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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 76
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sul’dam y ella reanudaran el circuito alrededor del patio. Tranquila, obedientemente. Mat había visto damane tendidas en el suelo de aquel mismo patio y azotadas hasta que aullaban, por organizar cualquier tipo de escándalo, y a Teslyn entre ellas. La mujer no le había hecho ningún favor y quizá sí alguna que otra mala pasada, pero no le habría deseado esa suerte.

—Mejor que estar muerta, supongo —musitó Mat mientras seguía caminando. Teslyn era una mujer dura que seguramente tramaba cómo escapar en todo momento, pero la dureza sólo servía hasta cierto punto. La Señora de los Barcos y el Maestro de Espadas habían muerto en la pira sin gritar, pero eso no los había salvado.

—¿Eso crees? —preguntó, absorto, Noal, que toqueteaba torpemente el fardo para colocarlo mejor. Sus sarmentosas manos habían sostenido el cuchillo bastante bien, pero parecían torpes para cualquier otra cosa.

Mat lo miró con el entrecejo fruncido. No; en realidad no estaba seguro de creerlo. Aquellos a’dam plateados se parecían mucho al collar invisible que Tylin le había puesto a él. Claro que estaba dispuesto a que Tylin le hiciera cosquillas debajo de la barbilla el resto de la vida si eso lo salvaba de la hoguera. ¡Luz, ojalá aquellos jodidos dados se pararan y acabara todo de una vez! No, eso era una mentira. Desde que comprendió finalmente lo que significaba que rodasen, nunca había querido que los dados parasen.

El cuarto que Chel Vanin y los Brazos Rojos supervivientes compartían se encontraba no muy lejos de los establos; era una estancia larga y encalada, de techo bajo y demasiadas camas para los que quedaban vivos. Vanin estaba acostado en una, en mangas de camisa y con el libro abierto sobre el pecho. A Mat le sorprendía que supiese leer. Tras escupir por la mella de los dientes, Vanin observó las ropas manchadas de barro de Mat.

—¿Has estado peleando otra vez? —preguntó—. Creo que a ella no le va a hacer gracia. —No se levantó. Salvo unas pocas y sorprendentes excepciones, Vanin se consideraba tan bueno como cualquier lord o lady.

—¿Problemas, lord Mat? —gruñó Harnan, que se incorporó de un brinco. Era un hombre sólido, tanto en lo tocante a su físico como a su temperamento, pero la cuadrada mandíbula se tensó retorciendo el halcón toscamente tatuado en la mejilla—. Con todo respeto, no estáis en condiciones para eso. Decidnos qué aspecto tiene, y nos ocuparemos de él por vos.

Los últimos tres de sus hombres se agrupaban detrás de Harnan con expresión ansiosa; dos de ellos alargaron la mano hacia su capa mientras todavía se metían los faldones de la camisa. Metwyn, un cairhienino con aspecto de muchacho a pesar de tener diez años más que Mat, cogió la espada de donde la había apoyado a los pies de su cama y sacó un poco la hoja para comprobar el filo. Era el mejor espadachín del grupo, realmente bueno, aunque Gorderan no le andaba lejos a pesar de su aspecto de herrero. Gorderan no era ni mucho menos tan lento como sus anchos hombros lo hacían parecer. Una docena de Brazos Rojos había seguido a Mat Cauthon a Ebou Dar, ocho de los cuales habían muerto, y el resto estaba atrapado en palacio, donde no podían pellizcar a las camareras, ni meterse en una pelea por una partida de dados, ni beber hasta caerse de bruces, como podrían haber estado haciendo en una posada con la confianza de que el posadero haría que los subiesen a sus camas, aunque quizá con las bolsas de dinero algo más ligeras que antes.

—Aquí, Noal, puede contaros lo que ocurrió mejor que yo —contestó Mat mientras se echaba el sombrero hacia atrás—. Dormirá con vosotros aquí. Me ha salvado la vida esta noche.

