sonaban a su paso. Una reina no podía mostrarse asustada, sobre todo cuando lo estaba.
El Palacio Real era una exquisita confección de balconadas cinceladas en intrincados diseños y pasarelas con columnatas en la cima de la colina más alta de la Ciudad Interior, la más alta de Caemlyn. Sus esbeltas torres y doradas cúpulas se recortaban contra el cielo de mediodía, visibles a kilómetros de distancia, proclamando el poder de Andor. Las llegadas y salidas triunfales se realizaban por la fachada principal, en la plaza de la Reina, donde en el pasado ingentes multitudes se habían reunido para escuchar las proclamaciones de reinas y gritar sus vítores a las dirigentes de Andor. Elayne entró por la parte posterior; los cascos de Fogooso repicaron en los adoquines cuando entró en el patio del establo principal. Era un espacio amplio, flanqueado en dos lados por hileras de las altas puertas en arco de las cuadras; en lo alto se asomaba un único corredor de piedra blanca, sencillo y sólido. Algunas de las altas pasarelas con columnatas ofrecían una vista parcial desde allá arriba, pero aquél era un lugar de trabajo. Delante de la sencilla columnata que daba acceso al palacio en sí había una docena de soldados de la Guardia, firmes junto a sus caballos, preparados para relevar a los que estaban de servicio en la plaza, pasando la inspección de su lugarteniente, un tipo canoso que cojeaba al caminar y que había sido portaestandarte a las órdenes de Gareth Bryne. A lo largo de la muralla exterior otros treinta guardias subían a sus monturas, dispuestos a iniciar su turno de patrulla en parejas por la Ciudad Interior. Normalmente, tendría que haber habido guardias cuya principal misión fuese mantener el orden en las calles; pero, con un contingente tan reducido, los que se encargaban de proteger el palacio también tenían que ocuparse de eso. Careane Fransi también se encontraba allí; era una mujer fornida, vestida con un elegante traje de montar, en rayas verdes, y una capa verde azulada. Montaba un castrado gris, en tanto que uno de sus Guardianes, Venr Kosaan, subía a su zaino en ese momento. Atezado, con pinceladas grises tanto en la barba como en el cortísimo cabello, el hombre, delgado como la hoja de una espada, se cubría con una capa corriente de color marrón. Al parecer no querían ir pregonando por ahí quiénes eran.
La llegada de Elayne provocó una fugaz reacción de sorpresa en los establos. No en Careane ni en Kosaan, por supuesto. La hermana Verde se limitó a observarla pensativamente bajo la protectora capucha, y Kosaan ni siquiera hizo eso. Simplemente saludó a Birgitte y a Yarman con un leve gesto de la cabeza, de Guardián a Guardián. Sin prestarles más atención, salieron tan pronto como la última mujer de la escolta de Elayne hubo pasado por la puerta reforzada con bandas de hierro. No obstante, entre los que montaban a lo largo de la muralla hubo quienes hicieron una pausa, con el pie en el estribo, para mirarlas intensamente, y también hubo cabezas que se giraron hacia las recién llegadas entre los hombres que pasaban la inspección, en posición de firmes. No se esperaba que Elayne volviese hasta dentro de una hora al menos, y salvo aquellos pocos que nunca pensaban más allá de lo que sus manos hacían en ese momento, todos en palacio comprendieron que la situación era inestable. Los rumores se propagaban entre los soldados más deprisa que entre otros hombres, que ya era decir habida cuenta de la afición que tenían a cotorrear. Ésos tenían que saber que Birgitte había partido con prisa, y ahora regresaba con Elayne, antes de tiempo. ¿Marcharía otra casa contra Caemlyn? ¿Iba a atacar? ¿Les ordenarían apostarse en las murallas, que no podían cubrir del todo, aun contando con los hombres que Dyelin tenía en la ciudad? Hubo unos momentos de sorpresa y preocupación; entonces el curtido lugarteniente bramó una orden, y las cabezas volvieron prestas a mirar al frente mientras los brazos subían y se cruzaban sobre el tórax en un saludo. Sólo tres, aparte del antiguo portaestandarte, se habían inscrito recientemente en la lista de reclutamiento, pero entre los demás no había novatos.
