pudiese decirle si ella también…
Caminaban en silencio, y Aviendha se enjugó el sudor de la cara y tragó saliva con esfuerzo. Min también tuvo que tragar. Todo lo que Rand estaba sintiendo se encontraba en aquel núcleo. ¡Todo!
—El truco del pañuelo ¿tampoco te ha funcionado a ti? —preguntó con voz ronca.
Aviendha parpadeó y el rubor le enrojeció la cara.
—Eso está mejor —dijo al cabo de un momento—. Gracias, yo… Con él dentro de la cabeza se me había olvidado. —Frunció el entrecejo—. ¿A ti no te funcionó?
Min sacudió la cabeza con abatimiento. ¡Esto era indecente!
—Pero hablar me ayuda. —Tenía que hacerse amiga de esta mujer, de algún modo, si querían que aquel peculiar asunto tuviese alguna esperanza de funcionar—. Lamento lo que he dicho. Sobre lo del toh, me refiero. Conozco un poco vuestras costumbres. Hay algo en ese hombre que me vuelve impertinente y atrevida. Soy incapaz de controlar la lengua. Pero no pienses que voy a dejarte que empieces a azotarme o a trincharme. Puede que tenga toh, pero habremos de encontrar otro modo de satisfacerlo. Siempre podría ocuparme de almohazar tu caballo, cuando tengamos tiempo.
—Eres tan orgullosa como mi hermana —murmuró Aviendha, fruncido el entrecejo. ¿Qué quería decir con eso?—. También tienes un buen sentido del humor. —Parecía que hablara consigo misma—. No te pusiste en ridículo respecto a Rand y a Elayne, como haría la mayoría de las mujeres de las tierras húmedas. Y me recordaste lo de… —Con un suspiro, se subió el chal hasta los hombros—. Sé dónde hay algo de oosquai. Si te emborrachas lo bastante para no pensar, entonces… —Iba mirando al frente y de repente se quedó parada en seco—. ¡No! —gruñó—. ¡Todavía no!
Min se quedó boquiabierta al ver quién venía en su dirección. La consternación alejó de golpe a Rand de su pensamiento. Por comentarios oídos, sabía que el capitán general de la guardia de Elayne era una mujer y, además, su Guardián, pero nada más. Esa mujer tenía una gruesa trenza rubia, tejida de manera compleja, echada sobre el hombro de la chaqueta corta, de color rojo y con cuello blanco, y sus amplios pantalones iban metidos en las botas de tacón, tan altos como los de Min. A su alrededor se agitaban halos e imágenes fugaces, más de los que Min había visto nunca alrededor de nadie, miles aparentemente, que se precipitaba en cascada unos sobre otros. El capitán general de la guardia y Guardián de Elayne se… tambaleó ligeramente, como si ya le hubiese dado al oosquai. Los sirvientes que la veían decidieron que tenían trabajo que hacer en otra parte de palacio y las dejaron solas en el pasillo. Aparentemente no vio a Min ni a Aviendha hasta que casi topó con ellas.
—¡Maldición! Tú la ayudaste en esto, ¿verdad? —gruñó mientras clavaba los vidriosos ojos azules en la Aiel—. Primero desaparece de mi mente, ¡y después…! —Se estremeció y tuvo que hacer un esfuerzo visible para controlarse, pero incluso entonces su respiración siguió siendo agitada. Sus piernas parecían no querer sostenerla en pie. Se lamió los labios, tragó saliva y continuó, furiosa—. ¡Así se abrase, no puedo concentrarme lo suficiente para desentenderme de ello! ¡Deja que te diga que si está haciendo lo que creo que está haciendo, voy a ir dándole patadas por todo el jodido palacio, y después la azotaré en el trasero de manera que no pueda sentarse en un mes aunque tenga que encontrar horcaria para hacerlo! ¡Y a ti también!
—Mi primera hermana es una mujer adulta, Birgitte Trahelion —replicó Aviendha. A despecho de su tono truculento, tenía encogidos los hombros y no sostenía directamente la mirada de la otra mujer—. ¡Tienes que dejar de tratarnos como si fuésemos niñas!
