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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 42
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que llenaba de aceite una de las lámparas doradas, y sacudió la cabeza—. Por supuesto que hay espías. Sabía desde el principio que tenía que haberlos. Lo que tienes que hacer es llevar cuidado con lo que hablas, Elayne. No digas nada a nadie que no conozcas bien, a no ser que te dé lo mismo que todo el mundo esté enterado.

«Saber cuándo hablar y cuándo callar», pensó Elayne, fruncidos los labios. A veces hacer tal cosa era un verdadero castigo, con Nynaeve.

También la otra mujer tenía sus propias noticias que dar. Dieciocho de las Allegadas que las habían acompañado a Caemlyn ya no se encontraban en palacio. Sin embargo, no habían huido. Puesto que ninguna de ellas era lo bastante fuerte para Viajar, Nynaeve había tejido personalmente los accesos y las había enviado a Altara, Amadicia y Tarabon, en las tierras tomadas por los seanchan, donde intentarían encontrar a cualquier Allegada que no hubiese podido escapar y traerlas de vuelta a Caemlyn.

Habría sido un detalle por su parte si a Nynaeve se le hubiese ocurrido informarle de ello el día anterior, cuando se marcharon, o mejor aún cuando ella y Reanne decidieron enviarlas, pero Elayne tampoco mencionó eso.

—Es muy valeroso lo que hacen —dijo en cambio—. Evitar que las capturen no será fácil.

—Valeroso, sí —repitió Nynaeve, cuyo tono sonaba irritado. La mano subió de nuevo hasta la trenza—. Pero ésa es la razón de que las eligiéramos a ellas. Alise opinaba que eran las que con más probabilidad huirían si no les encargábamos alguna tarea. —Echó un vistazo hacia atrás a Lan, y bajó bruscamente la mano que subía hacia la coleta—. No entiendo cómo se propone hacerlo Egwene —suspiró—. Está muy bien eso de que a las Allegadas se las «asociará» de algún modo a la Torre, pero ¿cómo? La mayoría no posee fuerza suficiente para alcanzar el chal. Muchas ni siquiera pueden llegar a Aceptadas. Y desde luego no estarán dispuestas a pasarse el resto de su vida siendo novicias o Aceptadas.

En esta ocasión Elayne no dijo nada porque no sabía qué decir. La promesa debía cumplirse; ella en persona la había hecho. En nombre de Egwene, cierto, y por orden de Egwene, pero ella había pronunciado la frase, y no faltaría a su palabra. Sólo que no sabía cómo cumplirla a menos que Egwene se sacase de la manga algo realmente fabuloso.

Reanne Corly se encontraba exactamente donde Elayne había dado por hecho que estaría, en un pequeño cuarto con dos estrechas ventanas que se asomaban a un patio interior no muy grande, adornado con una fuente, aunque ésta estaba seca en esa época del año, y los cristales encajados en las ventanas hacían un tanto cargado el ambiente en la reducida estancia. El suelo era de sencillas baldosas oscuras, sin alfombra, y por todo mobiliario sólo había una mesa y tres sillas. Dos personas acompañaban a Reanne cuando Elayne entró. Alise Tenjile, con un sencillo vestido gris de cuello alto, alzó la vista desde el extremo opuesto de la mesa. Aparentemente en la madurez, era una mujer de aspecto agradable, corriente, que resultaba realmente excepcional cuando se la llegaba a conocer aunque podía mostrarse muy desagradable cuando era necesario. Una única ojeada y después volvió a poner su atención en lo que ocurría en la mesa. Ni Aes Sedai ni Guardianes ni herederas del trono impresionaban a Alise; ya no. La propia Reanne estaba sentada a un lado de la mesa; su cara marcada de arrugas y con más cabellos grises que oscuros, lucía un vestido verde más trabajado que el de Alise. Se la había despedido de la Torre después de fallar en la prueba para ascender a Aceptada, y al encontrarse con la oferta de una segunda oportunidad no había tardado en adoptar los colores de su Ajah preferido. Enfrente de ella se encontraba una mujer regordeta, vestida con sencillo paño marrón, en cuyo rostro se plasmaba un gesto de desafiante obstinación mientras que sus oscuros ojos estaban clavados en Reanne, evitando la correa plateada del a’dam que yacía como una serpiente sobre la mesa, entre ellas. Sus manos acariciaban el borde del tablero, sin embargo, y Reanne exhibía una sonrisa segura que acentuaba las finas arrugas en los rabillos de los ojos.

