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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 61
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estuviera tapando a un bebé con una manta. La telaraña de Energía se acopló alrededor de él, entró en él. Rand ni siquiera parpadeó, pero estaba hecho. Elayne soltó el Saidar. Hecho.

Él la miró fijamente, inexpresivo, y se llevó los dedos a las sienes despacio.

—Oh, Luz, Rand, el dolor —murmuró Min con la voz preñada de angustia—. No lo sabía; jamás lo imaginé. ¿Cómo puedes soportarlo? Hay dolores de los que ni siquiera pareces ser consciente, como si hubieses vivido con ellos desde hace tanto tiempo que ya forman parte de ti. Esas garzas en tus manos; todavía puedes sentir la marca ardiente. ¡Y esas cosas de tus brazos duelen! Y tu costado. ¡Oh, Luz, tu costado! ¿Por qué no estás gritando, Rand? ¿Por qué no gritas?

—Es el Car’a’carn —dijo, riendo, Aviendha—, ¡fuerte como la propia Tierra de los Tres Pliegues! —Su semblante denotaba orgullo, oh, cuánto orgullo; pero aun riendo las lágrimas resbalaban por sus morenas mejillas—. Las vetas de oro. Oh, las vetas de oro. Me amas, Rand.

Elayne se limitaba a mirarlo fijamente, sintiéndolo dentro de su mente. El dolor de heridas y daños que realmente había olvidado. La tensión y la incredulidad; el asombro. Sin embargo, sus emociones eran demasiado rígidas, como un nudo de resina de pino endurecida, casi pétrea. Empero, entretejidas con esas emociones, unas vetas doradas vibraban y brillaban cada vez que miraba a Min o a Aviendha. O a ella. La amaba. Las amaba a las tres. Y aquello hizo que deseara echarse a reír de júbilo. Otras mujeres podrían albergar dudas, pero ella siempre sabría la verdad de su amor por ella.

—Quiera la Luz que sepáis lo que habéis hecho —musitó él—. Quiera la Luz que no os… —La resina de pino se tornó un poco más dura. Estaba convencido de que sufrirían daño, y ya se estaba armando de valor—. Yo… He de irme ya. Al menos ahora sabré que estáis bien; no tendré que preocuparme por vosotras. —De repente sonrió; casi habría parecido un muchacho si la expresión también hubiese llegado a sus ojos—. Nynaeve estará frenética pensando que me he escabullido sin verla. Tampoco es que no se merezca ponerse un poco nerviosa.

—Hay algo más, Rand —dijo Elayne, que se calló para tragar saliva. Luz, y ella que había pensado que esta parte sería la fácil.

—Supongo que Aviendha y yo deberíamos hablar mientras tengamos ocasión —se apresuró a intervenir Min mientras se bajaba de un salto de la mesa—. En algún sitio en el que podamos estar solas. ¿Nos disculpáis?

Aviendha se levantó grácilmente de la alfombra y se alisó la falda.

—Sí. Min Farshaw y yo tenemos que conocernos mejor. —Miró a Min con aire dubitativo y se ajustó el chal. Pero salieron del cuarto agarradas del brazo.

Rand las siguió con la mirada, receloso, como si supiera que su marcha estaba planeada. Un lobo acorralado. Pero esas vetas de oro resplandecían dentro de la mente de Elayne.

—Hay algo tuyo que ellas tienen y yo no —empezó Elayne, que se atragantó al tiempo que enrojecía hasta la raíz del pelo.

¡Maldición! ¿Cómo encaraban esto otras mujeres? Con cuidado percibió dentro de la cabeza el manojo de sensaciones que era él, y el otro que era Birgitte. Todavía no había cambios en el segundo. Imaginó que lo envolvía en el pañuelo y que ataba éste prietamente, y Birgitte desapareció. Sólo quedó Rand. Y aquellas brillantes vetas. En su estómago ahora aleteaban mariposas del tamaño de perros lobo. Tragó saliva con dificultad y respiró muy, muy hondo.

—Tendrás que ayudarme con los botones —dijo, temblándole la voz—. No puedo quitarme el vestido yo sola.

