Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 60
Prev
Next

el disfraz, la sonrisa se borró en el rostro de la baja y fornida mujer. Caseille se quedó boquiabierta. «Adiós a las ideas de amantes secretos», pensó Elayne, riendo divertida para sus adentros. Estaba convencida de que Rand atraía tantas miradas como las mujeres de la guardia, caminando desgarbadamente entre ellas, con un gesto ceñudo y hosco. Desde luego nadie sospecharía quién era. Los criados con los que se cruzaron por los pasillos a buen seguro pensaron que lo habían prendido al sorprenderlo cometiendo un delito. Su aspecto encajaba perfectamente con tal suposición. Caseille y Deni no le quitaban ojo de encima como si ellas pensasen lo mismo.

Las dos mujeres casi llegaron a discutir cuando se dieron cuenta de que Elayne tenía intención de hacerlas esperar fuera de sus aposentos mientras ellas tres conducían dentro al hombre. De repente el disfraz de Rand ya no parecía divertido en absoluto. Caseille apretó los labios, y la ancha cara de Deni adquirió un gesto de tozudo desagrado. Elayne casi tuvo que agitar ante sus narices el anillo de la Gran Serpiente para conseguir que ocuparan sus puestos junto a la puerta; ceñudas, claro. Cerró tras de sí la puerta con suavidad, dejando fuera aquellas expresiones malhumoradas, pero en realidad le habría gustado dar un fuerte portazo. Luz, el maldito hombre podría haber escogido algo un poco menos desagradable para su disfraz.

En cuanto a él, fue directamente hacia la mesa taraceada y se apoyó en ella mientras el aire rielaba a su alrededor y recobraba su propia apariencia. Las cabezas de los dragones en el envés de las manos brillaban con un centelleo metálico, rojas y doradas.

—Necesito beber —dijo con voz pastosa al fijarse en la jarra plateada de cuello alto que había sobre la mesa alargada, pegada a la pared.

Todavía sin mirarlas ni a ella ni a Min ni a Aviendha se dirigió con pasos inestables hacia allí y llenó una copa de plata que casi vació de un trago. El vino dulce con especias lo habían dejado cuando se llevaron el servicio de desayuno, de modo que debía de estar helado a estas alturas. No esperaban que volviera a sus aposentos tan pronto, y el fuego del hogar eran meras ascuas bajo las cenizas. Sin embargo, que ella viera, no hizo intención de calentar el vino encauzando, pues al menos habría debido salir algo de vapor del líquido. ¿Y por qué había ido hasta la mesa para coger el vino, en lugar de encauzar para trasladarlo hasta donde se encontraba él? Era el tipo de cosas que él solía hacer, que las copas o las lámparas flotaran de un sitio a otro con flujos de Aire..

—¿Te encuentras bien, Rand? —preguntó Elayne—. Quiero decir que si estás enfermo. —El estómago se le contrajo con la idea de qué enfermedad podría ser, tratándose de él—. Nynaeve puede…

—Estoy todo lo bien que cabe esperar —repuso impasible. Seguía de espaldas a ellas. Vació del todo la copa y la volvió a llenar—. Bien, ¿qué es lo que no queréis que oiga Nynaeve?

Elayne enarcó las cejas; luego hubo un intercambio de miradas con Aviendha y Min. Si él se había dado cuenta del subterfugio, entonces también lo había hecho Nynaeve, sin lugar a dudas. ¿Por qué las había dejado marcharse? ¿Y cómo lo había pillado él? Aviendha sacudió levemente la cabeza, sorprendida. Min también sacudió la cabeza, pero con una sonrisa que venía a decir que debían esperar de él cosas así de vez en cuando. Elayne sintió una fugaz punzada —no exactamente de celos; los celos quedaban descartados entre ellas— de irritación porque Min hubiese pasado tanto tiempo con él y ella no. En fin, si Rand quería entrar en el juego de las sorpresas…

—Queremos vincularte de Guardián —dijo, arreglando los vuelos del vestido mientras tomaba asiento en un sillón. Min lo hizo en la mesa, con las piernas colgando, y Aviendha se acomodó en la alfombra, cruzada de piernas, y extendió con cuidado la falda de gruesa lana—. Las tres. Es costumbre pedirlo antes.