Mozos de cuadra, con uniformes rojos y el León Blanco bordado en un hombro, salieron presurosos de los establos, aunque en realidad era poco lo que tenían que hacer. Las mujeres de la Guardia desmontaron en silencio obedeciendo la orden de Birgitte y empezaron a conducir sus caballos a través de las altas puertas de las cuadras. Ella misma bajó de un salto de la silla y echó las riendas a uno de los mozos, aunque no consiguió ser tan rápida como Yarman, que se acercó presuroso a sujetar la brida del castrado gris mientras Sareitha desmontaba. Era lo que algunas hermanas llamaban «captura reciente», ya que llevaba vinculado hacía menos de un año —la expresión databa de una época en la que a los Guardianes no siempre se les preguntaba si querían el vínculo— y se mostraba muy diligente con sus deberes. Birgitte se limitó a ponerse en jarras, ceñuda, observando aparentemente a los hombres que patrullarían la Ciudad Interior durante las próximas horas y que salían de los establos en columna de a dos. No obstante, a Elayne le habría sorprendido que aquellos hombres ocuparan la mente de Birgitte más que de pasada.
En cualquier caso, ella tenía sus propios problemas. Procurando que no se notase mucho, estudió a la nervuda mujer que asía la brida de Fogooso, y al tipo fornido que colocó junto al caballo un escabel forrado de cuero y sujetó el estribo para que desmontara. Él se mostraba imperturbable y deliberadamente adusto, mientras que ella estaba centrada en acariciar el hocico del animal a la par que le susurraba. Ninguno de los dos reparó especialmente en Elayne, aparte de dedicarle una respetuosa inclinación de cabeza; la cortesía venía a continuación de lo realmente importante: asegurarse de que no saliese despedida de la silla porque el caballo se asustara si quienes lo atendían empezaban a hacer reverencias bruscas. Tampoco importaba si ella necesitaba o no su ayuda para desmontar. Ya no se encontraba en el campo, y había que guardar las formas exigidas por la etiqueta. Aun así, procuró no fruncir el ceño. Desentendiéndose de ellos mientras se llevaban a Fogooso, no miró hacia atrás. A pesar de querer hacerlo.
El vestíbulo sin ventanas al que se accedía por la columnata parecía envuelto en la penumbra aunque había encendidas lámparas de pie, cuya estructura era simple hierro forjado, con adornos espirales. Todo era utilitario: las cornisas de yeso y sin adornos, las paredes de piedra, blancas y lisas. Se había corrido la voz de su llegada, y antes de que hubiesen recorrido más de unos pasos dentro del vestíbulo aparecieron una docena de hombres y mujeres, inclinándose y haciendo reverencias, para ocuparse de las capas y los guantes. Sus uniformes se distinguían del que vestía el personal del establo en que llevaban cuellos y puños blancos, y que el León de Andor iba bordado sobre la parte izquierda de la pechera, en lugar de estar en el hombro. Elayne no conocía a ninguno de los que prestaban servicio ese día. La mayoría de la servidumbre de palacio era gente nueva, y otros, ya jubilados, habían regresado para sustituir a los que habían huido asustados cuando Rand tomó la ciudad. Entre ellos había un tipo calvo, de cara campechana, que eludió los ojos sin atreverse a mirarla directamente, como si temiese parecer descarado, y una mujer joven, que puso un poquito de excesivo entusiasmo en su reverencia y en la sonrisa, aunque quizá simplemente deseaba mostrar buena disposición. Elayne se alejó, seguida de Birgitte, antes de ceder al deseo de asestarles una mirada iracunda. La desconfianza tenía un sabor amargo.
