Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 4
Prev
Next

las dos que habían sobrevivido probablemente desearon no haberlo hecho.

Elayne reprimió un suspiro. En una de las mesitas auxiliares taraceadas, colocadas a lo largo de las paredes, había una pesada bandeja de plata labrada en la que habían dispuesto unas copas y una jarra de vino caliente con especias. Vino templado, a estas alturas. Encauzó brevemente Fuego, y un fino hilillo de vapor se alzó de la jarra. Recalentar el vino daba a las especias un sabor ligeramente amargo, pero valía la pena con tal de sentir en las manos el calor de la copa de plata. Sólo merced a un gran esfuerzo resistió la tentación de caldear el aire de la sala con el Poder, y soltó la Fuente; en cualquier caso, la temperatura no habría durado mucho a menos que mantuviese los tejidos. Había superado su renuencia a interrumpir el contacto con el Poder cada vez que utilizaba el Saidar —bueno, hasta cierto punto—, pero últimamente el deseo de absorber más se volvía más intenso cada vez. Todas las hermanas tenían que enfrentarse a ese peligroso deseo. Con un gesto invitó a las otras a servirse la bebida en sus propias copas.

—Conocéis bien la situación —les dijo—. Sólo un necio no la consideraría apurada, y ninguna de vosotras es necia. —La Guardia Real era un mero vestigio de su pasada gloria, reducida a un puñado de hombres aceptables y el doble de camorristas y matones, más apropiados para echar de las tabernas a los borrachos o para que los echaran a ellos. Y, con la marcha de los saldaeninos y los Aiel, los actos delictivos estaban cundiendo con la pujanza de la hierba en primavera. Cualquiera habría imaginado que el frío y la nieve habrían sofocado su desarrollo, pero cada día traía nuevos robos, incendios provocados y cosas peores. La situación iba empeorando de día en día—. A este paso, tendremos disturbios en cuestión de semanas. Tal vez antes. Si soy incapaz de mantener el orden en la propia Caemlyn, la gente se volverá contra mí. —Si no podía mantener el orden en la capital, sería tanto como anunciar que no estaba capacitada para gobernar—. No me gusta recurrir a ellos, pero hay que hacerlo, y se hará. —Las otras dos mujeres abrieron la boca para seguir discutiendo, pero Elayne no les dio la oportunidad—. Y se hará —repitió, con firmeza en la voz.

La larga trenza de Birgitte se meció cuando la mujer sacudió la cabeza, mas a través del vínculo se transmitió una aceptación a regañadientes. Tenía un extraño concepto de la relación de ambas como Aes Sedai y Guardián, pero había aprendido a reconocer cuando Elayne no admitiría que la presionara. Lo había aprendido a su manera, claro. Estaba lo del predio y lo del título. Y lo de dirigir la Guardia Real. Y otros cuantos asuntillos.

Dyelin inclinó ligerísimamente la cabeza, y quizá dobló un tanto las rodillas; podría haberse interpretado como una reverencia, pero su expresión era pétrea. No estaba de más recordar que muchos de los que no querían a Elayne Trakand en el Trono del Sol sí querían en él a Dyelin Taravin. La mujer le había prestado todo su apoyo hasta ese momento, pero había pasado muy poco tiempo, se encontraban en los primeros compases de la lucha por el trono, y una vocecilla insistente no dejaba de susurrar en la mente de Elayne. ¿Estaría Dyelin esperando simplemente a que lo hiciera rematadamente mal antes de intervenir para «salvar» Andor? Alguien lo bastante prudente, lo bastante taimado, podría seguir esa táctica y quizás incluso tener éxito.