Él se volvió bruscamente, tanto que se derramó parte del vino de la copa y más de la jarra de la que se estaba sirviendo antes de que reaccionara y la pusiera derecha. Mascullando una maldición se apartó de la humedad que se extendía en la alfombra y soltó la jarra en la bandeja. Una gran mancha oscura decoraba su tosca chaqueta, así como gotas de vino que intentó sacudirse con la mano libre. Muy satisfactorio, sí.

—Estáis realmente locas —gruñó—. Sabéis lo que me aguarda. Sabéis lo que eso significa para cualquier mujer que esté vinculada conmigo. Aun en el caso de que no me vuelva loco, tendrá que pasar por la experiencia de sentir mi muerte y soportarlo hasta que lo supere. Además, ¿qué quieres decir con que las tres, Elayne? Min no puede encauzar. En cualquier caso, Alanna Mosvani se os adelantó, sin molestarse en pedirlo antes. Ella y Verin llevaban a varias chicas de Dos Ríos a la Torre Blanca. Hace dos meses que estoy vinculado.

—¿Y no me lo has dicho, pastor cabeza hueca? —demandó Min—. ¡Si lo hubiese sabido…! —Sacó hábilmente un cuchillo de la manga; después miró con ferocidad el arma y volvió a guardarla. Ese remedio habría sido tan duro para Rand como para Alanna.

—Eso fue en contra de la costumbre —comentó Aviendha, casi preguntando. Rebulló en la alfombra y toqueteó el cuchillo de su cinturón.

—Totalmente —repuso Elayne con expresión sombría. Que una hermana hiciese tal cosa a cualquier hombre era repugnante, pero ¡que Alanna se lo hubiese hecho nada menos que a Rand…! Recordó a la morena y fogosa Verde, con su humor impetuoso y su temperamento impetuoso—. ¡Alanna tiene más toh con él de lo que pueda compensar en una vida entera! Y con nosotras. ¡Y, aunque no muera, deseará que la hubiera matado después de que le ponga las manos encima!

—Después de que le pongamos las manos encima —dijo Aviendha, que asintió para dar énfasis a sus palabras.

—Bien. —Rand miraba fijamente el vino de la copa—. Veréis que todo esto no tiene razón de ser. Eh… creo que será mejor que me reúna con Nynaeve ahora. ¿Vienes, Min? —A despecho de lo que le habían dicho hablaba como si no lo creyera realmente, como si Min fuese a abandonarlo ahora. No había miedo en su voz, sólo resignación.

—Claro que la tiene —insistió Elayne. Se inclinó hacia él, tratando de hacerle aceptar lo que decía por pura fuerza de voluntad—. Un vínculo no te escuda de otro. Si las hermanas no vinculan al mismo hombre es por costumbre, Rand, porque no quieren compartirlo, no porque no pueda hacerse. Y tampoco va contra la ley de la Torre. —Por supuesto, algunas costumbres tenían tanto peso como la ley, al menos para las hermanas. Nynaeve no dejaba de dar la lata, más y más cada día, sobre conservar las tradiciones y la dignidad Aes Sedai. Cuando se enterase de esto, seguramente pondría el grito en el cielo—. Bien, pues, ¡nosotras sí que queremos compartirte! Te compartiremos, si accedes.

¡Qué fácil le había resultado decirlo! Hubo un tiempo en que estaba convencida de que no podría. Hasta que comprendió que quería a Aviendha tanto como a él, sólo que de un modo diferente. Y a Min también; otra hermana, aunque no se hubiesen adoptado. Si se le presentaba la ocasión, azotaría a Alanna hasta cubrirla de verdugones de la cabeza a los pies, pero con Aviendha y Min era distinto. Formaban parte de ella. En cierto modo eran ella, y viceversa.

—Te lo estoy pidiendo, Rand. —Suavizó su tono—. Te lo estamos pidiendo. Por favor, déjanos vincularte.

