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  3. Capítulo 2
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ientras se pone de pie.

Me abraza con fuerza y y o cierro la boca al percibir la excesiva cantidad de colonia que se ha echado. Sí, a veces se pasa un poco con eso.

—Hola. —Le sonrío con la m ism a intensidad, intentando ocultar m i nerviosism o, y recoj o m i pelo rubio oscuro en una cola de caballo.

—Cielo, podem os esperar un par de m inutos para que te peines —dice m i m adre tranquilam ente.

Me acerco al espej o y asiento; tiene razón. Mi pelo tiene que estar presentable hoy, y, por supuesto, ella no ha dudado en recordárm elo. Debería

habérm elo rizado com o a ella le gusta, a m odo de regalo de despedida.

—Voy a ir m etiendo tus m aletas en el coche —ofrece Noah abriendo la palm a de la m ano para que m i m adre le dé las llaves.

Me da un beso en la m ej illa y desaparece de la habitación con el equipaj e en la m ano. Mi m adre va detrás de él.

Mi segundo intento de peinarm e acaba con un resultado m ej or que el prim ero. Luego m e paso el rodillo quitapelusas por el vestido gris por últim a vez.

Cuando salgo y m e aproxim o al coche, cargado con m is cosas, las m ariposas de m i estóm ago em piezan a revolotear, y m e alivia pensar que nos esperan dos horas de viaj e para conseguir que desaparezcan.

No tengo ni idea de cóm o será la universidad, y de repente la pregunta que sigue dom inando m is pensam ientos es: « ¿Haré am igos allí?» .

CAPÍTULO 2

Oj alá pudiera decir que el am biente fam iliar del centro de Washington m e ha relaj ado durante el tray ecto, o que el sentido de la aventura ha ido apoderándose de m í a cada señal que indicaba que estábam os cada vez m ás cerca de la Washington Central. Pero la verdad es que m e he pasado el viaj e planificando y obsesionándom e. Ni siquiera estoy segura de qué estaba diciendo Noah, pero sé que estaba intentando darm e ánim os y em ocionado por m í.

—¡Ya hem os llegado! —chilla m i m adre cuando cruzam os el arco que da acceso al cam pus.

En la realidad, la universidad es igual de m agnífica que en los folletos y en la página web, y m e quedo im presionada al instante al ver los elegantes edificios de piedra. Cientos de personas —padres que se despiden de sus hij os con besos y abrazos, grupos de estudiantes de prim er curso ataviados de los pies a la cabeza con el uniform e de la WCU, y unos cuantos rezagados perdidos y confundidos—

inundan el área. El tam año del cam pus intim ida, pero espero que al cabo de unas pocas sem anas m e sienta y a com o en casa.

Mi m adre insiste en acom pañarm e a la charla de orientación para novatos.

Consigue m antener una sonrisa en la cara durante las tres horas que dura la sesión, y Noah escucha con atención, igual que y o.

—Me gustaría ver tu dorm itorio antes de irnos —dice m i m adre cuando todo ha term inado—. Quiero asegurarm e de que todo está correcto.

Observa el viej o edificio con una m irada de desaprobación. Tiene la costum bre de sacarle defectos a todo. Noah sonríe, para calm ar el am biente, y m i m adre vuelve a anim arse.

—¡No m e puedo creer que estés en la facultad! Mi única hij a, estudiante universitaria, viviendo por su cuenta. No m e lo puedo creer —gim otea m ientras se da unos toquecitos con un pañuelo para secarse las lágrim as sin arruinarse el m aquillaj e.

Noah nos sigue con m is m aletas m ientras recorrem os el pasillo.

—Es la B22…, estam os en el pasillo C —les digo. Por suerte, veo una « B»

enorm e pintada en la pared—. Es por aquí —señalo al tiem po que m i m adre em pieza a volverse hacia el lado contrario.

Me alegro de haber traído sólo unas cuantas prendas de ropa, una m anta y algunos de m is libros favoritos. Así, Noah no tiene que cargar dem asiado y y o no tendré m ucho que sacar.

—B22 —resopla m i m adre.

Sus tacones son extrem adam ente altos para todo lo que estam os andando. Al final del largo pasillo, introduzco la llave en la viej a puerta de m adera y, cuando ésta se abre, m i m adre sofoca un grito de espanto. La habitación no es m uy grande, hay dos cam as m inúsculas, un arm ario, una pequeña cóm oda y dos escritorios. Al cabo de un instante, m i m irada se desvía hacia el origen de su sorpresa: un lado del cuarto está repleto de pósteres de bandas de m úsica de las que ni siquiera he oído hablar, y los rostros y los cuerpos que se m uestran en ellos están cubiertos de piercings y tatuaj es. Adem ás, hay una chica tum bada en la cam a. Tiene el pelo roj o intenso, la ray a del oj o de casi un dedo de grosor, y los brazos llenos de llam ativos tatuaj es.

