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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 65
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flotar en el aire: neutralizado.

—Una noticia maravillosa —dijo fríamente Cadsuane.

Y lo era. Todas las hermanas albergaban el temor, en lo más recóndito de sus corazones, de que pudieran cortarles la conexión con el Poder. Y ahora se había descubierto un modo de Curar lo que no podía curarse. Por un hombre. Habría lágrimas y recriminaciones antes de que este asunto hubiese acabado. En cualquier caso, si bien todas las hermanas que se enteraran lo considerarían un descubrimiento excepcional, un acontecimiento extraordinario —en más de un sentido; ¡un hombre!— no sería más que una tormenta en un vaso de agua comparado con Rand al’Thor.

—Y supongo que se ha ofrecido a que la castiguen como a las otras, ¿no es así? —inquirió Cadsuane.

—No hará falta —respondió, absorta, Verin. Miraba ceñuda la mancha de tinta que tenía en un dedo, pero parecía estar estudiando algo que hubiese más allá—. Por lo visto las Sabias han decidido que Rand castigó suficientemente a Irgain y a las otras dos cuando les… hizo lo que hizo. Al mismo tiempo que trataban a las otras como animales inútiles, se han esforzado por mantener vivas a esas tres. Oí comentar algo sobre encontrar un esposo para Ronaille.

—Irgain sabe todo sobre los juramentos que las otras prestaron. —La voz de Corele denotaba asombro—. Empezó a llorar por la pérdida de sus Guardianes casi tan pronto como Damer acabó de Curarla, pero también está dispuesta a jurar. La cosa es que Damer quiere intentarlo también con Sashalle y Ronaille. —Sorprendentemente, adoptó una postura erguida, casi desafiante. Siempre había sido arrogante como cualquier otra Amarilla, pero siempre había sabido cuál era su sitio con Cadsuane—. No veo razón para dejar que una hermana siga en esas condiciones si hay un modo de remediarlo, Cadsuane. Quiero que Damer lo intente con ellas.

—Naturalmente, Corele.

Al parecer parte de la insistencia de Damer se le estaba contagiando. Cadsuane estaba dispuesta a pasar eso por alto, siempre y cuando no llegase demasiado lejos. Había empezado a reunir hermanas en las que confiaba, las que estaban aquí con ella y otras, desde el día en que tuvo la primera noticia de los extraños acontecimientos ocurrido en Shienar —sus informadores habían tenido vigiladas a Siuan Sanche y a Moraine Damodred durante años sin descubrir nada útil hasta entonces—, pero que confiase en ellas no significaba que tuviese intención de permitirles hacer lo que les pareciera. Había demasiado en juego. En cualquier caso, tampoco pensaba dejar así a una hermana.

La puerta se abrió violentamente y Jahar entró corriendo, haciendo tintinear las campanillas de plata entretejidas en las puntas de las oscuras trenzas. Las cabezas se volvieron hacia el joven vestido con la excelente chaqueta azul que Merise había elegido para él —incluso Sorilea y Sarene lo observaron fijamente— pero las palabras que salieron precipitadamente de la boca del joven borraron de golpe la idea de lo atractivo que era su rostro moreno.

—Alanna está inconsciente, Cadsuane. Se ha desplomado en el pasillo. Merise la ha llevado al dormitorio y me ha enviado a buscaros.

Imponiéndose sobre las exclamaciones conmocionadas, Cadsuane reunió a Corele y a Sorilea —a la que no se podía dejar aparte de esto— y ordenó a Jahar que las condujese allí. Verin también se unió al grupo, y Cadsuane no se lo impidió. La Marrón tenía instinto para reparar en lo que a otros les pasaba inadvertido.

Los criados de uniforme negro no tenían idea de quién o qué era Jahar, pero se apartaban prestamente del camino de Cadsuane, que caminaba a paso vivo detrás de él. Le habría dicho al joven que se moviese más deprisa, pero de haber apretado el paso habrían tenido que correr. Apenas habían recorrido un trecho cuando un hombre bajo, con la parte delantera de la cabeza afeitada, y vestido con una chaqueta oscura adornada de franjas horizontales de color a todo lo largo de la pechera de la prenda, le salió al paso e hizo una reverencia. Cadsuane tuvo que pararse.

