no comprendía las tensiones tan peculiares que existían entre esas mujeres y las Aes Sedai. Tampoco comprendía lo de las mujeres que habían traído los Asha’man, prisioneras en realidad aunque no estuviesen confinadas en celdas, pero sí recluidas y sin que jamás se les permitiese hablar con nadie salvo las mujeres que las escoltaban por los pasillos. La primera doncella sabía cuándo no debía hacer preguntas, pero no le gustaba no entender lo que estaba pasando en palacio. Su voz no cambió un ápice—. Dice que tiene buenas noticias para vos. En cierto modo —añadió—. No pidió audiencia, sin embargo.
Aunque las noticias sólo fuesen buenas en cierto sentido, era mejor que ponerse a repasar cuentas, y albergaba esperanzas respecto a lo que trataban esas noticias. Dejó de nuevo la carpeta en las manos de la primera doncella.
—Dejad esto sobre mi escritorio, por favor —dijo—. Y decidle a maese Norry que lo veré dentro de un rato.
Echó a andar en la dirección por la que habían aparecido las Allegadas con su prisionera, y a buen paso a pesar de la falda, ya que, fueran mejores o peores las noticias, tenía que recibir a Norry y a los mercaderes, por no mencionar el repaso de las cuentas y su firma. Gobernar significaba semanas interminables de trabajo pesado y aburrido, y horas contadas de hacer lo que se quería. Muy, muy contadas. Percibía a Birgitte en el fondo de su mente, un prieto nudo de absoluta irritación y frustración. Sin duda, estaba metida hasta las cejas con aquel montón de papeles. Bueno, en su caso, el único rato relajado que tendría en todo el día sería cambiarse la ropa de montar y tomar un almuerzo rápido. Así que caminó muy deprisa, tan absorta en sus pensamientos que apenas si veía lo que tenía delante. ¿Qué sería lo que Norry consideraba urgente? Seguramente nada que ver con la reparación de las calles. ¿Cuántos espías habría? Las probabilidades de que la señora Harfor los descubriese a todos eran escasas.
Al girar en una esquina, sólo la repentina percepción de otra mujer capaz de encauzar evitó que chocara con Vandene, la cual venía en dirección contraria. Recularon ambas con sobresalto. Aparentemente, la Verde también iba absorta en sus cavilaciones. Las dos mujeres que la acompañaban hicieron que Elayne enarcase las cejas.
Kirstian y Zarya vestían de blanco y se mantenían un paso por detrás de Vandene, con las manos enlazadas a la altura de la cintura, en actitud sumisa. Se habían peinado con el cabello atado atrás y no lucían joyas. A las novicias se las disuadía enérgicamente de llevar tales adornos. Habían sido Allegadas —de hecho, Kirstian había formado parte del Círculo— pero eran huidas de la Torre, y estaba prescrito, determinado por la ley de la Torre, el trato que debía dárseles aunque hiciese mucho tiempo que habían escapado. A aquellas que eran traídas de vuelta se les exigía ser absolutamente perfectas en todo lo que hacían, el vivo modelo de una iniciada ansiosa por alcanzar el chal, y pequeños deslices que podrían pasarse por alto a otras, en ellas eran castigados de manera inmediata y firme. Además, les aguardaba un castigo mucho más duro cuando llegasen a la Torre: ser azotadas con la vara en público; e incluso entonces estarían sujetas a continuar por ese camino recto y doloroso durante al menos un año. A una mujer huida que era devuelta a la Torre se le hacía entender sin ningún género de dudas que nunca jamás desearía escapar de nuevo. Jamás! Las mujeres entrenadas sólo a medias eran demasiado peligrosas para dejarlas libres.
