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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 39
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que me has ensillado con un título? ¿Pensabas que así me dominarías con las riendas? Tampoco sería la primera idea estúpida que concibe esa cabeza tuya. Para ser alguien que discurre con tanta claridad la mayoría del tiempo… En fin. Tengo un escritorio enterrado bajo puñeteros informes que he de tragarme, si es que espero conseguir que alguna vez llegues a tener siquiera la mitad de los guardias que quieres, pero mantendremos una larga charla al respecto esta noche. Milady —añadió con demasiado firmeza. Su reverencia casi fue una parodia burlona. Se alejó, y fue un milagro que su larga y rubia trenza no estuviese erizada como la cola de un gato furioso.

Elayne pateó el suelo con frustración. El título de Birgitte era una recompensa bien merecida, ganada de sobra desde que la había vinculado. Y mil veces merecida antes de eso. Vale, había pensado en lo otro, pero no hasta después de concederle el título. Tanto en su condición de noble comprometida por un juramento como en su condición de Guardián, Birgitte obedecía únicamente las órdenes que le parecían bien. Sí lo hacía, por supuesto, cuando era algo importante —cuando ella pensaba que era importante—, pero en cuanto a todo lo demás, sobre todo en lo que llamaba riesgos innecesarios o comportamiento impropio, sólo seguía su criterio. ¡Como si Birgitte Arco de Plata pudiese dar charlas a nadie sobre correr riesgos! ¡Y en lo referente a un comportamiento apropiado, ella se iba de juerga a las tabernas! ¡Bebía y jugaba y se comía con los ojos a los hombres guapos! Porque le gustaba mirar a los que eran atractivos, aunque prefiriese a los que parecían que les hubiesen machacado la cara a golpes. Elayne no quería cambiarla —la admiraba, la apreciaba, la tenía por amiga—, pero ojalá enfocase su relación más como la de un Guardián con su Aes Sedai, y menos como la de una hermana mayor y baqueteada con una alocada e infantil hermana menor.

De repente cayó en la cuenta de que se había quedado parada, mirando ceñuda al vacío. Los sirvientes vacilaban al pasar a su lado y agachaban la cabeza como si temieran que la iracunda mirada estuviese dirigida a ellos. Relajó el gesto y llamó con un ademán a un muchacho larguirucho y con la cara llena de acné que venía pasillo adelante. El chico hizo una torpe reverencia, tan pronunciada que perdió el equilibrio y por poco no se fue de bruces al suelo.

—Busca a la señora Harfor y dile que se reúna inmediatamente conmigo en mis aposentos —le ordenó, y luego añadió con una voz no exenta de amabilidad—: Y convendría que recordaras que quizás a tus superiores no les agradaría encontrarte contemplando embobado el palacio cuando deberías estar trabajando.

El chico se quedó boquiabierto, como si le hubiese leído el pensamiento. Quizá creía que lo había hecho, porque sus desorbitados ojos bajaron hasta el anillo de la Gran Serpiente. Luego soltó un ruido ahogado e hizo otra reverencia aún más pronunciada que la anterior antes de salir corriendo a más no poder.

Elayne sonrió a despecho de sí misma. Había sido un tiro a ciegas, pero el muchacho era demasiado joven para trabajar como espía de nadie, y demasiado nervioso para estar metido en algo en lo que no debería. Por otro lado… Su sonrisa se borró. Por otro lado, no era mucho más joven que ella.

8. Atha’an Miere y Allegadas

Elayne no se sorprendió al encontrarse con la primera doncella en el pasillo, antes de llegar a sus aposentos. La señora Harfor hizo una reverencia y luego caminó a su lado; llevaba una carpeta de cuero debajo de un brazo. Sin duda se había levantado tan temprano como Elayne, si no antes, pero la gonela escarlata daba la impresión de estar recién planchada, y el emblema de León Blanco de la pechera, tan limpio y blanco como nieve recién caída. Los sirvientes se movían con mayor prontitud y frotaban con más energía cuando la veían. Reene Harfor no era severa, pero dirigía el funcionamiento de palacio con una disciplina tan férrea como la impuesta antaño a la Guardia por Gareth Bryne.

—Me temo que todavía no he pillado a ningún espía, milady —dijo en respuesta a la pregunta de Elayne, en un tono destinado a ser oído únicamente por su señora—, pero creo que he descubierto un par de ellos. Una mujer y un hombre, ambos incorporados al servicio durante los últimos meses de reinado de vuestra madre. Abandonaron palacio tan pronto como se corrió la voz de que estaba interrogando a todo el mundo. Sin entretenerse en recoger sus pertenencias, ni siquiera una capa. Eso es tanto como admitir su culpabilidad, diría yo. A menos que tuviesen miedo de ser sorprendidos en alguna otra mala acción —añadió a regañadientes—. Ha habido casos de hurtos, me temo.

Elayne asintió pensativamente. Naean y Elenia habían pasado en palacio mucho tiempo durante los últimos meses del reinado de su madre. Una oportunidad más que suficiente para colocar espías a su servicio. No eran ellos los únicos que habían frecuentado el palacio, sino también otros que se habían opuesto a que Morgase Trakand ocupase el trono, que habían aceptado su amnistía una vez que lo ocupó y que luego la habían traicionado. Ella no cometería el mismo error que su madre. Oh, sí, tendría que haber amnistía en los casos en que fuese posible concederla —cualquier otra cosa sería plantar la semilla para una guerra civil—, pero planeaba mantener estrechamente vigilados a aquellos que se acogieran al perdón. Como un gato vigilando a una rata que afirmara haber perdido todo su interés en el trigo almacenado en los graneros.

—Eran espías, sin duda —dijo—. Y seguramente habrá más. No sólo al servicio de las casas. Las hermanas de El Cisne de Plata también podrían tener informadores en palacio.

