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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 7
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miedo; podría atacarlos tan pronto como tuviera la coligación en su poder. Merilille estaba algo asustada, un miedo controlado por poco y entremezclado con una intensa sensación de… erizamiento, que encajaba con sus ojos muy abiertos y sus labios separados; sólo la Luz sabía lo que podría hacer ella teniendo la coligación.

Dyelin se desplazó hasta ponerse al lado del sillón de Elayne, como para protegerla de los Asha’man. Fuera lo que fuese lo que la Cabeza Insigne de la casa Taravin sintiera por dentro, su semblante se mostraba severo, sin asomo de miedo. Las otras mujeres no habían perdido tiempo en prepararse lo mejor posible. Zaida permanecía muy quieta junto al caleidoscopio, procurando parecer diminuta e inofensiva, pero tenía las manos a la espalda y la daga había desaparecido de su fajín. Birgitte se hallaba al lado de la chimenea, con la mano izquierda reposando en la jamba, aparentemente tranquila, pero la vaina de su cuchillo se encontraba vacía; y, por el modo en que su otra mano descansaba a su costado, estaba lista para lanzar el arma en un movimiento de abajo arriba. El vínculo transmitía… concentración. La flecha encajada en la cuerda, la cuerda tensa contra la mejilla, presta para disparar.

Elayne no hizo el menor esfuerzo en inclinarse para mirar a los hombres por detrás de Dyelin.

—Primero habéis sido demasiado tardo en obedecer mi llamada, maese Taim, y después os presentáis de un modo excesivamente repentino. —Luz, ¿estaría asiendo el Saidin? Había métodos de interferir en el encauzamiento de un hombre que no distaban mucho de escudarlo, pero era una habilidad difícil, arriesgada, y ella sabía poco más que la teoría.

El hombre rodeó el sillón hasta situarse delante de Elayne, a varios pasos de distancia, pero no parecía un peticionario. Mazrim Taim sabía quién era, conocía su valía, aunque obviamente la situaba más alta que el cielo. Los destellos de los relámpagos a través de las ventanas arrojaron luces extrañas sobre su rostro. Mucha gente se sentiría intimidada por él, incluso sin aquella llamativa chaqueta ni su infame nombre. Ella no. ¡No! Taim se frotó la mejilla con gesto pensativo.

—Tengo entendido que habéis quitado los estandartes del Dragón en todo Caemlyn, señora Elayne. —¡Había jocosidad en su voz profunda, si bien no en sus ojos! Dyelin siseó con rabia ante el desaire a Elayne, pero ésta hizo caso omiso—. He oído que los saldaeninos se han retirado al campamento de la Legión del Dragón, y que muy pronto los Aiel también estarán en campamentos fuera de la ciudad. ¿Qué dirá él cuando se entere? —No cabía duda alguna sobre a quién se refería—. Y después de que os ha enviado un regalo. Desde el sur. Haré que os lo traigan después.

—Estableceré una alianza entre Andor y el Dragón Renacido a su debido tiempo —repuso Elayne con frialdad—, pero Andor no es una provincia conquistada, ni por él ni por ningún otro. —Se obligó a dejar las manos relajadas sobre los brazos del sillón. Luz, persuadir a los Aiel y a los saldaeninos de que abandonaran la ciudad había sido el mayor logro hasta el momento. Y, a pesar del recrudecimiento de la criminalidad en la ciudad, había sido necesario—. En cualquier caso, maese Taim, no sois quién para pedirme cuentas. Si Rand tiene objeciones que hacer, ¡lo resolveré con él!

Taim enarcó una ceja, y aquella extraña curvatura en sus labios reapareció un poco más marcada que antes.

«Maldita sea —pensó Elayne, indignada—. ¡No debería haber utilizado el nombre de Rand!» ¡Resultaba obvio que el hombre creía saber exactamente cómo resolvería el tema de la ira del puñetero Dragón Renacido! Y lo peor era que, si podía ponerle la zancadilla para tenderlo en una cama, lo haría. No para eso, no para tratar ese asunto con él, sino porque lo deseaba. ¿Qué regalo le habría enviado?