—No me digas que has conseguido hacer entrar en razón a una de ellas —comentó Nynaeve antes incluso de que Lan hubiese cerrado la puerta tras ellos. Miró ceñuda a la mujer de marrón como si quisiera abofetearla, si no algo peor, y después sus ojos se desviaron hacia Alise.

A Elayne le parecía que Nynaeve se sentía algo intimidada por Alise; ésta, a pesar de no ser apenas fuerte en el Poder —nunca alcanzaría el chal—, sabía cómo ponerse al mando cuando quería y hacía que todos los que estaban a su alrededor lo aceptasen así. Incluidas Aes Sedai. Elayne pensó que ella también se sentía un tanto intimidada por Alise.

—Siguen negando que pueden encauzar —rezongó Alise, cruzándose de brazos y mirando con dureza a la mujer sentada enfrente de Reanne—. Realmente no pueden, pero siento… algo. No exactamente la chispa de una mujer con el don innato, pero casi. Es como si estuviese a punto de ser capaz de encauzar, a punto de dar el paso. Nunca había percibido nada igual. Al menos ya no tratan de atacarnos con los puños. ¡Creo que las puse derechas respecto a eso!

La mujer de marrón le lanzó una fugaz y huraña ojeada, pero apartó la vista ante la firme mirada de Alise y su boca se torció con una mueca enfermiza. Cuando Alise ponía derecho a alguien, lo ponía derecho de verdad. Las manos de la mujer seguían deslizándose por el borde del tablero. Elayne creía que ni siquiera era consciente de estar haciéndolo.

—También siguen negando que ven los flujos, pero están intentando convencerse a sí mismas —abundó Reanne con su voz musical, de timbre agudo. Continuó sosteniendo la mirada obstinada de la otra mujer con una sonrisa. Cualquier hermana habría envidiado la serenidad y el aplomo de Reanne. Había sido la Decana del Círculo de Punto, la más alta autoridad entre las Allegadas. De acuerdo con su Regla, el Círculo existía sólo en Ebou Dar, pero seguía siendo la mayor de las que se encontraban en Caemlyn, cien años mayor que cualquier Aes Sedai de la que se tuviese memoria, e igualaba a cualquier hermana con su aire de sosegado mando—. Afirman que las engañamos con el Poder, que lo utilizamos para hacerles creer que el a’dam puede retenerlas. Antes o después, se les acabarán las mentiras. —Tiró del a’dam hacia así y abrió el broche del collar con un movimiento diestro—. ¿Lo intentamos, Marli?

La mujer de marrón, Marli, siguió evitando mirar el objeto de metal plateado que Reanne sostenía en las manos, pero rebulló y sus dedos se agitaron sobre el borde de la mesa.

Elayne suspiró. Menudo regalo le había enviado Rand. ¡Regalo! Veintinueve sul’dam seanchan perfectamente dominadas por un a’dam, y cinco damane —detestaba ese término, que significaba Atadas con Correa o simplemente Atadas, pero eso es lo que eran—, cinco damane a las que no se les podía quitar el collar porque tratarían de liberar a las mujeres seanchan que las habían tenido sometidas. Unos leopardos atados con cuerda habrían sido mejor regalo. Al menos los leopardos no podían encauzar. Se las había puesto al cuidado de las Allegadas porque nadie más disponía de tiempo.

