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  2. El corazón del invierno
  3. Capítulo 123
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un paso y su penetrante mirada hizo que Mat bajase las manos. Luego puso en su voz hasta el último resquicio de urgencia que pudo encontrar dentro de sí.

—Tylin, me aseguré de que todo el mundo supiera que pensaba marcharme, y que ansiaba irme antes de que regresaras, para que los seanchan comprendieran que tú no tenías nada que ver en ello, pero ahora…

—Regresé y te sorprendí —lo interrumpió ferozmente—, y me ataste y me dejaste debajo de la cama. Cuando me encuentren por la mañana, estaré furiosa contigo. ¡Indignada! —Sonrió, pero el modo en que sus ojos centelleaban daba a entender que no se encontraba lejos de sentir tal indignación, por mucho que hablara de zorros y de ponerlo en camino—. Ofreceré una recompensa por ti, y le diré a Tuon que puede comprarte cuando te cojan, si aún está interesada. Seré la perfecta Alta Sangre en mi cólera. Me creerán, lechoncito. Ya le he dicho a Suroth que voy a afeitarme el cabello.

Mat sonrió débilmente; lo creía a pies juntillas. Lo vendería si lo atrapaban. «Las mujeres son un laberinto a través de zarzas en mitad de la noche», rezaba el viejo dicho, y ni siquiera ellas conocían el camino.

Tylin insistió en supervisar las ataduras; parecía tomárselo muy en serio. Tenía que atarla con tiras cortadas de la falda, como si ella hubiese entrado inesperadamente, sorprendiéndolo, y él la hubiera reducido. Los nudos debían estar bien prietos para que no pudiera soltarse por mucho que lo intentara, y lo intentó una vez que estuvo atada, tirando y retorciéndose con tanto empeño que parecía que quisiera liberarse realmente. A lo mejor era así; torció la boca en un gruñido cuando sus intentos fracasaron. También tuvo que atarle los tobillos y las muñecas a la espalda, a la altura de las caderas, y ponerle otra tira al cuello y sujeta a una pata de la cama para evitar, supuestamente, que no se arrastrara por el suelo y saliera al pasillo. Y, por supuesto, tampoco podía gritar para pedir auxilio. Cuando Mat le metió suavemente uno de sus pañuelos de seda en la boca y ató otro para sujetarlo en su sitio, ella sonrió, pero sus ojos echaban chispas. Un laberinto de zarzas en medio de la noche.

—Voy a echarte de menos —dijo Mat quedamente mientras la metía debajo de la cama. Para su sorpresa, comprendió que era verdad. ¡Luz! Recogió apresuradamente la capa, los guantes y la lanza, y apagó las lámparas en su camino hacia la puerta. Las mujeres podían enredar a un hombre en un laberinto antes de que se diera cuenta de lo que pasaba.

Los pasillos seguían vacíos y silenciosos excepto por el sonido de sus propios pasos renqueantes, pero el alivio que eso hubiera podido darle desapareció cuando llegó a la antesala del patio de los establos.

La única lámpara encendida arrojaba una luz titilante sobre los inevitables tapices floreados, pero Juilin y su compañera no se encontraban allí, y tampoco estaban Egeanin y los demás. Con el tiempo que había empleado en atar a Tylin, todos deberían estar esperándolo a esas alturas. Más allá de la columnata la lluvia caía como una densa cortina oscura que ocultaba todo. ¿Habrían ido a los establos? La tal Egeanin cambiaba su plan cada vez que se le antojaba.

Rezongando entre dientes, se echó encima la capa y se preparó para dirigirse a las cuadras a través del aguacero. Esa noche estaba llegando al límite de su paciencia de aguantar a las mujeres.

—De modo que intentas marcharte. No puedo permitirlo, «Juguete».

