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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 5
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era Mat Cauthon. Luz, la mayoría de la gente estaba convencida de que Rand había matado a su madre y muy pocos creían que «lord Gaebril» había sido uno de los Renegados. ¡Enmendar el mal ocasionado por Rahvin en Andor podía llevarle toda la vida aun en el caso de que llegara a vivir tanto como las Allegadas! Algunas casas no se decantarían a su favor a causa de los ultrajes perpetrados por Gaebril en nombre de Morgase, y otras porque Rand había manifestado su intención de «darle» el trono. Amaba a ese hombre con todo su ser, pero ¡así se abrasara por haber dicho públicamente tal cosa! Aunque hubiese sido ese comentario lo que había refrenado a Dyelin. ¡Hasta el granjero más pequeño de Andor empuñaría su guadaña para quitar a una marioneta del Trono del León!

—Quiero evitar que los andoreños se maten unos a otros si es posible, Dyelin, pero ni que esto sea una Sucesión ni que no, Jarid está dispuesto a luchar, a pesar de que Elenia esté prisionera. Naean también está dispuesto a luchar. —Lo mejor sería traer cuanto antes a Caemlyn a esas dos mujeres; existían muchas probabilidades de que pudiesen enviar mensajes y órdenes desde Aringill—. Y la propia Arymilla está dispuesta, con los hombres de Masin respaldándola. Para ellos, esto es una Sucesión, y el único modo de pararlos para que no luchen es ser tan fuerte que no se atrevan a hacerlo. Si Birgitte es capaz de convertir la Guardia Real en un ejército para la primavera, mejor que mejor; porque, si no tengo un ejército antes de esa fecha, necesitaré uno. Y, si eso no te parece suficiente, recuerda a los seanchan. No se contentarán con Tanchico y Ebou Dar; lo quieren todo. No les permitiré que se apoderen de Andor, Dyelin, como no se lo permitiré a Arymilla.

El trueno retumbó sobre sus cabezas. Girándose un poco para mirar a Birgitte, Dyelin se humedeció los labios. Sus dedos toquetearon la falda en un gesto inconsciente. Había pocas cosas que la asustaran, pero las historias sobre los seanchan lo habían hecho. Pero lo que murmuró, como si hablase consigo misma, fue:

—Había confiado en evitar una guerra civil declarada.

¡Y eso podría no significar nada o significar mucho! Tal vez un pequeño sondeo esclarecería si era lo uno o lo otro.

—Gawyn —dijo de repente Birgitte. Su expresión era mucho más animada, al igual que las emociones que fluían a través del vínculo. El alivio sobresalía con mucho—. Cuando llegue, tomará el mando. Será tu Primer Príncipe de la Espada.

—¡Por los pechos de una madre lactante! —barbotó Elayne, y un relámpago alumbró las ventanas, dando énfasis a sus palabras. ¿Por qué tenía que cambiar de tema precisamente ahora?

Dyelin dio un respingo, y de nuevo se sonrojaron las mejillas de Elayne. A juzgar por la boca abierta de la otra mujer, sabía exactamente lo ordinaria que era esa imprecación. Resultó extrañamente embarazoso; no debería tener importancia que Dyelin hubiese sido amiga de su madre. En un gesto automático bebió un buen trago de vino, y casi sufrió una arcada por el amargor de la bebida. Borró rápidamente de su mente la imagen de Lini amenazándola con lavarle la boca con jabón, y se recordó que era una mujer adulta, una que se proponía ganar un trono. Dudaba que su madre se hubiese sentido como una necia tan a menudo.

—Sí, lo hará, Birgitte —continuó, ya más tranquila—. Cuando llegue.

Tres correos iban camino de Tar Valon. Aun cuando ninguno de ellos consiguiera pasar la información sin que Elaida la interceptara, Gawyn acabaría por enterarse de que había presentado su reclamación al trono, e iría a Caemlyn. Necesitaba desesperadamente a su hermano. No se hacía ilusiones respecto a sus propias dotes como general, y Birgitte tenía tanto miedo de no estar a la altura de la leyenda sobre ella que a veces parecía tener miedo hasta de intentarlo. Enfrentarse a un ejército, sí; dirigir un ejército, ¡ni pensarlo!

