Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 84
Prev
Next

no logró decir palabra. Suponía que también él habría ayudado a cualquiera a escapar de los seanchan si hubiera estado en su mano, y además estaba en deuda con Joline Maza.

La Mujer Errante era una posada bien aprovisionada, y la oscura bodega era amplia. Entre los barriles de vino y cerveza apilados a los lados había cajones altos de tablillas repletos de patatas y nabos, hileras de estantes que contenían sacos de judías secas, guisantes y pimientos, y montones de cajones de madera que guardaban sólo la Luz sabía qué. No parecía haber mucho polvo, pero el aire tenía el olor seco habitual de los almacenes bien acondicionados.

Vio sus ropas, pulcramente dobladas sobre una estantería limpia —a menos que alguien más estuviera almacenando ropa allí— pero no tuvo oportunidad de fijarse bien. La señora Anan llegó al fondo de la bodega, y Mat dejó a Joline sobre un barril. Tuvo que soltarle los brazos a la fuerza, y la mujer se quedó acurrucada. Lloriqueando, sacó un pañuelo de la manga y se enjugó los ojos enrojecidos. Con el rostro lleno de manchas, además del desgastado vestido, no ofrecía el aspecto de una Aes Sedai.

—Se ha venido abajo —comentó la señora Anan, que puso la lámpara sobre otro barril, también éste boca abajo. Había más barriles vacíos en el suelo, esperando el regreso del cervecero, y aquél era el espacio más despejado que se veía en la bodega—. Ha estado escondida desde que llegaron los seanchan. En los últimos días sus guardianes han tenido que trasladarla varias veces, cuando los seanchan decidieron registrar edificio por edificio, en lugar de calles en general. Suficiente para destrozarle los nervios a cualquiera, supongo. Sin embargo dudo que intenten buscar aquí.

Recordando a todos los oficiales hospedados en el piso de arriba, Mat no tuvo más remedio que admitir que la posadera tenía razón. Con todo, se alegraba de no ser él quien corría el riesgo. Se puso en cuclillas delante de Joline, y gruñó al sentir una punzada de dolor en la pierna.

—Os ayudaré si puedo —dijo. Ignoraba cómo, pero estaba en deuda con ella—. Alegraos de haber tenido la gran suerte de esquivarlos durante todo este tiempo. Teslyn no fue tan afortunada.

Joline retiró bruscamente el pañuelo con el que se limpiaba los ojos y lo miró de hito en hito.

—¿Suerte? —espetó furiosa. De ser una mujer normal y no Aes Sedai, Mat habría pensado que estaba resentida, a juzgar por el modo en que adelantaba el labio inferior—. ¡Podría haber escapado! Tengo entendido que el primer día reinaba la confusión. Pero estaba inconsciente. Fen y Blaeric pudieron a duras penas sacarme de palacio antes de que los seanchan irrumpieran en él en tromba, y dos hombres acarreando a una mujer desmayada atraían demasiado la atención para llevarme en dirección a las puertas de la ciudad antes de que las tuvieran vigiladas y controladas. ¡Me alegro de que capturaran a Teslyn! ¡Me alegro! Me dio algo, ¡estoy segura! Por eso Fen y Blaeric no pudieron despertarme, y por eso he estado durmiendo en establos y escondiéndome en callejones por miedo a que esos monstruos me encontraran. ¡Le está bien empleado!

Mat parpadeó ante aquella diatriba. Dudaba haber oído nunca tanto veneno en una voz, ni siquiera en aquellos recuerdos arcaicos. La señora Anan miró ceñuda a Joline y su mano se crispó.

—En cualquier caso, os ayudaré en todo lo que pueda —se apresuró a decir Mat mientras se incorporaba para interponerse entre ambas mujeres. No permitiría que la señora Anan abofeteara a Joline, ni que fuese Aes Sedai ni que no, y Joline no parecía estar de humor para considerar la posibilidad de que una damane percibiera desde el piso de más arriba lo que quiera que hiciera para desquitarse. Era verdad que el Creador había hecho a las mujeres para que los hombres no tuviesen una vida fácil. ¿Cómo, en nombre de la Luz, iba a sacar a una Aes Sedai de Ebou Dar?—. Estoy en deuda con vos.