—Cuando se comporte como una adulta, entonces la trataré como tal, pero no tiene derecho a hacer esto, ¡no dentro mi jodida cabeza! ¡No dentro de mi…! —De repente, los azules ojos de Birgitte se desorbitaron. La mujer rubia abrió la boca y se habría desplomado si Min y Aviendha no la hubiesen cogido por los brazos. Apretó los párpados y soltó un sollozo, sólo uno, y gimió—. ¡Un mes no, dos! —Se sacudió las manos de las otras dos mujeres de un tirón, se puso erguida y clavó en Aviendha los ojos azul claro como agua y tan duros como el hielo—. Aíslala de mí y dejaré que salgas de esto sin llevarte tu parte.
La mirada hosca e indignada que le dirigió Aviendha le resbaló.
—¡Eres Birgitte Arco de Plata! —exclamó Min. Había estado segura de ello aun antes de que Aviendha dijese el nombre. No era de extrañar que la Aiel se comportase como si temiera que aquellas amenazas fueran a llevarse a cabo en ese mismo instante. ¡Birgitte Arco de Plata!—. ¡Te vi en Falme!
Birgitte dio un respingo, como si alguien le hubiese tocado el trasero, y después echó un rápido vistazo en derredor. Al comprobar que se encontraban solas, se relajó. Un poco. Miró a Min de arriba abajo.
—Vieras lo que vieses, Arco de Plata ha muerto —manifestó, rotunda—. Ahora soy Birgitte Trahelion, nada más. —Sus labios se torcieron con una mueca sarcástica—. La jodida «lady» Birgitte Trahelion, si no te importa. Así bese a una cabra en el Día de la Madre si no puedo remediar eso. ¿Y quién demonios eres tú? ¿Vas siempre exhibiendo las piernas como una puñetera danzarina de las plumas?
—Soy Min Farshaw —replicó, cortante. ¿Y ésa era Birgitte Arco de Plata, heroína de cientos de leyendas? ¡Era una malhablada! ¿Y a qué se refería con lo de que Arco de Plata había muerto? ¡Pero si la tenía justo delante! Además, esa multitud de imágenes y halos se sucedían demasiado deprisa para que las captara claramente, pero no le cabía duda de que señalaban más aventuras de las que una mujer podía tener a lo largo de toda una vida. Cosa extraña, algunas imágenes estaban conectadas con un hombre feo que era mayor que ella, y otras a un hombre feo que era mucho más joven, pero de algún modo Min supo que se trataba de la misma persona. Ni que fuese una leyenda ni que no, aquel aire de superioridad la irritaba sobremanera—. Elayne, Aviendha y yo acabamos de vincular a un Guardián —dijo sin pensar—. Y si Elayne lo está celebrando un poco, en fin, más vale que lo pienses dos veces antes de entrar en su cuarto como un vendaval, o serás tú la que acabe con las posaderas doloridas.
Aquello bastó para ser de nuevo consciente de Rand. El ardiente incendio seguía allí, en absoluto atenuado, pero gracias a la Luz él ya no… La sangre se le agolpó en las mejillas. Rand había yacido en sus brazos suficientes veces, sin aliento entre el revoltijo de ropas de la cama, ¡pero esto parecía realmente cotillear entre las cortinas!
—¿Él? —dijo quedamente Birgitte—. ¡Por la leche de una madre! Podría haberse enamorado de un cortabolsas o un cuatrero, pero tuvo que elegirlo a él, la muy necia. Por lo que vi en ese sitio que has mencionado, es demasiado guapo para ser bueno para cualquier mujer. En cualquier caso, tiene que parar.
—¡No tienes derecho! —insistió Aviendha con voz malhumorada.
Birgitte adoptó una actitud de paciencia. Tensa, pero de paciencia al fin y al cabo.
—Puede que su comportamiento sea tan apropiado como el de una doncella talmouri excepto cuando llega la hora de poner la cabeza en el tajo, pero creo que acabará teniendo el valor de conducirlo por los mismos pasos otra vez y, aunque haga lo que hizo hace un rato para que yo no la sintiese, se le olvidará y la tendré de nuevo en mi cabeza. ¡Y maldita sea si consiento pasar por lo mismo una vez más! —Cuadró los hombros, obviamente dispuesta a reanudar la marcha y enfrentarse a Elayne.