Birgitte era muy consciente de la maraña que era su propia mente. Justo en ese instante su expresión era impertérrita, pero por dentro rebosaba rabia y vergüenza, y la primera se imponía más y más por momentos. Con un atisbo de irritación, Elayne abrió la boca para continuar con el asunto de la guerra civil mencionada por Dyelin, antes de que empezara a reflejarse en ella la ira de Birgitte.

Sin embargo, antes de que hubiese pronunciado una palabra, las altas puertas rojas se abrieron. Su esperanza de que fuesen Nynaeve o Vandene se borró de un plumazo con la entrada de dos mujeres de los Marinos, descalzas a pesar del tiempo desapacible.

Una oleada de perfume almizcleño las precedía, y por sí mismas constituían un espectáculo de brillante seda brocada, dagas enjoyadas y collares de oro y marfil. Y otro tipo de alhajas. El liso y negro cabello, con aladares blancos, casi ocultaba los diez aros pequeños y gruesos que adornaban las orejas de Renaile din Calon, pero la arrogancia en sus oscuros ojos era tan evidente como la dorada cadena con medallones que unía una de las orejas con el anillo de la nariz. Su semblante mostraba un gesto inflexible y, a despecho del grácil contoneo en sus andares, la mujer parecía dispuesta a caminar a través de una pared. Casi un palmo más baja que su compañera y de tez más oscura que el carbón, Zaida din Parede lucía sobre su mejilla izquierda un cincuenta por ciento más de medallones dorados que Renaile, y su actitud no denotaba arrogancia sino autoridad, una certeza absoluta de que se la obedecería. Las canas salpicaban su negro cabello ensortijado, pero aun así era deslumbrante, una de esas mujeres que se volvían más bellas con la edad.

Dyelin se encogió al verlas e hizo intención de llevarse la mano a la nariz instintivamente, si bien reprimió el gesto. Era una reacción muy habitual en la gente que no estaba acostumbrada a los Atha’an Miere. Elayne torció el gesto, y no precisamente por los anillos de la nariz. Hasta se planteó el pronunciar otra maldición aún más… cáustica. A excepción de los Renegados, no sabía de ninguna otra persona a la que tuviera menos deseos de ver en ese momento que a esas dos mujeres. ¡Se suponía que Reene debía procurar que aquello no ocurriera!

—Disculpadme —dijo mientras se levantaba despacio—, pero estoy muy ocupada ahora. Asuntos de estado, ya sabéis, o de otro modo os recibiría como vuestro rango merece.

Los Marinos eran muy estrictos en la ceremonia y las normas, al menos en cuanto a su propio sistema. Seguramente habían conseguido pasar a la señora Harfor limitándose a no decirle que querían ver a Elayne, pero era más que probable que se dieran por ofendidas si las recibía sentada antes de que la corona fuera de ella. Y, así la Luz las cegara a las dos, ella no podía permitirse el lujo de ofenderlas. Birgitte apareció a su lado e hizo una reverencia formal antes de cogerle la copa. Siempre se mostraba cautelosa en presencia de las mujeres de los Marinos; también había hablado más de la cuenta delante de ellas.

—Os veré más tarde, en el transcurso del día —acabó Elayne, que añadió—. Si la Luz quiere.

También eran fanáticos del intercambio de frases solemnes, y ésa demostraba cortesía y dejaba abierta una salida. Renaile no se paró hasta encontrarse delante de Elayne, y demasiado cerca. Su mano tatuada gesticuló bruscamente dándole permiso para sentarse. ¡Permiso!

—Has estado evitándome. —Su voz era profunda para una mujer, y sonaba tan fría como la nieve que caía sobre el tejado—. Recuerda que soy la Detectora de Vientos de Nesta din Reas Dos Lunas, Señora de los Barcos de los Atha’an Miere. Todavía tienes que cumplir el resto del acuerdo que hiciste en nombre de tu Torre Blanca.

