estudiar a las mujeres de la Guardia y a devolver el saludo de Caseille antes de dar media vuelta a su montura para marchar al lado de Elayne. A diferencia de las otras, Birgitte no llevaba espada ni armadura. Los recuerdos de sus vidas pasadas se estaban borrando de su memoria —afirmaba que ahora no se acordaba de nada anterior a la fundación de la Torre Blanca, aunque algunos fragmentos todavía afloraban a su mente— pero había algo que aseguraba recordar sin ningún género de dudas: cada vez que había intentado usar una espada, había estado a punto de ensartarse a sí misma, e incluso lo había hecho en más de una ocasión. Su arco iba metido en un estuche de cuero, adosado a la silla, y al otro lado colgaba una aljaba repleta de flechas. La ira bullía en su interior, y su ceño se fue acentuando a medida que hablaba.
—Media docena de palomas llegaron volando al palomar de palacio hace un rato, con un mensaje de Aringill. Los hombres que escoltaban a Naean y a Elenia cayeron en una emboscada y fueron asesinados a menos de ocho kilómetros de la ciudad. Por suerte, uno de los caballos regresó con manchas de sangre en la silla, o no habríamos sabido nada de lo ocurrido hasta pasadas unas semanas. Dudo que nuestra suerte llegue a que a ese par lo hayan capturado unos bandidos para pedir rescate.
Fogooso cabrioleó unos pasos, y Elayne lo refrenó bruscamente. Entre la multitud, alguien gritó lo que quizá fue un vítor para Trakand. O no. Los tenderos intentaban atraer a los clientes voceando lo bastante alto para ahogar las palabras.
—De modo que tenemos un espía en palacio —dijo, y luego apretó los labios, deseando haber contenido la lengua delante de Sareitha.
A Birgitte eso no pareció importarle.
—A menos que haya un ta’veren rondando por ahí del que no tenemos noticia —repuso secamente—. Quizás ahora me permitas asignarte una guardia personal. Sólo unos pocos soldados de la Guardia Real, bien elegidos y…
—¡No! —El palacio era su casa. No aceptaría una guardia allí. Dirigió una ojeada a la Marrón y suspiró. Sareitha escuchaba con gran atención. No tenía sentido intentar ocultar cosas ahora. No esto—. ¿Informaste de ello a la doncella primera?
Birgitte le lanzó una mirada de soslayo que, combinada con una oleada de moderada indignación a través del vínculo compartido, le dijo que si creía que podía enseñar a tejer a su abuela.
—Se propone investigar a todos los criados que no llevaran al servicio de tu madre al menos cinco años. Aún no sé bien si lo que quiso decir es que los sometería a interrogatorio. Por la expresión de su cara cuando le di la información, me alegré de salir de su estudio con la piel entera. Yo me encargaré de investigar a otros.
Se refería a la Guardia Real, pero no lo expresó en voz alta al encontrarse Caseille y las demás delante. Elayne dudaba que descubriese espías entre ellos; el reclutamiento le daba a cualquiera la oportunidad perfecta para introducir informadores, cierto, pero no podían contar con que se los asignase a un servicio en el que enterarse de algo útil.
—Si hay espías en palacio —intervino Sareitha en voz baja—, puede que haya algo peor. Quizá deberías aceptar la sugerencia de lady Birgitte en cuanto a una guardia personal. Existe un precedente.
Birgitte le enseñó los dientes a la Marrón; si lo que pretendía era sonreír, fracasó estrepitosamente. Sin embargo, por mucho que le desagradara que se dirigieran a ella con el título, miró a Elayne, esperanzada.
—¡He dicho que no, y lo he dicho en serio! —espetó Elayne. Un mendigo, que se acercaba con una sonrisa desdentada y la gorra en la mano al círculo de caballos que avanzaba lentamente, se encogió y se escabulló entre la multitud antes de que ella tuviese tiempo de pensar siquiera en sacar una moneda de la escarcela. No sabía con seguridad cuánta de esa ira era suya y cuánta de Birgitte, pero era apropiada al caso.