Las dos mujeres de la guardia se movieron cuando Min salió al corredor con la Aiel, y se pusieron muy tiesas al cerrar aquélla la puerta, dándose cuenta de que nadie más salía del cuarto.

—Su gusto no puede ser tan malo —masculló entre dientes la baja y robusta de mirada adormilada, al tiempo que sus manos se tensaban sobre el largo garrote. Min suponía que el comentario no iba destinado a que lo oyese nadie.

—Demasiado coraje y demasiada inocencia —gruñó la delgada—. El capitán general nos advirtió sobre eso. —Puso una mano enguantada en la manilla con forma de cabeza de león.

—Entra ahí ahora, y puede que también te desuelle —dijo Min con aire risueño—. ¿Alguna vez la has visto encolerizada? ¡Podría hacer llorar a un oso!

Aviendha se soltó del brazo de Min y puso cierta distancia entre ambas. Sin embargo, su ceño se dirigió a las mujeres de la guardia.

—¿Dudáis que mi hermana sea capaz de encargarse de un único hombre? Es una Aes Sedai, y tiene el corazón de un león. ¡Y vosotras habéis jurado seguirla! Vais a donde os conduzca, pero no metéis la nariz donde no os llaman.

Las dos guardias intercambiaron una larga mirada. La mujer más gruesa se encogió de hombros. La delgada torció el gesto, pero retiró la mano del picaporte.

—He jurado mantener viva a esa muchacha —dijo con voz dura—, y tengo intención de cumplirlo. Así que vosotras, pequeñas, id a jugar con vuestras muñecas y dejadme hacer mi trabajo.

Min se planteó la idea de sacar un cuchillo y realizar uno de los malabarismos que Thom Merrilin le había enseñado. Sólo para demostrar quién era una niña. La mujer delgada no era joven, pero no había canas en su cabello, y parecía bastante fuerte. Y rápida. Min deseaba creer que parte del volumen de la otra mujer era grasa, pero lo dudaba. No veía imágenes ni halos alrededor de ninguna de ellas, pero tampoco mostraban el menor temor a hacer lo que quiera que considerasen necesario hacer. Bueno, al menos iban a dejar en paz a Rand y Elayne. Quizás el cuchillo no era necesario.

Por el rabillo del ojo advirtió que la Aiel apartaba de mala gana la mano del cuchillo de su cinturón. Si no dejaba de imitarla de ese modo, iba a empezar a pensar que había algo más en ese tejemaneje del Poder de lo que le habían contado. Claro que la cosa había empezado antes del tejemaneje con el Poder. Quizás es que pensaban de un modo parecido. Una idea perturbadora. Luz, toda esa charla sobre que se casara con las tres estaba muy bien para tema de conversación, pero ¿con cuál de ellas iba a casarse realmente?

—Elayne es valiente —les dijo a las mujeres de la guardia—. Tan valiente como la que más. Y no es estúpida. Si empezáis a pensar que lo es, a no tardar iréis por mal camino con ella. —Las dos mujeres la miraron desde la ventaja que les daban los quince o veinte años que le sacaban, firmes, impasibles y resueltas. Dentro de un momento volverían a decirle que se fuera a jugar—. En fin, no podemos seguir aquí, plantadas como pasmarotes si queremos hablar, ¿verdad, Aviendha?

—No —repuso la Aiel con voz tensa, sin dejar de mirar fieramente a las mujeres de la guardia—. No podemos quedarnos.

Las otras dos mujeres no dieron señal de reparar siquiera en su marcha. Tenían un trabajo que hacer, y éste no incluía observar a las amigas de Elayne. Min esperaba que realizasen bien su tarea. «No es estúpida en absoluto —pensó—. Sólo se deja llevar por su valor en ocasiones.» Confiaba en que no la dejaran meterse en marañales de los que no pudiese salir.