—Que la gracia os sea propicia, Cadsuane Sedai —saludó con voz suave—. Disculpadme si os molesto cuando lleváis tanta prisa, pero pensé que debería informaros de que lady Caraline y el Gran Señor Darlin ya no se encuentran en el palacio de lady Arilyn. Van a bordo de un barco fluvial, con destino a Tear. Esta vez, fuera de vuestro alcance, me temo.

—Quizás os sorprendería descubrir lo que está a mi alcance, lord Dobraine —repuso en tono frío. Debería haber dejado al menos a una hermana en el palacio de Arilyn, pero había tenido la certeza de que la pareja estaba a buen recaudo—. ¿Creéis que fue sensato eso? —No le cabía duda de que había sido obra del hombre, aunque dudaba que tuviese el coraje de admitirlo. No era de extrañar que no la hubiese presionado respecto a ellos.

Su tono no impresionó al cairhienino. Y la sorprendió con su respuesta.

—El Gran Señor Darlin va a ser el administrador del lord Dragón en Tear, y parecía sensato enviar a lady Caraline fuera del país. Se ha retractado de su rebelión y de sus aspiraciones al Trono del Sol, pero otros aún podrían intentar utilizarla. Quizá, Cadsuane Sedai, no fue muy prudente dejarlos a cargo de sirvientes. La Luz sabe que no debéis culparlos por ello. Podían retener a dos… invitados, pero no resistirse a mis mesnaderos.

Jahar casi brincaba por la impaciencia en reanudar la marcha; Merise tenía mano firme. También Cadsuane estaba ansiosa por llegar junto a Alanna.

—Espero que sigáis opinando igual dentro de un año —dijo, a lo que Dobraine se limitó a responder con una reverencia.

El dormitorio al que habían llevado a Alanna, el más próximo que se encontró disponible, no era una pieza grande, además de que los oscuros paneles de madera que tanto gustaban a los cairhieninos lo hacían parecer aún más pequeño. Dio la impresión de hallarse abarrotado una vez que todos hubieron entrado. Merise chasqueó los dedos y señaló; Jahar se retiró a una esquina, pero eso no solucionó gran cosa el problema.

Alanna yacía en la cama, cerrados los ojos; su Guardián, Ihvon, arrodillado junto al lecho, le frotaba las muñecas.

—Parece temerosa de despertar —dijo el esbelto y alto hombre—. No le pasa nada que yo pueda notar, pero parece asustada.

Corele lo apartó a un lado para tomar el rostro de Alanna entre sus manos. El brillo del Saidar rodeó a la Amarilla, y el tejido de Curación se introdujo en Alanna, pero la delgada Verde ni siquiera rebulló. Corele se retiró mientras sacudía la cabeza.

—Mi habilidad con la Curación quizá no sea tanta como la tuya, Corele —manifestó secamente Merise—, pero lo intenté. —Su acento tarabonés seguía siendo fuerte después de todos esos años, pero la mujer llevaba el oscuro cabello echado hacia atrás, en un sobrio peinado que destacaba la seriedad de su rostro. Cadsuane confiaba en ella más quizá que en cualquiera de las otras—. ¿Qué hacemos ahora, Cadsuane?

Sorilea contemplaba a la mujer tendida en la cama sin que en su cara se reflejase más expresión que una leve presión en los labios. Cadsuane se preguntó si no estaría revaluando su alianza. También Verin miraba a Alanna, y la Marrón parecía absolutamente aterrada. Cadsuane no había imaginado que nada pudiese asustar hasta ese punto a Verin; pero ella misma sentía un escalofrío de terror. Si la Verde perdía su conexión con el chico ahora…

—Ahora nos sentamos y esperamos a que se despierte —repuso con voz sosegada. No podía hacerse nada más. Nada.

—¿Dónde está? —gruñó Demandred, apretando los puños a la espalda.

