Señora Suroth ha encargado trece campanas para una serie de la victoria, las más grandes que jamás se han forjado en ningún sitio. ¡Y Calwyn Sutoma las forjará!
El hecho de que fuera una victoria sobre su propia ciudad no parecía molestar en absoluto a Sutoma; sus últimas palabras bastaron para hacerlo sonreír y frotarse las huesudas manos.
Mat trató de hacer ceder a Aludra, pero por el nulo éxito de sus intentos se habría dicho que la mujer también había sido forjada de bronce. En fin, comprobó que era considerablemente más blanda que el bronce una vez que le permitió rodearla con el brazo, pero los besos que la dejaron temblando no sirvieron para debilitar su resolución.
—Soy de las que creen que a un hombre no se le debe decir más que lo que necesita saber —manifestó, falta de aliento mientras se sentaba a su lado en un banco mullido de su carreta. Sólo le permitió besarla, pero en eso se mostró muy entusiasta. Las finas trencillas adornadas con cuentas que volvía a llevar estaban enredadas—. Cotorreo de hombres, ¿verdad? Cháchara, cháchara, cháchara, y ni vosotros sabéis lo que vais a decir a continuación. Además, quizá sólo te planteé el enigma para que volvieras, ¿eh? —Y continuó con la tarea de despeinarse más y también despeinarlo a él.
Pero no volvió a lanzar flores nocturnas, después de que él le hubo contado lo de la casa gremial de Tanchico. Mat hizo otras dos intentonas visitando a maese Sutoma, pero en la segunda el fundidor de campanas tenía cerrada la puerta a cal y canto para él. Estaba forjando las campanas más grandes que se habían hecho nunca, y no iba a permitir que ningún estúpido forastero con sus estúpidas preguntas interfiriese en eso.
Tylin empezó a pintarse de verde las dos primeras uñas de las manos, si bien no se afeitó los laterales de la cabeza. Al final lo haría, le dijo, mientras se recogía el cabello estirado hacia atrás para mirarse en el espejo de marco dorado que había en la pared del dormitorio, pero antes quería hacerse a la idea. Estaba adaptándose a las costumbres de los seanchan, y Mat no podía culparla por ello a pesar de todas las miradas hoscas y furibundas que Beslan dirigía a su madre.
Era imposible que Tylin pudiese sospechar nada sobre Aludra; pero, al día siguiente de besar él a la Iluminadora, las doncellas con aspecto de matrona desaparecieron de sus aposentos y fueron reemplazadas por mujeres de pelo blanco y arrugadas como pasas. Tylin empezó a clavar el cuchillo curvo en uno de los postes de la cama por las noches, bien a mano, y a mascullar lo bastante alto para que él la oyera sobre qué aspecto tendría vestido con las simples ropas de un da’covale. De hecho, la noche no era el único momento en el que clavaba el cuchillo en el poste de la cama. Sirvientas sonrientes comenzaron a llamarlo a los aposentos de Tylin limitándose a anunciar que la reina había clavado su cuchillo en el poste, y él empezó a esquivar a cualquier mujer de uniforme que veía exhibiendo una sonrisa. No es que no le gustara acostarse con Tylin, salvo por el hecho de que era una reina y, por ende, tan estirada como cualquier otra noble. Y porque lo hacía sentirse como un ratón al que un gato había convertido en su mascota. Pero sólo había un número de horas de luz al día, aunque sí más que allá, en casa, en invierno, y hubo un momento en que se preguntó si Tylin se proponía consumirlas todas.
Por suerte, ella comenzó a pasar más y más tiempo con Suroth y Tuon. Su adaptación parecía abarcar también la amistad, al menos con Tuon. Con Suroth no había nadie que hiciese amistad. Tylin parecía haber adoptado a la chica, o viceversa. Tylin apenas le contaba nada de lo que hablaban, salvo en líneas generales, y a menudo ni siquiera eso, pero se encerraban a solas durante horas y paseaban por los pasillos de palacio conversando en voz baja o a veces riendo. Con frecuencia las seguían Anath o Selucia, la so’jhin de cabello dorado de Tuon, y de vez en cuando un par de Guardias de la Muerte de mirada dura.
Mat aún no había descifrado la relación existente entre Suroth, Tuon y Anath. De cara al exterior, Suroth y Tuon se comportaban como iguales, llamándose por su nombre y riendo las bromas de la otra. Ciertamente Tuon jamás daba una orden a Suroth, al menos que Mat hubiese visto, pero Suroth parecía tomarse las sugerencias de la chica como si fuesen órdenes. Anath, por otro lado, atormentaba sin piedad a Tuon con críticas cortantes como navajas, llamándola necia y cosas peores.
—Eso es la mayor estupidez que he oído, muchacha —la oyó decirle fríamente un mediodía en el pasillo.
Tylin no había enviado su ruda llamada —todavía— y Mat intentaba escabullirse antes de que tuviese ocasión de hacerlo, para lo cual se deslizaba por los pasillos pegado a las paredes y se asomaba a las esquinas. Tenía planeado hacer una visita a Sutoma y otra a Aludra. Las tres mujeres seanchan —cuatro, contando a Selucia, aunque Mat dudaba que ellas la consideraran así— estaban paradas justo al otro lado del siguiente giro del pasillo, y esperó impaciente a que se fueran, sin dejar de vigilar por si se acercaba alguna sirvienta. Fuera lo que fuera de lo que hablaban, no les haría ninguna gracia que él apareciese en mitad de la conversación.
—Unos pocos correazos te vendrían bien y te despejarían la cabeza de tonterías —continuó la alta mujer en un tono gélido—. Pídelo y acaba de una vez.