—Eh —dice sonriendo. Para m i sorpresa, encuentro su sonrisa bastante fascinante—. Soy Steph.

Se incorpora apoy ándose sobre los codos, de m anera que sus pechos quedan apretados contra su top cerrado con lazos, y le doy un golpecito a Noah en el pie cuando sus oj os se centran en ellos.

—Eh… Yo soy Tessa —respondo olvidando todos m is m odales.

—Hola, Tessa, encantada de conocerte. Bienvenida a la WCU, donde las habitaciones son pequeñas pero las fiestas son enorm es.

La sonrisa de la chica de pelo carm esí se intensifica. Inclina la cabeza hacia atrás, riendo, hasta que asim ila las tres expresiones de horror que tiene delante.

Mi m adre está tan boquiabierta que la m andíbula inferior casi le roza la m oqueta, y Noah se revuelve nervioso. Entonces, Steph se acerca, acortando el espacio que nos separa, y m e rodea con sus delgados brazos. Me quedo paralizada por un instante, sorprendida ante su afecto, pero le devuelvo el am able gesto. Oigo unos golpes en la puerta j usto cuando Noah dej a caer m i equipaj e al suelo, y no puedo evitar esperar que esto sea una especie de brom a.

—¡Pasad! —grita m i nueva com pañera de habitación.

La puerta se abre y dos chicos entran antes de que ella term ine de invitarlos.

¿Chicos en los dorm itorios fem eninos y a el prim er día? Tal vez, escoger la WCU hay a sido una m ala decisión. O tal vez hay a una m anera de cam biar de com pañera de cuarto. Por la expresión de angustia que reflej a el rostro de m i m adre, veo que sus pensam ientos van en la m ism a dirección que los m íos.

Parece que la pobre m uj er vay a a desm ay arse de un m om ento a otro.

—Eh, ¿eres la com pañera de Steph? —pregunta uno de los chicos.

Tiene el pelo rubio de punta, y hay zonas en las que se ve que en realidad lo tiene castaño. Sus brazos están llenos de tatuaj es, y los pendientes que luce en la orej a son del tam año de una m oneda de cinco centavos.

—Eh…, sí. Me llam o Tessa —consigo articular.

—Yo soy Nate. Reláj ate —añade él con una sonrisa al tiem po que alarga el brazo para tocarm e el hom bro—. Esto te va a encantar. —Su expresión es cálida y am istosa, a pesar de su apariencia hostil.

—Estoy lista, chicos —dice Steph m ientras coge un bolso negro y pesado de la cam a.

Desvío la m irada hacia el chico alto y castaño que está apoy ado contra la pared. Su pelo es com o una fregona, lleno de rizos gruesos apartados de su frente, y lleva un piercing en la cej a y otro en el labio. Desciendo la vista hacia su cam iseta negra y hacia sus brazos, tam bién tatuados. No tiene ni un centím etro de piel sin decorar. A diferencia de los tatuaj es de Steph y Nate, los suy os parecen ser todos en tonos negros, grises y blancos. Es alto y delgado, y sé que debo de estar m irándolo de una m anera bastante grosera, pero no puedo apartar los oj os de él.

Espero que se presente com o han hecho sus am igos; no obstante, perm anece callado. Pone los oj os en blanco con fastidio y se saca el m óvil del bolsillo de sus estrechos vaqueros negros. Definitivam ente no es tan sim pático com o Steph o Nate. Pero m e llam a m ás la atención. Tiene algo que hace que m e cueste apartar la vista de su rostro. Apenas soy consciente de que Noah m e está observando, hasta que por fin aparto la m irada y finj o que lo m iraba porque m e había quedado pasm ada.

Porque lo hacía por eso, ¿no?

—Nos vem os, Tessa —dice Nate, y los tres salen de la habitación.

Dej o escapar un largo suspiro. Decir que los últim os m inutos han sido incóm odos es quedarse corto.

—¡Pedirem os que te cam bien de cuarto! —ruge m i m adre en cuanto la puerta se cierra.

—No, no puede ser —suspiro—. No pasa nada, m am á. —Hago todo lo que puedo por ocultar m i nerviosism o. No sé si funcionará, pero lo últim o que necesito es que la controladora de m i m adre m e m onte una escena el prim er día de universidad—. Seguro que no pasa m ucho tiem po por aquí de todos m odos —

digo en un intento de convencerla, a ella y a m í m ism a.

—De eso, nada. Vam os a pedir el cam bio ahora m ism o. —Su im poluto aspecto contrasta con la furia que reflej a su rostro; lleva el pelo largo y rubio recogido sobre

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