Barbotando un juramento, Mat giró sobre sus talones y se encontró cara a cara con Tuon, cuyo semblante tras el largo y transparente velo se mostraba severo. La estrecha diadema que sujetaba el velo sobre la afeitada cabeza era un conjunto de gotas de fuego y perlas, y representaba otra fortuna junto con el ancho cinturón enjoyado que le ceñía el talle y el largo collar. ¡Pues vaya momento para fijarse en joyas, por valiosas que fuesen! ¿Qué demonios hacía despierta? ¡Maldición, si salía corriendo y llamaba a la guardia para que lo detuvieran…!

Desesperado, intentó agarrar a la chica, pero ella se escabulló de sus manos e hizo volar por el aire la ashandarei con un seco golpe que le dejó la muñeca medio dormida. Mat esperaba que la flaca muchacha saliera huyendo, pero en cambio empezó a descargar golpes sobre él, asestando puñetazos con los nudillos doblados y con el canto de las manos como si fuesen hojas de hacha. Mat tenía las manos rápidas, las más rápidas que Thom había visto nunca según el viejo juglar, pero se las vio y se las deseó para interceptar los golpes, y por supuesto olvidó por completo su intención de agarrarla. Si no hubiese estado tan ocupado procurando que no le rompiera la nariz —o quizás otra cosa: golpeaba muy fuerte, para ser una cosita tan menuda—, de no ser por eso, la situación podría haberle parecido divertida. Era mucho más alto que ella, a pesar de que su talla no sobrepasaba gran cosa a la media, pero la chica lo atacaba con furia concentrada, como si la más fuerte y la más alta fuese ella y esperara arrollarlo. Por alguna razón, al cabo de unos segundos sus carnosos labios se curvaron en una sonrisa, y si Mat no hubiera sabido a qué atenerse habría pensado que aquellos enormes y luminosos ojos adquirían un brillo de deleite. ¡Así la Luz lo fulminara! ¡Pensar en lo bonita que era una mujer en un momento así era tan estúpido como intentar valorar las joyas que lucía!

De repente, la chica se echó hacia atrás y utilizó las dos manos para ajustarse la diadema de gemas que sujetaba su velo. En ese momento no había el menor asomo de deleite en su expresión, sino concentración absoluta. Colocó los pies cuidadosamente, fija la mirada en la cara de Mat en todo momento, y empezó a remangarse la blanca falda plisada, recogiéndola en pliegues por encima de las rodillas.

Mat no entendía por qué no había empezado a gritar ya pidiendo ayuda, pero sí sabía que se disponía a asestarle una patada. Bueno ¡eso si él la dejaba, claro! Saltó hacia ella y todo ocurrió al mismo tiempo. Una intensa punzada de dolor en la cadera lo hizo caer sobre una rodilla. Tuon, con la falda recogida casi hasta las caderas, lanzó la delgada pierna enfundada en una media blanca, descargando una patada que le pasó rozando la cabeza, y a la par se levantó en el aire inopinadamente.

Mat debería haberse sorprendido al ver a Noal rodeando con los brazos a la muchacha como ella se sorprendió al encontrarlos ciñéndola, pero reaccionó más deprisa que Tuon. Mientras ella abría la boca para gritar finalmente, Mat se puso de pie y empezó a meterle el velo entre los dientes, a la vez que tiraba la diadema enjoyada al suelo con un gesto rápido de la mano. Ni que decir tiene que la chica no cooperó como había hecho Tylin. Sólo gracias a sujetarle con fuerza la mandíbula evitó que le clavara los dientes en los dedos. Unos sonidos furiosos salían de su garganta, y sus ojos traslucían una rabia que no había mostrado siquiera en lo más sañudo de su ataque. Se retorcía entre los brazos de Noal y agitaba las piernas, pero el viejo y sarmentoso hombre se las ingenió para levantarla en vilo y evitar a un tiempo las patadas de los talones. Viejo o no, no parecía tener dificultad en mantenerla sujeta.

