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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 9
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desnudez, Amys se volvió hacia Monaelle y se palmeó el terso y duro vientre.

—Yo he dado a luz. He dado de mamar —dijo, rodeando con las manos unos pechos que no parecían haber hecho tal cosa—. Me ofrezco.

Tras el circunspecto gesto de aceptación de Monaelle, Amys se puso de rodillas a dos pasos, al otro lado de Elayne y Aviendha, y se sentó sobre los talones. Shyanda y la canosa Sabia se arrodillaron flanqueándola, y de repente el brillo del Poder rodeó a todas las mujeres de la habitación, salvo a Elayne, Aviendha y Amys.

Elayne respiró profundamente y vio que Aviendha hacía lo mismo. De vez en cuando, un brazalete tintineaba contra otro entre las Sabias, el único sonido en el cuarto aparte de las respiraciones y el débil y lejano trueno. Fue casi un sobresalto cuando Monaelle habló.

—Las dos haréis lo que se os ordene. Si flaqueáis o tenéis dudas, vuestra devoción no es lo bastante fuerte. Os mandaré salir y ése será el final de esto, para siempre. Haré preguntas, y responderéis con sinceridad. Si rehusáis contestar, se os mandará salir. Si alguna de las presentes cree que mentís, se os mandará salir. Y podéis marcharos en cualquier momento que queráis, desde luego. Lo cual pondrá fin a esto de manera definitiva. Aquí no hay segundas oportunidades. Bien. ¿Cuál crees que es la mejor cualidad de la mujer que quieres como hermana primera?

Elayne casi esperaba esa pregunta. Era una de las cosas en las que le dijeron que pensara. Elegir una virtud entre tantas no había sido fácil, aunque ya tenía preparada la respuesta. Cuando habló, flujos de Saidar se tejieron repentinamente entre Aviendha y ella, y de su boca no salió sonido alguno, ni de la de Aviendha. Sin pensarlo, una parte de su mente memorizó la forma de los tejidos; incluso en ese momento, intentar aprender era una parte de sí misma, tanto como el color de sus ojos. Los tejidos desaparecieron cuando cerró los labios.

Aviendha se siente muy segura de sí misma, muy orgullosa. No le importa lo que nadie piense que debería hacer o ser; es quien ella quiere ser, oyó Elayne decir a su propia voz, a la par que las palabras de Aviendha se hacían audibles de repente, al mismo tiempo. Incluso cuando Elayne está tan asustada que se le queda seca la boca, su espíritu no se doblega. Es la persona más valiente que conozco.

Elayne miró de hito en hito a su amiga. ¿Aviendha creía que era valiente? Luz, no era cobarde, pero ¿valiente? Curiosamente, Aviendha la miraba intensamente a ella, con incredulidad.

—La valentía es un pozo —le susurró Viendre al oído—, profundo en algunas personas, somero en otras. Profundos o someros, los pozos acaban secándose, aunque vuelvan a llenarse después. Afrontarás lo que no eres capaz de afrontar, las piernas te temblarán como si fuesen gelatina, y tu cacareado coraje te dejará tirada en el polvo, sollozando. Llegará el día.

Lo dijo como si quisiese estar allí para verlo. Elayne asintió con un seco cabeceo. Sabía todo sobre temblarle las piernas como si fuesen gelatina; se enfrentaba a ello a diario, al parecer.

Tamela hablaba al oído de Aviendha en un tono casi tan satisfecho como el de Viendre:

—El ji’e’toh te ata como bandas de acero. Por el ji, actúas exactamente como se espera de ti, hasta lo más mínimo. Por el toh, si es preciso te rebajas y te arrastras sobre el vientre. Porque te importa, y mucho, lo que todo el mundo piensa de ti.

Elayne casi soltó una exclamación ahogada. Eso era cruel. E injusto. Sabía algo del ji’e’toh, pero Aviendha no era así. Sin embargo, Aviendha estaba asintiendo, igual que había hecho ella antes. Una aceptación impaciente de lo que ya sabía.