Elayne alzó la mano para frotarse la sien, pero rectificó e hizo como si se arreglase el cabello. Cuánto recelo, qué poca confianza. El Juego de las Casas había infectado Andor desde que ella lo había abandonado para ir a Tar Valon. Agradecía los meses que había pasado entre Aes Sedai por más razones que la de aprender a manejar el Poder. Para la mayoría de las hermanas el Da’es Daemar era un elemento tan esencial en sus vidas como respirar y comer. También agradecía las enseñanzas de Thom. Sin lo uno y lo otro seguramente no habría sobrevivido tanto tiempo tras su regreso. Quisiera la Luz que Thom estuviese a salvo, que él, Mat y los otros hubiesen escapado de los seanchan y se encontraran de camino a Caemlyn. Desde que se había marchado de Ebou Dar había rezado a diario para que fuese así, pero esa breve oración era para lo único que tenía tiempo actualmente.

Tomó asiento en el centro del arco, en el sillón de la reina, e intentó parecerlo, recta la espalda, la mano libre apoyada levemente en el brazo del sillón. «Parecer una reina no es suficiente —le había dicho a menudo su madre—, pero una mente lúcida, un conocimiento sólido de los asuntos y un corazón valeroso no dejarán de dar fruto si la gente no te ve como reina.» Birgitte la observaba con intensidad, casi con recelo. ¡A veces el vínculo era en verdad un inconveniente! Dyelin se llevó la copa de vino a los labios.

Elayne respiró profundamente. Había enfocado este asunto desde todas las perspectivas que conocía, y no veía otro modo de abordarlo.

—Birgitte, para la primavera quiero que la Guardia Real sea un ejército que iguale a los que puedan reunir diez casas juntas, sean cuales sean, en un campo de batalla. —Seguramente no podría conseguirse, mas el simple hecho de intentarlo significaba conservar a los mercenarios que firmasen ahora y buscar más, incorporar a cualquier hombre que mostrase la más mínima inclinación. ¡Luz, qué enredo tan horroroso!

Dyelin se atragantó y los ojos se le desorbitaron; una rociada del oscuro vino salió de entre sus labios. Todavía tosiendo, sacó un pañuelo de puntillas de la manga y se enjugó la barbilla.

Una oleada de pánico surgió impetuosa a través del vínculo.

—¡Oh, así me abrase, Elayne, no dirás en serio que…! —exclamó Birgitte—. ¡Soy arquera, no un general! Es lo único que he sido siempre, ¿no lo entiendes? ¡Sólo hice lo que tenía que hacer, obligada por las circunstancias! De todos modos, ya no soy ella. ¡Sólo soy yo, y…! —No acabó la frase al comprender que había dicho más de la cuenta. Y no era la primera vez. Su rostro enrojeció, y Dyelin la miró con curiosidad.

Habían hecho correr la voz de que Birgitte era de Kandor, donde las mujeres llevaban ropas parecidas a las suyas, pero aun así saltaba a la vista que Dyelin sospechaba que era mentira. Y cada vez que Birgitte tenía un lapsus, más cerca estaba de revelar su secreto. Elayne le asestó una mirada que prometía un rapapolvo cuando estuviesen solas.

Nunca habría imaginado que Birgitte pudiera ponerse más colorada, pero se equivocaba. La vergüenza ahogó todas las otras sensaciones que le llegaban a través del vínculo, y fluyó hacia Elayne hasta que ésta sintió enrojecer su propia cara. Rápidamente adoptó una expresión severa, confiando en que su sonrojo se achacara a cualquier otra cosa excepto a un intenso deseo de que se la tragara la tierra por la humillación de Birgitte. ¡La reacción refleja del vínculo podía ser más que un simple inconveniente!

Dyelin no distrajo su atención en Birgitte más que un momento. Volvió a guardar el pañuelo en su sitio, dejó la copa en la bandeja con cuidado y se puso en jarras. Ahora su expresión era tormentosa.

—La Guardia Real ha sido siempre el núcleo del ejército de Andor, Elayne, pero esto… ¡Por la Luz bendita, es una locura! ¡Podría dar lugar a que todo el mundo se volviera contra ti, desde el río Erinin hasta las Montañas de la Niebla!

