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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 51
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ellas, y además Moghedien le había dejado el mando, pero Chesmal había empezado a dar una mínima importancia a esa circunstancia, si es que le daba alguna—. Se suponía que regresarías por la tarde, ¡y ha pasado la mitad de la noche!

—No me di cuenta de la hora, Chesmal —replicó absorta Eldrith, que parecía ensimismada—. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve en Caemlyn. La Ciudad Interior es fascinante, y he tomado una comida deliciosa en una posada que recordaba. Aunque he de decir que había unas cuantas hermanas allí. Sin embargo, nadie me reconoció. —Contempló el broche como preguntándose de dónde había salido y después lo guardó en la escarcela.

—Así que perdiste la noción del tiempo —comentó fríamente Chesmal mientras enlazaba los dedos a la altura de la cintura. Quizá para no cerrarlos sobre la garganta de Eldrith; sus ojos relucían de ira—. No te diste cuenta de la hora.

De nuevo Eldrith parpadeó como si la hubiera sobresaltado que se dirigiera a ella.

—Oh. ¿Temías que Kennit me hubiese encontrado otra vez? Te aseguro que desde lo de Samara he tenido mucho cuidado de mantener encubierto el vínculo.

A veces, Asne se preguntaba cuánto de verdad había en la aparente distracción de Eldrith. Nadie que estuviese tan inconsciente del mundo que lo rodeaba habría sobrevivido tanto tiempo. Por otro lado, la Marrón había estado lo suficientemente descentrada para que la ocultación desapareciese más de una vez antes de llegar a Samara, lo bastante para que su Guardián la rastreara. Obedientes a la orden de Moghedien de esperar su regreso, se habían escondido durante los disturbios ocurridos tras la partida de la Elegida; esperaron mientras las hordas del llamado Profeta arrasaban todo a su paso, en dirección sur, y entraban en Amadicia, y se quedaron en aquella derruida y maldita ciudad incluso después de que Asne tuvo la seguridad de que Moghedien las había abandonado. Sus labios se fruncieron al recordarlo. Lo que empujó a Eldrith a tomar la decisión de marcharse fue la llegada de su Guardián a la ciudad, convencido de que era una asesina, medio seguro de que pertenecía al Ajah Negro y decidido a matarla fueran cuales fuesen las consecuencias para él. Como era lógico, la que no quiso afrontar esas consecuencias había sido ella, y se negó a permitir que ninguna matase al hombre. La única alternativa que quedaba era huir. Claro que también fue ella la que había señalado Caemlyn como su única esperanza.

—¿Descubriste algo, Eldrith? —preguntó amablemente Asne. Chesmal era una necia. Por mucho que el mundo pareciera estar patas arriba en la actualidad, las cosas volverían a enderezarse. De un modo u otro.

—¿Qué? Oh. Sólo que la salsa de pimienta no era tan buena como la recordaba. Claro que eso fue hace cincuenta años.

Asne contuvo un suspiro. Quizá, después de todo, sí había llegado el momento de que Eldrith sufriese un accidente.

La puerta se abrió, y Temaile entró en la habitación tan en silencio que pilló de sorpresa a todas. La diminuta Gris de rostro zorruno se había echado sobre los hombros una bata bordada con leones, pero ésta se abría por delante y dejaba ver un camisón de seda, en color crema, que se le pegaba al cuerpo indecentemente. Envuelto en una mano llevaba un brazalete hecho de anillos de cristal retorcidos. El aspecto y el tacto de esos anillos eran de cristal, pero ni un martillo habría podido romper un trocito a uno de ellos.

—Has estado en el Tel’aran’rhiod —dijo Eldrith, que miró ceñuda el ter’angreal. Aun así, no habló con energía.