—Enfócalo como una buena broma —dijo Aviendha, suplicante. ¡Suplicante!—. Te ha gastado una buena broma, eso es todo.
La mueca en los labios de Birgitte puso de manifiesto la opinión que le merecía eso.
—Hay un truco que Elayne me dijo —se apresuró a intervenir Min al tiempo que agarraba a Birgitte de la manga—. A mí no me funcionó, pero quizás…
Por desgracia, después de explicárselo…
—Sigue ahí —informó Birgitte al cabo de un momento, el gesto sombrío—. Apártate de mi camino, Min Farshaw, o… —instó mientras se soltaba el brazo.
—¡Oosquai! —La voz de Aviendha se alzó desesperadamente. ¡De hecho se retorcía las manos!—. ¡Sé donde hay oosquai! ¡Si se está ebrio…! ¡Por favor, Birgitte! Yo… me comprometeré a obedecerte, como una aprendiza a su maestra, ¡pero por favor, no la interrumpas! ¡No la avergüences así!
—¿Oosquai? —murmuró Birgitte mientras se frotaba la mandíbula—. ¿Se parece al brandy? Ummm. ¡Creo que la chica está poniéndose colorada! En realidad actúa como una mojigata la mayor parte del tiempo, ¿sabéis? ¿Una broma, decías? —De repente sonrió y extendió los brazos—. Condúceme a ese oosquai, Aviendha. No sé qué pensaréis hacer vosotras, pero yo voy a emborracharme lo bastante para… quitarme la ropa y ponerme a bailar sobre la mesa. Y ni un pelo más.
Min no entendía nada, y tampoco por qué Aviendha se quedaba mirando fijamente a Birgitte y de repente empezaba a reír diciendo que era «una broma fantástica», pero lo que sí sabía de seguro era la razón de que Elayne estuviera enrojeciendo, si es que era cierto. Ese duro núcleo de sensaciones en su cabeza era otra vez un fuego abrasador y descontrolado.
—¿Podríamos ir ya por ese oosquai? —pidió—. ¡Quiero emborracharme como una rata ahogada, y deprisa!
Cuando Elayne despertó a la mañana siguiente el dormitorio estaba helado, caía una ligera nevada sobre Caemlyn, y Rand se había marchado. Excepto dentro de su cabeza. Eso bastaría. Sonrió; una lenta sonrisa. Por ahora bastaría. Se estiró lánguidamente bajo las mantas y recordó su entrega y su abandono la noche anterior —¡y también buena parte del nuevo día! ¡Casi no podía creer que hubiera sido ella!— y pensó que debería estar roja como la grana. Pero quería ser desenfrenada con Rand, y no creía que jamás volviera a sonrojarse por nada relacionado con él.
Y lo mejor de todo era que le había dejado un regalo. Sobre la almohada, cuando despertó, había un lirio dorado recién florecido, con el rocío fresco en los lozanos pétalos. No imaginaba dónde habría podido encontrar esa flor en pleno invierno. Realizó un tejido de Conservación alrededor del lirio y lo dejó sobre una de las mesillas, donde lo vería cada mañana al despertar. El tejido se lo había enseñado Moghedien, pero mantendría la flor fresca para siempre, sin que las gotas de rocío se evaporaran, un recordatorio constante del hombre al que había entregado su corazón.
La mañana comenzó con la noticia de que Alivia había desaparecido durante la noche, un asunto serio que tenía alborotadas a las Allegadas. Y, hasta que Zaida apareció hecha una furia porque Nynaeve no había acudido a una lección con las Atha’an Miere, no se enteró de que también la antigua Zahorí y Lan se habían marchado de palacio, y nadie sabía adónde o cómo. Hasta mucho después no supo que de la colección de angreal y ter’angreal que había traído de Ebou Dar faltaban los tres angreal más poderosos, además de otros objetos. Algunos de esos últimos, estaba segura, eran a propósito para una mujer que esperara que la atacaran en cualquier momento con el Poder Único. Lo cual hizo aún más inquietante la nota rápidamente garabateada por