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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 47
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a ti.

Nynaeve puso los ojos en blanco, pero Aviendha se limitó a sacudir la cabeza en un gesto paciente hacia la ignorancia de la otra mujer. Había estado estudiando algo más que el Poder con las Sabias.

—Bien, no nos gustaría que ninguna de los dos se volviera demasiado orgullosa —intervino Birgitte en un tono que sonaba sospechosamente a regocijo. Su cara estaba demasiado impasible, casi rígida por el esfuerzo de no echarse a reír.

Aviendha observó a Birgitte con una expresión de alerta y gesto impasible. Desde que ella y Elayne se habían adoptado, Birgitte también había adoptado a la Aiel en cierto modo. No como Guardián, desde luego, pero sí con la misma actitud de hermana mayor que tan a menudo utilizaba con Elayne. Aviendha no sabía muy bien qué pensar de aquello o cómo responder. Unirse al reducido círculo que conocía la verdadera identidad de Birgitte no había ayudado precisamente. Pasaba bruscamente de una feroz determinación de demostrar que Birgitte Arco de Plata no la sobrecogía a una actitud de sorprendente humildad, con extraños altos entre medias.

Birgitte le sonrió, una mueca divertida, pero el gesto se borró cuando recogió un envoltorio estrecho que tenía en el regazo y empezó a desenvolverlo con gran cuidado. Para cuando dejó a la vista una daga con la empuñadura forrada con cuero y una hoja larga, su expresión era severa, y una rabia sorda fluía a través del vínculo. Elayne reconoció el cuchillo de inmediato; había visto uno igual en la mano de un asesino rubio.

—No intentaban secuestrarte, hermana —dijo quedamente Aviendha.

Birgitte habló con aire grave.

—Después de que Mellar mató a los dos primeros, al segundo atravesándolo con su espada, que lanzó desde la puerta a la otra punta de la sala como en uno de los jodidos relatos de un juglar, cogió esto del último tipo y lo mató con él. —Sostuvo el cuchillo derecho, por la punta de la empuñadura—. Tenían cuatro armas casi idénticas. Ésta está envenenada.

—Esas manchas marrones en la cuchilla son de falso hinojo mezclado con polvo de hueso de durazno machacado —explicó Nynaeve mientras se sentaba al borde de la cama y hacía un gesto de asco—. Un vistazo a sus ojos y a su lengua, y supe que era eso lo que había matado al tipo, no el cuchillo.

—Bien —musitó Elayne al cabo de un momento. Bien, sí—. Horcaria para que no pudiese encauzar, o sostenerme de pie en realidad, y dos hombres para sujetarme mientras el tercero me hincaba un cuchillo envenenado. Un plan muy complicado.

—A los habitantes de las tierras húmedas les gustan los planes complicados —comentó Aviendha. Dirigió una mirada inquieta a Birgitte, rebulló contra la pared y añadió—: A algunos.

—Simple, a su manera —adujo Birgitte al tiempo que volvía a envolver el cuchillo con tanto cuidado como había utilizado para desenvolverlo—. Era fácil llegar hasta ti. Todo el mundo sabe que tomas la comida a mediodía sola. —La larga trenza se meció al sacudir la cabeza—. Suerte que el primer hombre que llegó a tu lado no llevaba esto; una cuchillada y estarías muerta. Suerte que Mellar pasara por casualidad por el pasillo y oyera maldecir a un hombre dentro de tus aposentos. Suerte suficiente para un ta’veren.

Nynaeve resopló con desdén.

—Podrías estar muerta con un corte profundo en el brazo, simplemente. El hueso del durazno es muy venenoso. Dyelin no habría sobrevivido si los otros cuchillos hubiesen estado envenenados también.

Elayne recorrió con la mirada los inexpresivos rostros de sus amigas y suspiró. Un plan realmente complicado. Como si no fuera suficiente tener espías en palacio.

—Una guardia personal reducida, Birgitte —accedió al final—. Algo… discreto. —Debería haber imaginado que su Guardián esperaba eso; el rostro de Birgitte no varió un ápice, pero a través del vínculo compartido llegó un leve destello de satisfacción.

