Nynaeve y que ésta había dejado entre los restantes objetos.
13. Noticias fantásticas
En el salón del Palacio del Sol hacía frío a pesar de los fuegos que ardían alegremente en las chimeneas ubicadas a ambos extremos de la estancia, de las gruesas alfombras y del inclinado techo de cristal que permitía que entrase la intensa luz matinal cuando la nieve retenida en los montantes de los ventanales no la ocultaba, pero resultaba apropiado para dar audiencias. Cadsuane había pensado que era mejor no apropiarse del salón del trono. Hasta el momento, lord Dobraine no había dicho palabra respecto a que ella estuviera reteniendo a Caraline Damodred y a Darlin Sisnera —no se le ocurría un modo mejor de impedir que continuaran con sus engorrosas travesuras que tenerlos bajo un férreo control—, pero Dobraine podría empezar a alborotar si presionaba más de lo que él consideraba adecuado. Estaba demasiado unido al chico para que ella quisiera forzarle la mano, y además era fiel a sus juramentos. Podía echar la vista atrás y recordar sus propios fracasos, algunos amargamente lamentados, y errores que habían costado vidas, pero no podía permitirse cometer un fallo aquí. En absoluto. ¡Luz, cómo deseaba morder a alguien!
—¡Exijo la entrega de mi Detectora de Vientos, Aes Sedai! —Harine din Togara, vestida totalmente con seda brocada verde, se encontraba sentada enfrente de Cadsuane, la postura rígida, prietos los carnosos labios. A despecho de su rostro sin arrugas, su pelo liso y negro tenía pinceladas grises. Señora de los Barcos de su clan durante diez años, había tenido a su mando un gran navío con anterioridad. Su Navegante, Derah din Selaan, una mujer más joven, vestida de azul, estaba sentada en una silla situada con precisión escrupulosa un paso detrás, conforme a sus ideas sobre protocolo. Las dos semejaban oscuras tallas que representaran la indignación ultrajada, y sus extravagantes alhajas reforzaban de algún modo el efecto. Ninguna de ellas dirigió siquiera una mirada de soslayo a Eben cuando éste hizo una reverencia y ofreció copas de plata con vino caliente con especias en una bandeja.
El muchacho pareció no saber qué hacer a continuación cuando las Atha’an Miere no cogieron nada. Frunció el entrecejo en un gesto de incertidumbre, y siguió inclinado hasta que Daigian lo agarró de la chaqueta roja y lo apartó de allí, sonriente, como una divertida paloma buchona en su vestido azul oscuro con cuchilladas blancas. El muchacho era delgado y tenía la nariz y las orejas grandes, de manera que nunca podría calificárselo de atractivo, cuanto menos de guapo, pero Daigian se mostraba muy posesiva con él. Se sentaron juntos en un banco acolchado que había delante de una de las chimeneas y se pusieron a jugar a las cunitas.
—Tu hermana está prestándonos su colaboración para saber lo que ocurrió ese infortunado día —repuso Cadsuane en tono sosegado y con cierto aire abstraído. Tomó un sorbo del vino con especias y esperó, sin importarle si advertían su impaciencia por terminar la reunión. Por mucho que Dobraine rezongase sobre la imposibilidad de cumplir el increíble acuerdo que Rafela y Merana habían hecho con las Atha’an Miere en nombre del chico al’Thor, él mismo podría haberse encargado de las mujeres de los Marinos. Por su parte, ni siquiera podía prestarles ni la mitad de su atención. Lo que quizá fuese una suerte para esas mujeres. Si se hubiese enfocado en ellas, habría tenido que hacer un gran esfuerzo para no darles un manotazo como a molestos bitemes, a pesar de que no eran la verdadera fuente de su exasperación.