—¿Tenéis este tipo de problemas con mujeres a menudo? —preguntó suavemente el hombre, mostrando una sonrisa desdentada. Llevaba la capa puesta, y un envoltorio con sus pertenencias colgado a la espalda.

—Siempre —repuso ásperamente Mat, y gruñó cuando un rodillazo lo alcanzó en la dolorida cadera. Arreglándoselas para desatarse el pañuelo del cuello con una sola mano, lo utilizó para asegurar la mordaza del velo metido en la boca de Tuon, aunque se llevó un mordisco de refilón en el pulgar. Luz, ¿qué iba a hacer con ella?

—No sabía que era esto lo que planeabais —comentó Noal, cuya respiración no se había alterado a pesar del modo en que la menuda muchacha se sacudía y retorcía entre sus brazos—; pero, como podéis ver, también me marcho esta noche. Creo que dentro de un día o dos éste podría convertirse en un lugar muy desagradable para alguien a quien le ofrecisteis un lecho.

—Una sabia decisión —masculló Mat. ¡Luz, tendría que haber pensado en advertírselo a Noal!

Se puso de rodillas, evitando las patadas de Tuon —o casi todas— el tiempo suficiente para agarrarle las piernas. Con un cuchillo que sacó de una manga de la chaqueta empezó a cortar el repulgo del vestido, y luego arrancó una tira de tela para atarle los tobillos. Menos mal que había cogido práctica con Tylin un poco antes: no estaba acostumbrado a atar a mujeres. Tras desgarrar otra tira de tela del borde de la falda, recogió la diadema del suelo y se puso de pie, soltando un gruñido por el esfuerzo y otro más fuerte al recibir una última patada dirigida a su cadera con las dos piernas de la chica. Cuando volvió a ponerle la diadema en la cabeza, Tuon lo miró fijamente a los ojos. Había dejado de debatirse inútilmente, pero no estaba asustada. Luz, en su lugar, él se estaría ensuciando los pantalones.

Juilin llegó por fin, envuelto en la capa y completamente equipado, con la espada corta y el quiebraespadas en el cinturón, y el bastón de bambú en una mano. Una mujer esbelta y de cabello oscuro, con el grueso ropón blanco que las da’covale llevaban al salir a la calle, lo agarraba del brazo derecho. Era bonita, aunque le daba un aire mohíno su boca semejante a un capullo de rosa, y cinco o seis años mayor de lo que Mat había imaginado; sus grandes ojos y oscuros dirigían rápidas miradas a uno y otro lado, con timidez. Al ver a Tuon, lanzó un gritito y se soltó de Juilin como si el hombre fuera una estufa al rojo vivo, tras lo cual se postró en el suelo, junto a la puerta, con la cabeza contra las rodillas.

—He tenido que convencer a Thera otra vez para que huya —suspiró el husmeador mientras miraba preocupado a la mujer. Fue toda la explicación que dio por el retraso antes de volver su atención a la chica que sujetaba Noal. Retiró un poco hacia atrás el ridículo gorro cónico y se rascó la cabeza—. ¿Y qué hacemos con ella? —preguntó simplemente.

—Dejarla en los establos —contestó Mat. Lo harían si Vanin había convencido a los mozos de cuadra para que los dejasen a él y a Harnan encargarse de los caballos que entraran con los mensajeros. Hasta ese momento, eso sólo había parecido una precaución suplementaria, realmente innecesaria. Hasta ese momento—. En el desván. La encontrarán por la mañana, cuando bajen paja fresca para las cuadras.

—Y yo que pensaba que la secuestrabais —intervino Noal, que volvió a soltar en el suelo a Tuon y dejó de rodearla para sujetarla por los brazos desde atrás.

La menuda joven no se molestó en resistirse y mantuvo alta la cabeza. Incluso con la mordaza, el desprecio era patente en su cara. Rehusaba luchar no porque estuviese indefensa o desesperada, sino porque había decidido no hacerlo. Unos pasos resonaron en el pasillo que conducía a

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