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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 44
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las llevaba sólo por si acaso ella pedía ver los datos con sus propios ojos.

—Lo primero, milady, y quizá lo más importante, es que se han descubierto grandes depósitos de alumbre en vuestras posesiones de Danabar. Un alumbre de primera calidad. Creo que los banqueros se mostrarán menos… uhmm… indecisos respecto a mis peticiones en vuestro nombre una vez que sepan esto. —Esbozó una breve sonrisa, una fugaz curvatura en sus finos labios. Tratándose de él, aquello era casi dar saltos de alegría.

Elayne se había sentado erguida tan pronto como el jefe amanuense mencionó el alumbre, y su sonrisa fue mucho más amplia. De hecho, tenía ganas de ponerse a dar saltos de alegría. Posiblemente lo habría hecho si su acompañante hubiese sido cualquier otra persona. Su euforia era tal que por un momento la irritación de Birgitte desapareció de su cabeza. Tintoreros y tejedores consumían alumbre en grandes cantidades, así como los fabricantes de vidrio y los de papel, entre otros. El único productor de alumbre de calidad era Ghealdan —o lo había sido hasta ese momento—, y los impuestos de su comercio habían bastado para sostener el trono de Ghealdan durante generaciones. El alumbre procedente de Tear y de Arafel distaba mucho de ser tan fino, pero aun así ingresaba en los cofres de esos países tanto dinero como el comercio de aceite de oliva y de gemas.

—Sí que es una noticia importante, maese Norry. La mejor que me han dado hoy. —La mejor desde que había llegado a Caemlyn, probablemente, pero sin duda la mejor de ese día—. ¿Cuánto tardaréis en vencer esa… «indecisión» de los banqueros?

Más bien había sido un portazo en las narices, sólo que sin ser tan groseros. Los banqueros sabían el número exacto de soldados que la respaldaban en ese momento, y cuántos eran los que tenían sus oponentes. Aun así, a Elayne no le cabía duda de que la riqueza que representaba el alumbre los convencería. Y al parecer Norry tampoco tenía dudas al respecto.

—Muy poco, milady, y creo que el acuerdo tendrá unas condiciones muy buenas. Les diré que, si su mejor oferta es insuficiente, tantearé a sus colegas de Tear o de Cairhien. No querrán correr el riesgo de perder los derechos arancelarios, milady. —Dijo todo aquello en su tono inexpresivo y monótono, sin atisbo alguno de la satisfacción que habría mostrado cualquier otro—. Serán préstamos contra futuros ingresos, naturalmente, y naturalmente habrá gastos. La propia explotación del yacimiento. El transporte. Danabar es una región montañosa, y hay cierta distancia hasta el camino de Lugard. No obstante, habrá suficiente para realizar vuestras aspiraciones para la Guardia, milady. Y para vuestra Academia.

—Deduzco que utilizar el término «suficiente» es quedarse corto si habéis renunciado a convencerme de que deje a un lado mis planes para la Academia, maese Norry —contestó Elayne, a punto de echarse a reír.

El jefe amanuense cuidaba con tanto celo de la tesorería de Andor como haría una gallina con un pollito, y se había opuesto categóricamente a que se hiciese cargo de la escuela que Rand había ordenado fundar en Caemlyn, repitiendo sus argumentos una y otra vez hasta que su voz semejaba un taladro abriéndole un agujero en el cráneo. Hasta la fecha la escuela consistía simplemente en unos pocos estudiosos con sus alumnos, esparcidos por varias posadas de la Ciudad Nueva, pero aun siendo invierno llegaban más cada día, y habían empezado a hacer oír sus voces reclamando más espacio. Ni que decir tiene que Elayne no pensaba entregarles el palacio, pero necesitaban un sitio. Norry intentaba administrar el oro de Andor, pero ella miraba por el futuro del país. Se aproximaba el Tarmon Gai’don, pero su obligación era dar por hecho que habría un futuro después, tanto si Rand volvía a hacer pedazos el mundo como si no. En caso contrario, no tenía sentido continuar nada, y no quería quedarse sentada a esperar. Aun cuando supiese con certeza que la Última Batalla acabaría con todo, no creía que pudiera quedarse mano sobre mano. Rand había empezado a fundar escuelas por si acaso acababa destruyendo el mundo, con la esperanza de salvar algo, pero esta escuela sería de Andor, no de Rand al’Thor. La Academia de la Rosa, dedicada a la memoria de Morgase Trakand. Habría un futuro, y ese futuro recordaría a su madre.