Todas tenían un poco de miedo a Temaile desde que Moghedien los había obligado a presenciar cómo rompían la última resistencia de Liandrin. Asne había perdido la cuenta de cuántas veces había asesinado o torturado en los ciento treinta y tantos años transcurridos desde que había obtenido el chal, pero rara vez había visto a nadie tan… entusiasta como Temaile. Observando a Temaile y fingiendo no hacerlo, Chesmal no parecía darse cuenta de que se lamía los labios con nerviosismo. Asne se apresuró a meter la lengua detrás de los dientes y esperó que nadie se hubiese fijado. Eldrith no, desde luego.

—Acordamos no utilizarlos —continuó la Marrón en un tono que no distaba mucho de hacer de la frase una súplica—. Estoy segura de que fue Nynaeve la que hirió a Moghedien; y, si puede superar a una Elegida en el Tel’aran’rhiod, ¿qué posibilidades tendría ninguna de nosotras? —Se volvió hacia las otras y trató dar a su voz un timbre reprobador—. ¿Sabíais algo de esto? —Se las arregló para parecer malhumorada.

Chesmal sostuvo la mirada de Eldrith con indignación, en tanto que Asne lo hacía con sorprendida inocencia. Lo sabían, pero ¿quién se atrevía a oponerse a Temaile? Asne dudaba mucho que Eldrith hubiese hecho algo más que una protesta simbólica si se hubiese encontrado allí.

Temaile sabía muy bien el efecto que tenía sobre ellas. Debería haber inclinado la cabeza ante la regañina de Eldrith, por tímida que hubiese sido, y haberse disculpado por ir en contra de sus deseos. En cambio sonrió; mas esa sonrisa nunca se reflejó en sus ojos, grandes, oscuros y demasiado brillantes.

—Tenías razón, Eldrith. En tu suposición de que Elayne vendría aquí, y también en que Nynaeve estaría con ella, al parecer. Se encontraban juntas, y era obvio que ambas viven en el palacio.

—Sí —dijo Eldrith, que rebulló un tanto bajo la intensa mirada de Temaile—. Bien. —También ella se lamió los labios, además de cambiar el peso ora a un pie ora a otro—. Aun así, hasta que encontremos el modo de llegar a ellas esquivando a todas esas espontáneas…

—No son más que espontáneas, Eldrith. —Dejándose caer pesadamente en un sillón, Temaile se despatarró con indolencia, y endureció el tono. No lo bastante para que resultara imperioso, pero era más que meramente firme—. Hay sólo tres hermanas que nos estorban, y podemos deshacernos de ellas. Podemos coger a Nynaeve y quizá también a Elayne, de paso. —De repente se echó hacia adelante, con las manos sobre los brazos del sillón. Estuviese o no desaliñada, ahora no había el menor rastro de dejadez en ella. Eldrith retrocedió como si los ojos de Temaile la hubiesen empujado—. ¿Para qué si no estamos aquí, Eldrith? Es para lo que vinimos.

Nadie podía argumentar contra eso. Tras ellas habían dejado una sarta de fracasos —en Tear, en Tanchico— que muy bien podría costarles la vida cuando el Consejo Supremo les pusiera las manos encima. Pero no si tenían a alguno de los Elegidos de patrocinador; y, si Moghedien había deseado tanto tener a Nynaeve, quizá también otro de ellos la querría. La verdadera dificultad sería encontrar a uno de los Elegidos para entregarle su regalo. Nadie excepto Asne parecía haber tomado en consideración esa parte del plan.

—Había otros allí —continuó Temaile, que volvió a recostarse. Hablaba casi con aburrimiento—. Espiando a nuestras dos Aceptadas. Un hombre que se dejó sorprender, y alguien más a quien no pude ver. —Frunció los labios en un mohín irritado. Es decir, habría pasado por un mohín de no ser por sus ojos—. Tuve que quedarme detrás de una columna para que las muchachas no me vieran. Eso debería complacerte, Eldrith. No me vieron. ¿Estás satisfecha?

Eldrith casi balbuceó al contestar lo satisfecha que se sentía.