La ira le endureció la voz. Ira por el tono de Taim. Ira porque Rand llevase tanto tiempo lejos. Ira contra sí misma, por ponerse colorada y pensar en regalos. ¡En regalos!

—Habéis levantado un muro de seis kilómetros acotando territorio de Andor. —continuó, airada. ¡Luz, era una superficie la mitad de grande que la Ciudad Interior! ¿Cuántos de esos hombres podía albergar? La mera idea hizo que se le pusiera carne de gallina—. ¿Con permiso de quién, maese Taim? No me digáis que del Dragón Renacido. Él no tiene derecho a dar permiso para nada en Andor. —Dyelin rebulló a su lado. Ningún derecho, pero suficiente fuerza podía dárselo. Elayne mantuvo la atención en Taim—. Habéis negado a la Guardia Real la entrada a vuestro… recinto. —Tampoco lo habían intentado antes de que ella llegase—. La ley de Andor es vigente en todo el país, maese Taim. La justicia será la misma para nobles o granjeros… o Asha’man. No diré que forzaré la entrada allí. —Él empezó a sonreír de nuevo, o casi—. No me rebajaría a eso. Pero, a menos que se le permita entrar a la Guardia Real, os prometo que tampoco pasará ni una sola patata a través de vuestras puertas. Sé que podéis Viajar. Pues bien, que vuestros Asha’man empleen los días Viajando para comprar vituallas.

La sonrisilla desapareció para dar paso a una leve mueca; sus pies se movieron ligeramente. Pero la irritación del hombre sólo duró un instante.

—La comida es un problema menor —dijo suavemente mientras extendía las manos—. Como decís, mis hombres pueden Viajar. A cualquier lugar que les ordene. Dudo que pudieseis impedirme comprar lo que quisiera incluso a quince kilómetros de Caemlyn, pero no me quitaría el sueño si pudieseis hacerlo. Con todo, estoy conforme con permitir visitas cuando quiera que lo solicitéis. Visitas controladas, con escolta en todo momento. La preparación es dura en la Torre Negra. Mueren hombres casi a diario. No querría que ocurriese un accidente.

Estaba irritantemente acertado respecto hasta qué distancia de Caemlyn llegaba su mandato. Pero no era más que eso: irritante. Sin embargo, sus comentarios sobre que los hombres Viajaran a cualquier parte que él ordenara y sobre un posible «accidente», ¿eran amenazas veladas? A buen seguro que no. Una oleada de rabia la asaltó al darse cuenta de que su seguridad de que no la amenazaría era a causa de Rand. No pensaba esconderse detrás de Rand al’Thor. ¿Visitas «controladas»? ¿Cuando lo «solicitase»? ¡Debería reducir a cenizas a ese hombre allí mismo!

De pronto fue consciente de lo que le llegaba a través del vínculo con Birgitte: ira, un reflejo de la suya unida a la de la propia Birgitte, reflejándose de Birgitte a ella, rebotando de ella a Birgitte, nutriéndose de sí misma, acrecentándose. La mano con la que Birgitte sostenía el cuchillo temblaba con el deseo de arrojarlo. ¿Y ella? ¡La furia la colmaba! Una pizca más y soltaría el Saidar. O arremetería con él.

No sin esfuerzo, se obligó a ahogar la cólera y sustituirla por algo parecido a la calma. Una semejanza apenas esbozada, todavía en ebullición. Elayne tragó saliva y bregó para mantener la voz impasible.

—Los soldados de la Guardia Real harán una visita diaria, maese Taim. —Y no sabía cómo iba a conseguir tal cosa con el tiempo que hacía—. Puede que vaya yo en persona, con unas cuantas hermanas. —Si la idea de tener Aes Sedai dentro de su Torre Negra molestaba a Taim, el hombre no lo puso de manifiesto. Luz, su intención era imponer la autoridad de Andor, no provocar a ese hombre. Llevó a cabo con presteza un ejercicio de novicia, el río contenido por las márgenes, buscando la calma. Le funcionó… un poco. Ahora sólo deseaba arrojarle todas las copas de vino—. Accederé a vuestra petición de llevar escolta, pero no se ocultará nada. No admitiré delitos tapados por vuestros secretos. ¿Me he explicado con suficiente claridad?