Al otro extremo de la estancia, el opuesto al que ocupaban Daigian y Eben, había cinco hermanas acomodadas alrededor de la chimenea. Nesune tenía un gran libro con las cubiertas de madera, que había cogido de la biblioteca de palacio, abierto sobre un atril delante de su silla. Como las otras, su vestido era de sencillo paño, más apropiado para una mercader que para una Aes Sedai. Si cualquiera de ellas lamentaba la falta de sedas o el dinero para comprarlas, no lo demostraba. Sarene, con sus múltiples y finas trenzas adornadas con cuentas, trabajaba en el bordado tensado en un gran bastidor de pie, añadiendo puntadas menudas en otra flor de un campo cuajado de capullos recién abiertos. Erian y Beldeine jugaban a las guijas, observadas por Elza, que aguardaba su turno para enfrentarse a la vencedora. Según todas las apariencias, las hermanas disfrutaban de una mañana ociosa, sin preocuparse por el mundo. Quizá sabían que se encontraban allí porque Cadsuane quería estudiarlas. ¿Por qué habían jurado lealtad al chico al’Thor? Al menos Kiruna y las otras se hallaban en presencia del chico cuando habían decidido prestar juramento. Cadsuane estaba dispuesta a admitir que nadie podía resistir la influencia de un ta’veren cuando éste lo atrapaba, pero esas cinco habían sufrido un duro castigo por secuestrarlo, y tomaron la decisión de ofrecerle el juramento antes de que las llevaran ante él. Al principio se había sentido inclinada a aceptar sus diferentes explicaciones, pero durante los últimos días esa inclinación había recibido duros golpes. Inquietantes golpes.
—Mi Detectora de Vientos no está sometida a tu autoridad, Aes Sedai —replicó secamente Harine, como si negase la relación consanguínea. Shalon debe serme entregada de inmediato, y así se hará.
Derah asintió con un brusco cabeceo mostrando su conformidad. Cadsuane pensó que la Navegante haría lo mismo si Harine le ordenara que saltase por un acantilado. En la jerarquía Atha’an Miere, Derah se encontraba muy, muy por debajo de Harine. Y eso era casi todo lo que Cadsuane sabía sobre ese pueblo. Los Marinos podrían ser o no útiles, pero ella encontraría el modo de dominarlos en cualquier caso.
—Ésta es una investigación Aes Sedai —repuso en tono apático—. Debemos seguir la ley de la Torre. —Interpretada libremente, sin excesivo rigor, por supuesto. Siempre había creído que el espíritu de la ley era mucho más importante que la letra.
Harine bufó como una víbora y se lanzó a otra arenga enumerando sus derechos y demandas, pero Cadsuane sólo la escuchó a medias.
Casi podía entender a Erian, una illiana de tez pálida y cabello negro, que insistía ferozmente en que debía encontrarse al lado del chico cuando éste librase la Última Batalla. Y a Beldeine, tan reciente su obtención del chal que todavía no había adquirido el aspecto intemporal, tan resuelta a ser todo lo que una Verde debería ser. Y Elza, una andoreña de semblante plácido cuyos ojos casi resplandecían cuando hablaba de asegurarse de que el chico viviera para enfrentarse al Oscuro; era otra Verde, e incluso más vehemente que la mayoría. Nesune, inclinada hacia adelante sobre el libro, recordaba un pájaro de negros ojos examinando a un gusano; era Marrón, y sería capaz de meterse en una caja con un escorpión si quisiera estudiarlo. Sarene podría ser lo bastante necia para que le sorprendiera que cualquiera la creyera bonita, cuanto más una belleza deslumbrante, pero la Blanca insistía en la fría precisión de su lógica: al’Thor era el Dragón Renacido y, lógicamente, debía seguirlo. Razones turbulentas, razones idiotas, aunque podría haberlas aceptado si no fuera por las demás.
La puerta que daba al pasillo se abrió para dejar paso a Verin y a Sorilea. La Aiel de cabello blanco y piel curtida le entregó algo pequeño a Verin, que la Marrón metió en la escarcela. Verin llevaba un broche —trabajado a semejanza de unas flores— prendido en el sencillo vestido de color bronce, la primera joya que Cadsuane veía lucir a la mujer, aparte de su anillo de la Gran Serpiente.