Asne se permitió percibir a sus cuatro Guardianes, cada vez más próximos. Había dejado de encubrir el vínculo desde que habían partido de Samara. Sólo Powl era un Amigo de la Sombra, desde luego, pero los otros harían lo que quiera que ella dijera, creerían lo que quiera que les contara. Sería necesario mantener encubierta su presencia a las demás a menos que fuera absolutamente necesario, pero quería contar con hombres armados cerca de ella. Los músculos y el acero resultaban muy útiles. En el peor de los casos, siempre podía recurrir a la larga y estriada varita que Moghedien no había escondido tan bien como ella pensaba.

La primera luz del día que entraba por las ventanas de la sala de estar era gris; era más temprano de lo que lady Shiaine solía levantarse, pero esa mañana ya se había vestido cuando aún estaba completamente oscuro. Ahora pensaba en sí misma como lady Shiaine. Mili Skane, la hija del guarnicionero, casi había caído en el olvido. En todo lo que realmente importaba era lady Shiaine Avarhin, y lo había sido durante años. Lord Willim Avarhin había caído en la pobreza y se había visto reducido a vivir en una granja destartalada que ni siquiera pudo mantener en condiciones aceptables. Él y su única hija, la última de un linaje en declive, habían permanecido en el campo, lejos de cualquier lugar donde su penuria quedara expuesta a los demás, y ahora sólo eran huesos enterrados en el bosque cercano a la granja; y ella era lady Shiaine, y si la alta casa de piedra no era una mansión solariega, sí había sido la propiedad de una mercader adinerada, que también llevaba mucho tiempo muerta, tras poner todo su oro y posesiones a nombre de su «heredera». El mobiliario era de buena construcción, las alfombras costosas, los tapices e incluso los cojines de los asientos estaban bordados con hilos de oro, y el fuego crepitaba en un hogar de mármol de vetas azules. Había hecho tallar la otrora lisa repisa con el emblema de Avarhin, el Corazón y la Mano, en hilera, enmarcando todo el frente.

—Más vino, muchacha —ordenó secamente.

Falion se acercó presurosa con la jarra plateada de cuello alto para llenar de nuevo la copa con el humeante vino aderezado con especias. El uniforme de doncella, adornado con el Corazón Rojo y la Mano Dorada en la pechera, le iba bien a Falion. Su alargada cara era una rígida máscara mientras la mujer regresaba deprisa a dejar la jarra sobre el aparador y ocupaba de nuevo su puesto junto a la puerta.

—Estás jugando un juego peligroso —dijo Marillin Gemalphin mientras hacía girar entre las palmas de las manos su propia copa. La hermana Marrón, una mujer delgada, de cabello castaño claro y sin brillo, no parecía una Aes Sedai. Su estrecho rostro y su ancha nariz habrían encajado mejor con el uniforme de Falion que con el vestido de fino paño azul que llevaba, el cual a su vez era el apropiado para una mercader medianamente acomodada—. Está escudada de algún modo, lo sé, pero cuando pueda encauzar otra vez te hará aullar por esto. —Sus finos labios se curvaron en una sonrisa forzada—. O quizá te encuentres con que desearías poder aullar.

—Moridin eligió esto para ella —repuso Shiaine—. Falion fracasó en Ebou Dar, y él ordenó su castigo. Desconozco los detalles y tampoco quiero saberlos; pero, si Moridin quiere que tenga la nariz pegada al suelo, la empujaré lo bastante para que esté respirando polvo durante un año. ¿O acaso sugieres que desobedezca a uno de los Elegidos? —Apenas si fue capaz de contener un escalofrío ante la mera idea. Marillin intentó ocultar su expresión bebiendo, pero sus ojos denotaron tensión—. ¿Y tú qué dices, Falion? —preguntó Shiaine—. ¿Quieres que le pida a Moridin que te saque de aquí? A lo mejor te encuentra algo menos oneroso.

Eso ocurriría cuando las mulas cantaran como ruiseñores. Falion ni siquiera vaciló. Hizo una reverencia propia de una doncella y su semblante se tornó aún más pálido de lo que ya estaba.

—No, señora —repuso, presta—. Estoy conforme con mi situación.

—¿Ves? —dijo Shiaine

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