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  3. Capítulo 2
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Theresa, dam e una oportunidad —

m e suplica.

—Tessa… —m e dice Hardin, a m i lado, en tono de advertencia.

—Danos un m inuto —le pido a m i padre.

Coj o a Hardin del brazo y m e lo llevo aparte.

—¿Qué dem onios estás haciendo? ¿No irás a…? —em pieza a decir.

—Es m i padre, Hardin.

—Es un puto borracho sin techo —m e espeta m olesto.

Los oj os se m e llenan de lágrim as al oír las duras verdades que ha dicho Hardin.

—Llevo nueve años sin verlo.

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—Exacto, porque te abandonó. Es perder el tiem po, Tessa. —Mira por encim a de m i hom bro, en dirección a m i padre.

—Me da igual. Quiero escuchar lo que tiene que decirm e.

—Ya, m e lo im agino. No es que vay as a invitarlo a quedarse con nosotros en el apartam ento. —Menea la cabeza.

—Lo haré si m e apetece. Y, si quiere venir, vendrá. Para eso es tam bién m i casa —salto.

Miro a m i padre. Está ahí de pie, con la ropa sucia y la cabeza gacha, m irando el asfalto. ¿Cuándo ha sido la últim a vez que ha dorm ido en una cam a?

¿Y su últim a com ida caliente? Se m e parte el corazón sólo de pensarlo.

—¿De verdad estás pensando en invitarlo a que venga a casa con nosotros? —

Se pasa la m ano por el pelo, un gesto de frustración que m e resulta m uy fam iliar.

—No a que se quede a vivir, sólo a pasar la noche. Podríam os preparar una bonita cena —m e ofrezco.

Mi padre entonces alza la vista y nuestras m iradas se encuentran. Aparto la m ía cuando veo que em pieza a sonreír.

—¿Una cena? Tessa, es un m aldito borracho al que no has visto en casi diez años. Y ¿te estás ofreciendo a prepararle la cena?

Me avergüenza su pataleta. Le tiro de la solapa para acercarlo m ás a m í y poder hablar m ás baj o.

—Hardin, es m i padre y y a no tengo ninguna relación con m i m adre.

—Eso no significa que debas tenerla con ese tipo. No va a acabar bien, Tess.

Eres dem asiado buena con todo el m undo y no se lo m erecen.

—Es im portante para m í —le digo, y su m irada se suaviza antes de que pueda señalarle lo irónico de las pegas que m e pone.

Suspira y se tira del pelo alborotado con frustración.

—Mierda, Tessa, esto va a acabar fatal.

—Eso no lo sabes, Hardin.

Suspiro y m iro a m i padre, que se está pasando los dedos por la barba. Sé que puede que Hardin tenga razón, pero m e debo a m í m ism a intentar conocer a ese hom bre o, com o m ínim o, escuchar lo que tiene que decirm e.

Vuelvo j unto a él y balbuceo con un claro tono de recelo:

—¿Te gustaría venir a nuestra casa a cenar?

—¿De verdad? —exclam a, y la esperanza le ilum ina la cara.

—Sí.

—¡Claro! ¡Claro que sí! —Sonríe, y por un instante veo al hom bre que recordaba, el de antes de que le diera a la botella.

Hardin no dice ni una palabra m ientras volvem os al coche. Sé que está enfadado y lo entiendo. Pero tam bién sé que su padre ha cam biado para bien (es el rector de nuestra universidad, ahí es nada). ¿Tan tonta soy por esperar que el m ío tam bién cam bie a m ej or?

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Cuando llegam os al coche, m i padre pregunta:

—Caray … ¿Es tuy o? Es un Capri, ¿verdad? De finales de los setenta.

—Sí. —Hardin se sienta tras el volante.

Mi padre no dice nada al respecto de su respuesta cortante, y m e alegro. La radio suena de fondo y, en cuanto Hardin arranca el m otor, am bos nos lanzam os a subir el volum en con la esperanza de que la m úsica ahogue el incóm odo silencio.

Durante el tray ecto m e pregunto cóm o se lo tom aría m i m adre. Me estrem ezco al im aginarlo e intento pensar en m i traslado a Seattle.

No. Eso es casi peor. No sé cóm o contárselo a Hardin. Cierro los oj os y apoy o la cabeza en la ventanilla. La m ano cálida de Hardin cubre la m ía y em piezo a calm arm e.

—Vay aaa, ¿vives aquí? —Mi padre abre una boca de palm o desde el asiento de atrás cuando llegam os al edificio de apartam entos.

Hardin m e lanza una m irada sutil para indicarm e que está listo, y y o respondo:

—Sí, hace unos m eses que vivim os aquí.

En el ascensor, la m irada protectora de Hardin m e hace ruborizar, y le regalo una pequeña sonrisa a ver si se relaj a un poco. Parece que funciona, pero estar en casa con un perfecto desconocido es tan raro que em piezo a arrepentirm e de haberlo invitado. Aunque ahora y a es dem asiado tarde.

Hardin abre la puerta del apartam ento, entra sin m irar atrás y se m ete en el dorm itorio sin m ediar palabra.