«Debería haber ido personalmente a buscarlos —gruñó amargamente. En cambio, había tejido un acceso para el mensajero y se había pasado el resto del día reuniéndose con mercaderes y banqueros—. Al menos, debería haber ordenado que los acompañara como escolta toda la guarnición de Aringill. ¡Diez hombres muertos porque he cometido un error garrafal! ¡Peor aún, y que la Luz me asista, porque es muchísimo peor: he perdido a Elenia y a Naean por eso!
La gruesa trenza dorada de Birgitte, que colgaba por encima de la capa, se meció cuando la mujer sacudió enérgicamente la cabeza.
—Para empezar, las reinas no van por ahí corriendo, encargándose de todo ellas mismas. ¡Son jodidas reinas! —Su cólera estaba remitiendo un poco, pero por encima de todo había una gran irritación, y su tono reflejó ambas. Deseaba que Elayne tuviese guardia personal, probablemente incluso dentro del baño—. Tus días de aventuras han quedado atrás. Sólo faltaba que salieses de palacio a hurtadillas, disfrazada, para deambular por ahí de noche, cuando podrías acabar con la cabeza partida por un matón callejero.
Elayne se sentó muy erguida en la silla. Birgitte lo sabía, por supuesto —no conocía ningún modo de esquivar el vínculo, aunque no le cabía duda de que debía de haber alguno—, pero la mujer no tenía derecho a sacarlo a relucir en ese momento. Si Birgitte lanzaba las indirectas suficientes, tendría a otras hermanas siguiéndola con sus Guardianes y tal vez a escuadrones de la Guardia Real también. Todos actuaban de un modo terriblemente ridículo respecto a su seguridad. Cualquiera pensaría que jamás había estado en Ebou Dar, cuanto menos en Tanchico, o en Falme. Además, sólo lo había hecho en una ocasión. Hasta entonces. Y Aviendha iba con ella.
—Las calles oscuras y frías no tienen punto de comparación con un agradable fuego y un libro interesante —comentó Sareitha, como si hablase consigo misma. Contemplaba las tiendas ante las que pasaban y parecía muy interesada en ellas—. A mí me desagrada mucho caminar por un pavimento helado, sobre todo de noche, sin llevar siquiera una vela. Las mujeres jóvenes y bonitas a menudo piensan que unas ropas sencillas y una cara sucia las hacen invisibles. —El cambio fue tan repentino, sin alterar el tono, que al principio Elayne no asimiló lo que estaba oyendo—. Que unos pendencieros borrachos la dejen a una inconsciente de un golpe y que la arrastren a un callejón es un modo muy duro de aprender que se tenía una idea equivocada. Claro que, si una es lo bastante afortunada de contar con una amiga que la acompaña y que también puede encauzar, y si ésta tiene la suerte de que los matones no acierten a golpearla tan fuerte como se suponía… En fin, no siempre se tiene tanta suerte. ¿No estáis de acuerdo, lady Birgitte?
Elayne cerró los ojos un instante. Aviendha había dicho que alguien las seguía, pero ella tuvo la absoluta convicción de que se trataba de un simple asaltante. Además, no había ocurrido así. No exactamente. La mirada feroz de Birgitte prometía una charla para después. Se negaba a comprender que un Guardián no podía echar regañinas a su Aes Sedai.
—En segundo lugar —continuó Birgitte en tono sombrío—, diez hombres o casi trescientos, el puñetero resultado habría sido el mismo. Maldición, era un buen plan. Unos pocos hombres habrían podido traer a Naean y a Elenia a Caemlyn sin llamar la atención. Dejar sin guarnición Aringill habría atraído hasta el ultimo par de ojos del este de Andor, y quienquiera que los haya cogido habría llevado suficientes mesnaderos para asegurarse. Seguramente, a estas horas tendrían Aringill en sus manos, además. Por pequeña que sea la plaza fuerte, Aringill se interpone ante cualquiera que quiera hacer algún movimiento contra ti desde el este, y cuantos más soldados de la Guardia salgan de Cairhien, mejor que mejor ya que casi todos te son leales. —Para tratarse de alguien que afirmaba ser simplemente una arquera, entendía muy bien la situación. Lo único que se había dejado en el tintero era que se habían perdido los impuestos aduaneros del comercio fluvial.
