Poder. Su habilidad en la Curación era escasa y, de todos modos, Nynaeve sé había movido con igual rapidez; el brillo del Saidar envolvió de golpe a la antigua Zahorí, que alzó las manos hacia Rand.
—No es algo que puedas Curar, Nynaeve —dijo él bruscamente mientras retrocedía y la rechazaba con un ademán—. En cualquier caso, parece que te has salido con la tuya. —Su semblante era una rígida máscara que ocultaba las emociones, pero Elayne tenía la sensación de que se la bebía con los ojos. Y también a Aviendha. Se sorprendió de que aquello la alegrara. Había esperado que ocurriera así, habría confiado en arreglárselas por el bien de su hermana, y ahora no había hecho falta el menor esfuerzo. Enderezarse fue un visible esfuerzo para él, y también apartar la mirada de las dos, a pesar de que intentó ocultar ambas cosas—. Se ha hecho tarde, Min. Tenemos que irnos.
Elayne se quedó boquiabierta.
—¿Crees que puedes irte sin siquiera hablar conmigo, con nosotras? —consiguió articular.
—¡Hombres! —mascullaron casi a la par Min y Aviendha, que se miraron sorprendidas. Se apresuraron a descruzar los brazos. Por un instante, a despecho de lo distintas que eran en casi todo, habían sido casi imágenes idénticas del desdén femenino.
—Los que intentaron matarme en Cairhien convertirían este palacio en un montón de escombros si supieran que me encuentro aquí —dijo quedamente Rand—. Quizás incluso con que sólo lo sospecharan. Supongo que Min os ha contado que fueron Asha’man. No confiéis en ninguno de ellos. Excepto en tres, tal vez. Damer Flinn, Jahar Narishma y Eben Hopwil. Es posible que podáis fiaros de ellos. En cuanto al resto… —Apretó los puños contra los costados, al parecer sin darse cuenta—. A veces una espada se revuelve en la propia mano, pero sigo necesitando una. Limitaos a manteneros lejos de cualquier hombre con chaqueta negra. Mirad, no hay tiempo para hablar. Es mejor que me marche cuanto antes.
Elayne pensó que se había equivocado. No era exactamente como lo había soñado. En él había habido un atisbo de muchacho a veces, pero eso había desaparecido por completo. Lo lamentó profundamente por él. No creía que él lo lamentara, o que pudiera.
—Tiene razón en algo —intervino Lan, hablando sin quitarse la pipa de los labios y en el mismo tono quedo. Otro hombre que parecía que jamás hubiese sido un muchacho. Sus ojos eran dos pedazos de hielo azul bajo la cinta de cuero trenzado que le ceñía la frente—. Cualquiera que esté cerca de él corre peligro. Cualquiera.
Por alguna razón, Nynaeve resopló. Después puso la mano sobre una bolsa de cuero, en la que se marcaban unos bultos duros, que había en la mesa y sonrió. Aunque al cabo de un momento su sonrisa flaqueó.
—¿Acaso mi primera hermana y yo tememos al peligro? —demandó Aviendha, poniéndose en jarras. El chal resbaló de los hombros y cayó al suelo, pero estaba tan concentrada que ni siquiera se dio cuenta—. Este hombre tiene toh con nosotras, Aan’allein, y nosotras con él. Hay que arreglarlo.
—Ignoro qué tiene que ver en esto «to» o «na» —dijo Min, con sorna—, ¡pero no voy a ninguna parte hasta que hables con ellas, Rand! —Fingió no reparar en la mirada iracunda que le lanzó Aviendha.
Suspirando, Rand se apoyó contra la esquina de la mesa y se pasó los dedos por los rizos rojizos que le caían sobre el cuello. Parecía estar discutiendo consigo mismo entre dientes.
—Lamento que hayáis tenido que ocuparos de las sul’dam y las damane —dijo finalmente. Parecía que lo sentía, aunque no mucho; era como si hubiese dicho que lamentaba que hiciera frío—. Se suponía que Taim debía entregárselas a las hermanas que, según yo creía, estaban con vosotras. Pero supongo que cualquiera puede cometer un error así. Quizá pensó que todas las Zahoríes y Mujeres Sabias que Nynaeve ha reunido eran Aes Sedai. —Su sonrisa era tranquila. No se reflejó en sus ojos.