—Las mujeres que hicieron de guardia hoy, para empezar —dijo sin molestarse siquiera en fingir una pausa para pensar—, y algunos más que escogeré yo. Quizás unos veinte, en total. Demasiados pocos no pueden protegerte de día y de noche, y debes estarlo, maldita sea —manifestó firmemente, aunque Elayne no había protestado—. Las mujeres te protegerán donde los hombres no puedan, y serán discretas por el simple hecho de ser mujeres. La mayoría de la gente creerá que son una guardia ceremonial, tus propias Doncellas Lanceras, y les daremos algo, tal vez un fajín, para incrementar esa impresión. —Aquel comentario hizo que se ganara una mirada penetrante de Aviendha, pero fingió no darse cuenta—. El problema es quién poner al mando —continuó, fruncido el entrecejo—. Dos o tres nobles, Cazadoras del Cuerno, ya empiezan a protestar por un rango «de acuerdo con su posición». Las malditas mujeres saben dar órdenes, pero no estoy segura de que sepan dar las jodidas órdenes correctas. Podría promocionar a Caseille al rango de teniente, pero en el fondo es más portaestandarte, creo. —Birgitte se encogió de hombros—. Quizás alguna de las otras muestre cualidades, pero creo que son mejores seguidoras que líderes.

Oh, sí; todo muy bien pensado ya. ¿Unas veinte? Tendría que estar atenta controlando a Birgitte para que el número no ascendiera a cincuenta. O a más. Protegerla donde los hombres no pudieran. Elayne se encogió. Eso probablemente significaba tener guardia hasta en el baño, como mínimo.

—Caseille servirá, seguro. Una abanderada podrá manejar a veinte mujeres. —No le cabía duda de que podría convencer a Caseille para que todo se realizara con discreción. Y que dejase fuera a la guardia mientras se bañaba—. El hombre que llegó justo en el momento oportuno, Mellar, ¿qué sabes de él, Birgitte?

—Doilin Mellar —dijo lentamente Birgitte, las cejas fruncidas en un ángulo pronunciado—. Un tipo con sangre fría, aunque sonríe demasiado. Principalmente a las mujeres. Pellizca a las criadas, y ha tumbado a tres en cuatro días, que yo sepa; le gusta hablar de sus «conquistas», pero no ha presionado a nadie que le haya dicho que no. Según él fue guardia de un mercader, después mercenario, y ahora Cazador del Cuerno, y desde luego posee destreza para ello. Lo bastante para que yo lo nombrase teniente. Es andoreño, de alguna parte del oeste, cerca de Baerlon, y dice que combatió por tu madre durante la Sucesión, aunque por entonces debía de ser un muchachito. En cualquier caso, respondió correctamente a mis preguntas cuando lo puse a prueba, así que quizás es cierto que tomó parte. Los mercenarios mienten sobre su pasado sin pestañear, por costumbre.

Elayne enlazó las manos sobre el estómago y pensó en Mellar. Sólo recordaba la imagen de un hombre nervudo, con la cara afilada, estrangulando a uno de sus asaltantes mientras luchaba para apoderarse del cuchillo envenenado. Un hombre con cualidades de soldado suficientes para que Birgitte lo hiciera oficial; procuraba que los oficiales, al menos, fueran andoreños en su mayoría. Un rescate justo a tiempo, un hombre contra tres, y una espada lanzada a través de la sala, como una lanza; sí recordaba la historia de un juglar.

—Merece una recompensa adecuada. Una promoción a capitán y comandante de mi guardia personal, Birgitte. Caseille puede ser su segundo al mando.

—¿Estás loca? —estalló Nynaeve, pero Elayne la hizo callar.

—Me siento mucho más segura sabiendo que está ahí, Nynaeve. A mí no intentará pellizcarme; no, estando Caseille y veinte más como ella a su alrededor. Con su reputación, lo vigilarán como halcones. ¿Dijiste veinte, Birgitte? Te cojo la palabra.