—Seguiré indagando, milady —contestó Reene a la par que inclinaba levemente la cabeza.

Su tono era absolutamente respetuoso; ni siquiera enarcó una ceja, pero de nuevo Elayne se sintió como si intentara enseñar a su abuela a tejer. Con todo, deseó para sus adentros que Birgitte supiese mantener las formas como la señora Harfor.

—Habéis regresado muy pronto —continuó la primera doncella—. Me temo que tendréis una tarde muy ocupada. Para empezar, maese Norry desea hablar con vos. De un asunto urgente, según él. —Su boca se endureció un instante. Siempre exigía saber para qué quería la gente ver a Elayne, y así separar el grano de la paja y evitar que Elayne quedara enterrada bajo un montón de la segunda. Sin embargo, el jefe amanuense nunca veía necesario darle siquiera una pista del asunto que quería tratar, así como ella no le daba explicaciones tampoco. Ambos defendían con celo los límites de sus feudos. La mujer sacudió la cabeza, desestimando a Halwin Norry—. Después, una delegación de comerciantes de tabaco ha pedido audiencia con vos, así como otra de tejedores, las dos para solicitar la remisión de impuestos porque corren tiempos difíciles. Milady no necesita de mi consejo para responderles que corren tiempos difíciles para todos. Un grupo de mercaderes extranjeros también espera ser recibido. Es un grupo muy numeroso. Simplemente es para desearos lo mejor de un modo que no los comprometa, por supuesto. Quieren estar a buenas con vos sin ponerse a malas con los demás, pero os sugiero que acortéis la reunión todo lo posible. —Posó los gordezuelos dedos sobre la carpeta que llevaba debajo del brazo—. También las cuentas de palacio requieren que estampéis vuestra firma antes de presentárselas a maese Norry. Me temo que lo harán suspirar. No era de esperar en invierno, pero lo cierto es que casi toda la reserva de harina está plagada de gorgojos y polillas, y la mitad de los jamones curados se ha estropeado, al igual que casi todo el pescado ahumado. —Su voz sonó en todo momento muy respetuosa. Y muy firme.

«Yo gobierno Andor —le había dicho su madre en una ocasión, en privado—, pero a veces creo que Reene Harfor me gobierna a mí.» Morgase lo había comentado con gesto risueño, pero también como si lo dijese en serio. Pensándolo bien, la señora Harfor sería mucho peor que Birgitte como Guardián.

Elayne no tenía pizca de ganas de reunirse con Halwin Norry ni con los comerciantes y mercaderes. Deseaba sentarse tranquila en sus aposentos y pensar en lo de los espías, y en quién tenía a Naean y a Elenia, y cómo podía contraatacar. Sólo que… maese Norry había mantenido viva a Caemlyn desde la muerte de su madre. A decir verdad, por lo que había podido ver en los libros de cuentas, lo había venido haciendo desde que Morgase cayó en las garras de Rahvin, aunque Norry siempre se refería de un modo vago a esa época. Parecía ofendido por los acontecimientos de entonces, aunque de un modo muy evasivo. No podía quitárselo de encima, simplemente. Además, nunca había manifestado urgencia por nada. Y la buena voluntad de los mercaderes no era un asunto para tomárselo a la ligera, aunque fuesen extranjeros. También hacía falta firmar las cuentas. ¿Gorgojos y polillas? ¿Y jamones estropeados? Aquello era realmente extraño.

Habían llegado a las altas puertas con leones tallados de sus aposentos. Leones más pequeños que los de las puertas de las habitaciones utilizadas por su madre, también éstas más grandes que las que usaba ella, pero Elayne ni siquiera se había planteado instalarse en los aposentos de la reina. Eso sería tan presuntuoso como sentarse en el Trono del León antes de que se reconociese su derecho a la Corona de la Rosa.

Con un suspiro, tendió la mano hacia la carpeta.

Al fondo del pasillo vio a Solain Morgeillin y Keraille Surtovni, caminando tan deprisa como era posible sin dar la impresión de ir corriendo. Un brillo de plata se dejó entrever en el cuello de la mujer de gesto hosco que caminaba casi estrujada entre ellas, aunque las Allegadas le habían puesto un largo pañuelo verde alrededor para ocultar la cadena del a’dam. Eso sí que daría que hablar, y alguien acabaría viéndolo antes o después. Habría sido mejor no tener que trasladarlas ni a ella ni a las demás, pero no podía evitarse. Entre Allegadas y Detectoras de Vientos, las habitaciones en las dependencias de la servidumbre habían tenido que ocuparse para acoger al numeroso grupo de mujeres, incluso instalándolas a dos o tres en una cama, y hubo que utilizar el sótano de palacio como almacén, en lugar de mazmorras. ¿Cómo se las arreglaba Rand para hacer siempre mal las cosas? Que fuese varón no bastaba como excusa. Solain y Keraille desaparecieron en una esquina, con su prisionera.

—La señora Corly ha pedido veros esta mañana, milady. —La voz de Reene mantuvo un tono cuidadosamente neutral. También ella había estado observando a las Allegadas, y en su ancho rostro asomó un atisbo de ceño pensativo. Las mujeres de los Marinos eran extrañas, pero una Detectora de Vientos de un clan y su séquito podían tener cabida en su concepto del mundo, aun cuando no supiese exactamente qué era una Detectora de Vientos de un clan. Una forastera de alto rango, era una forastera de alto rango, y de los forasteros se esperaba que fuesen raros. Pero no podía entender por qué Elayne había dado cobijo a casi ciento cincuenta mercaderes y artesanas. Ni «Allegadas» ni «Círculo de Labores de Punto» habrían significado nada para ella si hubiese oído esos nombres, y

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