—Rand —advirtió Min en voz queda.
Tuvo el valor de mirarla inquisitivamente, como si no supiera qué quería decir. Luego continuó.
—En cualquier caso, parece que tenéis suficientes para que se encarguen de un puñado de mujeres hasta que podáis entregárselas a las… otras hermanas, las que van con Egwene. Las cosas nunca salen exactamente como uno espera, ¿verdad? ¿Quién habría pensado que unas pocas hermanas que huyeron de Elaida acabarían organizando una rebelión contra la Torre Blanca? ¡Y con Egwene como Sede Amyrlin! Y con la Compañía de la Mano Roja por ejército. Supongo que Mat podrá seguir allí durante un tiempo. —Por alguna razón, parpadeó y se tocó la frente; luego continuó en un tono entre indiferente e irritado—. Bien. Un extraño giro de los acontecimientos por doquier. A este paso, no me sorprendería que mis amigas de la Torre reunieran el coraje suficiente para darse a conocer.
Elayne miró a Nynaeve con la ceja enarcada. ¿Zahoríes y Mujeres Sabias? ¿La Compañía de la Mano Roja el ejército de Egwene, y Mat con ellos? El intento de Nynaeve de abrir los ojos en un gesto de inocencia la hizo parecer más culpable que un reo. Elayne supuso que tampoco importaba tanto. Ya se enteraría de la verdad a no tardar si es que se lo podía convencer para que acudiera ante Egwene. Fuera como fuese, tenía asuntos más importantes que tratar con él. Estaba balbuceando como un necio, por muy despreocupado que quisiera mostrarse, lanzándoles cualquier cebo que les llamara la atención con la esperanza de distraerlas de su propósito.
—Eso no te funcionará, Rand. —Elayne apretó las manos contra la falda para evitar agitar el índice en su dirección en un gesto admonitorio. O un puño; no sabía cuál de las dos cosas. ¿Las «otras» hermanas? Las «verdaderas» Aes Sedai era lo que había estado a punto de decir. ¿Cómo se atrevía? ¡Como lo de sus «amigas» en la Torre! ¿De verdad creía todavía lo que decía la extraña carta de Alviarin? Cuando habló su voz sonó fría y firme, denotando que no consentiría estupideces—. Nada de eso importa un bledo ahora. De lo que tenemos que hablar es de ti, de Aviendha, de Min y de mí. Y hablaremos. ¡Ya lo creo que lo haremos, Rand al’Thor, y no te irás de palacio hasta que hayamos acabado!
Durante unos segundos larguísimos él se limitó a mirarla, sin que su expresión cambiase. Luego respiró hondo, de manera audible, y su rostro se tornó granito.
—Te amo, Elayne. —Sin que mediara pausa, y siempre con semblante pétreo, continuó como si las palabras brotaran como el agua de una presa rota—. Te amo, Aviendha. Te amo, Min. Y a ninguna una pizca menos o más que a las otras dos. No quiero sólo a una, os quiero a las tres. Así que, ahí tenéis: soy un libertino. Ahora podéis alejaros y darme la espalda sin mirar atrás. Es una locura, de todos modos. ¡No puedo permitirme amar a nadie!
—Rand al’Thor —chilló Nynaeve—, ¡eso es lo más desvergonzado que jamás te he oído decir! ¡La mera idea de confesar a tres mujeres que las amas! ¡Eres mucho peor que un libertino! ¡Discúlpate ahora mismo!
Lan se había quitado bruscamente la pipa de la boca y miraba a Rand de hito en hito.
—Te amo, Rand —se limitó a contestar Elayne—. Y aunque tú no me lo has pedido, quiero casarme contigo. —Se sonrojó levemente, pero se proponía ser mucho más atrevida a no tardar, de modo que suponía que esto poco importaba. Nynaeve abría y cerraba la boca, sin articular ningún sonido.
—Mi corazón está en tus manos, Rand —dijo Aviendha, que pronunció su nombre como algo singular y preciado—. Si preparas una guirnalda nupcial para mi primera hermana y para mí, la aceptaré.
