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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 53
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alta del palacio. Con todo, no tardarían en topar con gente. El Palacio Real no contaba con un cuerpo de servicio tan numeroso como el Palacio del Sol o la Ciudadela de Tear, pero aun así allí eran cientos los criados que había. Rand se puso junto a Min e intentó andar de manera desgarbada y mirar boquiabierto los coloridos tapices, los paneles de madera tallada y los pulidos arcones altos. Ninguno era tan fino como lo serían en los pisos de más abajo, pero un bracero se quedaría embobado.

—Tenemos que llegar a otro piso inferior cuanto antes —murmuró. Todavía no se veía a nadie, pero muy bien podrían encontrar a diez personas a la vuelta de la esquina—. Recuerda, pregunta al primer criado que veamos dónde están Nynaeve y Mat. No entres en detalles a menos que no tengas más remedio.

—Vaya, gracias por recordármelo, Rand. Sabía que algo se me había olvidado, y no conseguía acordarme qué. —Su fugaz sonrisa era demasiado tirante, y masculló algo entre dientes.

Rand suspiró. Aquello era demasiado importante para que empezara con sus jueguecitos, pero iba a hacerlo si él se lo permitía. Y no es que ella lo viera como un juego. Aun así, a veces sus ideas sobre lo que era o no importante diferían mucho de las suyas. Muchísimo. Tendría que vigilarla estrechamente.

—Vaya, señora Farshow —dijo una voz de mujer detrás de ellos—. Es la señora Farshow, ¿verdad?

La bolsa se meció y golpeó la espalda de Rand cuando éste giró sobre sí mismo. La rellena y canosa mujer que miraba a Min sin salir de su asombro era quizá la última persona que querría haber encontrado, aparte de Elayne o Aviendha. Preguntándose por qué llevaría una gonela roja con el León Blanco en la pechera, hundió los hombros y evitó mirarla directamente. No era más que un bracero haciendo su trabajo. No había razón para que le dedicara más que una mirada de pasada.

—¿Señora Harfor? —exclamó Min con una sonrisa radiante—. Sí, soy yo. Y vos sois justo la mujer que buscaba. Me temo que me he perdido. ¿Podéis indicarme dónde encontrar a Nynaeve al’Meara? ¿Y a Mat Cauthon? Este tipo trae algo que Nynaeve encargó.

La primera doncella miró ligeramente ceñuda a Rand antes de volver su atención a Min. Enarcó una ceja al fijarse en sus ropas, o quizá fuera por el polvo que tenían, pero no hizo ningún comentario.

—¿Mat Cauthon? No creo conocerlo. A menos que sea uno de los nuevos criados o guardias —añadió dubitativa—. En cuanto a Nynaeve Sedai, está muy ocupada. Supongo que no le importará que recoja yo lo que quiera que sea y lo lleve a su habitación.

Rand se irguió bruscamente. ¿Nynaeve Sedai? ¿Por qué las otras, las verdaderas Aes Sedai, permitían que siguiera con ese juego? ¿Y Mat no estaba allí? Por lo visto no había estado en ningún momento. En su cabeza giraron arremolinados los colores y una imagen que casi distinguió. En un abrir y cerrar de ojos desapareció, pero él se tambaleó. La señora Harfor volvió a dirigirle una mirada ceñuda, y aspiró sonoramente el aire por la nariz. Tal vez creía que estaba borracho.

Min también frunció el entrecejo, pero en un gesto pensativo, mientras se daba golpecitos en la mejilla con un dedo, bien que sólo duró un momento.

—Creo que Nynaeve… Sedai quiere verlo. —La vacilación apenas se notó—. ¿Podríais conducirlo a sus habitaciones, señora Harfor? Tengo otro asunto que tratar antes de marcharme. Bueno, Nuli, cuida tus modales y haz lo que te manden. Buen chico.

Rand abrió la boca; pero, antes de que tuviese tiempo de pronunciar palabra, Min se alejó corredor adelante, casi corriendo. La capa ondeaba a su espalda de tan deprisa que caminaba. ¡Maldición, iba a intentar dar con Elayne! ¡Podía echarlo todo a rodar!