Con todo, Elayne había comprendido al punto qué había que hacer con las sul’dam: convencerlas de que podían aprender a encauzar, y después mandarlas de vuelta con los seanchan. Aparte de Nynaeve, sólo Egwene, Aviendha y unas pocas Allegadas estaban al tanto de su plan. Nynaeve y Egwene albergaban dudas sobre él; pero, por mucho que las sul’dam intentasen ocultar lo que eran una vez que hubiesen regresado, al final alguna cometería un desliz. Y eso sin contar con que informasen de todo de inmediato. Los seanchan eran gentes peculiares; incluso las damane seanchan creían firmemente que cualquier mujer con capacidad de encauzar debía ser atada con correa por el bien de todos los demás. Las sul’dam, con su habilidad de controlar a las mujeres que llevaban el a’dam, eran muy respetadas entre los seanchan. El descubrimiento de que las propias sul’dam podían encauzar sería un golpe que haría temblar los propios cimientos de su sociedad, puede que incluso resultase demoledor. Al principio había parecido un plan tan sencillo…

—Reanne, me dijeron que tenías buenas noticias —dijo—. Si no es que las sul’dam han empezado a desmoronarse, entonces ¿de qué se trata?

Alise miró ceñuda a Lan, que montaba guardia junto a la puerta, en silencio; a la mujer no le hacía gracias que él conociese sus planes; pero no dijo nada.

—Un momento, por favor —murmuró Reanne. No era realmente una petición. En verdad, Nynaeve había hecho un buen trabajo; más bien se había excedido en su intento de que las Allegadas cobraran confianza en sí mismas—. Ella no tiene por qué enterarse.

El brillo del Saidar la envolvió de repente. Movió los dedos al tiempo que encauzaba, como si guiase los flujos de Aire que retenían a Marli en la silla; después los ató y unió las manos en forma de cuenco, como si moldeara la salvaguardia contra oídos indiscretos que acababa de tejer alrededor de la mujer. Los gestos no eran parte del encauzamiento, naturalmente, pero sí necesarios para ella, ya que había aprendido los tejidos de ese modo. Los labios de la sul’dam se crisparon ligeramente en un gesto de asco. El Poder Único no la asustaba en absoluto.

—Tranquila, tómate el tiempo que necesites. No hay prisa —comentó Nynaeve con acritud, puesta en jarras. Era obvio que Reanne no la intimidaba como le ocurría con Alise.

Claro que tampoco Nynaeve intimidaba ya a Reanne. Ésta no se apresuró, sino que examinó el trabajo que había hecho y después asintió con aire satisfecho antes de ponerse de pie. Las Allegadas habían intentado siempre encauzar lo menos posible, y ahora la mujer disfrutaba enormemente de la libertad de utilizar el Saidar tantas veces como quisiera, además de ser una satisfacción para ella realizar bien los tejidos.

—La buena noticia —dijo mientras se alisaba los pliegues de la falda— es que tres de las damane parecen dispuestas a desprenderse de sus collares. Quizá.

Elayne enarcó las cejas e intercambió una mirada de sorpresa con Nynaeve. De las cinco damane que Taim les había llevado, una había sido capturada por los seanchan en Punta de Toman, y otra en Tanchico. Las demás eran seanchan.

—Dos de las seanchan, Marille y Jillari, todavía insisten en que merecen estar atadas, que es necesario que estén atadas. —Los labios de Reanne se apretaron con desagrado, pero su pausa sólo duró un instante—. Parecen realmente espantadas ante la idea de su libertad. Alivia ha dejado de sentirse así. Ahora dice que era solamente porque tenía miedo de que la capturaran de nuevo. Afirma que odia a todas las sul’dam, y desde luego lo demuestra contundentemente, enseñándoles los dientes y maldiciéndolas, pero… —Sacudió la cabeza lentamente, con gesto dudoso—. Le pusieron el collar cuando tenía trece o catorce años, Elayne, no lo sabe con certeza, y ha sido damane durante ¡cuatrocientos años! Y aparte de eso, es… Es… En fin, que Alivia es considerablemente más fuerte que Nynaeve —soltó de un tirón. Las Allegadas hablarían sin ambages sobre la edad, pero en cuanto al tema de la fuerza en

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