—Buenas características que apreciar en una hermana primera —dijo Monaelle, que dejó resbalar el chal hasta los codos—, pero ¿qué es lo peor que ves en ella?

Elayne rebulló sobre las heladas rodillas y se lamió los labios antes de hablar. Había temido esto. No era sólo la advertencia de Monaelle; Aviendha había dicho que debían decir la verdad. Tenían que hacerlo, pues si no ¿qué valor tenía la unión de hermanas? De nuevo los tejidos retuvieron cautivas sus palabras hasta que desaparecieron.

Aviendha… dijo de repente la voz de Elayne, vacilante. Cree… Cree que la violencia es siempre la respuesta. A veces no piensa más allá de su cuchillo. ¡A veces es como un muchachito que nunca se hará mayor!

Elayne sabe que… empezó la voz de Aviendha, que tragó saliva y continuó de corrido. Sabe que es hermosa, sabe el poder que eso le da sobre los hombres. A veces va con la mitad del busto al aire, a la vista de todos, y sonríe para conseguir que los hombres hagan lo que quiere.

Elayne se quedó boquiabierta. ¿Aviendha pensaba eso de ella? ¡La hacía parecer una lagarta! Aviendha la miró ceñuda y empezó a abrir la boca, pero Tamela le apretó de nuevo los hombros y empezó a hablarle.

—¿Crees que los hombres no contemplan tu cara con aprobación? —Había un timbre incisivo en la voz de la Sabia, y «firme» sería el término más comedido para describir su rostro—. ¿Acaso no miran tus pechos en la tienda de vapor? ¿No admiran tus caderas? Eres hermosa, y lo sabes. ¡Niégalo, y te negarás a ti misma! Te han complacido las miradas de los hombres, y les has sonreído. ¿De verdad no sonreirás a un hombre para dar más peso a tus argumentos, o no le tocarás el brazo para distraerlo de la debilidad de tus razonamientos? Lo harás, y no serás menos por ello.

Las mejillas de Aviendha se tiñeron de rojo, pero Elayne tenía que escuchar lo que Viendre le decía a ella. E intentar no ponerse colorada.

—Hay violencia en ti. Niégalo, y te negarás a ti misma. ¿Acaso nunca has montado en cólera y has arremetido? ¿Es que nunca has derramado la sangre de alguien? ¿Nunca has deseado hacerlo? ¿Sin plantearte otra posibilidad? ¿Sin pensarlo siquiera? Mientras respires, eso formará parte de ti.

Elayne recordó a Taim, y otros casos similares, y su rostro se puso rojo como la grana.

En esta ocasión, hubo más de una respuesta.

—Tus brazos se debilitarán —le decía Tamela a Aviendha—. Tus piernas perderán su velocidad. Una persona joven podrá quitarte el cuchillo de la mano. ¿De qué te valdrán entonces destreza o ferocidad? El corazón y la mente son las verdaderas armas. Mas ¿acaso aprendiste a utilizar la lanza en un día, cuando eras Doncella? Si no aguzas corazón y mente ahora, te harás vieja y los niños te ofuscarán el entendimiento. Los jefes de clan te sentarán en un rincón para que juegues a las cunitas y, cuando hables, lo único que oirán todos será el viento. Tenlo en cuenta mientras estás a tiempo.

—La belleza desaparece —continuó Viendre al oído de Elayne—. El paso de los años hará que tus pechos se descuelguen, que tus carnes pierdan firmeza, que tu piel se torne seca y arrugada como el cuero. Hombres que sonreían al ver tu cara te hablarán como si fueses otro hombre. Tal vez tu esposo te vea siempre como la primera vez que puso los ojos en ti, pero ningún otro hombre soñará contigo. ¿Dejarás por ello de ser tú? Tu cuerpo es sólo una envoltura. Tu carne se marchitará, pero tú eres tu corazón y tu mente, y ésos no cambiarán salvo para hacerse más fuertes.

