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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 89
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que tenían a este lado del Mar del Mundo, pero se mostraba categórico en que ninguna mencionaba la necesidad de que el Dragón Renacido se arrodillase ante el Trono de Cristal. Tal vez fuese necesario ponerle ese a’dam masculino, pero Bayle nunca lo vería así—. Lo hecho, hecho está, Bayle. Si la Luz quiere, viviremos mucho al servicio del imperio. Bien, dices que conoces esta ciudad. ¿Qué puede verse o hacerse aquí que sea interesante?

—Siempre hay festivales de alguna clase —contestó lentamente, a regañadientes. Nunca le gustaba dar por perdida una discusión, por fútil que fuese—. Algunos podrían ser de tu agrado, y otros no, creo. Eres muy… quisquillosa.

¿Qué querría decir con eso? De repente el hombre sonrió, antes de continuar.

—Podríamos encontrar a una Mujer Sabia. Aquí ratifican los votos de matrimonio. —Se pasó los dedos por el lado afeitado del cráneo al tiempo que giraba los ojos hacia arriba, como si intentara vérselo—. Claro que, si recuerdo bien la charla que me diste sobre los «derechos y privilegios» de mi posición, los so’jhin sólo pueden casarse con otros so’jhin, así que tendrás que liberarme antes. Así la Fortuna me clave su aguijón, todavía no posees ni un palmo de esas propiedades que te prometieron. Yo podría reanudar la anterior actividad comercial y darte una propiedad a no tardar.

Se quedó boquiabierta. Esto no era algo viejo, sino muy, muy nuevo. Egeanin se había preciado siempre de ser equilibrada. Había ascendido a un puesto de mando merced a su buen hacer y su valor, una veterana de batallas navales, tormentas y naufragios, y en ese preciso momento se sentía como un grumete en su primer viaje que mira hacia abajo desde la cofa, mareado y aterrado, viendo girar el mundo a su alrededor y esperando una inevitable caída al mar, que no llega a abarcar con la mirada.

—No es así de sencillo —contestó al tiempo que se incorporaba, obligándolo a retroceder un paso. ¡Por la Luz bendita, detestaba oír entrecortada su voz!—. La manumisión requiere que te provea de medios para vivir como un hombre libre, asegurarme de que puedes mantenerte a ti mismo. —¡Luz! Soltar a borbotones las palabras era tan malo como tener entrecortada la voz. Se imaginó a sí misma en la cubierta de un barco, hecho que la ayudó un poco—. En tu caso, eso significa comprar un barco, supongo —añadió, al menos en un tono que sonaba sereno—, y, como me has recordado, todavía no tengo posesiones. Además, no podría dejarte volver al contrabando, y lo sabes. —Aquello era la pura verdad, y el resto no del todo una mentira. Sus años en el mar habían sido provechosos y, aunque el oro del que podía disponer fuera mera rebusca de la cosecha a los ojos de alguien de la Sangre, sí podía comprar un barco, siempre y cuando él no quisiera un barco de largas travesías; pero de hecho en ningún momento había negado que estuviera a su alcance adquirir uno.

Él le extendió los brazos, otra cosa que supuestamente no debía hacer, y al cabo de un momento Egeanin apoyaba la mejilla en el fuerte hombro y dejaba que la abrazara.

—Todo saldrá bien, nena —murmuró Bayle con ternura—. Saldrá bien, de algún modo.