—¿Quién los ha prendido, lady Birgitte? —preguntó Sareitha, que se inclinó para mirarla sin que Elayne, que estaba entre ellas, la estorbara—. Ésa sí es una cuestión muy importante.
Birgitte suspiró fuerte, casi como un gemido.
—Me temo que no tardaremos en saberlo —comentó Elayne. La Marrón enarcó una ceja inquisitiva, y Elayne intentó no rechinar los dientes. Parecía hacer eso muy a menudo desde que había regresado.
Una tarabonesa, con una capa de seda verde, se apartó del paso de los caballos e hizo una profunda reverencia, de manera que las finas trenzas asomaron bajo la capucha. Su doncella, una mujer diminuta cargada con pequeños paquetes, imitó torpemente a su señora. Los dos hombres que iban detrás, guardias que empuñaban varas largas con conteras de latón, permanecían alertas. Las chaquetas largas, de grueso cuero, frenarían casi todo excepto una cuchillada directa.
Elayne inclinó la cabeza mientras pasaba, para responder a la cortesía de la tarabonesa. Hasta ese momento, ningún andoreño le había dado esa muestra de respeto. El rostro atractivo tras el velo transparente denotaba demasiada edad para pertenecer a una Aes Sedai. ¡Luz, tenía ya problemas de sobra que resolver para empezar a preocuparse también por Elaida!
—Es muy sencillo, Sareitha —contestó con voz cuidadosamente controlada—. Si Jarid Sarand las capturó, Elenia dará una oportunidad a Naean. Declarar a la casa Arawn en favor de Elenia, con algunas propiedades a cambio como soborno para Naean, o si no acabar con la garganta rajada de oreja a oreja en alguna celda, en alguna parte, y su cadáver enterrado detrás de un granero. Naean no cederá fácilmente, pero su casa discute quién tiene el mando hasta que ella regrese, así que titubearán; Elenia amenazará con tortura y puede que la utilice, y finalmente Arawn apoyará a Sarand y a Elenia. Y enseguida se les unirán las de Anshar y Baryn; irán allí donde vean fuerza. Si es gente de Naean quien las tiene, será Naean la que ofrezca la misma elección a Elenia, pero Jarid se lanzará contra Arawn a menos que Elenia le diga que no lo haga, y no lo hará si cree que su esposo tiene alguna oportunidad de rescatarla. Así que debemos esperar para enterarnos en las próximas semanas de que las haciendas de Arawn están siendo destruidas por incendios.
«Si no es así —pensó—, tendré cuatro casas unidas a las que enfrentarme, ¡y ni siquiera sé aún si yo cuento con dos!»
—Eso está muy bien… razonado —dijo Sareitha, en cuya voz se advertía cierta sorpresa.
—No me cabe duda de que tú también habrías llegado a ello, con tiempo —repuso Elayne con excesiva dulzura, y sintió una punzada de placer cuando la otra hermana parpadeó. ¡Luz, su madre habría esperado que viese una situación así con diez años!
El resto del camino de vuelta a palacio transcurrió en silencio, y Elayne apenas reparó en las brillantes torres de mosaico y las hermosas vistas de la Ciudad Interior. En cambio, pensó en Aes Sedai en Caemlyn y en espías en palacio, en quién se había llevado a Elenia y a Naean, y hasta qué punto Birgitte podría aumentar los reclutamientos, y sobre si había llegado la hora de vender la plata de palacio y el resto de sus joyas. Una lista sombría que tomar en consideración, pero mantuvo el gesto relajado y respondiendo serenamente a los contados vítores que