Elayne se concentró en la calma. Si se equivocaba, Andor se convertiría en otro Cairhien, otro país inmerso en un baño de sangre y sumido en el caos. Y ella moriría, desde luego, un precio que no bastaría para resarcir el daño causado. Sin embargo, no intentarlo quedaba descartado y, en cualquier caso, las consecuencias para Andor serían las mismas que con el fracaso. Calma, serenidad fría, imperturbable, férrea. Una reina no podía exteriorizar miedo, aun cuando estuviera asustada. Especialmente si lo estaba. Su madre había dicho siempre que había que evitar explicar las decisiones todo lo posible; cuanto más explicaciones se daban, más y más eran necesarias, hasta que llegaba el momento en que no había tiempo para nada más. Por su parte, Gareth Bryne era de la opinión de que uno debía explicarse si era posible, que la gente lo hacía mejor si sabía el porqué además del qué. Hoy seguiría el consejo de Gareth Bryne. Eran muchas las victorias conseguidas por seguir su parecer.

—Tengo tres rivales declarados. —Y quizás otro sin declarar. Se obligó a buscar los ojos de Dyelin. No con ira; sólo las miradas encontrándose. O quizá Dyelin la tomase como iracunda a causa de las mandíbulas prietas y la rojez de las mejillas. Pues que así fuera—. Por sí misma, Arymilla es insignificante, pero Masin ha unido la casa Caeren a la suya, y, tanto si es sensato como si no, su apoyo significa que hay que tenerla en cuenta. Naean y Elenia están encarcelados; sus mesnaderos no. La gente de Naean podría titubear y discutir hasta que encuentre un líder, pero Jarid es Cabeza Insigne de Sarand, y se arriesgará para sustentar las ambiciones de su esposa. La casa Baryn y la casa Anshar coquetean con ambos; lo mejor que puedo esperar es que una se decante por Sarand y la otra por Arawn. Diecinueve casas andoreñas son lo bastante fuertes para que las menores sigan sus directrices. Seis están en mi contra, y dos a mi favor. —Seis hasta el momento, ¡y quisiera la Luz que pudiese contar con dos! No iba a mencionar las tres grandes casas que se habían declarado a favor de Dyelin; al menos Egwene las tenía inmovilizadas en Murandy por ahora.

Señaló un sillón junto al que ocupaba, y Dyelin tomó asiento en él y se arregló cuidadosamente los pliegues de la falda. Las nubes tormentosas habían desaparecido en el rostro de la mujer. Estudió a Elayne sin dar el menor indicio sobre sus preguntas ni sus conclusiones.

—Sé todo eso tan bien como tú, Elayne, pero Luan y Ellorien unirán sus casas contigo, así como Abelle, estoy segura. —También puso cuidado en que su tono fuera comedido, pero fue adquiriendo vehemencia a medida que hablaba—. Entonces, otras casas entrarán también en razón. Siempre y cuando no las asustes y las hagas cambiar de idea. Luz, Elayne, ésta no es otra Sucesión. Una Trakand sucede a otra Trakand, no a otra casa. ¡Ni siquiera una Sucesión ha llegado alguna vez a una guerra abierta! Convierte la Guardia Real en un ejército, y lo arriesgarás todo.

Elayne echó la cabeza hacia atrás, pero su risa no era una manifestación de alborozo, sino que encajaba perfectamente con el retumbo del trueno.

—Lo arriesgué todo el día que regresé, Dyelin. Dices que Norwelyn y Traemane se unirán a mí, y quizá Pendar. Estupendo. Entonces tengo cinco para enfrentarme a seis. No creo que otras casas «entren en razón», según tus palabras. Si cualquiera de ellas da el paso antes de que esté tan claro como el agua que la Corona de la Rosa es mía, entonces lo hará en mi contra, no a mi favor.

Con suerte, esos lores y ladys esquivarían asociarse con los compinches de Gaebril, pero no le gustaba depender de la suerte. Ella no

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

El ojo del mundo
El ojo del mundo
August 3, 2020
Conan el defensor
Conan el defensor
August 3, 2020
El Despertar de los Heroes
El Despertar de los Heroes
August 3, 2020
Conan el invencible
Conan el invencible
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.