—¿O habéis decidido que, después de todo, el oro de Cairhien puede provenir del Dragón Renacido?

—Todavía creo que el riesgo es mínimo, milady, pero que ya no merece la pena tenerlo en consideración habida cuenta de la información que me ha llegado sobre Tar Valon. —Su tono no se alteró, pero resultaba obvio que estaba agitado. Cual arañas que bailaran, sus dedos tamborilearon en la carpeta que sujetaba contra el pecho, y después se detuvieron—. La… uhmmm… Torre Blanca ha publicado un edicto en que reconoce a… uhmmm… lord Rand como el Dragón Renacido y le ofrece… uhmmm… protección y guía. También impone anatema a todo aquel que trate con él salvo a través de la Torre. Es sensato mostrarse precavido con la ira de Tar Valon, milady, como vos misma sabéis.

Dirigió una mirada significativa al anillo de la Gran Serpiente que brillaba en la mano apoyada sobre el brazo del sillón. Estaba al tanto de la división de la Torre, por supuesto —a decir verdad, a estas alturas sólo algún campesino en una granja aislada de Seleisin no lo sabría—, pero el jefe amanuense había sido muy discreto y no le había preguntado de qué lado se encontraba. Sin embargo, era obvio que había estado a punto de decir «la Sede Amyrlin» en lugar de «la Torre Blanca», y sólo la Luz sabía qué otro término en lugar de «lord Rand». No se lo tuvo en cuenta. Era un hombre cauto, cualidad muy necesaria en su puesto.

Pero la proclamación de Elaida la dejó estupefacta. Fruncido el entrecejo, toqueteó el anillo con aire pensativo. Elaida había llevado ese aro más tiempo de lo que ella había vivido. Era arrogante, obcecada, ciega a cualquier punto de vista excepto el suyo propio, pero no era estúpida. Todo lo contrario.

—¿De verdad cree que él aceptaría semejante oferta? —musitó, más para sí misma—. ¿Protección y «guía»? ¡No se me ocurre un modo mejor de irritarlo! —¿Guía? ¡Nadie podía guiar a Rand a la fuerza!

—Podría ser que él ya hubiese aceptado, milady, según lo que me cuenta la persona con la que mantengo correspondencia en Cairhien. —Norry se habría estremecido ante la sugerencia de que en cierto modo era un jefe de espionaje. En fin, habría torcido el gesto con desprecio, como mínimo. El jefe amanuense administraba la tesorería, controlaba a los subalternos que se ocupaban de anotar los asuntos financieros y aconsejaba al trono en asuntos de estado. Ciertamente no tenía una red de informadores, como la tenían los Ajahs e incluso algunas hermanas en particular, pero sí mantenía un intercambio de cartas regularmente con gente entendida y a menudo bien conectada de otras capitales, para que de ese modo sus consejos estuvieran basados en los acontecimientos—. Envía una paloma sólo una vez por semana y, al parecer, nada más enviar la última, alguien atacó el Palacio del Sol utilizando el Poder Único.

—¿El Poder? —exclamó Elayne, que se echó bruscamente hacia adelante por la impresión. Norry asintió con la cabeza.

