero ¿durante cuánto tiempo hasta que deduzca que no voy a ir? ¿Por qué dispuso esa guardia si quería que fuera detrás de él?»—. Loial, tengo intención de cabalgar a la mayor velocidad posible y, si con ello reviento a Rojo, compraré otro caballo, o lo robaré si es preciso. ¿Estás seguro de que quieres venir?
—He estado a tu lado mucho tiempo. ¿Por qué debería dejar de hacerlo ahora? —Loial sacó la pipa y la bolsa y comenzó a llenarla de tabaco—. Me gustas, ¿sabes? Me gustarías aunque no fueras ta’veren. Tal vez me caes bien a pesar de ello. Por lo visto siempre acabo metido en embrollos contigo. De todas maneras, iré contigo. —Dio una calada para comprobar el tiro y luego tomó una astilla de la vasija de barro que había en la repisa y la acercó a la llama de una vela para encenderla—. No creo que puedas impedírmelo.
—Bien, yo también iré —decidió Mat—. Fain todavía tiene la daga. Pero todo ese cuento de hacer de criado se ha acabado esta noche.
Perrin suspiró, con una mirada pensativa en sus amarillentos ojos.
—Supongo que yo también os acompañaré. —Después de un momento sonrió—. Alguien ha de vigilar que Mat no se busque problemas.
—Ni siquiera una trampa astuta —murmuró Ingtar—. De alguna manera, conseguiré ver a solas a Barthanes y averiguaré la verdad. Mi propósito es recuperar el Cuerno de Valere y no perder el tiempo persiguiendo volutas de humo.
—Puede que no sea una trampa —señaló prudentemente Verin, examinando al parecer el suelo—. En las mazmorras de Fal Dara quedaron ciertos indicios, ciertos escritos que insinuaban una conexión entre lo que sucedió esa noche y… —lanzó una rápida mirada a Rand bajo las cejas inclinadas hacia abajo—… la Punta de Toman. Y yo creo que encontraremos el Cuerno allí.
—Aun cuando vayan a la Punta de Toman —objetó Ingtar—, cuando lleguemos allí, Fain o uno de los Amigos Siniestros ya habrían tenido ocasión de hacer sonar cien veces el Cuerno, y los héroes que regresen de la tumba cabalgarán en las filas de la Sombra.
—Fain pudiera haberlo hecho ya cien veces desde que salió de Fal Dara —observó Verin—. Y creo que lo haría, si supiera abrir el cofre. Lo que debe preocuparnos es que encuentre a alguien que sepa cómo abrirlo. Debemos seguirlo por los Atajos.
Perrin irguió vivamente la cabeza, Mat se revolvió en la silla y Loial emitió un quedo gemido.
—Incluso si lográramos entrar, esquivando los guardias de Barthanes —opinó Rand—, encontraríamos al Machin Shin todavía allí. No podemos utilizar los Atajos.
—¿Cuántos de nosotros podrían entrar a hurtadillas en las propiedades de Barthanes? —inquirió Verin, desestimando la posibilidad—. Existen otras puertas de entradas a los Atajos. El stedding Tsofu no queda lejos de la ciudad. Es un stedding joven, redescubierto hace tan sólo unos seiscientos años, pero los mayores Ogier todavía construían Atajos por aquel entonces. El stedding Tsofu debe de tener una puerta. Es allí donde nos dirigiremos mañana al amanecer.
Loial lanzó una sorda exclamación, pero Rand no alcanzó a interpretar si la motivaba la referencia a los Atajos o al stedding.
Ingtar todavía no parecía convencido, pero Verin se mostró tan serena e implacable como un alud que se deslizara por la ladera de una montaña.
—Habréis de tener a vuestros soldados dispuestos para partir, Ingtar. Enviad a Hurin para que se lo comunique a Ino antes de que se acueste. Creo que todos deberíamos irnos a dormir sin tardanza. Esos Amigos Siniestros nos llevan ya un día de ventaja y quiero