—Min —murmuró él, casi en tono acusador. Sus ojos se posaron llenos de desesperación en el rostro de Min—. Lo sabías, ¿verdad? Sabías que si las veía… —Sacudió la cabeza, incapaz de continuar o no queriendo hacerlo.

—Ignoraba lo del vínculo hasta que me lo contaron hace menos de una hora —contestó ella, sosteniendo su mirada con una ternura que Elayne jamás había visto—. Pero sabía, esperaba, lo que ocurriría si volvías a verlas. Algunas cosas han de ser, Rand. Han de ser.

Rand clavó la vista en la copa de vino; los segundos parecieron alargarse como horas. Finalmente la dejó en la bandeja.

—De acuerdo —respondió quedamente—. No puedo decir que no lo desee, porque mentiría. ¡Así la Luz me abrase por ello! Pero pensad en el precio. El que vosotras pagaréis.

Elayne no necesitaba pensar en eso. Lo había sabido desde el principio, lo había discutido con Aviendha para asegurarse de que ella también lo entendía. Se lo había explicado a Min. Toma lo que quieres y paga por ello, como rezaba el viejo dicho. Ninguna de ellas tenía que pensar sobre el precio; lo sabían y estaban dispuestas a pagarlo. Pero no había tiempo que perder. Ni siquiera ahora las tenía todas consigo de que él decidiese en el último momento que el precio era demasiado alto. ¡Como si la decisión fuese suya!

Se abrió al Saidar, se coligó con Aviendha, compartiendo una sonrisa con ella. La percepción incrementada de la otra, ese compartir más íntimo de emociones y sensaciones físicas, siempre era un placer con su hermana. Se parecía mucho a lo que compartirían muy pronto con Rand. Lo había preparado cuidadosamente, estudiándolo desde todos los ángulos. Lo que había aprendido de los tejidos Aiel de la adopción había sido de gran ayuda. En aquella ceremonia fue cuando se le ocurrió la idea por primera vez.

Tejió Energía, un flujo de más de cien hilos, cada uno colocado con precisión, y situó el tejido sobre Aviendha, sentada en el suelo, y a continuación hizo otro tanto con Min, sentada en el tablero de la mesa. En cierto modo, no eran dos tejidos separados en absoluto. Brillaban con una similitud precisa, y parecía que al mirar uno también veía el otro. No eran los tejidos utilizados en la ceremonia de adopción, pero sí se basaban en los mismos principios esenciales. Se incluían; lo que le ocurría a alguien engranado en ese tejido, les ocurría a todos los que estuvieran engranados en él. Tan pronto como los tejidos quedaron acomodados, pasó la dirección del círculo de dos a Aviendha. Los tejidos ya hechos se mantuvieron, y Aviendha tejió inmediatamente otros idénticos alrededor de Elayne y después alrededor de Min otra vez, y los fundió con los de Elayne hasta que no se distinguieron unos de otros, antes de pasar el control a Elayne de nuevo. Ahora lo hacían con facilidad, después de muchísima práctica. Cuatro tejidos o, más bien, ahora tres, y sin embargo parecían el mismo.

Todo estaba dispuesto. Aviendha era una roca de seguridad, más firme de lo que jamás había sentido en Birgitte. Min seguía sentada en la mesa, asiendo el borde con las manos, y las piernas cruzadas por los tobillos; no podía ver los flujos, pero le dedicó una sonrisa de aplomo que sólo se echó a perder un poco cuando se lamió los labios. Elayne respiró profundamente. A sus ojos, las tres estaban rodeadas y arropadas en una delicada tracería de Energía que hacía parecer soso y sin gracia el más fino encaje. Y ahora sólo quedaba que funcionase como creía que lo haría.

Desde cada una de ellas extendió el tejido en finas hebras hacia Rand, retorciendo las tres hasta formar una sola, y cambiándola en el vínculo de Guardián. Aquel flujo lo puso sobre Rand con tanta delicadeza como si

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el invicto
Conan el invicto
August 3, 2020
El señor del caos
El señor del caos
August 3, 2020
El Dragón Renacido
El Dragón Renacido
August 3, 2020
Conan el victorioso
Conan el victorioso
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.