—Veinte —contestó Birgitte, como ausente—, más o menos. —No había nada de ausente en la mirada que clavó en Elayne, sin embargo. Se echó hacia adelante, con las manos sobre las rodillas—. Supongo que sabes lo que haces. —Estupendo; se iba a comportar como un Guardián por una vez, en lugar de discutir—. El guardia teniente Mellar se convierte en el guardia capitán Mellar por salvar la vida a la heredera del trono. Eso hará aumentar su arrogancia y fanfarronería. A menos que pienses que es mejor mantenerlo todo en secreto.

—Oh, no, en absoluto —negó Elayne a la par que sacudía la cabeza—. Que lo sepa toda la ciudad. Alguien intentó asesinarme, y el teniente, es decir, el capitán Mellar, me salvó la vida. Lo del veneno lo reservaremos para nosotras, en secreto. Por si acaso alguien se va de la lengua.

Nynaeve resopló y le dirigió una mirada de soslayo.

—Un día serás demasiado lista, Elayne. Tan aguda que te cortarás a ti misma.

—Es lista, Nynaeve al’Meara. —Aviendha se incorporó suave y ágilmente, se arregló la pesada falda y después se dio unas palmaditas en el cuchillo enfundado de su cinturón. No era tan grande como el que había llevado siendo Doncella, pero aun así seguía siendo un arma respetable—. Y me tiene a mí para guardarle la espalda. Me han dado permiso para quedarme con ella.

Nynaeve abrió la boca con expresión iracunda y, quién lo hubiera imaginado, volvió a cerrarla y recobró la compostura de manera visible, no sólo alisando su falda sino suavizando su gesto.

—¿Qué miráis tan fijamente? —murmuró—. Si Elayne quiere tener a ese tipo lo bastante cerca para que la pellizque cada vez que le apetezca, ¿quién soy yo para oponerme?

Birgitte se quedó boquiabierta y Elayne se preguntó si Aviendha no se ahogaría; los ojos, desde luego, casi se le salían de las órbitas. El apagado sonido del gong en la torre más alta de palacio, dando la hora, sobresaltó a Elayne. Era más tarde de lo que creía.

—Nynaeve, quizás Egwene nos esté esperando ya. —No veía sus ropas por ninguna parte—. ¿Dónde está mi escarcela? Tengo el anillo guardado en ella. —El sello de la Gran Serpiente seguía en su dedo, pero no era ése al que se refería.

—Iré yo sola a reunirme con Egwene —manifestó firmemente Nynaeve—. No te encuentras en condiciones de entrar en el Tel’aran’rhiod. De todos modos te has pasado la tarde durmiendo, y apostaría a que tardarás en volver a coger el sueño. Además, no tuviste mucha suerte intentando entrar en trance de vigilia, así que no hay más que hablar.

Sonrió con aire de suficiencia, segura de su victoria. Ella sí que se había puesto bizca y se había mareado cuando probó a entrar en el trance de vigilia que Egwene había intentado enseñarles.

—Así que apostarías, ¿verdad? —murmuró Elayne—. ¿Qué apostarías? Porque tengo intención de beber eso —Miró hacia la copa de plata que había en la mesilla—. Y yo apuesto a que me quedaré dormida en un visto y no visto. Por supuesto, si no hubieses puesto algo en el vino, si no tuvieses intención de engatusarme para que lo bebiera… Claro que, naturalmente, tú no harías algo así. Y bien, ¿qué apostamos?

Aquella sonrisa insufrible se borró en el rostro de Nynaeve y fue reemplazada por una intensa rojez en los pómulos.

—Qué bonito —dijo Birgitte mientras se incorporaba y se ponía en jarras a los pies de la cama; la expresión y el tono eran de censura—. Ella te salva de sufrir retortijones y un estómago revuelto, y tú la criticas en plan señorita Remilgos. Quizá si te bebes esa copa y te duermes y te olvidas de aventurarte en el Mundo de los Sueños esta noche, decidiré que ya has crecido lo suficiente para pensar que no harán falta como poco cien guardias para que sigas viva. ¿O va a ser necesario que te apriete la nariz para hacer que te lo bebas?

En fin, Elayne no había esperado realmente que Birgitte siguiese mucho tiempo sin meter baza. ¿Cien como poco? Aviendha se giró con brusquedad hacia Birgitte

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