La reverencia de Taim fue burlona —¡burlona!— pero cuando habló había tirantez en su voz.

—Os entiendo perfectamente. Sin embargo, entendedme a mí. Mis hombres no son granjeros que agachan la cabeza cuando pasáis. Presionad demasiado a un Asha’man y quizá descubráis cuán fuerte es exactamente vuestra ley.

Elayne abrió la boca para contestar cuán fuerte era exactamente la ley en Andor.

—Es la hora, Elayne Trakand —dijo una voz de mujer desde la puerta.

—¡Rayos y centellas! —rezongó Dyelin—. ¿Es que todo el mundo va a entrar aquí sin llamar?

Elayne había reconocido la nueva voz. Había estado esperando esa llamada sin saber cuándo tendría lugar, pero consciente de que había que obedecerla al instante. Se puso de pie, deseando para sus adentros disponer de un poco más de tiempo para dejar muy claras las cosas a Taim. El hombre observó con el entrecejo fruncido a la mujer que acababa de entrar y luego a Elayne; era obvio que no sabía qué pensar de aquello. Bien. Que se cociera en su propia salsa hasta que ella tuviese tiempo para aclararle qué derechos especiales tenían los Asha’man en Andor.

Nadere era tan alta como cualquiera de los dos hombres que se encontraban junto a la puerta, con una constitución lo más parecida a corpulenta que había visto en cualquier Aiel. Sus verdes ojos examinaron a los dos hombres un momento antes de desestimarlos como alguien sin importancia. Los Asha’man no impresionaban a las Sabias. En realidad, pocas cosas las impresionaban. Mientras se ajustaba el oscuro chal sobre los hombros, en medio del tintineo de los brazaletes, se adelantó hasta detenerse delante de Elayne, dándole la espalda a Taim. A pesar del frío, sólo llevaba el chal encima de la fina blusa blanca aunque, curiosamente, portaba una capa de gruesa lana doblada sobre un brazo.

—Debes venir ahora —le dijo a Elayne—, sin demora.

Las cejas de Taim se arquearon de forma pronunciada; sin duda no estaba acostumbrado a que se hiciese caso omiso de él tan inequívoca y absolutamente.

—¡Luz bendita! —exclamó Dyelin mientras se frotaba la frente—. No sé de qué se trata, Nadere, pero tendrá que esperar hasta que…

Elayne le puso la mano en el brazo.

—No, no lo sabes, Dyelin, y de ningún modo puede esperar. Daré permiso para que se retiren todos e iré contigo, Nadere.

La Sabia movió la cabeza con gesto desaprobador.

—Una criatura que está a punto de nacer no puede perder tiempo diciendo a la gente que se marche. —Sacudió la gruesa capa—. Traje esto para proteger tu piel del frío. Quizá debería dejarlo y decirle a Aviendha que tu recato es mayor que tu deseo de tener una hermana.

Dyelin dio un respingo al comprender de repente. El vínculo de Guardián se estremeció con la indignación de Birgitte.

Sólo había una alternativa. En realidad, no tenía elección. Elayne dejó que se disolviese la coligación con las otras dos mujeres y a continuación soltó el Saidar. No obstante, el brillo siguió rodeando a Renaile y a Merilille.

—¿Quieres ayudarme con los botones, Dyelin?

Elayne se sintió orgullosa de lo firme que sonaba su voz. Había estado esperando aquello. «¡Sólo que no con tantos testigos!», pensó con cierto desmayo. Le dio la espalda a Taim —¡al menos no tendría que verlo mientras la observara!— y empezó a desabrochar los diminutos botones de las mangas.

—Dyelin, por favor. ¡Dyelin!

Al cabo de un momento, la noble se movió como una sonámbula y empezó a soltar los botones de la espalda mientras mascullaba entre dientes en tono conmocionado. Uno de los Asha’man que aguardaban junto a la puerta soltó una risita burlona.

—¡Media vuelta! —espetó Taim, y el golpe de botas sonó cerca de la puerta.

Elayne ignoraba si él se había vuelto también —estaba segura de que podía sentir

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