Aquello provocó exclamaciones de consternación y gritos de aprobación para Noal, por no mencionar palmadas en la espalda que casi tiraron de bruces al viejo. Vanin llegó incluso a marcar el libro con su grueso dedo y a sentarse de lado en el estrecho catre.

Noal soltó el fardo en una cama vacante y relató lo sucedido con gestos exagerados, interpretando su propio papel e incluso haciendo un poco burla de sí mismo por los resbalones en el barro y por mirar boquiabierto al gholam, mientras Mat luchaba como un campeón. El hombre era un narrador de cuentos innato, tan bueno como un juglar en el arte de hacer ver a su público lo que describía. Harnan y los Brazos Rojos reían cordialmente, sabiendo el propósito del hombre —no quitar protagonismo a su capitán— y aprobándolo, pero las risas cesaron cuando llegó la parte en que el atacante de Mat se deslizaba a través de un pequeño agujero en la pared. También conseguía que uno viera aquello. Vanin soltó el libro y escupió otra vez. El gholam había dejado a Vanin y a Harnan medio muertos en el Rahad. Medio muertos porque la criatura andaba tras otra presa.

—Al parecer esa cosa me quiere por alguna razón —comentó Mat como sin darle importancia, cuando el viejo terminó y se sentó en la cama con aire exhausto—. Probablemente jugó a los dados conmigo alguna vez que no recuerdo. Ninguno de vosotros tiene que preocuparse, mientras no os metáis entre él y yo. —Esbozó una mueca con intención de hacer una broma de su comentario, pero ninguno de los hombres sonrió—. En cualquier caso, cogeré algo de oro para vosotros por la mañana. Compraréis pasaje en el primer barco que salga para Illian, y os llevaréis a Olver. Y Thom y Juilin pueden acompañaros, si quieren. —En fin. Imaginaba que el husmeador aceptaría—. Y Nerim y Lopin, por supuesto. —Se había acostumbrado a tener dos sirvientes ocupándose de sus cosas, pero en palacio no le harían falta—. Talmanes debe de estar en algún punto cerca de Caemlyn a estas alturas. No creo que tengáis demasiados problemas para encontrarlo. —Cuando se hubiesen ido, se quedaría solo con Tylin. ¡Luz, prefería enfrentarse al gholam otra vez!

Harnan y los otros tres Brazos Rojos intercambiaron miradas; Fergin se rascó la cabeza, como si no acabase de entender. Quizá no lo entendía. El huesudo hombre era un buen soldado —no el mejor, ojo, pero lo bastante bueno—, si bien no tenía muchas luces en cualquier otra cosa que no fuera su profesión.

—Eso no estaría bien —manifestó finalmente Harnan—. Para empezar, lord Talmanes nos desollaría si regresáramos sin vos.

Los otros tres asintieron con la cabeza. Eso sí que Fergin podía entenderlo.

—¿Y tú, Vanin? —preguntó Mat.

—Si aparto al chico de Riselle —contestó el orondo hombre, encogiéndose de hombros—, me destripará como a una trucha en cuanto me quede dormido. Yo lo haría, si estuviese en su lugar. En fin, aquí dispongo de tiempo para leer, y trabajando de herrador no creo que se presentaran muchas oportunidades de hacerlo. —Tal era uno de los oficios itinerantes que según él ejercía. El otro era mozo de cuadra. En realidad, era cuatrero y cazador furtivo, el mejor de dos países y puede que más.

—Estáis todos locos —dijo Mat, fruncido el entrecejo—. Porque esa cosa vaya detrás de mí no significa que no os mate a vosotros si os interponéis en su camino. La oferta sigue abierta, de modo que cualquiera que recupere la sensatez puede marcharse.

—He visto a otros como tú antes —comentó Noal de repente. El encorvado anciano era la imagen del agotamiento y la vejez difícil, pero sus ojos brillaban, penetrantes, al examinar a Mat—. Algunos hombres tienen algo que hace que otros los sigan a donde los guíen. Algunos los conducen a la catástrofe, otros a la gloria. Creo que tu nombre podría aparecer en los libros de historia.