—Es lo que dice la persona que me escribe, milady. Tal vez fueron Aes Sedai, o Asha’man, o incluso los Renegados. Me temo que esto último es más rumores y hablillas que información. En cualquier caso, el ala de palacio donde se ubicaban los aposentos del Dragón Renacido quedó muy destruida, y él mismo ha desaparecido. Es creencia casi general que ha ido a Tar Valon a hincar la rodilla ante la Sede Amyrlin. Otros lo creen muerto en el ataque, pero son pocos. Mi consejo es que no hagáis nada hasta que tengáis una idea más clara de lo ocurrido. —Hizo una pausa y ladeó la cabeza, pensativo—. Por lo que sé y he visto de él, milady —añadió lentamente—, no lo creería muerto a menos que permaneciese tres días sentado junto a su cadáver.

Elayne abrió los ojos sorprendida. Aquello había sido casi un chiste. Al menos, un bosquejo de ocurrencia. ¡De Halwin Norry! Tampoco ella creía que Rand hubiese muerto. No creería que estaba muerto. En cuanto a lo de arrodillarse ante Elaida, era demasiado testarudo para someterse a nadie. Podrían superarse un montón de dificultades si fuese capaz de arrodillarse ante Egwene, pero no lo haría, aunque ella era su amiga de la infancia. Elaida tenía tantas posibilidades de conseguirlo como las de una cabra de conseguir pareja en un salón de baile, sobre todo después de que él se enterara de su proclama. Mas ¿quién lo había atacado? Desde luego los seanchan no podían haber llegado hasta Cairhien. Si los Renegados habían decidido actuar abiertamente, significaría más caos y destrucción de los que ya soportaba el mundo, pero la peor alternativa sería la de los Asha’man. Si sus propias creaciones se volvían contra él… ¡No! Ella no podría protegerlo, por mucho que necesitara ayuda. Tendría que arreglárselas solo.

«¡Necio! —rezongó para sus adentros—. ¡Seguramente anda por ahí con estandartes al viento, como si no hubiese nadie que quisiera matarlo! ¡Más vale que te valgas por ti mismo, Rand al’Thor, o te tumbaré a bofetadas cuando te ponga las manos encima!»

—¿Qué más cosas os han comunicado las personas con las que mantenéis correspondencia, maese Norry? —preguntó al tiempo que apartaba a Rand de sus pensamientos. Todavía no lo tenía a su alcance para ponerle las manos encima, y necesitaba concentrarse en intentar conservar Andor.

Esas personas que escribían a Norry tenían muchas cosas que contar, aunque algunas noticias eran ya bastante atrasadas. No todas utilizaban palomas, y las cartas entregadas a mercaderes de confianza podían tardar meses en llegar a su destino incluso en tiempos sin conflictos. Los mercaderes merecedores de poca confianza aceptaban el pago por el correo, pero luego no se molestaban en entregar la carta. Muy poca gente podía permitirse el lujo de contratar mensajeros. Elayne tenía en mente establecer un Correo Real si la situación lo permitía alguna vez. Norry se lamentaba del hecho de que sus últimas noticias de Ebou Dar y Amador habían quedado obsoletas por los acontecimientos ocurridos, que habían sido la comidilla de las calles durante semanas.

Tampoco todas esas noticias eran importantes. Los que le escribían no eran realmente informadores; simplemente comentaban las nuevas de su ciudad, lo que se hablaba en la corte. El tema de conversación en Tear era el incremento del número de barcos de los Marinos que entraban a través de los Dedos del Dragón sin la ayuda de los prácticos y que ahora abarrotaban el río y la ciudad, y el combate librado en el mar por los navíos de los Marinos contra los seanchan, aunque eso último era un simple rumor. Illian estaba tranquila, y llena de soldados de Rand que se recuperaban de una batalla contra los seanchan; no se sabía nada más, e incluso se ponía en duda que Rand hubiese estado en la ciudad. La reina de Saldaea seguía en su largo retiro en el campo, cosa que Elayne ya sabía, pero al parecer hacía meses que a la reina de Kandor tampoco se la había visto en Chachin, y el rey de Shienar supuestamente aún se encontraba realizando una extensa inspección por la Frontera de la Llaga, a

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