Elayne había intentado ser indulgente las contadas veces que había estado con ellas —las Allegadas no eran realmente mujeres entrenadas a medias; tenían tanta experiencia con el Poder Único como cualquier Aes Sedai, aunque no su aprendizaje—, lo había intentado, con el resultado de descubrir que la mayoría de las otras Allegadas lo desaprobaba. Al dárseles otra oportunidad de convertirse en Aes Sedai —al menos las que podían— abrazaban todas las leyes y costumbres de la Torre con un fervor increíble. La sorpresa de Elayne no se debía a la sometida ansiedad que se reflejaba en los ojos de las dos mujeres ni al modo en que parecían irradiar una promesa de buen comportamiento —querían tener esa oportunidad tan intensamente como cualquiera—, sino al hecho de que estuviesen con Vandene. Hasta ahora, ésta había hecho caso omiso de las dos.
—Te buscaba, Elayne —dijo Vandene sin preámbulos. Su blanco cabello, recogido en un moño bajo con una cinta de color verde oscuro, le otorgaba un aire de mujer de edad a despecho de sus tersas mejillas. El asesinato de su hermana había añadido una expresión de severidad que le daba el aspecto de un juez implacable. Había sido delgada, pero ahora estaba en los huesos y tenía las mejillas hundidas—. Estas pequeñas… —Se interrumpió, y una débil mueca le atirantó los labios.
Era la forma apropiada de referirse a las novicias; el peor momento para una mujer cuando iba a la Torre no era cuando descubría que no se la consideraría una adulta hasta que se ganase el chal, sino cuando se daba cuenta de que mientras llevase el blanco de novicia era realmente una niña, una pequeña que podría hacerse daño o hacérselo a otras por ignorancia o por cometer algún error garrafal. Sí, era la forma apropiada, pero incluso a Vandene debía parecerle chocante. La mayoría de las novicias llegaban a la Torre a los quince o los dieciséis años y, hasta hacía poco tiempo, no se las admitía si tenían más de los dieciocho, a excepción de unas pocas que se las habían arreglado para salir airosas con una mentira. A diferencia de las Aes Sedai, las Allegadas utilizaban la edad para marcar la jerarquía, y Zarya —que se había hecho llamar Garenia Rosoinde, aunque Zarya Alkaese era el nombre inscrito en el libro de novicias, y a ese nombre era al que ahora respondía— con su firme nariz y ancha boca, tenía más de noventa años, si bien por su aspecto se habría dicho que había entrado en la edad adulta no hacía mucho. Ninguna de las dos mujeres poseía aspecto intemporal a pesar de llevar tantos años utilizando el Poder, y la bonita Kirstian, con sus negros ojos, parecía algo mayor, alrededor de los treinta, cuando en realidad tenía más de trescientos. Era mayor incluso que Vandene, de eso no le cabía duda a Elayne. Kirstian había huido de la Torre hacía tanto tiempo que no le había parecido arriesgado utilizar de nuevo su verdadero nombre, o parte de él. No encajaban en absoluto en el patrón habitual de una novicia.
—Las «pequeñas» —continuó Vandene con mayor firmeza mientras un profundo ceño se marcaba en su frente— han estado dándoles vueltas a los acontecimientos de Puente Harlon. —Allí era donde su hermana había sido asesinada. Y también Ispan Shefar; pero, en lo que a Vandene concernía, la muerte de una hermana Negra era equiparable a la muerte de un perro rabioso—. Por desgracia, en lugar de guardar silencio sobre sus conclusiones, acudieron a mí. Al menos no le han dado a la lengua donde cualquiera pudiese oírlas.
Elayne frunció ligeramente el entrecejo. A estas alturas todo el mundo en palacio estaba enterado de esos asesinatos.
—No lo entiendo —dijo despacio. Y con cuidado. No quería darle pistas a la pareja de que habían sacado a la luz realmente secretos concienzudamente guardados—. ¿Han resuelto que fueron Amigos Siniestros en lugar de ladrones? —Ésa era la explicación que habían dado: dos mujeres en una choza aislada, asesinadas para robar sus joyas. Sólo Vandene, Nynaeve, Lan y ella sabían la verdad de lo ocurrido. Hasta ahora, al parecer. Debían de haber llegado a esa conclusión, o Vandene las habría despedido con cajas destempladas.