Harnan parecía tan confuso como Fergin. Vanin escupió, se tendió de nuevo en la cama, y abrió el libro.

—Si mi suerte me abandona por completo, es posible —murmuró Mat. Sabía lo que hacía falta para entrar en la historia. Uno podía acabar muerto haciendo esa clase de cosas.

—Será mejor que os adecentéis antes de que ella os vea —intervino inopinadamente Fergin—. Todo ese barro será como meter un abrojo debajo de su silla de montar.

Mat recogió el sombrero bruscamente, con rabia, y salió con aire ofendido, sin añadir palabra. Es decir, salió con todo el aire ofendido que permitía ir caminando cojeando y apoyado en un bastón. Antes de que la puerta se cerrase tras él, oyó que Noal empezaba a contar algo sobre una vez que había navegado en un barco de los Marinos y aprendido a bañarse con agua fría y salada. Al menos, así comenzaba.

Tenía intención de asearse antes de que Tylin lo viera —realmente era su intención—; pero, mientras avanzaba cojeando por los pasillos adornados con floreados tapices ebudarianos, llamados colgaduras estivales debido a la estación que evocaban, cuatro sirvientes de palacio, vestidos con el uniforme verde y blanco, y no menos de sietes doncellas le sugirieron que quizá le convendría bañarse y cambiarse de ropa antes de que la reina lo viera, ofreciéndose a llevarle agua caliente para el baño y un atuendo limpio sin que ella se enterara. No lo sabían todo sobre ellos dos, gracias le fueran dadas a la Luz —sólo Tylin y él conocían los detalles peores— pero aun así lo que sabían ya era jodidamente demasiado. Peor aún: lo aprobaban, hasta el último criado de mierda del puñetero palacio de Tarasin. Por un lado, Tylin era reina y podía hacer lo que le diera la gana, en lo que a ellos concernía. Por otro, había estado muy irritable desde que los seanchan habían tomado la ciudad, y si el hecho de que Mat Cauthon estuviese limpio como los chorros del oro y emperifollado con encajes evitaba que descargara su malhumor con ellos por cualquier nimiedad, ¡entonces le restregarían a fondo las orejas y lo envolverían en encajes como si fuese un regalo de cumpleaños!

—¿Barro? —replicó a una bonita y sonriente doncella que extendió la falda en una reverencia; sus oscuros ojos brillaban, y el profundo escote del corpiño exhibía una generosa porción de un busto que casi rivalizaba con el de Riselle—. ¿Qué barro? ¡Yo no veo barro por ninguna parte!

La doncella se quedó boquiabierta, y se olvidó de incorporarse mientras lo miraba de hito en hito, todavía con la rodilla doblada, cuando Mat se alejó cojeando.

Juilin Sandar casi se dio de bruces con él al girar rápidamente en un recodo del pasillo. El husmeador teariano retrocedió de un salto a la par que mascullaba un juramento ahogado, y su morena tez se tornó gris hasta que vio quién era la persona que casi lo había atropellado. Después murmuró una disculpa e hizo intención de seguir su camino a toda prisa.

—¿Te ha mezclado Thom en sus tonterías, Juilin? —preguntó Mat.

Juilin y Thom compartían un cuarto en las dependencias de la servidumbre, y no había razón para que el husmeador se encontrara en esta zona del palacio. Con aquella chaqueta teariana, larga y con los vuelos rozando la parte alta de las botas, Juilin destacaría entre los criados como un pato en un gallinero. Suroth era estricta en cosas como ésa, más estricta que Tylin. La única razón que se le ocurría a Mat era que Thom o Beslan estuviesen implicados—. No, no te molestes en contestarme. He hecho una oferta a Harnan y a los otros, y también es válida para ti. Si quieres marcharte, te daré dinero para el viaje.

En realidad, Juilin no parecía dispuesto a contestar nada. El husmeador metió los

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