—Eso te ayudará a dormir —dijo Sorilea—, pero recuerda: sólo tres gotas en agua o una en vino. Si se echa un poco más podrías pasarte todo el día durmiendo o quizá más. Si se aumenta mucho la dosis, no despertarás. No tiene sabor que te ponga sobre aviso, así que debes ir con cuidado.
Así que Verin también estaba teniendo problemas para dormir. Cadsuane no había disfrutado de un buen descanso nocturno desde que el chico había huido del Palacio del Sol. Si no conseguía conciliar bien el sueño pronto, creía que acabaría mordiendo a alguien. Nesune y las otras observaban a Sorilea con inquietud. El chico las había convertido en aprendizas de las Sabias, y ya habían descubierto que las Aiel se tomaban muy en serio su trabajo. Un chasquido de los huesudos dedos de Sorilea podía poner fin a su mañana de ocio.
Harine se echó hacia adelante en la silla y le dio un seco golpecito en la mejilla a Cadsuane.
—No me estás escuchando —dijo con dureza. La expresión de su semblante era tormentosa, y la de su Navegante no le andaba lejos—. ¡Pues te aseguro que me escucharás!
Cadsuane unió las manos por las puntas de los dedos y observó a la mujer por encima de ellos. No. No pondría a la Señora de las Olas haciendo el pino en ese momento. No la enviaría de vuelta a sus aposentos sollozando. Sería tan diplomática como podría desear Coiren. Rápidamente repasó lo que había escuchado.
—Hablabas de la Señora de los Barcos de los Atha’an Miere y de toda su autoridad, que es más de la que puedo imaginar —contestó afablemente. Y que, si tu Detectora de Vientos no ha regresado con vosotras dentro de una hora, te ocuparás de que el Coramoor me castigue severamente. Que exiges una disculpa por el encarcelamiento de tu Detectora de Vientos. Y que me exiges que haga que lord Dobraine aparte de inmediato la tierra que os prometió el Coramoor. Creo que esto cubre los puntos esenciales. —¡Salvo el referente a hacerla azotar!
—Bien —dijo Harine, que volvió a recostarse cómodamente al ver que controlaba la situación. Su sonrisa era asquerosamente ufana—. Aprenderás que…
—Me importa un pimiento vuestro Coramoor —continuó Cadsuane, todavía con voz afable. Todos los pimientos del mundo por el Dragón Renacido, pero ni uno por el Coramoor. No alteró el tono ni un ápice—. Si vuelves a tocarme sin permiso, te pondré en cueros, marcada de moretones, atada y llevada de vuelta a tu habitación dentro de un saco. —Bueno, la diplomacia nunca había sido uno de sus puntos fuertes—. Si no dejas de darme la lata sobre tu hermana… En fin, puede que realmente me enfade. —Se puso de pie haciendo caso omiso del resoplido indignado de la mujer de los Marinos y de su boca abierta por la sorpresa, y levantó la voz para que la escucharan desde el extremo de la estancia—. ¡Sarene!
La esbelta tarabonesa giró rápidamente la cabeza de su labor de manera que las cuentas de las trencillas repicaron, tras lo cual acudió con presteza junto a Cadsuane, apenas sin vacilar antes de extender los vuelos de la falda gris oscuro en una reverencia. Las Sabias debían de haberles enseñado a responder de inmediato cuando una de ellas hablaba, pero era algo más que la costumbre lo que los hacía saltar si quien llamaba era ella. Realmente había ventajas en ser una leyenda viva; en especial una leyenda de reacciones imprevisibles.
—Escolta a estas dos a sus habitaciones —ordenó—. Quieren ayunar y meditar sobre la cortesía. Ocúpate de que lo hagan así. Y, si pronuncian una sola palabra desconsiderada, les das una zurra a las dos. Pero hazlo de manera diplomática.
Serene dio un respingo y abrió un poco la boca como para protestar sobre lo ilógico de aquello, pero una ojeada al rostro de Cadsuane bastó para que se volviese rápidamente hacia las Atha’an