—No debes llamarme «nena», Bayle —lo reprendió, mirando fijamente detrás de su hombro, hacia la chimenea, que parecía no conseguir enfocar. Antes de abandonar Tanchico había decidido casarse con él, una de esas fulgurantes decisiones que habían creado su reputación. Sería un contrabandista, pero ella habría podido cortar eso, y también era tenaz, firme, inteligente y fuerte, un marino. Esto último siempre había sido una necesidad para ella; sólo que no conocía sus costumbres. En algunos sitios del imperio eran los hombres quienes hacían la petición, y de hecho se ofendían si una mujer lo sugería incluso. Tampoco sabía nada de engatusar a un varón. Sus contados amantes habían sido hombres de igual rango, a los que podía acercarse abiertamente y despedirse de ellos cuando el uno o el otro recibía órdenes de trasladarse a otro barco o era ascendido. Y ahora él era un so’jhin. No había nada de raro en acostarse con el propio so’jhin, claro, siempre y cuando no se hiciera alarde de ello. Bayle se prepararía un jergón a los pies de la cama, como de costumbre, aun cuando nunca durmiera en él. Pero liberar a un so’jhin, privándolo de los derechos y privilegios de los que él se burlaba, era un acto cruel al máximo. No, de nuevo mentía al eludir toda la verdad, y lo que era peor es que se mentía a sí misma. Deseaba sin reservas casarse con Bayle Domon, pero se sentía tremendamente insegura de ser capaz de unirse a una propiedad manumitida.

—Será como mi señora diga —contestó él en una risueña pantomima de formalidad.

Egeanin le lanzó un puñetazo más abajo de las costillas. No muy fuerte. Justo lo suficiente para hacerle soltar un quedo gruñido. ¡Tenía que aprender! Ya no quería visitar los lugares de interés de Ebou Dar; sólo deseaba seguir donde estaba, rodeada por los brazos de Bayle, sin tener que tomar decisiones, permanecer para siempre así.

Una brusca llamada en la puerta bastó para que lo apartara de un empujón. Al menos él sabía lo suficiente para no protestar por eso. Mientras Bayle se colocaba bien la chaqueta, ella arregló los plisados del vestido e intentó alisar las arrugas marcadas por estar tumbada en la cama. Parecía haber muchas a pesar de la inmovilidad que había mantenido. Esa llamada podía ser tanto un requerimiento de Suroth como una criada que acudía para ver si necesitaba algo, pero fuera lo que fuese no iba a dejar que nadie la sorprendiera como si hubiera estado rodando por la cubierta de un barco.

Finalmente renunció al inútil intento y esperó hasta que Bayle acabó de abrocharse la chaqueta y adoptó la actitud que consideraba adecuada para un so’jhin. «La de un capitán de barco en el puente, listo para gritar órdenes», pensó, suspirando para sus adentros.

—¡Adelante! —contestó.

La mujer que abrió la puerta era la última persona que Egeanin esperaba ver. Bethamin la miró con expresión vacilante antes de entrar y cerrar suavemente la puerta a su espalda. La sul’dam inhaló hondo y después se arrodilló, manteniéndose rígidamente erguida. Su vestido azul oscuro, con las piezas rojas en forma de rayos, estaba recién limpio y planchado. El marcado contraste con su propio atuendo desarreglado irritó a Egeanin.

—Milady —empezó, indecisa, Bethamin, que a continuación tragó saliva—. Milady, os ruego me concedáis un momento para hablar con vos. —Dirigió una mirada a Bayle y se lamió los labios—. En privado, si milady hace el favor.

La ultima vez que Egeanin había visto a esa mujer fue en un sótano de Tanchico, cuando le quitó el a’dam y le dijo que se marchase. ¡Eso habría sido suficiente para hacerle chantaje aunque perteneciera a la Alta Sangre! Sin duda el cargo sería el mismo que por liberar a una damane: traición. Sólo que Bethamin no podía sacarlo a la luz sin condenarse también a sí misma.

—Él puede escuchar cualquier cosa que quieras decirme, Bethamin —respondió con sosiego. Navegaba por bajíos, y no eran unas aguas para enfrentarse a ellas salvo con calma—. ¿Qué quieres?

Bethamin rebulló sobre las rodillas y perdió varios segundos más lamiéndose los labios. Entonces, de repente, las palabras salieron a borbotones.

—Un Buscador vino a verme y me ordenó que reanudara nuestra… nuestra relación y le informara sobre vos. —En aparente intento de dejar de balbucear, se mordió el labio inferior y miró fijamente a Egeanin. Sus oscuros ojos tenían una expresión desesperada y suplicante, igual a la que habían mostrado en el sótano de Tanchico.