Mientras caminaban pasillo adelante, observó de soslayo a la Aiel. Aviendha andaba tan separada de ella como era posible sin tener que irse a otro corredor. Sin mirar siquiera en dirección a Min, sacó un brazalete de marfil tallado con formas complejas que llevaba guardado en la bolsita del cinturón, y se lo puso en la muñeca izquierda con una leve y satisfecha sonrisa. Había estado de uñas desde el principio, y Min no entendía por qué. Se suponía que los Aiel estaban acostumbrados a que las mujeres compartiesen a un hombre; que era muchísimo más de lo que podía decir sobre sí misma. Lo que ocurría es que lo amaba tanto que estaba dispuesta a compartir, y si no quedaba más remedio que hacerlo prefería compartirlo con Elayne. Con ella no era nada parecido a compartir. Esta Aiel, en cambio, era una extraña. Elayne había dicho que era importante que las dos se conocieran, pero ¿cómo podían hacerlo si esa mujer no parecía querer hablar con ella?

Con todo, no pasó mucho tiempo preocupándose por Elayne ni por Aviendha. Lo que había en su mente era demasiado maravilloso. Rand. Un pequeño núcleo que le revelaba todo sobre él. Había tenido la seguridad de que todo el asunto fallaría, para ella al menos. ¿Qué se sentiría al hacer el amor con él después de esto, sabiéndolo absolutamente todo? ¡Luz! Por supuesto, también Rand lo sabría todo sobre ella. ¡Desde luego, no estaba muy segura de lo que sentía respecto a eso!

De repente se dio cuenta de que el manojo de emociones y sensaciones no era igual que al principio. Había un… rojo fragor ahora, como un rugiente incendio arrasando un bosque seco como yesca. ¿Qué podría…? ¡Luz! Tropezó y recobró el equilibrio a tiempo de no irse al suelo. ¡Si hubiese sabido que alentaba dentro de él aquel horno, aquella abrasadora ansia, le habría dado miedo dejarlo que la tocara! Por otro lado… Podría ser agradable saber que ella hacía estallar semejante infierno. Se moría de impaciencia por comprobar si ella le producía el mismo efecto que… Volvió a tropezar, y en esta ocasión tuvo que agarrarse a un arcón alto de complejas tallas. ¡Oh, Luz! ¡Elayne! Min sentía el rostro ardiéndole. ¡Aquello era como espiar entre las cortinas del lecho!

Probó rápidamente el truco del que Elayne le había hablado, imaginando que ataba el núcleo de emociones en su pañuelo. No ocurrió nada. Lo intentó de nuevo, frenéticamente, pero el rugiente fuego siguió allí. Tenía que dejar de mirar, dejar de sentir. ¡Cualquier cosa con tal de tener la atención en cualquier otra parte, menos allí. ¡Cualquier cosa! Quizá, si se ponía a hablar…

—Debería haberse tomado la infusión de corazoncilla —balbució. Jamás decía lo que veía excepto a los implicados, y sólo cuando éstos querían oírlo, pero tenía que hablar, de lo que fuera—. Va a quedarse embarazada. Dos criaturas, un niño y una niña, ambos sanos y fuertes.

—Ella quiere sus bebés —murmuró la Aiel. Sus verdes ojos miraban fijamente al frente; tenía prieta la mandíbula, y el sudor le perlaba la frente—. Yo tampoco tomaré la infusión si… —Se sacudió y dirigió una mirada ceñuda a Min desde el ancho del pasillo que las separaba—. Mi hermana y las Sabias me hablaron de ti. ¿De verdad ves cosas sobre la gente que se hacen realidad?

—A veces. Y, si entiendo lo que significan, se cumplen —contestó Min. Sus voces, altas para escucharse la una a la otra, resonaron en el pasillo. Los criados con uniformes rojos y blancos se volvieron para mirarlas. Min se acercó al centro del corredor. Se acercaría la mitad del camino a la otra mujer, ni un centímetro más. Al cabo de un momento, Aviendha se situó a su lado.

Min se preguntó si debía contarle lo que había visto mientras estaban todos juntos. También Aviendha tendría bebés de Rand. ¡Cuatro a la vez! Sin embargo, en aquello había algo extraño. Los bebés nacerían sanos, pero aun así seguía habiendo algo raro. Y a menudo a la gente no le gustaba saber su futuro, aun cuando dijese que sí. Ojalá hubiera alguien que

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