—¿En deuda? —La frente de Joline se arrugó levemente.

—Por la nota en que me decíais que advirtiera a Nynaeve y a Elayne —repuso despacio. Se lamió los labios y añadió—: La que dejasteis en mi almohada.

Ella agitó una mano como desestimando aquello, pero sus ojos, enfocados en el rostro de Mat, ni siquiera parpadearon.

—Todas las deudas que haya entre nosotros quedarán saldadas el día en que me ayudes a salir fuera de las murallas de esta ciudad, Mat Cauthon —dijo en un tono tan regio como una soberana en su trono.

Mat tragó saliva con esfuerzo. La nota la habían metido en el bolsillo de su chaqueta de algún modo, no la habían dejado en la almohada. Y ello quería decir que se había equivocado: no era a ella a quien le debía el favor.

Se despidió sin destapar la mentira de Joline —mentira aunque sólo fuera por permitir que siguiera en su error sin hacer nada por aclararlo—, y se marchó sin decírselo tampoco a la señora Anan. El problema era de él. Hacía que se sintiese enfermo. Ojalá nunca lo hubiera descubierto.

De vuelta en el palacio de Tarasin, se dirigió directamente a los aposentos de Tylin y extendió la capa sobre una silla para que se secase. El aguacero golpeaba contra las ventanas. Tras dejar el sombrero encima de una de las cómodas de tallas doradas, se secó la cara y las manos con una toalla y se planteó cambiarse la chaqueta. La lluvia había calado la capa en varios sitios y la chaqueta estaba algo húmeda. ¡Luz! ¿Qué demonios importaba un poco de humedad?

Gruñendo con fastidio, hizo un lío con la toalla de rayas y la tiró sobre la cama. Se estaba retrasando a propósito, incluso esperando —un poco— que Tylin entrase y clavara el cuchillo en el poste de la cama, para de ese modo posponer lo que tenía que hacer. Lo que debía hacer. Joline no le había dejado otra opción.

La disposición del palacio era sencilla, por decirlo de algún modo. La servidumbre vivía en el nivel inferior, donde estaban las cocinas, y algunos criados incluso en el sótano. El piso de encima tenía las amplias estancias públicas y los abarrotados estudios del cuerpo administrativo, y en el siguiente se encontraban los aposentos de los huéspedes menos distinguidos, en su mayoría ocupados ahora por seanchan de la Sangre. El piso más alto estaba destinado a los aposentos de Tylin, y dormitorios para huéspedes más ilustres, como Suroth, Tuon y unos cuantos más. Sólo que incluso los palacios tenían áticos, se llamasen como se llamasen.

Mat se detuvo al pie de un tramo de escalera oculta tras una esquina, donde no llamaba la atención, y respiró hondo antes de subir lentamente los peldaños. La enorme habitación sin ventanas, techo bajo y con el suelo de toscas tablas a la que llevaba la escalera se había vaciado de lo que quiera que guardase antes de la llegada de los seanchan, y se habían instalado una serie de minúsculos cuartos de madera, cada cual con su correspondiente puerta. Sencillas lámparas de pie en hierro alumbraban los estrechos corredores que había entre las hileras de casetas. La lluvia que golpeaba en el tejado sonaba fuerte. Mat volvió a hacer una pausa en el último escalón, y sólo volvió a respirar al comprobar que no se oía ningún rumor de pisadas. Una mujer lloraba en uno de los minúsculos cuartos, pero no había peligro de que apareciera alguna sul’dam y pretendiera averiguar qué hacía allí. Seguramente acabarían enterándose de que había subido al ático, pero no hasta después de que él hubiese descubierto lo que necesitaba saber, si se daba prisa.