Egeanin sostuvo fríamente aquella mirada. Bajíos, y además un temporal inesperado. De pronto la extraña orden de ir a Ebou Dar tuvo explicación. No necesitaba la descripción del hombre para saber que se trataba del mismo. Y tampoco le hacía falta preguntar por qué Bethamin incurría en traición al descubrir la maniobra del Buscador. Si éste llegaba a la conclusión de que sus sospechas eran lo bastante sólidas para someterla a interrogatorio, ella acabaría contándole todo lo que sabía, incluido lo ocurrido en cierto sótano, y la sul’dam no tardaría en encontrarse con el a’dam puesto otra vez. La única esperanza de la mujer era ayudarla a eludir al hombre.

—Levántate —dijo—. Y toma asiento. —Por suerte había dos sillas, aunque ninguna parecía cómoda—. Bayle, creo que hay brandy en ese frasco que está sobre la cómoda.

Bethamin temblaba de tal modo que Egeanin tuvo que ayudarla a incorporarse y guiarla hasta una de las sillas. Bayle llevó copas de plata trabajada, en las que había servido un poco de licor, y se acordó de hacer una reverencia y ofrecerle primero a ella; pero, cuando el hombre regresó junto a la cómoda, Egeanin advirtió que también se había servido para él. Se quedó de pie allí, con la copa en la mano, y observándolas como si fuese lo más natural del mundo. Bethamin lo miraba con los ojos desorbitados.

—Crees que estás sobre la estaca de empalamiento —dijo Egeanin, y la sul’dam se encogió mientras su asustada mirada tornaba bruscamente hacia ella—. Te equivocas, Bethamin. El único delito real que he cometido fue liberarte.

No era del todo cierto, pero al final, después de todo, había puesto personalmente el a’dam masculino en manos de Suroth. Y hablar con Aes Sedai no era un delito. El Buscador podía sospechar —de hecho había intentado escuchar a escondidas tras una puerta de Tanchico—, pero ella no era una sul’dam, encargada de atrapar marath’damane. En el peor de los casos, aquello merecería una reprimenda.

—Siempre y cuando no se entere de eso —prosiguió—, no tiene motivos para arrestarme. Si desea saber lo que digo o cualquier otra cosa sobre mí, cuéntaselo. Lo único que tienes que recordar es que, si decide arrestarme, le daré tu nombre. —Sólo una advertencia evitaría que Bethamin pensara de repente que tenía una salida segura, dejándola a ella en la estacada.

Para su sorpresa, la sul’dam empezó a reír histéricamente. Es decir, hasta que Egeanin se echó hacia adelante y la abofeteó.

—Lo sabe casi todo excepto la existencia del sótano, milady —dijo mientras se frotaba la mejilla con gesto hosco.

A continuación empezó a describir una increíble red de traiciones que conectaba a Egeanin, a Bayle y a Suroth y tal vez incluso a la propia Tuon con Aes Sedai, marath’damane y damane que habían sido Aes Sedai. Un pánico creciente empezó a sonar en la voz de Bethamin a medida que pasaba de un increíble cargo a otro y, a no tardar, Egeanin comenzó a beber sorbos de brandy. Sólo sorbos. No se había puesto nerviosa. Tenía pleno control sobre sí misma. Estaba… Estaba navegando en algo peor que bajíos, acercándose a sotavento de la costa, y el Cegador de la Vista en persona cabalgaba en aquella tormenta, acercándose para robarle los ojos. Después de escuchar un rato con sus propios ojos cada vez más abiertos, Bayle vació de un trago la copa del tosco y oscuro licor. Egeanin se sintió aliviada al ver la conmoción del hombre, y a la vez culpable por sentirse así. Jamás creería que era un asesino. Además, era muy bueno utilizando las manos, pero sólo aceptable con una espada, mientras que, ya fuese con armas o sólo con las manos, el Augusto Señor Turak habría destripado a Bayle como a una carpa. Su única

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