—Enseguida vuelvo —le digo a m i padre, y lo dej o solo en la entrada.

—¿Te im porta si voy al baño? —m e pregunta.

—Todo tuy o. Está al final del pasillo —digo señalando la puerta del baño sin m irar.

En el dorm itorio, Hardin está en la cam a, quitándose las botas. Mira hacia la puerta y m e hace un gesto para que la cierre.

—Sé que estás enfadado conm igo —puntualizo en voz baj a cam inando hacia él.

—Lo estoy.

Le coj o la cara entre las m anos y con los pulgares le acaricio las m ej illas.

—No te enfades.

Cierra los oj os para disfrutar m i suave caricia y m e rodea la cintura con los brazos.

—Te hará daño, y y o sólo quiero evitarlo.

—No puede hacerm e daño. ¿Qué iba a hacerm e? ¿Cuánto hace que no lo veo?

—Seguro que ahora m ism o se está llenando los bolsillos con nuestras pertenencias —resopla, y no puedo evitar reírm e—. No tiene gracia, Tessa.

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Suspiro e intento levantarle la cara para que m e m ire.

—¿Crees que puedes anim arte un poco e intentar pensar en positivo? Todo esto y a m e resulta bastante confuso, no necesito tenerte de m orros y añadiendo m ás presión.

—No estoy de m orros. Sólo intento protegerte.

—No hace falta. Es m i padre.

—No es tu padre…

—Por favor… —Le acaricio el labio con el pulgar y su expresión se suaviza.

Suspira de nuevo y al final contesta.

—De acuerdo, vam os a cenar con el tipo ese. Seguro que hace m ucho que sólo com e lo que encuentra en un contenedor.

Mi sonrisa desaparece y em pieza a tem blarm e el labio. Hardin se da cuenta.

—Perdona. No llores. —Suspira.

No ha dej ado de suspirar desde que nos encontram os con m i padre frente al local de tatuaj es. El hecho de ver a Hardin preocupado (cosa que dem uestra enfadándose, com o todo lo dem ás) hace que la situación m e parezca aún m ás surrealista.

—Lo he dicho en serio pero intentaré no ser un capullo. —Se levanta y m e da un pico en la com isura del labio. Salim os del dorm itorio y m asculla—: Vam os a alim entar al m endigo.

Eso no m e ay uda a estar de m ej or ánim o.

El hom bre en la sala de estar parece un pez fuera del agua. Mira a un lado y a otro y se percata de que tenem os m uchos libros en las estanterías.

—Voy a preparar la cena. ¿Os quedáis viendo la tele? —sugiero.

—¿Me dej as que te ay ude? —se ofrece.

—Vale.

Medio sonrío y m e sigue a la cocina. Hardin se queda en la sala de estar, guardando las distancias, tal y com o im aginaba.

—No m e puedo creer que estés hecha toda una m uj er y que te hay as independizado —dice m i padre.

Abro la nevera para sacar un tom ate m ientras intento ordenar las ideas.

—Estoy en la universidad, estudio en la WCU. Igual que Hardin —contesto.

Om ito su expulsión inm inente por razones obvias.

—¿En serio? ¿La WCU? Ostras…

Se sienta a la m esa y veo que se ha lavado las m anos a conciencia. La m ugre de la frente tam bién ha desaparecido, y el círculo húm edo que lleva en el hom bro de la cam isa m e dice que ha intentado lavar una m ancha. Él tam bién está nervioso, y eso m e hace sentir un poco m ej or.

Estoy a punto de contarle lo de Seattle y el nuevo y em ocionante giro que va a dar m i vida, pero tengo que decírselo prim ero a Hardin. La reaparición de m i padre es otro bache en m i cam ino. No sé con cuántos problem as voy a ser capaz www.LeerLibrosOnline.net

de lidiar antes de derrum barm e.

—Me habría gustado estar m ás cerca para ver cóm o te iba la vida. Siem pre he sabido que llegarías lej os.

—Pero no estabas —digo cortante.

La culpa m e corroe en cuanto las palabras salen de m i boca, aunque no deseo retirarlas.

—Lo sé —adm ite—, pero ahora estoy aquí y espero poder com pensártelo.

Y esas sencillas palabras, aunque algo crueles, m e dan esperanzas de que es posible que no sea tan m alo y que sólo necesite ay uda para dej ar de beber.

—¿Sigues… sigues bebiendo? —pregunto.

—Sí. —Agacha la cabeza—. Aunque no tanto. Sé que parece lo contrario, pero es que he tenido unos m eses m uy duros, eso es todo.

Hardin aparece entonces en el um bral de la cocina e im agino que está luchando consigo m ism o para m antener la boca cerrada. Espero que lo consiga.

—He visto a tu m adre un par de veces —prosigue m i padre.

—¿Sí?

—Sí. Se ha negado a decirm e dónde estabas. Se la ve bien —com enta.

Esto es m uy raro, él hablando de m i m adre. La voz de ella resuena en m i cabeza, recordándom e que este hom bre nos abandonó. Este hom bre es la razón de que ella sea com o es.

—¿Qué pasó…

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