Ignoraba qué caseta era la de ella, ése era el problema. Se dirigió a la primera y abrió la puerta justo el tiempo suficiente para asomarse al interior. Una Atha’an Miere con vestido gris se encontraba sentada al borde de la estrecha cama, las manos enlazadas sobre el regazo. La cama y el lavabo, con palangana, jarra y un pequeño espejo, ocupaban casi todo el cuarto. Varios vestidos grises colgaban de perchas en una de las paredes. La correa articulada de un a’dam plateado se extendía en un arco desde el collar que rodeaba el cuello de la mujer al brazalete, sujeto a un gancho de la pared, pero la Atha’an Miere podía llegar a cualquier parte del reducido espacio; los pequeños agujeros donde había lucido los pendientes y el aro de la nariz todavía no habían tenido tiempo de cerrarse. Parecían heridas. Cuando se abrió la puerta, levantó la cabeza con expresión asustada, que se borró para dar paso a otra especulativa. Y quizá de esperanza.

Mat cerró la puerta sin pronunciar palabra. «No puedo salvarlas a todas —pensó con aspereza—. ¡No puedo!» Luz, pero detestaba admitirlo.

Las siguientes puertas le descubrieron cuartos idénticos y a otras tres mujeres de los Marinos, una de ellas sollozando amargamente sobre la cama, y a continuación una mujer rubia dormida, todas con el a’dam sujeto flojamente en ganchos. Mat cerró aquella puerta como si estuviera intentando llevarse una de las tartas de la señora al’Vere justo delante de sus narices. Quizá la mujer rubia no fuese seanchan, pero no quería correr el riesgo. Una docena de puertas más adelante soltó un suspiro de alivio y se deslizó al interior, cerrando la puerta tras de sí.

Teslyn Baradon yacía en la cama, con la cara apoyada en las manos. Sólo sus oscuros ojos se movieron, clavándose en él; no dijo nada y se limitó a mirarlo como si intentara traspasarle el cráneo.

—Pusisteis una nota en el bolsillo de mi chaqueta —musitó Mat. Las paredes eran finas, y podía oírse el llanto de la otra mujer—. ¿Por qué?

—Elaida quiere a esas chicas tanto como desea la Vara y la Estola —se limitó a contestar Teslyn, sin moverse. Su voz seguía teniendo un timbre de dureza, pero menor de lo que Mat recordaba—. Especialmente a Elayne. Quería… causarle inconvenientes a Elaida, si podía. Y que las esperara sentada. —Soltó una risa queda teñida de amargura—. Incluso suministré horcaria a Joline para que no interfiriese con esas chicas. Y mira adónde me ha llevado. Joline escapó y yo… —Sus ojos se desviaron hacia el brazalete plateado sujeto del gancho.

Suspirando, Mat se recostó en la pared, junto a los vestidos colgados de las perchas. La mujer sabía lo que ponía la nota, una advertencia para Elayne y Nynaeve. Luz, había esperado que no lo supiera, que hubiese sido otra persona la que había puesto la maldita nota en su bolsillo. De todos modos no había servido de nada, ya que ambas sabían que Elaida iba tras ellas. ¡La nota no había cambiado nada! Además, la intención de la mujer no era ayudarlas, sino… causar inconvenientes a Elaida, simplemente. Podía marcharse con la conciencia tranquila. ¡Rayos y centellas! No debería haber hablado con ella. Ahora que ya lo había hecho…

—Intentaré ayudaros a escapar, si puedo —dijo a regañadientes.

Ella continuó inmóvil en la cama. Ni su expresión ni su voz cambiaron cuando habló; era como si estuviese explicando algo sencillo y sin importancia.

—Aun en el caso de que pudieses quitarme el collar, no llegaría muy lejos, quizá ni siquiera saldría de palacio. Y, aunque saliera, ninguna mujer capaz de encauzar puede cruzar las puertas de la ciudad a menos que lleve un a’dam. Yo misma he estado de guardia allí y lo sé.

—Se me ocurrirá algo —murmuró Mat. ¿Ocurrírsele algo? ¿Qué?—. Luz,

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

El camino de dagas
El camino de dagas
August 3, 2020
El Despertar de los Heroes
El Despertar de los Heroes
August 3, 2020
El señor del caos
El señor del caos
August 3, 2020
El Dragón Renacido
El Dragón Renacido
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.