Mat se frotó el oído y sacudió la cabeza. Debía de haber escuchado mal. Selucia, parada plácidamente con las manos unidas a la altura de la cintura, ni se inmutó. Por el contrario, Suroth dio un respingo.
—¡La castigaréis por esto, sin duda! —manifestó coléricamente mientras lanzaba una mirada taladradora a Anath. O lo intentó, ya que, por el poco caso que le hizo la mujer alta, Suroth podría haber sido una silla.
—No lo entiendes, Suroth. —El suspiro de Tuon agitó el velo que le cubría la cara. Que la cubría, no que la ocultaba. Parecía… resignada. Mat se había quedado de piedra al enterarse de que la chica sólo era unos pocos años más joven que él. Él habría calculado diez. Bueno, seis o siete—. Los augurios dicen lo contrario, Anath —continuó sosegadamente la chica, en absoluto enfadada; simplemente exponía unos hechos—. Ten por seguro que te lo comunicaré si cambian.
Alguien le dio unos golpecitos en el hombro a Mat, que al mirar se encontró con el rostro de una criada que sonreía de oreja a oreja. En fin, tampoco eran tantas las ganas que tenía de marcharse de inmediato.
Tuon le preocupaba. Oh, claro que cuando se cruzaba en los pasillos él hacía su reverencia más cortés, y a cambio ella le hacía tan poco caso como Suroth o Anath, pero a Mat empezó a parecerle que recorrían los pasillos demasiado a menudo.
Una tarde, había entrado en los aposentos de Tylin tras comprobar que la reina mantenía una reunión a puerta cerrada con Suroth sobre uno u otro asunto, y en el dormitorio encontró a Tuon examinando su ashandarei. Se quedó paralizado al verla rozar con los dedos las palabras de la Antigua Lengua grabadas en el negro astil. A ambos extremos de la línea de escritura iban incrustados sendos cuervos de un metal aún más oscuro, y otro par grabados en la hoja ligeramente curva. Para los seanchan los cuervos eran símbolos imperiales. Conteniendo la respiración, intentó retroceder sin hacer ruido.
El rostro velado se giró hacia él. Un rostro bonito, realmente; incluso podría haber resultado hermoso si hubiera abandonado esa expresión de estar a punto de arrancar un trozo de madera de un bocado. Ya no pensaba que parecía un muchacho —aquellos cinturones anchos y ajustados que llevaba siempre conseguían que uno reparase en que había curvas— pero no le andaba lejos. Rara vez veía a una mujer adulta más joven que su abuela sin pensar al menos qué tal sería bailar con ella y quizá besarla, incluso a esas altaneras mujeres de la Alta Sangre, pero ni el menor atisbo de tales ideas se le pasaba por la mente con respecto a Tuon. Una mujer debía tener algo que rodear con el brazo, o en caso contrario ¿qué sentido tenía hacerlo?
—No me imagino a Tylin poseyendo algo como esto —dijo fríamente Tuon con su acento que arrastraba las vocales mientras volvía a dejar la lanza de larga moharra junto al arco—, así que debe de ser tuya. ¿Qué es? ¿Cómo la conseguiste?
Aquellas frías demandas de información hicieron que Mat apretara las mandíbulas. La puñetera mujer parecía estar dirigiéndose a un sirviente. ¡Luz, que él supiera, ni siquiera conocía su nombre! Tylin le había comentado que la chica nunca se había interesado por él ni lo había mencionado después de su oferta de comprarlo.
—Es una lanza, milady —contestó, resistiéndose al impulso de recostarse contra el marco de la puerta y meter los pulgares en el cinturón. Después de todo, ella pertenecía a la Alta Sangre—. La compré.
—Te doy diez veces el precio que pagaste —dijo Tuon—. Di cuánto.
Mat casi se echó a reír. Deseaba hacerlo, y no con regocijo, eso seguro. Nada de «si quieres venderla», sólo «la compro y esto es lo que pago por ella».
—El precio que pagué no fue en oro, milady. —Su mano fue involuntariamente hacia el pañuelo negro para comprobar que tapaba la irregular cicatriz que le circundaba el cuello—. Sólo un necio pagaría ese precio, cuanto menos diez veces éste.
Tuon lo observó intensamente un momento con expresión inescrutable a pesar de la transparencia del velo. Y después fue como si él hubiese desaparecido: pasó a su lado como si ya no estuviese allí y abandonó los aposentos.
Aquélla no fue la única vez que se encontró con la chica a solas. Ni que decir tiene que no siempre la seguían Anath o Selucia o los guardias; Mat tenía la sensación de que demasiado a menudo, cuando decidía regresar por algo, al darse media vuelta se encontraba con ella, sola, mirándolo; o cuando abandonaba la habitación de repente y se topaba con ella al otro lado de la puerta. En más de una ocasión había echado un vistazo hacia atrás al salir de palacio, y veía su cara velada asomada a una ventana. Cierto, no había intensidad ni interés en aquellas miradas; lo miraba y pasaba de largo como si hubiese dejado de existir, observaba desde una ventana y se retiraba al interior de la habitación tan pronto como él la veía. Para ella era una lámpara de pie en el pasillo, un adoquín de la plaza de Mol Hara. No obstante, empezaba a ponerlo nervioso. Después de todo había propuesto comprarlo. Una cosa así bastaba por sí misma para poner nervioso a cualquiera.
Sin embargo, ni siquiera Tuon era capaz de estropear la creciente sensación de que, por fin, las cosas comenzaban a salir bien. El gholam no había vuelto a aparecer, y Mat empezó a pensar que la criatura había ido en busca de otra «cosecha» más fácil de recolectar. En cualquier caso, se mantenía apartado de lugares oscuros y solitarios donde tendría una oportunidad de atacarlo. Era estupendo lo que hacía su medallón, pero era mejor estar rodeado