—Peor. —Vandene miró en derredor y después se desplazó unos pasos hacia el centro del cruce de los pasillos, obligando a Elayne a seguirla. Desde aquel punto podían ver a cualquiera que se acercara desde cualquiera de los corredores. Las novicias mantuvieron atentamente sus posiciones en relación con la Verde. Quizá ya se habían llevado un rapapolvo. Había muchos sirvientes a la vista, pero ninguno se dirigía hacia ellas ni se encontraba lo bastante cerca para oír lo que hablaban. De todos modos, Vandene bajó el tono de voz, aunque ello no fue óbice para que su desagrado resultara patente—. Su razonamiento las ha llevado a la conclusión de que la asesina tiene que ser Merilille, Sareitha o Careane. Un razonamiento bien desarrollado por su parte, tengo que admitir, pero para empezar no tendrían que haber pensado en eso. Tendrían que haber estado volcadas en sus lecciones con tanto interés como para no tener tiempo para nada más.
A despecho del ceño que dirigió a Kirstian y a Zarya, las dos novicias sonrieron encantadas. Había habido un cumplido soterrado en la regañina, y Vandene era parca en alabanzas. Elayne no comentó que las dos podrían haber estado un poco más ocupadas si Vandene se hubiese avenido a tomar parte en sus lecciones. La propia Elayne y Nynaeve tenían demasiadas obligaciones, y, puesto que las hermanas se habían sumado a las lecciones diarias impartidas a las Detectoras de Vientos —mejor dicho, todas menos Nynaeve—, ninguna tenía energías para dedicarles mucho tiempo a las dos novicias. ¡Enseñar a las Atha’an Miere era como ser pasada por el rodillo escurridor de la lavandería! Esas mujeres tenían poco respeto a las Aes Sedai, e incluso menos por el rango de cualquiera entre los «confinados en tierra».
—Al menos no hablaron con nadie más —murmuró. Un punto a favor, aunque pequeño.
Cuando habían encontrado a Adeleas y a Ispan resultó obvio que su asesina tenía que haber sido una Aes Sedai. Las había inmovilizado con los efectos paralizantes del espino carminita antes de matarlas, y era de todo punto imposible que las Detectoras de Vientos conociesen una hierba que sólo se encontraba muy tierra adentro. E incluso Vandene estaba segura de que entre las Allegadas no había Amigas Siniestras. La propia Ispan había huido siendo novicia, e incluso llegó a Ebou Dar, pero la habían atrapado antes de que las Allegadas se descubrieran ante ella, revelándole que eran algo más que unas cuantas mujeres expulsadas por la Torre que habían decidido ayudarla siguiendo un impulso. Sometida a interrogatorio por Vandene y Adeleas, había revelado muchas cosas. De algún modo se había resistido a hablar sobre el Ajah Negro, excepto la confesión de viejos complots llevados a cabo hacía mucho, pero se mostró ansiosa de contar todo lo demás una vez que Vandene y su hermana acabaron de ponerla en su sitio con los castigos que utilizaron. No se habían andado con miramientos y habían sondeado hasta lo más hondo a la Negra, pero Ispan sólo sabía sobre las Allegadas lo que cualquier otra hermana. Si hubiese habido Amigas Siniestras entre ellas, el Ajah Negro lo habría sabido. De manera que, por mucho que desearan que fuera de otra forma, se llegaba a la conclusión de que la asesina era una de las tres mujeres que todas habían llegado a apreciar. Una hermana Negra entre ellas. O más de una. Todas se habían esforzado desesperadamente para guardar aquello en secreto. La noticia haría cundir el pánico por todo el palacio, puede que por toda la ciudad. Luz, ¿quién más habría estado reflexionando sobre lo ocurrido en Puente Harlon? Y, en tal caso, ¿tendría