Sareitha y su Guardián las dejaron al cabo de unos pasos; la hermana Marrón murmuró una disculpa sobre unos libros que quería consultar en la biblioteca. No era una colección pequeña, aunque no tenía punto de comparación con la de las grandes bibliotecas, y Sareitha se pasaba allí las horas muertas todos los días. A menudo sacaba volúmenes ajados por el paso del tiempo que, según ella, no se conocían en ninguna otra parte. Yarman la siguió pegado a los talones cuando la mujer giró en uno de los corredores laterales; resultaba curiosa la imagen de los dos: un oscuro y rechoncho cisne seguido por una cigüeña curiosamente grácil. El Guardián todavía llevaba la inquietante capa doblada con cuidado en un brazo. Los Guardianes rara vez dejaban esa prenda fuera de su alcance. Seguramente Kosaan llevaba la suya guardada en las alforjas.
—¿Te gustaría tener una capa de Guardián, Birgitte? —preguntó Elayne mientras caminaban. No por primera vez, envidió los amplios pantalones de la otra mujer. Hasta una falda pantalón convertía en un esfuerzo cualquier cosa que no fuese un paso tranquilo. Al menos iba calzada con botas de montar, en lugar de escarpines. No había suficientes alfombras para cubrir el suelo de los pasillos, además de los de las habitaciones; en cualquier caso, se desgastarían enseguida con el constante ir y venir de la servidumbre de palacio—. Tan pronto como Egwene tenga la Torre en su poder, me ocuparé de que te hagan una. Deberías tenerla.
—Me importan un pimiento las puñeteras capas —replicó sombría Birgitte. Un gesto de aprensión le tensaba los labios, dándoles una expresión dura—. Pasó tan deprisa que creí que habías tropezado y te habías golpeado la jodida cabeza. ¡Rayos y centellas! ¡Derribada por unos camorristas callejeros! ¡Sólo la Luz sabe lo que podría haber ocurrido!
—No tienes por qué disculparte, Birgitte. —La indignación empezó a fluir a través del vínculo, pero Elayne estaba dispuesta a aprovechar la ventaja. Las reprimendas de Birgitte en privado ya eran bastante malas de por sí, y no pensaba aguantarlas también en un corredor, con sirvientes por todas partes que iban y venían realizando sus tareas, o sacando brillo a los paneles tallados de las paredes o lustrando las lámparas de pie, que allí eran doradas. Apenas hacían una pausa en su trabajo para saludarlas con silenciosas reverencias a Birgitte y a ella, pero sin duda todos se preguntaban por qué la capitana general de la Guardia Real parecía un nubarrón tormentoso, y aguzaban el oído para captar cualquier cosa—. No estabas allí porque yo no quería que estuvieras. Apuesto a que Sareitha tampoco iba acompañada por Ned. —Parecía imposible que el rostro de Birgitte se ensombreciese más, pero ocurrió. A lo mejor había sido un error mencionar a Sareitha, así que Elayne cambió de tema—. Realmente debes hacer algo para mejorar tu lenguaje. Empiezas a hablar como uno de esos vagos callejeros de la peor calaña.
—Mi… lenguaje —murmuró peligrosamente Birgitte. Hasta sus pasos cambiaron, asemejándose más a los de un leopardo irritado—. ¿Eres tú la que critica mi lenguaje? Al menos yo siempre sé lo que significan las palabras que utilizo. Al menos sé qué encaja en dónde y qué no encaja.
Elayne se puso colorada, y su cuello adoptó una postura muy tiesa. ¡Ella también lo sabía! Bueno, casi siempre. A menudo, al menos.
—En cuanto a Yarman —prosiguió Birgitte, todavía en un tono bajo, aún peligroso—, es un buen hombre, pero aún no ha superado el encadilamiento de ser un Guardián. Probablemente salta cuando Sareitha chasquea los dedos. Yo nunca me encandilé, y no salto. ¿Es por eso por lo