Las mujeres de los Marinos estaban enteradas de la división de la Torre —a estas alturas, lo sabía hasta el último mono—, pero Elayne no había considerado oportuno incrementar sus problemas haciendo público de qué lado estaba. Todavía no.

—¡Hablarás conmigo, ahora! —terminó Renaile con un timbre imperioso, y al diablo con la ceremonia y las normas.

—Creo que es a mí a quien ha estado evitando, no a ti, Detectora de Vientos. —En contraste con Renaile, Zaida hablaba como si sólo estuviesen manteniendo una charla. En lugar de cruzar la sala a grandes zancadas, deambuló sin prisa por la estancia, deteniéndose para tocar un jarrón alto de fina porcelana verde, y luego poniéndose de puntillas para atisbar a través de un caleidoscopio de cuatro tubos que había encima de un pedestal. Cuando miró hacia Elayne y Renaile, un brillo divertido surgió en sus negros ojos—. Al fin y al cabo, el acuerdo fue con Nesta din Reas, en representación de los barcos. —Además de Señora de las Olas del clan Catelar, Zaida era embajadora de la Señora de los Barcos. Ante Rand, no ante Andor, pero su acreditación la autorizaba a hablar y a alcanzar compromisos en nombre de la propia Nesta. Cambiando de un tubo cincelado en oro a otro, siguió de puntillas para atisbar de nuevo por el ocular—. Prometiste a los Atha’an Miere veinte maestras, Elayne. Hasta ahora, nos has facilitado sólo una.

Su entrada había sido tan repentina, tan histriónica, que Elayne se sorprendió al ver a Merilille volverse hacia la sala después de cerrar las puertas. Más baja aún que Zaida, la hermana Gris lucía un elegante vestido de paño azul oscuro, ribeteado con piel gris y el corpiño adornado con pequeñas piedras de la luna; sin embargo, poco más de dos semanas de impartir sus enseñanzas a las Detectoras de Vientos habían originado cambios. La mayoría de éstas eran mujeres poderosas, sedientas de conocimientos, más que dispuestas a exprimir a Merilille como un racimo de uvas en el lagar, exigiendo hasta la última gota de zumo. Antaño, Elayne había tenido a la Gris por una persona dueña de sí misma y a la que no sorprendía nada, pero ahora Merilille tenía los ojos muy abiertos constantemente, los labios siempre un tanto separados, como si acabara de llevarse una sorpresa tal que la hubiera dejado aturdida y esperase otro sobresalto en cualquier momento. Enlazó las manos sobre la cintura y esperó junto a la puerta, al parecer aliviada de no ser el centro de atención.

Emitiendo un sonido gutural y desaprobador, Dyelin se puso de pie y asestó una mirada ceñuda a Zaida y a Renaile.

—Tened cuidado con el modo en que habláis —gruñó—. Ahora estáis en Andor, no en uno de vuestros barcos, ¡y Elayne Trakand será reina de Andor! Vuestro acuerdo se cumplirá a su debido tiempo. En estos momentos tenemos asuntos más importantes de los que ocuparnos.

—Por la Luz que no hay ninguno más importante —replicó a su vez Renaile mientras se volvía hacia ella—. ¿Decís que el acuerdo se cumplirá? Así que salís como garante. Bien, pues sabed que también habrá sitio para colgaros por los tobillos en los aparejos si…

Zaida chasqueó los dedos. Eso fue todo, pero un temblor sacudió a Renaile, que asió una de las cajitas de perfume doradas que colgaban de uno de sus collares, se la llevó a la nariz e inhaló profundamente. Sería la Detectora de Vientos de la Señora de los Barcos, una mujer con gran autoridad y poder entre los Atha’an Miere, pero ante Zaida… no era más que una Detectora de Vientos. Lo que crispaba en exceso su orgullo.

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