Elayne sacudió la cabeza, pero no en un gesto de negación. En realidad no. Sin embargo, nunca había pensado en envejecer. Sobre todo desde que había ido a la Torre. El paso de los años dejaba una huella muy leve incluso en las Aes Sedai de mucha edad. Mas, ¿y si llegaba a vivir tanto como las Asentadas? Eso significaría renunciar a ser Aes Sedai, por supuesto, pero ¿y si lo hacía? Las Allegadas tardaban mucho tiempo en tener arrugas, pero las tenían. ¿Qué estaría pensando Aviendha? La Aiel estaba allí de rodillas, con aire… huraño.

—¿Qué te parece más infantil en la mujer que quieres como hermana primera? —preguntó Monaelle.

Eso era más fácil, menos peliagudo. Elayne sonrió incluso mientras hablaba. Aviendha le devolvió la sonrisa, desaparecida ya la expresión hosca. Una vez más, los tejidos tomaron sus palabras y las liberaron a la par, las voces con un dejo de risa.

Aviendha no me deja que le enseñe a nadar. Lo he intentado. No le tiene miedo a nada, excepto a meterse en más cantidad de agua de la que cabe en una bañera.

Elayne se zampa golosinas a dos manos, como una niña que ha escapado a la vigilancia de su madre. Si sigue así, se pondrá gorda como un cerdo antes de que se haga mayor.

Elayne dio un respingo. ¿Zamparse? ¿Zamparse? Probaba un poco de vez en cuando, eso era todo. Sólo de vez en cuando. ¿Gorda? ¿Por qué Aviendha la miraba iracunda? Negarse a meterse en el agua donde cubría por encima de la rodilla era realmente infantil.

Monaelle se tapó la boca con la mano para toser levemente, pero a Elayne le pareció que lo que ocultaba era una sonrisa. Algunas de las Sabias que estaban de pie se echaron a reír sin tapujos. ¿Por la tontería de Aviendha o por su… debilidad por las golosinas?

Monaelle recobró su aire solemne mientras arreglaba la falda extendida sobre el suelo, pero cuando habló aún había un atisbo de regocijo en su voz.

—¿Qué es lo que más envidias de la mujer que quieres como hermana primera?

Quizás Elayne habría dado un rodeo a la respuesta a despecho de la exigencia de contestar con sinceridad. La verdad había surgido en su mente tan pronto como le dijeron que pensara en esto, pero había encontrado algo menos importante, menos embarazoso para ambas, que habría colado. Quizá. Pero estaba lo de que sonreía a los hombres y que enseñaba el busto. A lo mejor ella sonreía, ¡pero Aviendha pasaba delante de sirvientes abochornados sin llevar absolutamente nada encima y dando la impresión de que ni siquiera los veía! De modo que se zampaba golosinas, ¿verdad? Y que iba a ponerse gorda, ¿no? Manifestó la amarga verdad mientras los tejidos tomaban sus palabras y la boca de Aviendha se movía en un silencio huraño, hasta que por fin lo que habían dicho se liberó.

Aviendha ha yacido en los brazos del hombre al que amo. Yo nunca lo he hecho; puede que nunca lo haga, ¡y querría llorar cuando lo pienso!

Elayne tiene el amor de Rand al’Th… de Rand. El corazón me duele de desear que él me quiera a mí, pero no sé si llegará a amarme nunca.

Elayne miró intensamente el indescifrable rostro de Aviendha. ¿Que tenía celos de ella por causa de Rand? ¿Cuando ese hombre la evitaba como si tuviese la sarna? No tuvo tiempo para pensar nada más.

—Dale una bofetada lo más fuerte que puedas —instruyó Tamela a Aviendha mientras apartaba sus manos de los hombros de la joven.

Viendre apretó ligeramente los de Elayne.

—No te defiendas —advirtió.

¡De eso no habían dicho nada! Aviendha jamás le…

Parpadeando, Elayne se incorporó de las heladas baldosas. Se tocó la mejilla con sumo cuidado e hizo un gesto de dolor. Iba a tener la marca de la palma de la mano en la cara el resto del día. Esa mujer no tenía por qué haber golpeado tan fuerte.

Todas esperaron hasta que volvió a ponerse de rodillas, y entonces Viendre se acercó a su oído.

—Dale una

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