También ella se sonrojó e intentó encubrirlo agachándose para recoger el chal del suelo y luego poniéndoselo en los brazos. Según las costumbres Aiel, nunca habría debido decir tal cosa. Finalmente Nynaeve consiguió articular un sonido: un chillido.
—Si a estas alturas no sabes que te amo —intervino Min—, ¡entonces es que estás ciego, sordo y muerto! —Ella no se sonrojó, desde luego; en sus oscuros ojos chispeaba un brillo pícaro, y parecía a punto de echarse a reír—. En cuanto a casarnos, bueno, ya arreglaremos eso entre las tres, ¡para que lo sepas!
Nynaeve se agarró la trenza con las dos manos y tiró de ella de manera firme y sostenida al tiempo que resoplaba por la nariz. Lan había empezado a hacer un detenido examen del contenido de la cazoleta de la pipa. Rand observaba a las tres como si jamás hubiese visto una mujer y se preguntara qué eran.
—Estáis locas de remate —dijo al fin—. Me casaría con cualquiera de vosotras, con todas, ¡la Luz me ayude!, pero es imposible y lo sabéis.
Nynaeve se desplomó sobre un sillón mientras sacudía la cabeza. Mascullaba algo entre dientes, aunque lo único que Elayne logró entender fue algo del Círculo de Mujeres tragándose la lengua por la impresión.
—Hay algo más que debemos discutir —dijo Elayne. ¡Luz, Min y Aviendha lo miraban como si fuese un pastelillo! Con esfuerzo consiguió que su propia sonrisa fuera menos… ansiosa—. En mis aposentos, creo. No hay necesidad de molestar a Nynaeve y a Lan. —Más bien, temía que la antigua Zahorí intentara impedirlo si lo oía. Era muy rápida a la hora de hacer valer su autoridad en lo referente a asuntos Aes Sedai.
—Sí —contestó lentamente Rand. Y luego, curiosamente, añadió—: Ya te dije que habías ganado, Nynaeve. No me marcharé sin verte antes.
—¡Oh! —Nynaeve dio un respingo—. Sí. Por supuesto que no. Lo he visto crecer —parloteó al tiempo que dirigía una sonrisa descompuesta a Elayne—. Casi desde el principio. Lo vi dar sus primeros pasos. No puede marcharse sin antes sostener una larga charla conmigo.
Elayne la observó con recelo. Luz, hablaba de un modo que recordaba a una vieja niñera. Aunque Lini nunca había divagado de ese modo. Esperaba que Lini siguiera viva y en perfectas condiciones, pero se temía mucho que no fuera verdad ni lo uno ni lo otro. ¿Por qué actuaba así Nynaeve? La mujer se traía algo entre manos; y, si no pensaba recurrir a su posición para llevarlo a cabo, entonces se trataba de algo que hasta ella sabía que no era correcto.
De repente Rand pareció ondear, como si el aire que lo rodeaba rielara por el calor, y Elayne se olvidó de todo lo demás. En un instante era… otro, más bajo y grueso, tosco y bruto. Y de aspecto tan repulsivo que ni siquiera consideró el hecho de que él estaba utilizando la mitad masculina del Poder. El negro y grasiento cabello le caía sobre un rostro de palidez enfermiza en el que abundaban las verrugas con pelo, incluida una en la bulbosa nariz, encima de los gruesos y fláccidos labios por los que la baba parecía a punto de resbalar. Entrecerró los ojos y tragó con esfuerzo, aferrándose a los brazos del sillón, como si no pudiese soportar verlas observándolo.
—Sigues siendo maravilloso, Rand —dijo Elayne con delicadeza.
—Ja! —saltó Min—. ¡Esa cara haría que una cabra se desmayara!
Bueno, era cierto, pero Min no debería haberlo dicho. Aviendha se echó a reír.
—Tienes sentido del humor, Min Farshaw. Esa cara haría que un rebaño entero de cabras cayera redondo por la impresión.
Oh, Luz. ¡Sí que lo conseguiría! Elayne se tragó una carcajada justo a tiempo.
—Soy quien soy —contestó Rand mientras se levantaba del sillón—. Sólo que no lo veis.
Cuando Deni vio a Rand con