«Tus planes fracasan porque deseas vivir, loco. —La voz de Lews Therin era un susurro áspero, jadeante—. Acepta que estás muerto. ¡Acéptalo y deja de atormentarme, loco!»

Rand acalló aquella voz hasta reducirla a un zumbido apagado, el de un mosquito en la oscuridad de su cabeza. ¿Nuli? ¿Qué clase de nombre era ése?

La señora Harfor siguió mirando boquiabierta a Min hasta que la joven desapareció al girar la esquina del corredor. Después dio un tirón innecesario a la gonela para ajustarla y enfocó su desaprobación en Rand. Incluso con la Máscara de Espejos veía a un hombre mucho más alto que ella, pero Reene Harfor no era una mujer que dejara que algo tan insignificante le hiciera perder la calma ni por un instante.

—No me fío de tu aspecto, Nuli —manifestó, fruncidas las cejas—, así que cuidado con lo que haces. Seguirás mi consejo si tienes dos dedos de frente.

Sujetando la correa de la bolsa cargada al hombro con una mano, Rand se llevó la otra hacia la frente en un saludo respetuoso.

—Sí, señora —masculló con un timbre áspero. La primera doncella podría reconocer su voz real. Se suponía que Min se ocuparía de hablar hasta que encontrasen a Nynaeve y a Mat. ¿Qué demonios iba a hacer si traía a Elayne? Y quizás a Aviendha. Probablemente estaba también allí. ¡Luz!—. Perdón, señora, pero deberíamos darnos prisa. Es urgente que vea a la señora Nynaeve lo antes posible. —Movió ligeramente la bolsa—. Está deseando recibir esto. —Si había acabado para cuando Min regresara, quizá podría escabullirse con ella antes de que tuviera que enfrentarse a las otras dos.

—Si Nynaeve Sedai pensara que es urgente —contestó de manera cortante la oronda mujer, poniendo énfasis en el título que él había omitido—, habría dejado recado de que se te esperaba. Bien, sígueme, y guárdate tus comentarios para ti.

Echó a andar sin esperar respuesta, sin mirar atrás, caminando con aire majestuoso. Después de todo, ¿qué otra cosa podía hacer él excepto lo que le había mandado? Según recordaba Rand, la primera doncella estaba acostumbrada a que todo el mundo hiciera lo que se le mandaba. Apretó el paso para alcanzarla y sólo dio un paso a su lado antes de que la mirada estupefacta de la mujer lo hiciera retroceder al tiempo que se tocaba de nuevo la frente y murmuraba disculpas. No estaba habituado a tener que caminar detrás de nadie, y aquello no contribuyó a mejorar su humor. Todavía le quedaba un vestigio del mareo, y seguía percibiendo la inmundicia de la infección. Últimamente parecía estar malhumorado la mayoría del tiempo, a menos que Min se encontrara con él.

No habían caminado mucho cuando empezaron a aparecer sirvientes en el pasillo, limpiando el polvo, lustrando y yendo y viniendo rápidamente en todas direcciones. Obviamente la ausencia de gente cuando Min y él salieron del almacén no era algo frecuente. Ta’veren, otra vez. Bajaron un tramo de una escalera de servicio, encastrada en la pared, y el número de criados aumentó. Y también el de otras personas, muchas mujeres que no iban de uniforme. Domani de piel cobriza, cairhieninas bajas y pálidas, mujeres de tez aceitunada y ojos oscuros que desde luego no eran andoreñas. Lo hicieron sonreír, una tensa sonrisa satisfecha. Ninguna tenía lo que él llamaría un rostro intemporal, e incluso varias mostraban arrugas que jamás marcaban ninguna cara Aes Sedai, pero a veces se le ponía carne de gallina cuando se acercaba a una de ellas. Estaban encauzando o, al menos, en contacto con el Saidar. La señora Harfor lo condujo por delante de puertas cerradas donde también sintió ese cosquilleo. Detrás de aquellas puertas otras mujeres tenían que estar encauzando.

—Perdón, señora —dijo con la voz tosca que había adoptado para Nuli—. ¿Cuántas Aes Sedai hay aquí, en palacio?