Plantado con los pies bien separados, era consciente de que dominaba la estancia. Siempre lo hacía. Aun así, deseó que Semirhage y Mesaana estuviesen presentes. Su alianza era endeble —un simple acuerdo de que no se atacarían entre ellos hasta que los otros hubiesen sido eliminados— y, sin embargo, había resistido hasta el momento. Trabajando en equipo, habían desestabilizado a un oponente tras otro, haciendo que se inclinasen hacia su muerte o cosas peores. Pero a Semirhage le resultaba difícil acudir a estas reuniones, y Mesaana se había mostrado huidiza últimamente. Si estaba planteándose poner fin a la alianza…

—Al’Thor ha sido visto en cinco ciudades, incluido ese maldito lugar del Yermo, y en una docena de poblaciones desde que esos ciegos estúpidos, ¡esos idiotas!, fallaron en Cairhien. ¡Y eso sólo abarca los informes que tenemos! Sólo el Gran Señor sabe qué otra noticia viene a paso de tortuga hacia nosotros, a caballo o en oveja o lo que quiera que esos salvajes puedan encontrar para transportar un mensaje.

Graendal había elegido el entorno ya que había sido la primera en llegar, y eso lo irritaba. Paredes visuales hacían que el suelo de madera desnuda pareciese estar rodeado por un bosque rebosante de plantas trepadoras y floridas, y de pájaros de plumaje aún más colorido revoloteando. El aire estaba impregnado de fragancias dulces y lleno de suaves gorjeos. Sólo el arco de la puerta echaba a perder la ilusión. ¿Por qué deseaba un recordatorio de lo que estaba perdido? Era tan imposible que crearan lanzas de descarga o volaplanos como una pared visual fuera de este sitio, cercano a Shayol Ghul. En cualquier caso, Graendal despreciaba cualquier cosa relacionada con la naturaleza, que él recordara.

Osan’gar frunció el ceño al oír lo de «idiotas» y «ciegos estúpidos» y con razón, pero enseguida relajó aquel rostro poco agraciado y arrugado, tan distinto del otro con el que había nacido. Tuviese el nombre que tuviese, siempre había sabido a quién podía desafiar y a quién no.

—Cuestión de suerte —comentó sosegadamente, aunque empezó a frotarse las manos como si se las secara. Un viejo hábito. Iba vestido como un dirigente de su Era, con una chaqueta tan cargada de bordados de oro que el color rojo del tejido casi desaparecía debajo, y botas bordeadas de borlas doradas. En el cuello y los puños llevaba suficiente encaje blanco para vestir a un niño. Ese hombre nunca había conocido lo que significaba exceso. De no haber sido por sus habilidades particulares jamás habría sido escogido como Elegido. Al caer en la cuenta de lo que hacían sus manos, Osan’gar asió bruscamente el alto vaso de vino hecho de cuendillar de la mesa redonda que había a su lado y aspiró profundamente el aroma del oscuro caldo—. Cuestión de probabilidades —murmuró, intentando parecer despreocupado—. La próxima vez, acabará muerto o apresado. El azar no puede protegerlo siempre.

—¿Vas a depender del azar? —Aran’gar estaba tendida en un largo sillón flotante como si fuera un diván. Dirigió una mirada humeante a Osan’gar y arqueó una pierna sobre los dedos desnudos del pie de manera que la raja de la falda de color rojo intenso la dejó al aire hasta la cadera. Cada inhalación amenazaba con hacer estallar el corpiño de satén rojo que ceñía sus amplios senos. Todos sus gestos y ademanes habían cambiado desde que se había convertido en una mujer, pero no la esencia, el núcleo que había sido puesto en aquel cuerpo femenino. Demandred no era de los que despreciaban los placeres carnales, pero algún día esas ansias de la mujer serían su muerte. Como lo habían sido ya una vez—. Eras responsable de vigilarlo, Osan’gar —continuó, con una voz que acariciaba cada sílaba—. Tú y Demandred. —Osan’gar se encogió, y ella soltó una risa ronca—. La persona que tengo a mi cargo está… —Apretó el pulgar sobre el borde de la silla como si aplastase algo y luego volvió a

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