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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 125
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cejas en un gesto significativo y se dio golpecitos en la nariz puntiaguda, que le daba aspecto de comadreja.

—Si hubiese una plaga en la ciudad, maese Azereos, las Consiliarias lo habrían anunciado —contestó sosegadamente la delgada mujer que se encontraba sentada enfrente de él. Lucía dos complejas peinetas en el cabello recogido, y su rostro de rasgos zorrunos resultaba bonito, y tan impasible como el de una Aes Sedai, aunque se le marcaban finas arrugas en el rabillo de los ojos castaños—. Mi opinión es contraria a que trasladéis cualquiera de vuestros negocios a Lugard. Murandy pasa por una situación agitada e inestable al máximo. Los nobles jamás tolerarán que Roedran reúna un ejército. Y hay Aes Sedai involucradas, como sin duda habréis oído comentar. Sólo la Luz sabe lo que harán ellas.

El illiano se encogió de hombros con gesto desasosegado. En la actualidad nadie sabía lo que harían las Aes Sedai, si es que se había sabido alguna vez.

Un kandorés con pinceladas grises en la barba dividida y una gran perla en la oreja izquierda se inclinaba hacia una mujer robusta vestida con ropas de color gris oscuro que llevaba el pelo recogido en un prieto moño enroscado en lo alto de la cabeza.

—He oído que el Dragón Renacido ha sido coronado rey de Illian, señora Shimel. —Encogió la frente, de manera que se le marcaron más las arrugas—. Considerando la proclamación de la Torre Blanca, me estoy planteando enviar mis carretas en primavera a lo largo del Erinin hasta Tear. La calzada del Río será una ruta más dura, pero Illian no es tan buen mercado para pieles como para que me anime a correr demasiados riesgos.

La robusta mujer sonrió, una sonrisa apenas insinuada para aquella cara tan redonda.

—Me han contado que casi no se lo ha visto en Illian desde que se puso la corona, maese Posavina. En cualquier caso, la Torre se encargará de él, si es que no lo ha hecho ya, y esta mañana he recibido información de que la Ciudadela de Tear se encuentra bajo asedio, Tampoco ésa me parece una situación muy propicia para un buen mercado de pieles, ¿no creéis? No, Tear no es el lugar indicado para evitar riesgos.

Las arrugas en la frente de maese Posavina se marcaron más aún.

Al llegar a la pequeña mesa del rincón, Rand echó la capa sobre el respaldo de la silla y se sentó de espaldas a la pared; se subió el cuello de la chaqueta. El tipo de cara afilada le llevó una copa de peltre con vino caliente con especias, murmuró un apresurado «gracias» por las monedas de plata, y se marchó corriendo para atender a otra mesa desde la que llamaban. Dos grandes chimeneas a ambos lados de la sala caldeaban el ambiente, pero si alguien reparó en que Rand se dejaba los guantes puestos nadie prestó atención al detalle. Rand fingió estar mirando el contenido de su copa, que rodeaba con las dos manos, aunque en realidad no perdía de vista la puerta de la calle.

La mayoría de los fragmentos de conversaciones que había escuchado casi no le interesaba. Había oído más o menos lo mismo con anterioridad, y a veces sabía más que la gente a la que escuchaba por casualidad. Elayne coincidía con la opinión de la mujer pálida, por ejemplo, y ella tenía que conocer Andor mucho mejor que cualquier comerciante de Far Madding. Sin embargo, lo de que la Ciudadela estaba bajo asedio era algo nuevo. Con todo, no se preocupó por ese rumor todavía. La Ciudadela nunca había caído, salvo en su caso, y sabía que Alanna se encontraba en algún lugar de Tear. Había sentido el salto justo desde un punto al norte de Far Madding hasta algún sitio mucho más al norte, y luego, un día después, a otro lugar lejano hacia el sudeste. La mujer se encontraba lo bastante distante para que Rand no pudiera distinguir si era Haddon Mirk o la propia ciudad de Tear, pero no le cabía duda de que era en uno de esos dos lugares; además, iba acompañada por cuatro hermanas en las que él confiaba. Si Merana y Rafela habían conseguido lo que quería de los Marinos, también lo conseguirían de los tearianos. Rafela era de allí, y eso podría ser una ventaja. El mundo podía continuar sin él un poco más de tiempo. Tenía que hacerlo.

Un hombre alto, arrebujado en una capa larga y mojada, con la capucha ocultándole la cara, entró de la calle, y los ojos de Rand lo siguieron hasta la escalera situada al fondo de la sala. Al alzar la cabeza para mirar hacia arriba, el tipo se echó la capucha hacia atrás de manera que asomó debajo un poco de cabello gris y una cara pálida y cansada. No podía ser el tipo al que se había referido el criado. Nadie que tuviese ojos en la cara lo confundiría con Perel Torvil.

Rand volvió a contemplar el vino de la copa mientras sus ideas se tornaban amargas. Min y Nynaeve se habían negado a pasar una hora más «pateando» las calles, como lo había expresado Min, y Rand sospechaba que Alivia sólo cubría el expediente en cuanto a enseñar los dibujos. Si es que hacía siquiera eso. Las tres se encontraban fuera de la ciudad durante todo el día, en las colinas, calculó Rand por lo que le revelaba el vínculo con Min. La joven se sentía muy excitada por algo. Las tres creían que Kisman había huido tras su fallido intento de matarlo, y que los otros Asha’man renegados o se habían ido con Kisman o ni siquiera habían llegado a la ciudad. Hacía días que intentaban convencerlo para marcharse de Far Madding. Al menos Lan no se había dado por vencido.