—Eso no es de tu incumbencia —replicó secamente la mujer. No obstante, le echó una ojeada por encima del hombro, suspiró y transigió—. Supongo que no hay nada malo en que lo sepas. Cinco, contando a lady Elayne y a Nynaeve Sedai. —Hubo un toque de orgullo en su voz—. Ha pasado mucho tiempo desde que tantas Aes Sedai pidieron derecho de hospedaje aquí al mismo tiempo.

Rand se habría echado a reír, aunque no con regocijo. ¿Cinco? No, eso incluía a Nynaeve y a Elayne. Tres Aes Sedai verdaderas. ¡Tres! Quienesquiera que fuesen las demás no importaban realmente. Había empezado a creer que los rumores sobre cientos de Aes Sedai moviéndose hacia Caemlyn con un ejército significaba que en verdad habría tantas dispuestas a seguir al Dragón Renacido. En cambio, incluso su esperanza primera de dos puñados de ellas había sido exageradamente optimista. Los rumores sólo eran rumores. O se trataba de otra intriga de Elaida. Luz, ¿dónde estaba Mat? El color surgió como un destello en su mente —por un momento pensó que era el rostro de Mat— y él se tambaleó.

—Si has venido ebrio aquí, Nuli —dijo con firmeza la señora Harfor—, lo lamentarás amargamente. ¡Yo misma me ocuparé de que sea así!

—Sí, señora —murmuró Rand, de nuevo llevándose la mano a la frente. Dentro de su cabeza, Lews Therin soltó una risa demente, gemebunda. Había tenido que acudir a palacio porque era necesario, pero ya empezaba a lamentarlo.

Rodeadas por el brillo del Saidar, Nynaeve y Talaan se encontraban frente a frente, a cuatro pasos, delante de la chimenea donde un vivo fuego había conseguido ahuyentar el frío del ambiente. O quizás era el esfuerzo lo que le daba calor, pensó agriamente Nynaeve. Esta lección ya había durado una hora, según señalaba el reloj situado sobre la repisa tallada del hogar. Una hora de encauzar sin descanso haría entrar en calor a cualquiera. Se suponía que Sareitha tendría que haber estado allí, no ella, pero la Marrón se había escabullido de palacio dejando una nota sobre alguna gestión urgente en la ciudad. Careane se había negado a encargarse de las clases dos días seguidos, y Vandene seguía rehusando impartirlas con el absurdo argumento de que enseñar a Kirstian y a Zayra no le dejaba tiempo libre.

—Así —dijo, golpeando con el flujo de Energía alrededor del intento de rechazarla realizado por la aprendiza Atha’an Miere, delgada como un muchacho.

Agregando la fuerza de su propio flujo, Nynaeve empujó más a la chica y al mismo tiempo encauzó Aire en tres tejidos separados. Uno hizo cosquillas en la cintura de Talaan a través de la blusa de lino azul. Era un simple ardid, pero la jovencita dio un respingo de sorpresa y durante un instante su conexión con la Fuente se debilitó una pizca. En aquel fugaz momento, Nynaeve dejó de empujar el flujo de Talaan y disparó el suyo propio hacia su diana original. Forzar el escudo sobre la muchacha todavía era como asestar una bofetada a un muro —excepto que el ardor se repartió regularmente por toda su piel en lugar de hacerlo sólo en la palma de una mano, lo que tampoco era mucho mejor como alternativa—, pero el brillo del Saidar desapareció justo en el momento en que los otros dos flujos de Aire pegaron los brazos de Talaan contra los costados y le ciñeron las rodillas.

Un trabajo bien hecho, tuvo que admitir Nynaeve. La muchacha era muy ágil, muy diestra con sus tejidos. Además, intentar escudar a alguien que estaba en contacto con el Poder era aventurado en el mejor de los casos y fútil en el peor, a menos que se fuera mucho más fuerte que la otra persona —a veces aun así—, y Talaan casi la igualaba hasta el punto de que la diferencia no contaba. Aquello sirvió para que no asomara una sonrisa a sus labios.

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