«¿Y por qué no pueden tener razón las mujeres? —susurró ferozmente Lews Therin dentro de su cabeza—. Esta ciudad es peor que cualquier prisión. ¡Aquí no está la Fuente! ¿Por qué iban a querer quedarse? ¿Por qué iba a quedarse cualquier hombre en su sano juicio? Podríamos salir a caballo, y llegar más allá de la barrera, sólo durante un día, unas pocas horas. ¡Luz, sólo unas pocas horas! —La voz rió descontrolada, demencialmente—. ¡Oh, Luz! ¿por qué tengo a un loco dentro de mi cabeza? ¿Por qué? ¿Por qué?»

Furioso, Rand forzó a Lews Therin a reducirse a un apagado zumbido, como el de un biteme que volase cerca. Había pensado acompañar a las mujeres en su salida a caballo, sólo para sentir la Fuente de nuevo, aunque únicamente Min mostró cierto entusiasmo. Nynaeve y Alivia no dijeron por qué querían salir a cabalgar cuando el cielo matinal amenazaba con la lluvia que ahora caía a mares. No era la primera vez que se marchaban; para sentir la Fuente, sospechaba Rand. Para absorber el Poder de nuevo, aunque fuese durante un rato. Bien, pues él podía aguantar no poder encauzar. Podía aguantar la ausencia de la Fuente. ¡Podía hacerlo! Tenía que hacerlo, para acabar con los que habían intentado matarlo.

«¡Ésa no es la razón! —gritó Lews Therin, superando la barrera impuesta por Rand un momento antes—. ¡Tienes miedo! ¡Si el mareo se apodera de ti mientras intentas utilizar el ter’angreal de acceso, podría matarte o algo peor! ¡Podría matarnos a todos!», gimió.

El vino resbaló por la muñeca y le mojó el puño de la camisa; Rand aflojó los dedos que apretaban la copa. A decir verdad, ésta tampoco estaba del todo redonda antes, así que no creía que advirtieran que la había aplastado un poco. ¡No tenía miedo! Se negaba a que el miedo lo afectara. Luz, al final tenía que morir; lo había aceptado.

«Intentaron matarme, y los quiero muertos por ello —pensó—. Si tardo un poco en conseguirlo, bien, quizás el mareo se habrá pasado para entonces. Maldita sea, tengo que seguir vivo para la Última Batalla.»

Dentro de su cabeza Lews Therin rió más dementemente que nunca.

Otro hombre alto entró en la taberna por la puerta del patio del establo, casi enfrente de la escalera al fondo de la sala. Se sacudió la lluvia de la capa, se retiró la capucha y se encaminó hacia el acceso a la Sala de Mujeres. Con su boca de gesto burlón, la afilada nariz y una mirada que pasó despectivamente por todas las mesas, guardaba cierto parecido con Torvil, sólo que treinta años mayor y con quince kilos más de grasa en el cuerpo. Se asomó al arco amarillo, y llamó con voz alta y remilgada, de fuerte acento illiano:

—¡Señora Gallger, me marcho por la mañana temprano, así que cerrad la cuenta esta noche, ojo!

Torvil era tarabonés. Rand recogió su capa, dejó la copa de vino en la mesa y salió sin esperar más.

El cielo vespertino se mostraba gris y frío; si la lluvia había amainado no lo había hecho en exceso, y, sumada a las ráfagas que soplaban del lago, bastaba para ahuyentar a la gente de las calles. Rand se arrebujó en la capa, agarrando la prenda con una mano, tanto para proteger los dibujos que llevaba en un bolsillo de la chaqueta como para resguardarse él, y con la otra sujetó la capucha que el viento zarandeaba. Las gotas de lluvia impulsadas por el aire le golpeaban la cara como agujas de hielo. Una silla de mano lo pasó; el cabello de los porteadores les colgaba empapado por la espalda y las botas chapoteaban en los charcos formados entre los adoquines. Unas cuantas personas recorrían las calles arrebujadas en sus capas. A pesar de lo encapotado que estaba el día todavía quedaban unas horas de luz, pero Rand pasó frente a una posada llamada El Centro del Llano sin entrar en ella, y después ante Las Tres Damas de Maredo. Se dijo a sí mismo que era por la lluvia; no era el tiempo apropiado para ir de posada en posada. Sin embargo, sabía que mentía.

Una mujer baja y fornida que venía caminando por la calle, envuelta en una capa oscura, de repente viró en su dirección, y cuando se paró delante y levantó la cabeza Rand vio que era Verin.

—Así que estás aquí, después de todo —dijo la Aes Sedai. Las gotas de lluvia caían sobre su cara, pero ella no parecía advertirlo—. Tu posadera creía que tenías intención de ir caminando hasta el Avharin, pero no estaba segura. Me temo que la señora Keene no presta mucha atención a las idas y venidas de los hombres. Y aquí me tienes, con los zapatos calados y las medias mojadas. Me gustaba caminar bajo la lluvia cuando era una jovencita, pero eso ha perdido su encanto en algún punto a lo largo del camino.

—¿Os envía Cadsuane? —inquirió Rand, procurando evitar que en su voz hubiese un atisbo de esperanza. Había seguido albergado en La Cabeza de la Consiliaria después de que Alanna se fue para que Cadsuane pudiese encontrarlo. Difícilmente podría interesarla si tenía que ir buscándolo de posada en posada, sobre todo teniendo en cuenta que la mujer no había dado señales de que tuviese intención de hacerlo.

—Oh, no, ella jamás haría eso. —Verin parecía sorprendida ante semejante idea—. Se me ocurrió que quizá quisieras saber la noticia. Cadsuane ha salido a caballo con las chicas. —Frunció el entrecejo, pensativa, y ladeó la cabeza—. Aunque supongo que no debería llamar «chica» a Alivia. Interesante mujer. Demasiado mayor para hacerse novicia, por desgracia; oh, sí, una verdadera lástima.

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